La noche avanzaba, llevando consigo los ecos de los comentarios despectivos que habían ensombrecido la presentación de Isabella como princesa heredera. Aunque el baile continuaba y la música flotaba en el aire, las sombras del pasado de los Montalvo seguían acechando.
Isabella, aún afectada por las críticas, se retiró discretamente a un rincón del salón, buscando un respiro. Alexander, notando su pesar, la siguió con mirada preocupada.
— Isabella, no dejes que las palabras de unos pocos te afecten. Ellos no conocen tu verdadera valía ni la fuerza que llevas dentro —le aseguró Alexander, buscando consolarla.
— Sé que debería ignorarlos, pero sus palabras arañan más allá de la piel. No puedo evitar sentir la carga de la historia de mi familia pesando sobre mí —confesó Isabella, su mirada perdida en el horizonte de la sala.
Alexander tomó su mano con suavidad.
— Eres más que la sombra de tu apellido. Eres Isabella Montalvo, una mujer fuerte y decidida. No permitas que las palabras de aquellos ignorantes te desvíen de tu camino.
Mientras conversaban en la penumbra del salón, un murmullo cauteloso se apoderó del grupo de nobles que antes la criticaba. Se formó un pequeño círculo, y Seraphina, la maga que había guiado a Isabella en el despertar del dragón, se acercó con una expresión seria.
— Princesa Isabella, príncipe Alexander, hay algo que deben saber. No todos comparten la opinión de esos nobles. Algunos creen que su ascenso es un cambio necesario para Valyria —anunció Seraphina, captando la atención de ambos.
Isabella asintió, agradecida por la esperanza que estas palabras ofrecían.
— Pero, ser consciente de la resistencia que enfrentarás es crucial. No todos aquí están listos para aceptar un cambio tan radical —advirtió Seraphina, señalando la realidad que se avecinaba.
— Estamos preparados para enfrentar cualquier desafío. Valyria merece un futuro mejor, y lucharemos por eso —afirmó Alexander con determinación.
Seraphina asintió y se retiró, dejando a Isabella y Alexander sumidos en sus pensamientos. La noche continuaba, y aunque la música seguía tocando, una nueva melodía resonaba en sus corazones: la armonía de la resistencia y la determinación.
Valyria estaba en la encrucijada de su destino, y Isabella y Alexander estaban decididos a enfrentar las sombras del pasado para iluminar un futuro lleno de esperanza y cambio.
El resplandor de la sala de baile parecía desvanecerse cuando Isabella observó a Alexander, rodeado de mujeres de la nobleza que competían por su atención. El murmullo de risas y coqueteos creó una incomodidad en su pecho, una sensación nueva y desconocida. Isabella, reacia a reconocerlo, dejó que la amargura se apoderara de su expresión.
Alexander, notando el cambio en Isabella, se despidió cortésmente de las damas y se acercó a ella. Sin embargo, en lugar de la cálida bienvenida que esperaba, encontró un gesto ceñudo en su rostro.
— ¿Sucede algo, Isabella? —preguntó Alexander, buscando entender la repentina frialdad.
— ¿Qué podría suceder, príncipe Alexander? Es evidente que su cortejo es muy popular esta noche —respondió Isabella con un tono más afilado de lo habitual.
Alexander frunció el ceño, sorprendido por la brusquedad de su respuesta.
— No me gusta jugar a ser la pieza en el juego de las damas nobles. Siéntanse libres de seguir su búsqueda de entretenimiento —añadió Isabella antes de retirarse casi corriendo hacia el jardín del castillo.
Siguió el sendero de piedras pulidas, alejándose de la música y las risas. El jardín estaba impregnado del suave aroma de las flores nocturnas y la luz de las estrellas, creando un escenario romántico que contrastaba con la tensión en el corazón de Isabella.
Alexander, confundido pero decidido a entender, la siguió rápidamente hasta alcanzarla y la detuvo con delicadeza.
— Isabella, ¿qué está pasando? —preguntó, buscando sus ojos.
— Nada que te concierna. Puedes seguir disfrutando de tu séquito de admiradoras —respondió Isabella, apartando la mirada.
— No son admiradoras, Isabella. Eres tú la que me importa. ¿Qué te preocupa? —insistió Alexander, capturando su atención.
— ¿Qué te importa? —replicó Isabella, frunciendo el ceño.
Alexander suspiró, acercándose más.
— Te noté distante. No me gusta verte así. ¿Sucedió algo? —preguntó con genuina preocupación.
— ¡Quizás deberías disfrutar más de la atención que recibes y dejar de preocuparte por mi estado de ánimo! —exclamó Isabella, dando un paso atrás.
— Isabella, no te entiendo. Si hay algo mal, quiero saberlo. —Alexander cruzó los brazos, esperando una respuesta honesta.
— ¡Está bien! ¡Está bien! ¿Contento? —Isabella finalmente cedió ante la presión, admitiendo con voz fuerte—. Estaba celosa de esas mujeres que te rodeaban. ¡Celosa!
Alexander no pudo evitar soltar una risa suave.
— ¿Celosa? ¿De verdad?
— ¡No te burles! —protestó Isabella, cruzándose de brazos.
Alexander se acercó a ella, colocando una mano en su mejilla.
— Isabella, no tienes que preocuparte. Yo solo tengo ojos para ti —respondió Alexander, suavizando su expresión—. ¿Puedo demostrártelo?
Isabella asintió, y en ese jardín repleto de flores y bajo el manto de las estrellas, los corazones de ambos se revelaron. Un beso, dulce y apasionado, marcó el inicio de un nuevo capítulo en sus vidas, donde los celos se disolvieron en la promesa de un amor que enfrentaría cualquier desafío.
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