En la concurrida plaza de Valyria, los susurros de descontento fluían como una marea oscura. La gente, congregada entre los puestos del mercado y los callejones empedrados, compartía relatos que habían crecido como maleza en el corazón del reino.
— ¿Escucharon el último rumor? Dicen que en aquella misión, el rey los envió a la muerte sin un plan real. ¡Como ovejas al matadero!
Las voces indignadas resonaban sobre el bullicio cotidiano. Los rostros en la multitud reflejaban incredulidad y furia ante la posibilidad de que el monarca hubiera sacrificado a su propio ejército sin consideración.
— ¿Un plan? ¡Ni siquiera tenían una estrategia clara! Fueron peones en su juego, nada más.
Las palabras, como sombras arrojadas sobre el suelo, flotaban en el aire. Los rumores habían adquirido vida propia, convirtiéndose en una verdad percibida por aquellos que, indignados, buscaban explicaciones para la tragedia que se había desencadenado.
— Deberíamos cuestionar su liderazgo. No es posible que el rey los haya conducido a la muerte sin razón alguna.
Los murmullos se transformaron en discusiones animadas. La desconfianza hacia el monarca se extendía como una sombra que se apoderaba de la confianza que la gente había depositado en él.
— Mis primos, soldados en esa misión, Perdieron la vida ¿Por la ambición del rey?
El descontento fermentaba, alimentado por el misterio y la incertidumbre. Las sombras de la traición y la irresponsabilidad se cernían sobre el reino, oscureciendo la fe que la gente tenía en su liderazgo.
En las tabernas, los tertulianos repetían historias de la misión sin rumbo y soldados enviados como peones en un tablero de ajedrez. La indignación bullía como una olla a punto de desbordarse.
— ¡Basta ya! Debemos exigir respuestas. No permitiremos que el rey juegue con nuestras vidas como si fuéramos marionetas en sus manos.
Las pláticas en las calles se transformaban en un murmullo constante, un eco del descontento que resonaba en los rincones más alejados de Valyria. Las sombras de la desconfianza se alzaban, amenazando con oscurecer el reinado del monarca cuestionado.
La plaza, una vez llena de actividad y comercio, se convertía en el epicentro de un malestar que se propagaba como una enfermedad. Los ciudadanos, antes unidos bajo el estandarte del rey, ahora se encontraban divididos por el veneno de los rumores.
En el corazón del reino, la sombra de la traición se alzaba, desafiando la lealtad de aquellos que, en su indignación, buscaban respuestas y justicia. Mientras la verdad permanecía oculta en el laberinto de engaños y murmullos, la llama del descontento ardía, lista para consumir la confianza que alguna vez se tuvo en el rey de Valyria.
En las calles atestadas de Valyria, Alexander e Isabella avanzaron con determinación, acompañados de un puñado de soldados leales. Se dirigían hacia la plaza, donde los murmullos de descontento habían creado una atmósfera tensa.
— Necesitamos poner fin a estos rumores antes de que la desconfianza se arraigue más —dijo Alexander, su expresión seria mientras se abría paso entre la multitud.
En el centro de la plaza, Isabella tomó la palabra, su voz resonando sobre el murmullo inquieto.
— Ciudadanos de Valyria, escúchennos. Sabemos que los rumores han nublado sus mentes, pero hay verdades que deben ser reveladas.
Explicaron con fervor los eventos de aquella batalla, subrayando que la misión había sido una trampa ingeniosa del enemigo. Sin embargo, los rostros en la multitud reflejaban escepticismo, la semilla del descontento ya sembrada.
— El rey envió a la muerte a sus fieles soldados sin un plan claro. ¿Cómo podemos creerles después de lo que hemos perdido?
La desconfianza persistía, como una sombra persistente que se aferraba a los corazones de la gente. Alexander e Isabella, aunque intentaban desmentir los rumores, sentían que la oscuridad de la desconfianza se cernía sobre ellos.
— El rey no ha salido a dar la cara. ¿Por qué no responde directamente a estas acusaciones?
La pregunta flotó en el aire, sin una respuesta clara. La gente, frustrada, clamaba por la presencia del rey, ansiosa por que diera explicaciones directas.
— No somos sus enemigos. Buscamos la verdad y la justicia tanto como ustedes. Pero necesitamos la cooperación de todos para enfrentar los desafíos que se avecinan.
Los intentos de Alexander e Isabella por disipar la tormenta de desconfianza no lograron calmar por completo las aguas agitadas en la plaza. La sombra de la incertidumbre persistía, y la demanda de respuestas directas del rey resonaba en cada rincón del reino de Valyria.
En las sombrías estancias del castillo, Alexander e Isabella intercambiaron miradas de frustración. La multitud no estaba lista para escuchar sus explicaciones, y la desconfianza persistía. Decidieron retirarse, conscientes de que necesitaban un nuevo enfoque para calmar las aguas turbulentas en Valyria.
De vuelta al castillo, reunieron a sus leales consejeros y comenzaron a trazar un plan para enfrentar la creciente desconfianza en el reino. La sala de estrategia, iluminada por velas titilantes, se convirtió en el epicentro donde las mentes agudas de Alexander e Isabella se fusionaron para buscar soluciones.
Días pasaron en debates y planificación, mientras las tensiones en Valyria continuaban su crecimiento. Ragnor, en su trono oscuro, también enfrentaba nuevos desafíos.
En las profundidades heladas de Zalazar, Drakoth, el dragón, había conseguido la llave para desentrañar los misterios de las ruinas congeladas. La noticia llegó a Ragnor como un susurro de viento gélido, desencadenando una chispa de anticipación en sus ojos grises.
— Drakoth, mi fiel compañero, has abierto el camino a la antigua ciudad de Drakon. ¿Qué secretos aguardan en su seno?
El dragón, majestuoso y poderoso, rugió en respuesta, como si la emoción del descubrimiento resonara en su propia esencia. Ragnor, intrigado y ambicioso, se preparó para explorar las profundidades de Drakon, donde los susurros del pasado se alzaban como un eco persistente en la gélida quietud.
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