Una noche estrellada se desplegaba sobre el castillo real de Valyria cuando Isabella, acompañada por el imponente dragón, decidió alejarse de las intrigas de la corte y sumergirse en el misterioso abrazo del cielo nocturno. Se abrazaron las sombras del bosque a lo lejos, testigos silentes de la conexión entre la princesa y la criatura alada.
Montada sobre el lomo del dragón, Isabella sintió la suave brisa acariciar su rostro mientras ascendían hacia las alturas. Valyria se extendía debajo de ellos como un tapiz de luces titilantes, y pronto, el ruido del castillo quedó atrás, reemplazado por el susurro del viento y el palpitar del corazón del dragón.
— Isabella, ¿Me oyes?—una voz de pronto resonó en la mente de Isabella, sacándola de su silencio y calma, sorprendiendola.
— ¿Quien eres? — Preguntó curiosa.
— Soy el dragón en el cuál estás volando, mí nombre es Rudeus.
— ¿Cómo es que puedo escucharte? —preguntó Isabella, sus palabras resonando en su mente.
Una voz profunda y resonante respondió en sus pensamientos.
— La conexión entre los dragones y los herederos de Valyria permite la comunicación telepática. Somos uno en este vínculo antiguo.
— Así que... ¿Rudeus? —preguntó Isabella, intrigada por el nombre que resonaba en su mente.
— Así me llaman en la lengua de los dragones. Es un honor servirte, Isabella.
El vuelo continuó sobre los paisajes nocturnos, y mientras avanzaban, Isabella compartió sus pensamientos y sueños con Rudeus. Habló de los anhelos de un reino unido y la esperanza de superar las adversidades que enfrentaban.
— ¿Sabes, Rudeus? A veces sueño con Valyria antes de su declive. Me pregunto cómo sería si los dragones no hubieran desaparecido, si la armonía entre humanos y dragones hubiera perdurado.
La respuesta resonó en su mente, tejiendo una narrativa visual con la magia de las palabras.
— Permíteme mostrarte, Isabella, los recuerdos que yacen en el corazón de Valyria.
Con un destello de luz, las imágenes se desplegaron en la conciencia de Isabella. Vio el reino como un Edén resplandeciente, donde dragones danzaban en los cielos, sus alas destellando con colores vibrantes. Humanos y dragones compartían un lazo inquebrantable, trabajando juntos para construir un reino de paz y prosperidad.
Los ríos de Valyria fluían con aguas cristalinas, y los bosques rebosaban de vida. Ciudades y aldeas se erguían en armonía con la naturaleza, un testimonio de la colaboración entre dos razas aparentemente dispares. En ese tiempo ancestral, los dragones eran guardianes benevolentes del reino, compartiendo sabiduría y fuerza con los humanos.
No obstante, la narrativa se tornó oscura mientras Rudeus mostraba el desvanecimiento de esa utopía. Un conflicto inesperado se desató, llevando a la desaparición de los dragones de Valyria. Imágenes de batallas y traiciones se intercalaban, revelando un relato de pérdida y dolor.
— La relación entre humanos y dragones fue fracturada por fuerzas desconocidas. Decidimos retirarnos para preservar la paz, pero dejamos un rastro de magia y sabiduría para guiar el futuro de Valyria.
La revelación dejó a Isabella contemplativa mientras el vuelo continuaba. La historia de los dragones y la antigua reina se desvanecía en las estrellas que decoraban el cielo nocturno.
— Valyria anhela un nuevo amanecer, Isabella. Tu destino está entrelazado con la restauración de esa gran perdida. En tus manos descansa la posibilidad de reunir lo que una vez se desgarró.
Las palabras de Rudeus resonaron con un propósito profundo mientras Valyria se extendía ante ellos, un reino en espera de renacer de las sombras del pasado. Isabella, con una determinación renovada, miró hacia el horizonte, donde las estrellas danzaban en una sinfonía de promesas y desafíos.
El vuelo, ahora imbuido de significado y revelaciones, continuó hacia el futuro incierto, donde Isabella y Rudeus se convertirían en arquitectos de la esperanza para Valyria.
Mientras Rudeus y Isabella surcaban el cielo estrellado, una luz titilante se manifestó entre las sombras de los árboles del bosque. Intrigados, descendieron en un suave planeo hacia el origen de esa luminiscencia misteriosa.
Al posarse en el suelo del bosque, Isabella y Rudeus se encontraron con un grupo de individuos cuyas miradas revelaban una lealtad al enemigo, el rey Ragnor. Las sombras danzaban en sus rostros mientras discutían planes en voz baja.
— ¿Qué están tramando? —susurró Isabella, observando con cautela.
Rudeus, con su presencia imponente, captó fragmentos de sus conversaciones. Descubrieron que eran desertores de Valyria, convencidos por el rey Ragnor para infiltrarse en el reino y sembrar discordia desde adentro. Un plan maestro que amenazaba la estabilidad que Isabella y Alexander intentaban restaurar.
— Isabella, estos hombres son herramientas de la oscuridad, maquinando en las sombras contra Valyria —advirtió Rudeus en su mente, su voz resonando con urgencia.
Los planes de los desertores se revelaron ante ellos: planeaban infiltrarse en el castillo real, aprovechando las grietas que la desconfianza y la inestabilidad habían generado. La noticia llenó a Isabella de determinación, y su mirada se cruzó con la de Rudeus, ambos compartiendo un entendimiento silencioso.
— No permitiré que el reino sea víctima de sus maquinaciones. Debemos advertir a Valyria y detener esta amenaza antes de que se despliegue —declaró Isabella, su voz resonando con la autoridad de quien acepta la responsabilidad.
Rudeus, con la sabiduría de los siglos, asintió. Juntos, emprendieron el vuelo de regreso hacia Valyria, decididos a proteger el reino de las sombras que amenazaban con nublar su futuro. La luz de las estrellas iluminaba su camino, marcando el inicio de una nueva misión para Isabella y su fiel compañero alado.
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