Mientras tanto, en las sombrías estancias del castillo, Alexander e Isabella se preparaban para abordar la próxima fase de sus estrategias. La desconfianza persistía en Valyria, y el futuro estaba marcado por las sombras del cambio y la incertidumbre.
En la sala de estrategia, la tensión era palpable. Mapas extendidos sobre la gran mesa revelaban la tierra de Zalazar, el nuevo reino de Ragnor. Alexander, Isabella y sus consejeros se sumieron en una reunión intensa para planear el asalto a este nuevo territorio.
Mientras discutían tácticas y estrategias, Isabella sintió la necesidad de un breve respiro y salió al balcón. La noche estrellada la envolvía en un manto de calma, pero su tranquilidad se vio interrumpida cuando Alexander, preocupado por su demora, se acercó.
— ¿Todo bien, Isabella? —preguntó Alexander mientras la abrazaba cariñosamente.
Ella suspiró, permitiéndose perderse en la magnificencia del cielo nocturno. — Sí, solo necesitaba un momento de paz antes de enfrentarnos a lo que viene.
— ¿Te sientes presionada por todo esto? —inquirió Alexander con suavidad.
Isabella le sonrió, agradecida por su preocupación. — No más de lo que puedo manejar. Aprecio que estés aquí.
Hablaron de planes y estrategias, pero la atmósfera cambió cuando Alexander, con mirada intensa, habló de sus sentimientos.
— Isabella, más allá de cualquier compromiso político, hay algo entre nosotros que va más allá de las circunstancias impuestas. ¿Lo sientes también?
Isabella aguardó con anticipación, pero en ese preciso momento, un soldado irrumpió en la sala, agitado y con noticias inquietantes.
— ¡Estamos siendo atacados! Ragnor se adelantó. Una tropa de cinco mil hombres y seis dragones están avanzando hacia Valyria.
La sorpresa y la urgencia llenaron la sala. Alexander, mirando a Isabella, comprendió que el tiempo para discutir sentimientos había quedado atrás.
— Hablaremos de esto más tarde, Isabella. Ahora, debemos salvar nuestro reino del desastre que se avecina.
Corrieron hacia la sala de guerra, donde la acción inmediata se requería. Los soldados se movían con rapidez, y las órdenes resonaban en las murallas del castillo.
Isabella, sin embargo, no pudo sacarse la conversación de la cabeza mientras dirigía las tropas. La inminencia del peligro no podía apagar completamente las llamas de la curiosidad y el deseo en su interior.
El sonido de los tambores de guerra y el clamor de las tropas llenaban la noche mientras Valyria se preparaba para el choque con el ejército invasor. La noche se tornó aún más oscura, y las estrellas quedaron veladas por el humo de la batalla.
En el fragor de la lucha, Alexander y Isabella lucharon codo a codo, enfrentando la tormenta de acero y fuego que Ragnor había desencadenado. Pero, incluso en medio de la guerra, el murmullo de sus propios pensamientos y emociones no desaparecía.
Después de una hora intensa de combate, cuando las tropas enemigas se acercaban peligrosamente al castillo, Isabella decidió ir al campo de batalla para liderar desde el frente.
Alexander, temiendo por su seguridad, intentó detenerla, pero Isabella lo persuadió.
— Necesitan ver que estamos con ellos. Necesitan ver que luchamos juntos.
Montaron dos caballos, y en la distancia, el dragón Rudeus aguardaba, listo para ser llamado si la situación lo requería. En la oscura noche, con el estruendo de la guerra de fondo, Alexander e Isabella cabalgaron hacia el frente de batalla, enfrentando la tormenta que amenazaba con consumir Valyria.
Las llamas devoraban la ciudad, un escenario caótico donde el estrépito de la batalla competía con el rugir de los incendios. En el corazón de la tormenta, Isabella y Alexander, con espadas en mano, luchaban contra un enemigo innumerable. Sin embargo, Isabella, en un destello de determinación, divisó a lo lejos la figura imponente que solo podía ser Ragnor.
Separándose de Alexander, se lanzó hacia el epicentro del conflicto, abriéndose paso a través del caos. Al llegar, se encontró cara a cara con Ragnor, cuya mirada reflejaba la tormenta que se desataba a su alrededor.
— ¡Ragnor!
— oh... Tú debes ser la nueva princesa, Isabella. Un gusto conocerte.
— ¿Por qué, Ragnor? ¿Por qué condenas a Valyria a este sufrimiento?
Las llamas resplandecían en los ojos de Ragnor mientras compartía su historia de pérdida y venganza. Habló de amigos caídos, de una esposa arrebatada por las crueles manos del destino, y de un deseo ardiente de cambiar la historia a través del fuego y la ceniza.
— Mi esposa murió por culpa del rey de Valyria. Esta guerra es mi respuesta al dolor que él infligió.
Isabella, enmudecida por la intensidad de sus palabras, apretó la empuñadura de su espada. La destrucción del reino ahora tomaba forma de un desgarrador relato de amor perdido y deseos de venganza. En ese momento, la guerra no solo era un conflicto de acero y fuego, sino una lucha entre almas heridas.
— ¿Realmente crees que encontrarás paz en la destrucción, Ragnor? ¿Esta es la justicia que buscas?
Ragnor, con ojos ardientes, respondió con sinceridad. Detrás de su deseo de destrucción, se entreveía el anhelo de un hombre herido buscando un propósito, aunque este fuera envuelto en llamas.
— No busco paz, busco justicia. Y esta guerra es el único camino que queda.
Las espadas chocaron nuevamente, pero esta vez el eco de la conversación resonaba en cada golpe. Valyria ardía a su alrededor, el destino del reino sostenido por la delgada línea entre el deseo de venganza y la esperanza de un mañana diferente.
La batalla se extendía en la oscura noche, pero en el epicentro del conflicto, Isabella y Ragnor sostenían un diálogo a través de espadas y llamas, donde las lágrimas del cielo se mezclaban con el fuego que consumía Valyria.
En medio de la danza destructiva de la guerra, Ragnor y Isabella se enfrentaron con miradas que traspasaban la humareda y las llamas. Ragnor, aún con la espada en alto, rompió el silencio tenso.
— ¿Qué harías, Isabella, si perdieras a tu amor en una guerra sin sentido, donde te enviaran a morir sin un plan claro y el responsable fuera tu propio rey?
Isabella, impactada por la crudeza de la pregunta, se sumió en un silencio profundo. La tragedia pintada por Ragnor resonaba en su corazón, y él, en ese momento, encontró una victoria en la ausencia de respuesta.
— Ahí tienes la razón, Isabella. Esta guerra tiene sentido para mí porque no puedo soportar el dolor de perder a aquellos que amo sin razón aparente.
Isabella, con la mirada fija en Ragnor, respiró hondo antes de hablar.
— Comprendo tu sufrimiento, Ragnor, pero no puedes cargar el peso de tu venganza sobre los hombros de inocentes. No merecen pagar por los errores del rey.
En ese instante, una chispa de idea cruzó la mente de Isabella. La pregunta clave resonó en la fría noche.
— ¿Hay alguien más a quien ames en este mundo?
Ragnor, en un destello de conciencia, recordó a su pequeña hija. La imagen de su rostro inocente y su risa resonaron en su mente.
— Mi hija… —susurró Ragnor, casi como una confesión.
— Entonces, piensa en ella. ¿Cómo se sentiría si viera el camino de destrucción que has elegido para lograr tu venganza?
La pregunta se clavó en el corazón de Ragnor, desgarrándolo entre el deber hacia su hija y el deseo de venganza que lo había consumido. Isabella, en ese momento, no solo luchaba con su espada, sino con las palabras que buscaban atravesar la armadura de resentimiento de Ragnor.
— No permitas que el sufrimiento de uno se traduzca en el sufrimiento de muchos, Ragnor. Aún hay tiempo para cambiar el rumbo de esta guerra.
La batalla seguía rugiendo a su alrededor, pero en medio del conflicto, Ragnor y Isabella sostenían un duelo de verdades que resonaría en el destino de Valyria.
El tumulto de la batalla creó un breve paréntesis cuando Ragnor, sumido en sus pensamientos, bajó la guardia. Isabella, acercándose con cautela, buscó aprovechar ese momento para persuadirlo de detener la guerra.
— Ragnor, esto no tiene que continuar. Puedes elegir un camino diferente.
Ragnor, por un instante, pareció considerar las palabras de Isabella. Ambos, en un tenso silencio, compartieron un espacio cercano. Sin embargo, algo en la mente de Ragnor se oscureció, negándose a renunciar a la venganza.
En ese momento de fragilidad, con una frialdad despiadada, Ragnor traicionó a Isabella. Su espada se convirtió en una extensión de su amargura, atravesando el espacio entre ellos y hundiéndose en el cuerpo de Isabella.
Alexander, presenciando la traición desde la distancia, corrió hacia ellos con un grito de horror. Apartó a Ragnor con su espada, lanzándolo hacia atrás, para luego arrodillarse junto a Isabella.
— ¡Isabella! —exclamó Alexander, con los ojos llenos de angustia.
Isabella, aún consciente pero herida de gravedad, intentó sonreír débilmente.
— Me descuidé... pensé que podría rendirse.
La realidad de la traición oscureció la noche, y Valyria, testigo de esta tragedia, se sumió en el lamento de las llamas y la agonía.
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