La dualidad de Ragnor

En la cúspide del castillo de Ragnor, un monarca de cabello ébano y ojos grises se erguía en su trono oscuro. Su barba trenzada y su vestimenta oscura con detalles dorados le conferían una apariencia regia y siniestra. Rodeado por la penumbra, sus manos enguantadas y anillos oscuros revelaban una ambición implacable.

En lo más profundo de las sombras se celebraba una reunión clandestina entre el rey y sus aliados. La sala, decorada con tapices oscuros y una mesa de madera maciza, era el escenario donde los hilos de la conspiración se entretejían.

Ragnor, sentado en un trono sombrío tallado con motivos de dragones, observaba a sus secuaces con ojos que destilaban ambición y astucia. Su figura imponente se destacaba contra el fondo de las cortinas que ondeaban con el viento de la noche.

— Informen. ¿Cómo va nuestro plan para desestabilizar Valyria? —inquirió Ragnor, su voz profunda resonando en la sala.

Uno de sus aliados, un noble con vestiduras suntuosas, se adelantó con una expresión maliciosa.

— Los hombres que enviamos a Valyria llevaron a cabo su papel a la perfección. Creen que estamos infiltrando el reino con aliados de otros lugares. La confusión está sembrada entre sus filas.

Ragnor esbozó una sonrisa fría, sus ojos chispeaban con malicia.

— Excelente. Que Valyria crea que enfrentará amenazas desde todos los frentes mientras nosotros consolidamos nuestro poder desde dentro.

Sin embargo, la satisfacción en el rostro de Ragnor se desvaneció cuando otro de sus aliados, un hechicero con túnicas oscuras, tomó la palabra.

— Pero mi señor, hay algo que debemos discutir. El pacto que hizo con el dragón nos ha brindado ventajas, pero aún no podemos estar seguros de su total lealtad.

Ragnor frunció el ceño, su ceño acentuándose en una mezcla de frustración y preocupación.

— ¿A qué te refieres?

El hechicero señaló un mapa desplegado sobre la mesa, destacando la región de Zalazar.

— Su dragón ha arrasado con todo a su paso, proclamándolo a usted rey de Zalazar. Sin embargo, hay indicios de que su lealtad podría no ser tan inquebrantable como creemos.

Ragnor apretó los puños, sintiendo la inquietud crecer en su pecho.

— ¿A qué te refieres con indicios?

El hechicero bajó la voz, como si temiera que las sombras mismas pudieran traicionar sus palabras.

— Aún no tiene un control total sobre el dragón. Hay momentos en los que parece actuar por voluntad propia, como si una conexión más antigua y poderosa intentara reclamarlo.

La sala quedó en un silencio tenso. Ragnor, a pesar de su apariencia segura, sentía las semillas de la duda germinar en su mente.

— Eso es imposible. Firmamos un pacto. El dragón me servirá.

Los aliados intercambiaron miradas cautelosas, conscientes de que la magia y los pactos podían tener consecuencias inesperadas.

— Mi señor, solo le informamos para que esté alerta. La magia de los dragones es antigua y poderosa. Debemos ser cautelosos con lo que desencadenamos —aconsejó el hechicero.

Ragnor, en un rincón oscuro de su corazón, temía que las sombras que él mismo convocaba pudieran volverse en su contra.

La duda se agitaba en el aire mientras Ragnor, absorbía las sombrías revelaciones de sus aliados. La magnífica sala, ahora cargada de tensión, temblaba bajo el peso de las palabras no dichas.

El rey se levantó de su trono, su capa ondeando detrás de él como un espectro que se cierne en las sombras. Sus ojos grises centellearon con una mezcla de ira y ansiedad.

— No permitiré que mi pacto con el dragón se desmorone. Él me servirá, o enfrentará las consecuencias —declaró Ragnor, su voz ronca resuena en la sala.

Los aliados asintieron, aunque la sombra de la duda persistía. Ragnor, sin embargo, no dejaría que esta incertidumbre desviara su visión de la conquista que tenía ante sí.

— Volvamos a nuestro plan. Valyria está enredada en nuestras artimañas, y pronto será presa de su propia confusión. Pero debemos asegurarnos de que nuestro ejército esté listo antes de que desatemos todo nuestro poder.

La junta continuó, pero las sombras que se cernían sobre el rey no se disiparon. Sus pensamientos se perdieron en la vastedad de su reino, donde la oscuridad y el poder chocaban en una danza sutil pero peligrosa.

El castillo resonaba con la conspiración urdida en la sala clandestina. Ragnor, mientras avanzaba por los pasillos, sentía la inquietud acechándolo como una sombra insidiosa. Su dragón, poderoso y majestuoso, parecía ser el nexo con un pasado que amenazaba con reclamarlo.

Mientras las puertas se cerraban a su paso, Ragnor, se sumía más profundo en las sombras que él mismo había conjurado, consciente de que el precio del poder a menudo se pagaba con incertidumbre y traición. El teatro de las sombras continuaba, y su papel como rey estaba lejos de ser un acto final.

En el oscuro corazón del castillo de Ragnor, donde las sombras danzaban en la penumbra, se develaba un rincón impensado de la vida del rey. En una estancia resguardada, iluminada por la luz tenue de antorchas, Ragnor compartía momentos que escapaban de su fachada imperturbable.

La puerta se abrió con un chirrido suave, y en la entrada apareció una pequeña figura de cabellos oscuros y ojos curiosos. La niña, de apenas seis años, irradiaba la misma elegancia que su padre. Corrió con entusiasmo hacia Ragnor, sus risas infantiles llenando el espacio.

— ¡Papá, papá! —exclamó, extendiendo los brazos.

Ragnor, el imponente rey, se transformó en un padre cariñoso al agacharse para recibir a su hija en un abrazo protector. Su rostro severo se iluminó con una ternura que pocos conocían.

— Hija mía, ¿cómo ha sido tu día? —preguntó Ragnor, su voz profunda adoptando una melodía suave al hablar con ella.

— He jugado con las mariposas en el jardín y he visto a Nana tejiendo en la sala. ¡Fue tan divertido! —respondió la niña, sus ojos brillando con la inocencia que solo la infancia posee.

Ragnor la alzó en sus brazos, llevándola hacia una silla junto a la ventana. La pequeña se acomodó en el regazo de su padre, como si aquel rincón fuera el lugar más seguro del mundo.

— Eres mi tesoro más preciado, lo sabes, ¿verdad? —murmuró Ragnor, acariciando con ternura el cabello de su hija.

— ¡Sí, papá! —exclamó la niña con una sonrisa radiante.

En aquel instante, Ragnor, dejó al descubierto su punto débil, su amor inquebrantable por su hija. La sombra de la ambición y la oscuridad se disipaba cuando estaba con ella, revelando una faceta humana detrás del líder despiadado.

El rey compartía historias, jugaba a esconderse detrás de cortinas de terciopelo y, por un breve momento, permitía que la luz de la niñez disipara las sombras de su reino. Aunque sus planes eran tan oscuros como la noche, su corazón se iluminaba en presencia de su mayor debilidad: su adorada hija.

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La Comandante

La Comandante

demasiada filosofía y poca acción

2024-06-15

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