El Despertar de los Dragones

Bajo el manto estrellado de la noche, Ragnor, montado sobre Drakoth, se adentró en las heladas ruinas de la antigua ciudad de Drakon. El silencio pesado del lugar resonaba en sus oídos mientras avanzaban por callejones cubiertos de escarcha y estructuras petrificadas por el tiempo.

— Drakoth, mi fiel amigo, este lugar exhala la esencia del pasado. ¿Qué secretos nos aguardan en estas ruinas?

El dragón, con ojos centelleantes, rugió en respuesta, como si los ecos del pasado fueran entendibles para su ancestral ser. Juntos exploraron cada rincón, adentrándose más y más en las profundidades congeladas.

A medida que avanzaban, los contornos de majestuosas figuras se esculpían en la penumbra. Drakoth, con una sabiduría ancestral, llevó a Ragnor hacia lo más profundo de las ruinas, donde la escarcha cubría un santuario olvidado.

Allí, yaciendo en un sueño eterno, estaban cinco dragones. Sus cuerpos imponentes, escamas centelleantes y alas plegadas hablaban de una antigüedad inigualable. La respiración de los dragones dormidos formaba una sinfonía apenas perceptible en el silencio gélido.

— Drakoth, ¿estos son los dragones que han dormido por siglos en este lugar?

El dragón rugió con respeto y reverencia. Eran dragones ancestrales, custodios de Drakon que, en su largo sueño, habían presenciado la caída de la ciudad y el ascenso de nuevas eras.

Ragnor, sintiéndose insignificante ante la magnitud de esos seres, contempló la escena con asombro. Fue entonces cuando Drakoth, con un rugido que retumbó en las piedras antiguas, llamó a sus compañeros.

Los cinco dragones despertaron, estirando sus alas y abriendo sus ojos brillantes. Sus miradas se posaron en Ragnor, un humano entre titanes alados.

— Ragnor, rey de Zalazar, ¿por qué nos has despertado?

La voz, profunda y resonante, resonó en la cámara sepulcral. Ragnor, asumiendo una postura firme, respondió:

— He venido en busca de aliados poderosos. El destino de Valyria pende de un hilo, necesito su ayuda para tejer un nuevo camino y poder por fin gobernar ese gran reino.

Los dragones intercambiaron miradas entre ellos antes de hablar con una única voz poderosa.

— Somos los Guardianes de Drakon, testigos del tiempo y guardianes de la antigua magia. Hemos decidido escuchar tu propuesta, Ragnor de Zalazar. Habla, y que tus palabras sean tan fuertes como la voluntad que te trajo hasta nosotros.

Ragnor expuso su plan con determinación, describiendo la amenaza que genera el reino de Valyria y la necesidad de unir fuerzas para enfrentarla. Los dragones, seres que habían visto reinos ascender y caer, consideraron sus palabras con sabiduría milenaria.

Al final, decidieron hacer un pacto con Ragnor. Cinco dragones alzarían sus alas junto al rey de Zalazar, mientras que los demás optarían por seguir en su sueño eterno. Con un rugido conjunto, el pacto fue sellado en la fría cámara de los guardianes.

De regreso a la superficie, Ragnor, acompañado por los cinco dragones, emergió de las ruinas de Drakon. El cielo nocturno resplandecía con la majestuosidad de los dragones alados, y Valyria estaba a punto de presenciar una alianza que cambiaría el curso de su historia.

De regreso en su reino de Zalazar, Ragnor, acompañado por los cinco dragones, desplegó sus alas en un majestuoso regreso. La noticia de la alianza con los antiguos Guardianes de Drakon ya se había expandido, infundiendo temor y expectación en el corazón de su reino.

Convocó a una junta en la gran sala del consejo, donde sus consejeros y generales aguardaban ansiosos. La luz de las antorchas danzaba en las paredes, proyectando sombras que parecían susurrar secretos de un poder recién adquirido.

— Hemos despertado a los dragones, símbolos de antigua magia y poder inigualable. Ahora, Valyria conocerá la furia de Zalazar —declaró Ragnor con una mirada segura.

La sala resonó con murmullos de aprobación y entusiasmo. Ragnor, enérgico y confiado, se volvió hacia uno de sus generales.

— ¿Cuántos soldados hemos reunido para esta causa?

El general, con expresión severa, respondió: — Hemos convocado traidores de otros reinos, exiliados en busca de redención, y voluntarios dispuestos a unirse a nuestro propósito. En total, contando a todos, tenemos cinco mil soldados listos para luchar.

Ragnor sonrió con satisfacción. — Con esos cinco mil y los seis dragones, poseemos la fuerza necesaria para arrasar con Valyria. La discordia ya está sembrada en sus corazones. Es hora de atacar sin previo aviso.

Los consejeros intercambiaron miradas inquietas, algunos preocupados por las consecuencias de un ataque sorpresa. Sin embargo, Ragnor, cegado por la confianza en su estrategia, estaba decidido a desencadenar el caos en Valyria.

— La sorpresa es nuestra mayor ventaja. Atacaremos cuando menos lo esperen. Despediremos llamas y furia sobre Valyria, y su actual rey no sabrá qué los golpeó.

Las discusiones se intensificaron en la sala del consejo mientras se debatían los detalles de la estrategia. La idea de un ataque repentino resonaba con riesgo y posibles repercusiones en el reino. Sin embargo, Ragnor, en su determinación, no estaba dispuesto a escuchar argumentos en contra.

— Valyria caerá, y Zalazar se alzará como el reino dominante. La discordia que hemos sembrado germinará en el caos.

La sala del consejo resonó con murmullos de aprobación y resignación. La estrategia estaba trazada, y la batalla se avecinaba como una tormenta en el horizonte oscuro.

En la penumbra de la noche, Ragnor, con el fulgor de los dragones a su lado, estaba listo para desencadenar la furia de Zalazar sobre Valyria, sin prever las sombras que esa elección arrojaría sobre su propio reino. La traición y la discordia, como hilos invisibles, tejían una trama de consecuencias impredecibles mientras la alianza con los dragones desplegaba sus alas hacia la guerra.

Mientras Ragnor se sumía en la planificación de la estrategia de ataque, su pequeña hija, con ojos inocentes y melena alborotada, se infiltró sigilosamente en las sombras del castillo. La inquietud de la noche la envolvía mientras buscaba a su padre.

Finalmente, la niña llegó a la sala del consejo, donde Ragnor concentraba su atención en los mapas estratégicos. Sus ojos se iluminaron al encontrar a su padre, pero pronto se nublaron con lágrimas al recordar la pesadilla que la había atormentado.

— ¡Papá! —exclamó, corriendo hacia él, su voz temblorosa resonando en la sala.

Ragnor la tomó en brazos, preocupado por la angustia en sus ojos. — ¿Qué sucede, mi pequeña?

Entre sollozos, la niña describió la pesadilla en la que su amado padre caía en la batalla. Ragnor, afectado por la conmoción de su hija, intentó consolarla.

— Shhh, pequeña. No te preocupes, papá está aquí y nada malo sucederá. Fue solo un sueño.

— Pero fue tan real, papá. No quiero que te lastimen —dijo ella aferrándose a él.

Ragnor le acarició el cabello con ternura. — Estaré bien, cariño. Tengo que salir a trabajar, pero estaré de vuelta pronto. Ve con la Nana y descansa.

— No quiero que te vayas, papá. Tengo miedo.

El corazón de Ragnor se enterneció ante la vulnerabilidad de su hija. — Debo enfrentar algunos desafíos, pero estaré a salvo. Regresa con la Nana, ¿sí?

Sin embargo, la niña, temerosa de perder a su padre, insistió en acompañarlo. — Por favor, papá, déjame ir contigo. No quiero estar sola.

Ragnor, sintiendo la difícil elección entre su deber y la protección de su hija, le explicó con paciencia. — Mi amor, no puedo llevarte al campo de batalla. Es peligroso y necesitas quedarte a salvo. Regresa a tu habitación con la Nana y descansa. Todo estará bien.

La niña, aunque a regañadientes, aceptó las palabras de su padre. Ragnor la guió de regreso a la habitación, dejando en la penumbra de la noche susurros de preocupación y el dilema que lo atormentaba. Mientras cerraba la puerta, la niña observó con ojos tristes a su padre, quien, con pesar en el corazón, partió hacia la oscura realidad de la guerra que se avecinaba.

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