El gran salón del castillo real de Valyria se engalanaba con lujosos tapices y candelabros centelleantes, preparándose para la presentación oficial de Isabella como la princesa heredera de Montalvo y prometida del príncipe Alexander. El ambiente vibraba con la expectación de la nobleza y el pueblo, todos ansiosos por conocer a la nueva integrante de la realeza.
Isabella, ataviada con un vestido que desbordaba elegancia, esperaba en los aposentos reales. Su vestido, un despliegue de opulencia y sofisticación, estaba confeccionado en seda color zafiro, adornado con delicadas incrustaciones de plata que relucían como estrellas en la oscuridad. El escote, sutilmente escotado, realzaba la gracia de su figura, mientras una larga cola de tela flotaba tras ella como un río de sueños.
Sus cabellos rubios, enmarcados en ondas suaves, estaban recogidos en un elegante moño adornado con hilos de plata que resaltaban la nobleza de su linaje. En sus ojos azules danzaba una mezcla de nerviosismo y determinación, listos para enfrentar las miradas curiosas y los susurros que se avecinaban.
El rey, alzando una copa en el banquete, anunció con voz resonante:
— ¡Que se presente a la princesa heredera de Montalvo, Isabella! Que este día marque el comienzo de una nueva era en Valyria.
Isabella descendió la majestuosa escalinata, escoltada por el príncipe Alexander, cuyo atuendo real reflejaba la conexión con la esencia de Valyria. Los nobles presentes se inclinaron en reverencia, mientras los músicos iniciaban una suave melodía que tejió un ambiente de elegancia y encanto.
El baile, una tradición real en la presentación de herederos, comenzó con la entrada triunfal de Isabella y Alexander a la pista iluminada por velas titilantes. En el centro del salón, sus figuras se entrelazaron con gracia y destreza, guiados por la armonía de la música.
— La princesa Isabella, una joya que ilumina nuestra corte con su belleza y gracia —declaró el príncipe Alexander, dedicando una mirada cálida a su prometida.
El vestido de Isabella parecía fundirse con el movimiento, dejando un rastro de destellos plateados mientras danzaban. Sus ojos azules brillaban con la intensidad de estrellas en una noche serena, y su cabello rubio caía como un halo resplandeciente que capturaba la luz de las velas.
— ¿Cómo te sientes, princesa? —preguntó Alexander, susurros de la melodía acompañando sus palabras.
— Como si estuviera flotando en un sueño, príncipe Alexander. Este momento es más grandioso de lo que jamás imaginé —respondió Isabella, entregándose al ritmo del baile.
La complicidad entre ambos príncipes era palpable, como si un lazo invisible los uniera en el escenario romántico del banquete real. Mientras danzaban, el murmullo de la nobleza acompañaba la coreografía, tejida con suspiros de admiración.
La noche se prolongó en risas y brindis, marcando el inicio de una nueva etapa para Valyria. Entre las sombras del pasado y los destellos de un futuro incierto, el baile de Isabella y Alexander dejó una huella imborrable en la memoria del reino.
Después del deslumbrante baile, la nobleza se dispersó en pequeños grupos, compartiendo conversaciones en susurros y risas. Sin embargo, entre los nobles había un grupo que, en voz alta y sin disimulo, comenzó a abordar la historia trágica de los Montalvo. Susurros cargados de juicio y desconfianza llenaron el aire, formando una tormenta de desaprobación.
— ¿Has oído hablar de los Montalvo? Una familia caída en desgracia. Traiciones, exilios, deshonra. ¿Y ahora una de ellas pretende ser la futura reina de Valyria? —comentó un noble, sus palabras apuntando directamente hacia Isabella.
Los comentarios maliciosos flotaban en el aire como una nube oscura, llegando a oídos sensibles. Isabella, aunque había enfrentado desafíos en su vida, se sintió vulnerada por la crudeza de las palabras. Alexander, atento a su reacción, notó la sombra que cruzó su rostro.
— ¿Crees que alguien de su estirpe puede liderar Valyria? Es una vergüenza para la realeza. ¿Qué opinas, príncipe Alexander? —inquirió otro noble, desafiante.
Alexander, sin vacilar, intervino con firmeza:
— La historia de los Montalvo es parte del pasado. Isabella ha demostrado su valía y determinación. No juzgamos a la realeza por los pecados de sus antepasados, sino por sus actos y virtudes actuales.
Isabella, a pesar de la defensa de Alexander, sintió el peso de las palabras hirientes. Sin embargo, en lugar de retraerse, decidió enfrentar a quienes cuestionaban su derecho al trono.
— Mi historia puede tener sombras, pero también tengo el poder de forjar mi propio destino. Juzgarme por el pasado de mi familia es ignorar la fuerza que llevo dentro —declaró Isabella con dignidad, desafiando a aquellos que la cuestionaban.
Las palabras resonaron en el salón, creando un momento de tensión. Los nobles que murmuraban comenzaron a retroceder, enfrentando la mirada decidida de Isabella y el respaldo de Alexander.
— Las decisiones sobre el futuro de Valyria no se basarán en chismes ni prejuicios. La reina será elegida por sus méritos, su coraje y su capacidad para liderar. Isabella Montalvo tiene tanto derecho como cualquiera a aspirar a la corona —declaró Alexander, emitiendo una advertencia silenciosa a aquellos que intentaban socavar la legitimidad de Isabella.
El salón quedó en silencio por un instante, las miradas de los presentes oscilando entre la controversia y la determinación de Isabella y Alexander. La batalla por la aceptación y el respeto apenas comenzaba, pero Isabella estaba decidida a demostrar que su linaje no definiría su destino.
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