La Nueva Reina: Matrimonio Bajo Sacrificio

Frustración, desespero, ansiedad y el malhumor se entrelazaban en el tumultuoso torrente emocional que embargaba a Lehia en ese preciso instante. La llegada del vestido destinado para su matrimonio la sumergió en un mar de sentimientos conflictivos. Aunque había resignado sus expectativas de casarse, la aceptación de esa realidad no implicaba que estuviera completamente de acuerdo con ello. El escenario de su boda estaba destinado a ser el majestuoso templo que conmemoraba todo lo relacionado con el mundo Diamantino. El templo, radiante bajo los cálidos rayos del sol del veinte de agosto, se erigía como testigo del inminente enlace político. A pesar de que los destellos solares pintaban el cielo con su resplandor, el corazón de Lehia quedaba sumido en una penumbra de tristeza y resignación.

Aquella mañana, saturada de expectación, prometía ser un evento trascendental capaz de alterar el curso de dos reinos: Zafiro y Diamante. La carga política de su matrimonio resonaba en cada rincón del imponente templo, donde se llevaría a cabo una unión destinada a sellar alianzas y forjar destinos.

La tensión se palpaba en el aire, un preludio a la trascendental ceremonia que tendría lugar en el majestuoso templo. El salón de bodas estaba meticulosamente adornado con cortinas de terciopelo blanco, que ondeaban lujosamente en la brisa suave. Las paredes del templo lucían escudos de armas que simbolizaban la unión de ambos reinos, una fusión que resonaría en la historia. El aroma embriagador de las amapolas frescas inundaba el ambiente, mientras un cuarteto de cuerdas proporcionaba la banda sonora, tejiendo una atmósfera solemne y elegante que anticipaba la solemnidad del compromiso que estaba por sellarse.

En medio de la pompa y la circunstancia, Lehia lidiaba con el peso emocional que lastraba su espíritu, mientras el sol brillaba en un cielo que contrastaba con la tormenta interna que la consumía.

— ¿Estás bien, mi niña? — Lehia asintió hacia su doncella Nathalie. — Tú rostro está muy tenso.

— Todo está bien... — respondió ella viéndose al gran espejo.

Aunque su vestido se destacaba por su simplicidad en comparación con las ostentosas prendas que adornaban la ceremonia, no pasaba desapercibido. La seda intensamente azul resaltaba, con bordados de tonalidad más clara que acentuaban su elegancia. No era solo la confección del traje lo que llamaba la atención, sino la belleza natural y la gracia de Lehia, que la hacían parecer una reina recién coronada.

— No parece que estés bien. Estás muy tensa. — le susurró al oído para que nadie más pudiera escuchar. — Relájate, mi niña. Todo estará bien. Mírale el lado positivo; serás coronada reina. ¿No te emociona eso?

— No me emociona para nada ser reina de este lugar. — susurró ella también. — Nadie me quiere en este reino. Me consideran una usurpadora. No me gusta esa sensación.

A pesar de la magnificencia del entorno y la ostentación de los preparativos, los ojos de Lehia revelaban una melancolía oculta, como si la solemnidad del momento le pesara en el alma.

La apariencia majestuosa de Lehia ocultaba una historia más profunda.

— Lehía, puede que parezca difícil, pero... al ser la reina, todos tendrán que aceptarlo. Nadie es capaz de cambiar eso, menos una simple persona de pueblo.

De pronto, la madre de Devvan cruzó el umbral de la habitación, acercándose a Lehia con una sonrisa cálida. Con delicadeza, tomó las manos de la prometida, admirándola con ternura.

— Tengo que admitir que no había imaginado esto en un comienzo — le dijo la madre de Devvan a Lehia — pero eres la mejor persona para mi hijo. Sé que os haréis felices. Tienes una gran belleza.

— ¿Realmente lo cree?

— Sí, Lehia. Tu belleza resplandece.

— ¿Sabe cómo se encuentra Devvanni? La última vez que la vi, ella estaba muy afectada.

— No importa eso ahora. Este es tu día, debemos concentrarnos solo en la boda. No en Devvanni. Ella ahora no importa.

— Ella es su hija. Debería preocuparle más que una simple boda. ¿Por qué son tan duros con ella?

— Ella hizo cosas que nunca debió haber hecho. Lo que está sucediendo es su culpa. Toda la responsabilidad cae sobre sus hombros.

— Ella no es responsable de nada de esto. Solo se enamoró. Algo completamente normal.

— Es normal, pero no en nuestro mundo. Debes tener eso en cuenta, Lehia.

A medida que se desarrollaban esa conversación en la habitación, en el templo, el bullicio de los invitados comenzó a resonar. La alta sociedad se congregaba con sus mejores vestidos y joyas, formando un desfile de elegancia y esplendor. Aristócratas, nobles y personajes importantes llenaban el recinto, marcando la anticipación y la emoción que flotaban en el aire. La llegada de la familia real de ambos reinos añadía un toque de solemnidad al evento. Sin embargo, la ausencia de la novia, Lehia, aún creaba un vacío perceptible en la ceremonia, generando un murmullo de inquietud entre los presentes.

Después de unos eternos minutos de incertidumbre, el suave susurro de sedas y el delicado tintineo de las joyas resonaron en armonía, anunciando la llegada de Lehia frente a la majestuosa puerta del templo. Un silencio tenso se apoderó del lugar, como si el universo entero contuviera la respiración ante el dramático acontecimiento que se avecinaba. Cada mirada en la congregación estaba fija en la princesa. Los murmullos en voz baja se deslizaban entre los presentes, cargados de expectación y curiosidad, mientras todos aguardaban ansiosamente el comienzo de la ceremonia que uniría a dos naciones en un compromiso político. Dos naciones que siempre han vivido bajo el humo negro de la guerra.

En ese momento crucial, Lehia no podía evitar sentir una punzada de resentimiento al vislumbrar a Devvan, consciente de la pérdida trágica que su familia le había infligido a ella.

Mientras tanto, en el altar, Devvan esperaba con una mezcla de ansiedad y temor. A medida que Lehia avanzaba hacia él, su corazón latía con una intensidad desconocida. Los rasgos tensos de su rostro se suavizaron ante la visión de la princesa, como si la conexión entre ambos hubiera trascendido las barreras protocolarias.

A medida que la distancia entre ellos se acortaba, los ojos de Devvan capturaron la esencia misma de Lehia. La fuerza y determinación que emanaban de ella lo cautivaron de una manera que ninguna alianza política había previsto. La conexión entre ambos se volvía más evidente en cada mirada y gesto, revelando una historia que trascendía las obligaciones formales. Finalmente, cuando Lehia llegó al altar, Devvan no pudo evitar sentir que su corazón, anteriormente constreñido por las reglas de la monarquía, había encontrado una razón más profunda.

La pareja, con la mirada elevada, se encontró con la figura del anciano sacerdote que presidía la ceremonia desde el altar. El hombre, observando a Lehia y Devvan con una empatía profunda.

— Hijos míos, este es un momento crucial para ustedes y para sus reinos. Señor y señora, en este punto, ambos dejarán atrás el pasado para forjar una nueva unión. El pasado ya no tiene relevancia; lo que importa es el futuro que construirán juntos. No habrá rastro de dolor, ni de odio, solo amor, perdón y unión. En este momento, sus almas se fusionan en un nuevo matrimonio, dejando atrás todo lo que ya fue.

Las miradas de Lehia y Devvan se cruzaron fugazmente, revelando una amalgama de emociones que resonaba en todos los presentes. Era un instante donde los destinos de dos reinos y dos individuos se entrelazaban de manera irrevocable, marcando un hito en la historia de Zafiro y Diamante.

Aunque los minutos avanzaban, el arzobispo aún no concluía sus palabras. Cada afirmación que pronunciaba resonaba con significado. Los asistentes, especialmente los más sensibles, comenzaban a sentir una fuerte conexión con los recién casados. Las palabras del arzobispo tejían un lazo invisible que unía a todos en ese instante solemne.

— Que el amor y la sabiduría sean la luz que guíe sus pasos. Que el amor sea el epicentro de sus pensamientos, acciones y palabras. Que sea como un manto que los envuelva y proteja, permitiéndoles comprenderse mutuamente en cada momento. Que el amor sea su guía, su sostén y la fuerza que mejore cada aspecto de sus vidas. Que el amor perdure eternamente.

La ceremonia del intercambio de anillos se llevó a cabo con una solemnidad que parecía pesar sobre todos los presentes. Lehia, sintiendo el peso de la situación impuesta sobre ella, sabía que estaba tomando una decisión contraria a su voluntad. Al lado de ella, Devvan también lidiaba con sus propias emociones, pero esta vez, no se sentía obligado; deseaba casarse con la princesa que alguna vez despreció.

— El anillo, símbolo de compromiso, amor, esperanza y futuro. Que este anillo sea una promesa de lo que está por venir, y que el amor eterno colme los corazones de quienes aquí se encuentran. Que estos dos senderos se fusionen en uno solo, una vida compartida repleta de amor, en sintonía con los valores que los dioses nos han enseñado.

Mientras sus caminos se unían, el arzobispo les solicitó una promesa adicional. Una promesa de preservar el amor, la confianza y la esperanza en un lugar sagrado en sus corazones. Se comprometieron a amarse y honrarse mutuamente cada día de sus vidas. El arzobispo, con voz resonante, instó a la pareja a elevar sus mentes y corazones hacia los dioses, solicitando fuerza, sabiduría, amor y perdón. Concluyó pidiendo que nada perturbara la armonía de su hogar, sellando así el pacto matrimonial en una atmósfera cargada de solemnidad y esperanza.

— Los declaro marido y mujer.

Un silencio solemne envolvió la sala, y segundos después, los ecos de los tambores resonaron por todo el recinto, seguidos de un estallido de aplausos que no tardó en inundar el espacio. Lehía, con los ojos cerrados con fuerza, entrelazó sus manos con las de Devvan, quien, ante la complejidad de sus emociones, buscaba la expresión adecuada. Anhelaba abrazar a su recién nombrada esposa, transmitirle que daría lo mejor de sí para ser un esposo excepcional, pero era consciente de que tales demostraciones de cariño no eran bien vistas por la formalidad del entorno.

El siguiente paso marcaba un hito aún más crucial: la coronación de Lehia como la nueva reina del Reino de Diamante. El sonido del cencerro, anunciando este trascendental momento, resonó solemnemente en todo el templo. Devvan se apartó, tomando asiento junto a su padre y ahora suegro, mientras Lehia se volvía hacia la audiencia, erguida y observadora, sintiendo el peso de las miradas que convergían sobre ella. Karena, avanzó hacia ella, realizando una reverencia profunda que marcaba el inicio de una antigua tradición, repetida en cada coronación de una nueva reina en el reino. La corte real y todos los presentes en la majestuosa sala siguieron su ejemplo de manera unánime, inclinando sus cabezas en un gesto de respeto y reverencia. El acto colectivo de reverencia sumió la sala en una atmósfera de ceremonialidad y honor, mientras los susurros y murmullos de los invitados se desvanecían, cediendo lugar a la solemnidad del momento.

En un acto ceremonial cargado de simbolismo, un plato de diamante fundido fue entregado a Karena por una doncella real cuyo rostro se hallaba velado por una suave tela blanca. La sustancia cremosa en el recipiente emanaba un tono resplandeciente, brillando como cristal tallado con destellos fascinantes. Karena tomó con su dedo meñique un poco de la sustancia. Luego, con un gesto suave pero significativo, aplicó el diamante fundido en la piel expuesta de los dos brazos de Lehia. Este rito simbólico, una especie de bendición, marcaba la transición de Lehia hacia su papel como reina consorte de Diamante.

— Tranquila, Lehia. No es veneno. No deseo envenenarte — le susurró Karena solo para ella. — Esto es tradición de nuestro pueblo, y por lo que tengo entendido, también se hace en algunas tribus nativas de tu reino.

— Si, todavía es muy practicado. Me gustaría saber su significado, pero no he tenido tiempo de estudiarlo.

Karena sonrió.

La corona que estaba en su cabeza fue tomado por las manos del sacerdote. En pocos segundos, Lehia estaba a punto de heredar la corona Diamantina, una obra maestra de orfebrería, que estaba adornada con diamantes que relucían formando patrones intrincados y brillantes bajo la luz del lugar. Su belleza impresionante emanaba un aura majestuosa. La corona fue dada a Karena quien con extremo cuidado, la colocó sobre la cabeza de su nuera, ajustándola para que descansara en su lugar con un peso que anunciaba la inminente responsabilidad.

La corona, además de su esplendor, era un recordatorio constante de las expectativas y obligaciones que recaerían sobre los hombros de Lehia. El gesto fue recibido con un aplauso resonante por parte de todos los presentes, un reconocimiento de la transición que estaba teniendo lugar.

Karena tomó la palabra en un tono solemne, destacando el significado detrás de la corona y la piedra de diamantes que Lehia llevaba consigo. Eran símbolos del poder y el estatus, recordándole a Lehia su papel como gobernante de la tierra y protectora de sus recursos naturales. Las palabras de Karena resonaron en la sala, y Lehia sintió el peso de su nuevo papel como reina de Diamante. La corona sobre su cabeza era un constante recordatorio de la responsabilidad que estaba a punto de asumir, así como de la rica historia y tradición que representaba.

— Eres la reina de mi corazón, mi amor. — susurró Devvan en su oído mientras ella se acomodaba a su lado, provocando una dulce sonrisa en sus labios. — Brillas con un resplandor único, mi querida esposa.

— Y tú eres el sol de mi existencia, mi valiente rey. — repuso Lehia, a modo de broma.

— Ojalá no lo dijeras de broma. — Devvan se inclinó hacia ella y la besó.

Después de varios minutos, cuando la ceremonia por fin dios fin, ella se alejó para ir con su padre, quien también se acercó a ella con la intención de abrazarla, Lehia lo apartó con su mano, mostrando una clara resistencia a cualquier muestra de afecto por parte de él.

— No tienes derecho a abrazarme después de forzarme a este matrimonio. — susurró Lehia, su voz apenas audible para ellos dos. — No mereces llamarte mi padre, pero bueno, tampoco puedo ser tan dura contigo.

— Lehia, nunca te forcé a casarte — respondió, manteniendo la calma en su tono de voz.

— Sí lo hiciste. Ahora soy la reina de un reino que me es ajeno a mi. Deberías estar contento, padre; no habrá más guerras.

— Lo lamento mucho hija, pero era por nuestro bien. No quiero morir, no deseo que nadie más lo haga. Tal vez en un futuro, me agradezcas por esto... — Lehia esbozó una sonrisa irónica, mostrando su dentadura perfecta. — ¿No hablarás con tu hermano? El ha estado muy mal desde que te fuiste. No has tenido el descaro de enviarle aunque sea una sola carta.

— No tengo hermanos. No después de las cosas que él optó por decirme. — miro a su hermano quien estaba unos pasos detrás de su padre. — No tengo hermano a menos de que una gran disculpa sea dada a mi persona. Ahora, si me disculpan, debo regresar con mi... esposo. Solo me acerqué para no parecer una mala hija. Ahora debo participar en una tradición patética para mantener las apariencias.

En el mágico Reino de Diamante, cada matrimonio real desataba una tradición encantadora que llenaba el aire de un aire de expectación. La novia, vestida con ropajes dorados que destellaban bajo la luz de las velas, se sumía en la preparación para un baile único y profundamente significativo en honor a su amado esposo. La danza, meticulosamente coreografiada, actuaba como un expresivo lienzo que transmitía los sentimientos más íntimos de la novia hacia su esposo. Cada gesto, cada movimiento de sus manos y cada paso ejecutado revelaban la felicidad y el amor que albergaba en lo más profundo de su corazón. Este baile simbolizaba la unidad de dos almas y la promesa solemne de cuidarse mutuamente en el viaje de la vida que emprendían juntos.

Sin embargo, en la atmósfera que rodeaba la boda de Lehia, se colaban sombras de tensiones y resentimientos. A pesar de que su corazón estaba plagado de dudas y tristeza, se veía compelida a seguir con la tradición impuesta por generaciones pasadas. Durante las dos semanas previas a la ceremonia, se entregó por completo a los ensayos con las talentosas bailarinas del Reino de Diamante. Aunque no mantenía una relación particularmente armoniosa con ninguna de ellas, una de las bailarinas, Ysera Dorotea, energía como una figura especialmente conflictiva a los ojos de Lehia. Percibía en ella una presencia dominante y la sensación constante de que buscaba acaparar la atención de todos a su alrededor.

El proceso de vestirse para el baile no transcurrió precisamente en un ambiente apacible. Las doncellas de Diamante asistieron a Lehia en la colocación del atuendo, pero su atención se desviaba hacia Dorotea, quien sostenía animadas conversaciones con otra bailarina llamada Karina. Las charlas entre las bailarinas eran una amalgama de burlas y rumores, y Dorotea no desaprovechaba oportunidad para mofarse de Lehia. Mientras las doncellas cerraban el broche de plata del vestido de Lehia, las conversaciones entre las bailarinas se intensificaron en un torbellino de chismes y risas.

— Ahora que soy la reina, tengo el poder de decidir el destino de cualquiera de ustedes si lo deseo. — declaró Lehia, su voz resonando con determinación. — No estoy aquí para ser su entretenimiento ni objeto de sus chismes sin sentido. Les aconsejaría que guarden sus lenguas, ya que podrían enfrentar consecuencias desagradables si continúan con estos juegos.

Las palabras de Lehia resonaron en la habitación, creando un silencio que envolvía a las bailarinas, claramente afectadas por la posibilidad de que su nueva reina cumpliera sus amenazas. Algunas de ellas, temerosas, dirigieron sus miradas a Dorotea, esperando ver algún indicio de remordimiento o arrepentimiento en su expresión.

— Lo sentimos. — se disculpó Dorotea, bajando la mirada hacia el suelo. — No volverá a ocurrir, su majestad.

— Así lo espero. — respondió Lehia, su voz aún impregnada de autoridad. Luego, se acercó a Dorotea, quien permanecía en una actitud sumisa, y la examinó con firmeza. — Si descubro que me engañas o persistes en tus burlas, enfrentarás las consecuencias. — añadió, con un brillo extraño en sus ojos oscuros. — ¿Comprendes?

— Sí, su majestad. — respondió Dorotea con humillación.

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Amikela

Amikela

Atrevida/Determined/

2024-02-16

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Bettzi Iseth Nieto Peralta

Bettzi Iseth Nieto Peralta

no quiere casarse pero permite que el otro la bese y la toquetee, y después va y la coge con su hermano y con su papá. hipócrita

2024-02-03

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