Isabella y su abuelo avanzaron por las imponentes murallas del castillo real, rodeados por una comitiva de guardias y sirvientes que anunciaban su llegada. El conde de Montalvo había recibido una invitación del rey para participar en una audiencia privada, donde se discutiría un asunto de suma importancia. Isabella, desconociendo la naturaleza del asunto, confiaba en que su abuelo tejiera un plan que mejorara su situación y la acercara al ansiado trono.
La fortaleza era un coloso de piedra y metal, adornado con estatuas y banderas que contaban la historia y las hazañas de los reyes y reinas de Valyria. Un centro de poder y cultura que albergaba a nobles, cortesanos, soldados, sacerdotes, comerciantes, artistas y plebeyos. Un lugar vibrante, pero también repleto de intrigas y peligros.
Guiados por pasillos amplios y decorados con retratos y tapices que narraban la historia de Valyria, llegaron a una gran sala donde el rey y su séquito los esperaban. El monarca, de mediana edad, cabello castaño y barba recortada, vestía una túnica púrpura con el escudo real bordado: un dragón alado sobre un campo de plata. Una corona de oro destacaba en su cabeza, mostrando su autoridad. Su rostro, serio y severo, revelaba indicios de bondad y sabiduría.
El rey se levantó de su trono con una sonrisa al recibir a los recién llegados.
—Conde de Montalvo, es un placer recibirlo en mi palacio. Le agradezco que haya aceptado mi invitación —expresó el rey con cordialidad y firmeza.
—Majestad, es un honor para mí estar aquí. Le agradezco su generosidad y su confianza —respondió el conde, adoptando un tono humilde y respetuoso.
—Y esta debe ser su nieta, la señorita Isabella. He oído hablar mucho de ella. Es una joven muy hermosa y talentosa —comentó el rey, dirigiendo su mirada hacia Isabella.
Esta se inclinó ante el rey con reverencia.
—Gracias, majestad. Es un privilegio conocerlo. He admirado siempre su reinado y su persona —dijo Isabella con una voz formal y educada.
El rey, complacido, invitó a Isabella a acercarse.
—Ven, Isabella. Quiero presentarte a alguien. Es mi hijo, el príncipe heredero, Alexander —anunció el rey, señalando a un joven a su lado.
Isabella se aproximó al príncipe, lo observó con indiferencia. Un joven de unos veinte años, de cabello negro y ojos verdes, vestido con túnica azul y el escudo real bordado en el pecho. Su rostro, atractivo y simpático, revelaba indicios de timidez y aburrimiento.
El príncipe se inclinó ante Isabella con una mirada vacía.
—Un placer conocerte, Isabella. Eres tan bella como dicen. Espero que no te aburras demasiado aquí —dijo el príncipe con apatía y monotonía.
Isabella se sintió ofendida por la actitud del príncipe y le devolvió la mirada con desdén.
—Muchas gracias, príncipe. Es un placer conocerlo. Espero que no le moleste demasiado mi presencia —replicó Isabella con ironía y tono cortante.
El príncipe, indiferente, le hizo un gesto con la mano.
—No, no me molesta. Me da igual. Haz lo que quieras —dijo el príncipe con desgano y desinterés.
Isabella se mordió el labio y le dio la espalda.
—Como usted diga, príncipe. Haré lo que quiera —afirmó Isabella con voz fría y desafiante.
El rey, observando la escena con decepción y preocupación, había planeado el encuentro con la esperanza de que su hijo y la nieta del conde se enamoraran y se casaran. Sin embargo, sabía que ambos eran orgullosos, caprichosos, impulsivos y ambiciosos. Temía que su relación fuera una fuente de conflictos y problemas, poniendo en peligro la paz y la estabilidad del reino.
Decidió intervenir para poner fin al enfrentamiento entre los dos jóvenes.
—Bueno, ya basta de discusiones. Tenemos que hablar de cosas serias. Conde, Isabella, por favor, tomen asiento. Les voy a explicar el motivo de esta audiencia —dijo el rey con voz seria y autoritaria.
Isabella y el príncipe ocuparon unos sillones frente al trono del rey. El conde se sentó junto a su nieta, tomándole la mano. El rey, sentado en su trono, les dirigió una mirada grave y solemne.
—Estamos aquí para hablar de un desafío inesperado, que puede cambiar el destino de nuestro reino y de nuestras vidas —declaró el rey con voz grave y solemne. El monarca tomó un pergamino y lo desplegó sobre una mesa, revelando un mapa del reino de Valyria y los reinos vecinos. Señaló con el dedo una zona al norte, marcada con una línea roja.
—Esta es la región de Zalazar, una tierra rica en recursos y en belleza. Es una de las provincias más importantes de nuestro reino, y una de las más leales a nuestra corona —explicó el rey con voz profunda.
Isabella y el príncipe asintieron, mostrando más interés al conocer la importancia de Zalazar. Sin embargo, el rey tenía una revelación que los dejaría atónitos.
—Hace unos meses, un grupo de rebeldes liderados por un hombre llamado Ragnor se alzó en armas contra nuestro gobierno. Ragnor se autoproclamó rey de Zalazar y declaró su independencia de Valyria. Desde entonces, ha atacado a nuestras tropas y a nuestros aliados, causando estragos y sufrimiento —relató el rey con indignación.
La sorpresa se reflejó en los rostros de Isabella y el príncipe, quienes desconocían el conflicto que el rey había mantenido en secreto para evitar pánico y desconfianza.
—¿Quién es ese Ragnor? ¿Qué quiere? ¿Qué poder tiene? —preguntó Isabella con curiosidad e inquietud.
—Ragnor es un antiguo general de nuestro ejército, que se volvió loco y traicionero. Quiere el trono de Valyria y no le importa el bienestar de su pueblo. Tiene un poderoso ejército formado por mercenarios, bandidos y desertores. Y lo que es peor, tiene un arma secreta que puede cambiar el curso de la guerra —explicó el rey con voz temerosa y misteriosa.
—¿Qué arma secreta? —preguntó el príncipe con escepticismo y burla.
—Un dragón —reveló el rey con voz grave y solemne.
La incredulidad se apoderó de Isabella y el príncipe. Un dragón, criatura mítica solo existente en leyendas y cuentos, capaz de volar y escupir llamas. Se decía que los dragones habían gobernado Valyria con sabiduría y justicia antes de desaparecer siglos atrás.
—¿Un dragón? ¿Está seguro, majestad? ¿Cómo es posible? —cuestionó Isabella, fascinada pero incrédula.
—No estoy seguro, Isabella, pero tengo pruebas. He recibido informes de mis espías, que han visto al dragón con sus propios ojos. Es una bestia enorme, de color rojo y negro, con escamas, alas y garras. Es el terror de los cielos y el azote de la tierra. Ragnor lo usa para atacar a nuestros castillos, aldeas, quemar a nuestros soldados y súbditos —describió el rey con angustia y furia.
—¿Y cómo ha conseguido Ragnor un dragón? ¿De dónde lo ha sacado? ¿Qué lo controla? —inquirió el príncipe con incredulidad y curiosidad.
—No lo sé, Alexander. Pero tengo una sospecha. Creo que Ragnor ha encontrado la antigua ciudad de Drakon, la cuna de los dragones. Creo que ha entrado en sus ruinas, ha despertado a uno de los dragones dormidos y ha hecho un pacto con él, sometiéndolo a su voluntad —especuló el rey con voz especulativa y temerosa.
—La antigua ciudad de Drakon, ¿la cuna de los dragones? ¿Qué es eso? —preguntó Isabella, incrédula y fascinada.
—Es una leyenda, Isabella. Una leyenda que puede ser verdad. Se dice que hace milenios, antes de que existieran los reinos y las naciones, había una ciudad en el norte, donde dragones y humanos vivían en armonía. Esa ciudad se llamaba Drakon y era la más bella y poderosa del mundo. Se dice que allí nacieron los primeros reyes de Valyria y que aprendieron el arte de la magia y el dominio de los dragones. Se dice que fue destruida por una gran catástrofe y quedó sepultada bajo la nieve y el hielo. Se dice que nadie ha podido encontrarla, entrar en ella o salir de ella —relató el rey con voz narrativa y misteriosa.
—¿Y usted cree que Ragnor ha encontrado esa ciudad, ha entrado en ella y ha salido con un dragón? —inquirió el príncipe con escepticismo y burla.
—Sí, eso creo. Y eso es un grave problema para nosotros y para todo el reino. Ragnor y su dragón son una amenaza que no podemos ignorar ni subestimar. Debemos enfrentarnos a ellos y derrotarlos antes de que sea demasiado tarde —declaró el rey con decisión y firmeza.
—¿Y cómo vamos a hacer eso, majestad? ¿Cómo vamos a luchar contra un dragón? ¿Qué armas tenemos? ¿Qué estrategia tenemos? —preguntó Isabella, preocupada y ansiosa.
—Tenemos una sola arma, Isabella. Una sola estrategia. Una sola esperanza —afirmó el rey, dejando en suspenso la respuesta, mientras el destino del reino pendía de un hilo.
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Comments
Rebecca H
Que padre... se nota que será una muy buena novela y entretenida
2024-01-25
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