Tormenta de Emociones

La penumbra envolvía a Valyria mientras Alexander, con los ojos anegados en lágrimas, se arrodillaba junto a Isabella. Su corazón latía con un pesar abrumador, y en la penumbra de la noche, las palabras de Isabella resonaban como una melodía triste.

— Alexander, la venganza es un fuego que solo consume. No dejes que tu corazón se oscurezca por el odio. Mira lo que la sed de venganza hizo a Ragnor.

Isabella, herida y frágil, buscaba consolar a su amado en medio de la tragedia. Entre sus débiles susurros, dejó escapar el pesar de los sentimientos no expresados.

— Me arrepiento de no haberte dicho antes lo que siento por ti. Te amo, Alexander.

Las palabras resonaron en el silencio nocturno, creando un eco de despedida. Antes de que Alexander pudiera responder, la conciencia de Isabella se desvaneció en la oscuridad, su vida escapándose con cada latido de su corazón.

— ¡Isabella! —el grito de Alexander se perdió en la inmensidad de la noche.

Ragnor, impasible, emergió de las sombras con una revelación amarga.

— Su tiempo se agota, guerrero. Se despedirá de este mundo en minutos. ¿Qué harás?

La mirada de Alexander se llenó de ira, una llama avivada por la pérdida y la desesperación. Con determinación, juró venganza.

— Pagarás por esto, Ragnor. No quedará piedra sin remover.

Ragnor, casi con lástima, observó al desconsolado guerrero. La rabia de Alexander se manifestó en un ataque desenfrenado, pero Ragnor, con calma, esquivó cada golpe.

— La furia nubla tu juicio, Alexander. ¿Ves a dónde te lleva la venganza?

Sin embargo, la ira de Alexander no conocía límites. En su frenesí, perdió el control, ofreciendo a Ragnor la ventaja de la calma. La espada de Ragnor no buscó la muerte de Alexander, solo su rendición.

— Detente, Alexander. La venganza no es la respuesta.

La noche, testigo de esta danza de emociones, se llenó con el clamor de espadas chocando y los ecos de un guerrero perdido en su propia tormenta de sentimientos.

Las palabras de Alexander, entre sollozos y rabia, resonaron en la noche cargada de pesar:

— ¿Y eso lo dices tú? ¿El que juró venganza y destruyó vidas inocentes? ¡No tienes derecho a decir que la venganza no es la respuesta!

Ragnor, con una mirada seria, respondió en un tono más calmado:

— Tienes razón. No soy nadie para decirlo.

Las confesiones quedaron suspendidas en el aire, tejiendo un manto de silencio que abrazaba la tristeza y el arrepentimiento. Alexander, derrotado y desgarrado por la pena, miró fijamente a Ragnor, buscando en sus ojos algún rastro de redención, pero no lo encontró. Solo encontró unos ojos llenos de maldad.

En un momento de descuido, Alexander perdió el control, y la espada de Ragnor se movió con precisión, desarmándolo. El suspiro del acero cortando el aire se mezcló con el lamento de la noche. Ragnor, mirando a Alexander, dijo con calma:

— Tu ira te consume, Alexander. Necesitas encontrar la paz.

La tensión flotaba en el ambiente mientras Ragnor, confiado en su triunfo, llamaba a sus dragones. Sin embargo, la noche aún guardaba sorpresas. A gran velocidad, como una ráfaga de viento, llegó Rudeus, el dragón de Isabella. La majestuosidad de la criatura contrastaba con la tragedia que se desplegaba.

Isabella yacía en el suelo, su figura iluminada por la luz de las estrellas. Rudeus, al verla en ese estado, mostró un arrepentimiento tardío. Alexander, perdido en el pesar de la pérdida, no se percató de la amenaza que se acercaba.

— Demasiado tarde… —murmuró Alexander, sin notar que Ragnor se aproximaba con su espada.

Isabella, en ese momento, parecía estar en un estado entre la vida y la muerte. Su corazón aún latía, pero la falta de respiración indicaba que su alma pendía de un hilo.

En medio de la luz que danzaba a su alrededor, Isabella se encontró envuelta en un silencio atemporal. La energía ancestral fluía a través de ella, conectándola con una fuerza que iba más allá de su comprensión. En ese momento de quietud, los pensamientos de Isabella se volvieron un laberinto de reflexiones.

¿Había tomado decisiones correctas? ¿Había errado al darle una oportunidad a Ragnor? Mientras la guerra rugía a su alrededor, su mente se sumergió en un océano de recuerdos, evaluando cada elección que la condujo hasta este punto.

— ¿Este es mi último momento? —se preguntó en susurros, como si las palabras fueran absorbidas por la luminosidad que la rodeaba.

En ese instante, una voz resonó en su mente, una voz que llevaba consigo la sabiduría de eras incontables. Era la voz de la antigua reina, la primera de Valyria y soberana de los dragones. Un eco de su esencia perduraba en Isabella, y su voz se alzó como un susurro ancestral:

— Isabella, no temas. Tu hora aún no ha llegado. Hay un propósito más grande que te aguarda.

Isabella, sorprendida y fascinada, se sumió en la conexión con esa voz antigua. La reina del pasado habló de los grandes poderes que Isabella estaba destinada a heredar, de la llama que ardía dentro de ella, un legado que trascendía a través de las generaciones.

— Eres la heredera de la llama antigua, un vínculo entre las eras. En tu ser reside el poder de la reconciliación y la renovación. La llama no solo arde para destruir, sino también para purificar y crear.

Isabella, asimilando estas revelaciones, se sintió imbuida de un conocimiento ancestral. La reina le habló sobre la responsabilidad que recaía sobre sus hombros y la elección que debía tomar en el camino que se desplegaba ante ella.

— Valyria, el reino de los dragones, necesita un líder que guíe con compasión y sabiduría. Tu corazón, Isabella, es la clave para el equilibrio entre la luz y la sombra. No temas abrazar tu legado, y recuerda que la llama puede ser una fuerza de creación y renovación.

Mientras las palabras de la antigua reina resonaban en su ser, Isabella comenzó a comprender la magnitud de su destino. Aún inmersa en la luz que la envolvía, se dispuso a regresar al mundo que enfrentaba la tormenta de la guerra. Su corazón palpitaba con una determinación renovada y un propósito que trascendía el conflicto actual.

— ¿Me guiarás? —preguntó Isabella con reverencia, buscando la conexión con la presencia antigua.

— Siempre estaré contigo, Isabella. Tu llama es eterna.

Con esas palabras, Isabella regresó al mundo exterior, su ser ahora resonando con una fuerza ancestral que la llevaría a través de los desafíos que aún aguardaban. La guerra continuaba, pero en su interior, la llama antigua brillaba con una luz renovada.

Volviendo al exterior. Desesperado por la pérdida, Alexander no percibió la sombra que se cernía sobre él.

Ragnor, con su espada en alto, se burló:

— Ha muerto tu princesa. No me sirve que tú vivas con la sed de venganza que acaba de surgir en tu corazón.

La espada descendía hacia Alexander, quien, rendido ante la pérdida, deseaba morir junto a su amada. Pero en el preciso instante en que la espada estaba a punto de tocar su cuello, una explosión de energía emergió del cuerpo de Isabella.

Era la energía de la antigua reina de los dragones, una llama ancestral que sanaba sus heridas y la devolvía a la vida. La noche se llenó de luz mientras Isabella, renaciendo de las cenizas, cuál ave fénix, abría los ojos, su energía ahora imbuida de un poder antiguo.

Isabella, de pie y rodeada por una luz tenue, miró a su alrededor con ojos revitalizados. Su respiración volvió, pero no era la misma Isabella que antes yacía en el suelo. Ahora, una fuerza ancestral la envolvía, manifestándose en la luz que danzaba a su alrededor.

Alexander, atónito y lleno de emociones encontradas, se acercó a ella con temor y asombro. Isabella, con una mirada serena, pronunció palabras que resonaron en el aire cargado de magia:

— La llama de la antigua reina me ha devuelto a la vida. La oscuridad no prevalecerá.

Mientras tanto, Ragnor observaba, sorprendido por el giro de los acontecimientos. La ventaja que creía tener se desvanecía ante el resplandor de la energía de Isabella. Rudeus, el dragón, miraba con atención, también asombrado por la transformación de su compañera.

Isabella, ahora imbuida de poder, se volvió hacia Ragnor con una mirada que reflejaba determinación y compasión.

— Esta guerra terminará. Aún hay tiempo para elegir un camino diferente, Ragnor. No permitas que la sombra oscurezca tu corazón. ¿O acaso ya no hay luz? ¿Acaso ya no hay amor en tu corazón? Dime

Las palabras de Isabella, cargadas de un eco ancestral, flotaron en la noche. La guerra, por un instante, quedó suspendida entre la luz y la oscuridad, mientras los destinos de los reinos se entretejían en el lienzo de la historia antigua.

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