Con la guerra finalmente ganada y Ragnor en prisión, la sombra de la opresión comenzó a disiparse sobre Valyria. El pueblo, anhelante de respuestas y justicia, se alzó con determinación. Exigieron que el rey enfrentara las consecuencias de sus acciones.
El rey, ante la presión del pueblo, se vio obligado a dar la cara. En una conferencia pública, reveló la verdad oculta durante los últimos meses. La princesa heredera, que yacía al lado del rey, no era solo una princesa común; era la reencarnación de la primera reina de Valyria.
La sorpresa se apoderó de la multitud mientras observaban a la princesa con nuevos ojos. Pero lo que causó aún más asombro fue la llegada de los dragones, majestuosos y poderosos, que se deslizaron silenciosamente detrás de la princesa.
Isabella, esta vez, tomó la palabra. Su voz resonó con autoridad y compasión, calmante como el susurro del viento.
— No teman. Estos dragones son aliados, no enemigos. Valyria, en su origen, fue un reino donde humanos y dragones coexistieron en armonía.
La multitud, cautiva por la revelación, miraba con cautela a los dragones. Isabella, con el resplandor de la antigua reina, continuó:
— Con el despertar de mi poder ancestral, los dragones también han decidido salir de las sombras. Valyria renacerá como un reino donde todas las criaturas, humanas y aladas, podrán vivir juntas en paz.
En ese momento, un grupo más grande de dragones apareció en el horizonte, uniéndose a la escena. Su llegada marcaba un nuevo capítulo en la historia de Valyria, una era de reconciliación y entendimiento entre dos mundos que durante mucho tiempo estuvieron separados.
Los ciudadanos, al principio temerosos, empezaron a comprender el significado detrás de estas palabras. Los dragones no eran monstruos; eran seres majestuosos con los que compartían el reino. La esperanza brotó en el corazón de la multitud mientras se vislumbraba un futuro donde la paz florecería.
La princesa, ahora reconocida como la reina renacida, extendió sus brazos hacia los dragones. En un gesto de conexión, la primera reina de Valyria, a través de la reencarnación de Isabella, había logrado lo impensable: unir dos mundos antes separados por el miedo y la desconfianza.
Valyria, tras años de oscuridad y conflicto, despertaba a una nueva era. Bajo la sombra de las alas de los dragones, la tierra florecería con la promesa de un futuro donde la armonía prevalecería sobre la discordia.
Días después de la guerra, mientras el pueblo se recuperaba lentamente, Alexander e Isabella decidieron caminar solos por el campo de flores que se extendía dentro de los muros del castillo. La tierra, una vez manchada por la batalla, comenzaba a sanar, y los pétalos coloridos se alzaban como símbolos de esperanza.
Bajo la luz tenue del atardecer, Alexander miró a Isabella con una ternura que reflejaba la travesía que habían compartido. Se detuvieron en medio del campo, donde el perfume de las flores se entrelazaba con el aire fresco.
— Isabella, hemos pasado por tanto. La guerra nos ha arrebatado mucho, pero también nos ha dado la oportunidad de encontrar algo hermoso en medio del caos.
Isabella, con ojos brillantes, asintió, sintiendo la conexión que trascendía las palabras. Alexander, tomando una pequeña caja de terciopelo rojo de su bolsillo, la abrió con delicadeza, revelando un anillo que destellaba como una promesa.
— Isabella, no quiero perder la oportunidad de hacer las cosas bien. Aunque ya estamos unidos, quiero pedirte algo importante.
Se arrodilló con gracia en medio de las flores, sosteniendo el anillo frente a ella.
— ¿Te casarías conmigo, Isabella? No solo como un acto formal, sino como un recordatorio de nuestro amor, de la vida que construiremos juntos.
Isabella, con lágrimas en los ojos, se llevó una mano al corazón. La emoción vibraba en el aire mientras ella respondía:
— Alexander, siempre he deseado un futuro contigo. Sí, me casaré contigo una y mil veces, porque eres mi amor, mi compañero y mi todo.
Alexander, con una sonrisa radiante, deslizó el anillo en el dedo de Isabella. Se pusieron de pie, abrazándose con la promesa de un futuro compartido.
— Juntos, enfrentaremos lo que venga. Porque el amor es nuestra fuerza más grande.
Se miraron a los ojos, sus almas convergiendo en un momento que encapsulaba todo lo que habían superado. Finalmente, se unieron en un beso que selló no solo sus labios, sino también el compromiso eterno que compartían. Bajo el cielo que se tenñia de tonos cálidos, Isabella y Alexander celebraron el renacer de Valyria y su propio renacimiento en el amor que florecía entre ellos.
Meses después, Valyria resplandecía con la esperanza de una nueva era. El sol brillaba sobre campos verdes y un cielo despejado, anunciando la boda que uniría aún más a dos corazones destinados: la boda de los príncipes herederos, Alexander e Isabella.
El gran día llegó, y el castillo se engalanó con flores que danzaban en el suave viento. Los susurros de la gente resonaban mientras se congregaban en la majestuosa capilla. La ceremonia se celebraría al aire libre, bajo un dosel de enredaderas y flores, con el altar adornado con detalles que contaban la historia de su amor.
Isabella, envuelta en un vestido que parecía tejido por los propios rayos de sol, avanzó por el pasillo con una elegancia que reflejaba su serenidad. Alexander, esperándola con los ojos llenos de amor, se estremeció ante la visión de la mujer que sería su esposa.
El oficiante pronunció palabras que capturaron la esencia de su conexión, hablando de los desafíos superados y del amor que floreció entre ellos como un jardín que se negó a ser marchitado por la adversidad.
— Alexander y Isabella, hoy se unen no solo como príncipes herederos, sino como almas entrelazadas en un amor que ha resistido las tormentas más fuertes.
Los votos resonaron en el aire, expresando promesas eternas y juramentos de lealtad. Alexander, con voz firme pero llena de emoción, miró a Isabella y dijo:
— Prometo sostenerte en los días oscuros, bailar contigo en los días de luz, y amarte con cada aliento que tomo. Tú eres mi hogar, Isabella, y en ti encuentro mi mayor fuerza.
Isabella, con la misma solemnidad, respondió:
— Prometo ser tu apoyo inquebrantable, tu confidente en los secretos del alma y tu compañera en la danza de la vida. Contigo, Alexander, encuentro la paz que siempre busqué.
Los anillos, símbolos de su compromiso, fueron intercambiados con manos temblorosas pero llenas de certeza. El beso que selló su unión fue más que un gesto; fue la culminación de un viaje lleno de desafíos y la promesa de un futuro compartido.
Mientras los novios caminaban juntos por el pasillo, la luz del sol acariciaba sus rostros, iluminando el camino que tenían por delante. La celebración continuó con banquetes, bailes y risas que resonaron a lo largo de los jardines.
Isabella y Alexander, en su primer baile como marido y mujer, se sumergieron en la melodía de un amor que había superado todas las pruebas. La gente, testigo de esta unión, no pudo contener las lágrimas al presenciar la belleza de un amor que había florecido en la oscuridad.
La boda de los príncipes herederos de Valyria no solo marcó el comienzo de una nueva era, sino también la celebración de un amor que resistió las pruebas del tiempo. En ese día, el reino se llenó de esperanza y el eco de su amor reverberó a través de las generaciones venideras.
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