El resplandor de la energía ancestral que envolvía a Isabella llenaba el campo de batalla con una luz intensa y cargada de significado. Rudeus, el dragón, observaba con asombro a su compañera, cuyos ojos brillaban con la esencia de la antigua reina.
Ragnor, ante este giro inesperado, intentó mantener su semblante imperturbable, pero la inquietud se reflejaba en sus ojos. La guerra, una danza caótica de acero y fuego, se suspendió en un instante, mientras los dragones, testigos de la transformación de Isabella, aguardaban en una pausa incierta.
— ¿Qué eres tú? —inquirió Ragnor, su voz resonando con una mezcla de curiosidad y temor.
Isabella, ahora imbuida de la sabiduría de la antigua reina, se dirigió hacia Ragnor con pasos firmes y la mirada llena de compasión.
— Soy Isabella, heredera de la llama antigua y reina de los dragones. La oscuridad no puede apagar la luz que arde en mi interior.
Ragnor, desafiante, intentó recuperar el control de la situación.
— No permitiré que tus artimañas cambien el rumbo de esta guerra. ¡Dragones, ataquen!
Sin embargo, algo inesperado ocurrió. Los dragones, que antes eran leales a Ragnor, permanecieron en silencio, ignorando sus órdenes. La incredulidad se reflejó en el rostro de Ragnor, mientras observaba impotente cómo sus aliados alados se negaban a obedecer.
— ¿Qué estás tramando, Isabella? —preguntó Ragnor, sus ojos buscando respuestas en los de ella.
Isabella, con serenidad, respondió:
— No estoy tramando nada. Simplemente, los dragones han reconocido la verdad. Soy su reina legítima.
La verdad resonó en el aire como un eco ancestral. Los dragones, seres majestuosos de poder inconmensurable, se alineaban ahora con Isabella, reconociéndola como su líder indiscutible. Ragnor, enojado y desconcertado, intentó recuperar el control.
— ¡Es una traición! ¡Les di la lealtad y la promesa de poder! —gritó Ragnor, pero su voz quedó ahogada por la indiferencia de los dragones.
Uno a uno, los dragones se movieron hacia Isabella, inclinando sus cabezas en un gesto de sumisión y respeto. Rudeus, el primero en unirse a ella, dejó escapar un rugido que resonó en toda la extensión del campo de batalla.
— Los dragones han hablado, Ragnor. La lealtad que buscabas ya no les pertenece. Ahora, ¿te rendirás o persistirás en la oscuridad? —preguntó Isabella, ofreciendo una oportunidad de redención.
Ragnor, furioso y derrotado, buscó una salida entre las sombras que se cernían sobre él.
— Esto no ha terminado, Isabella. Aún hay fuerzas que no controlas. Tu reinado será efímero.
Sin embargo, Isabella, con sabiduría ancestral, respondió con calma:
— La luz siempre prevalecerá sobre la oscuridad, Ragnor. Y ahora, ¿qué camino elegirás?
La guerra, suspendida entre el antiguo y el nuevo orden, aguardaba la decisión de Ragnor. Los dragones, una vez aliados a su causa, ahora seguían a su reina legítima.
La desesperación se reflejaba en los ojos de Ragnor mientras, privado del apoyo de los dragones, buscaba frenéticamente otras vías para mantener su lucha. En las sombras del campo de batalla, entre sus seguidores leales, se tejían diálogos intensos y estrategias en juego.
— Necesitamos reorganizarnos, encontrar puntos débiles en sus líneas. ¡Ragnor, aún podemos ganar esta guerra! —exclamaba uno de sus comandantes, tratando de insuflar algo de esperanza en el corazón desgarrado de su líder.
Ragnor, sin embargo, luchaba contra la marea de la derrota. La traición de los dragones, su fuerza principal, dejaba a su ejército en una posición vulnerable. Entre sus pensamientos turbios, la figura de Isabella, ahora reina de los dragones, se alzaba como un espectro de poder indomable.
Mientras tanto, Isabella, envuelta en la luz de la antigua reina, contemplaba la magnitud de su nueva responsabilidad. Los pensamientos como reina de los dragones se entrelazaban con la guerra que se desplegaba a su alrededor. La llama ancestral le confería sabiduría y fuerza, pero también la pesada carga de liderar a las criaturas aladas que ahora reconocían su autoridad.
— ¿Puedo ser la líder que necesitan? —se preguntaba Isabella, sus ojos reflejando la dualidad de su papel como guerrera y gobernante.
Los dragones, a su alrededor, esperaban indicaciones. Su lealtad no solo era un vínculo de obediencia, sino también de respeto por la llama que arde en el corazón de Isabella. Ella, decidida, se dispuso a guiarlos con sabiduría y compasión.
Mientras tanto, en otra parte del campo de batalla, apareció la hija de Ragnor, escoltada por guardias y su nana. La sorpresa y el temor se reflejaron en el rostro de Ragnor al verla en medio de la carnicería de la guerra.
— ¡Mi señor! —exclamó la nana, con voz temblorosa—. Trajimos a la señorita, exigió verlo con urgencia
La hija de Ragnor, con valentía que contrastaba con la fragilidad de la guerra, se acercó a su padre.
— Padre, ¿cómo puedes permitir esto? Esto no es el camino de la redención. La venganza y el odio solo nos consumirán a todos.
Ragnor, conmovido por la aparición de su hija, se esforzó por encontrar palabras en medio del torbellino de emociones.
— Hija, no deberías estar aquí. Esto no es lugar para ti.
— Y tampoco debería serlo para ti, padre. ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar por la sed de venganza? ¿No ves que nos estás destruyendo a todos?
La hija de Ragnor, con firmeza, instó a su padre a abandonar la senda de la destrucción.
— Paga por tus pecados, padre, pero no sigas este camino oscuro. Yo siempre estaré aquí para apoyarte en tu búsqueda de redención.
Ragnor, mirando los ojos llenos de determinación de su hija, sintió que una carga pesada se alzaba sobre sus hombros. Las palabras de la niña resonaron en su alma, tocando fibras que la guerra había oscurecido.
— ¿Qué he hecho? —murmuró Ragnor, sus ojos buscando respuestas en el tumulto de la batalla.
Decidiendo ceder ante la luz que se filtraba a través de la oscuridad, Ragnor entregó su espada y se rindió ante aquellos que antes consideraba enemigos. La guerra, al menos para él, llegaba a su fin. La hija de Ragnor, con lágrimas en los ojos, le sonrió, sabiendo que, a pesar de todo, su padre tenía una oportunidad de encontrar redención.
La batalla continuaba, pero en el corazón de este conflicto, se forjaban destinos entrelazados, tejiendo una narrativa de guerreros, dragones y redención.
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