Lehia, con un rictus de preocupación marcado en su rostro, recorría incansablemente cada rincón de la lujosa habitación, mientras Leandro la observaba con una mirada llena de confusión y pesar. El calendario mostraba implacable que restaba menos de un mes para que Lehia tuviera que contraer matrimonio con Devvan, un destino que, en su corazón, no deseaba pero que, por circunstancias más allá de su control, debía aceptar. Leandro, en un gesto de consuelo y complicidad, se levantó y rodeó a Lehia con sus brazos, intentando transmitirle calma en medio de la tormenta emocional que la consumía.
— Lehia, no te preocupes, todo va a salir bien. — Lehia lo miro enojada.
— No puedes saber cómo va a salir, Leandro, porque no eres yo. — A pesar de sus palabras, permitió que Leandro acariciara suavemente su brazo, buscando en ese contacto una pequeña dosis de confort en medio de la tormenta emocional. — Es muy fácil decirlo cuando no lo estás viviendo en carne propia.
— Lehia, tienes razón. No puedo saber lo que estás pasando. Pero, aunque no sea lo mismo, te conozco mejor que nadie. Estás increíblemente preparada para enfrentar cualquier desafío que se presente.
— No quiero casarme con un hombre como él. Su personalidad me resulta insoportable, arrogante y, sobre todo, se cree el macho alfa. No es más que un imbécil más en la multitud. A veces, desearía que simplemente desapareciera, que estuviera muerto como lo está mi madre ahora. Quisiera...— Las palabras de Lehia, cargadas de sinceridad y frustración, fluían con amargura.
— No deberías desearle la muerte a nadie, Lehia. — dijo Leandro con un tono de reprobación. — ¿Te gustaría que alguien deseara lo mismo para ti?
— No me importa si lo hacen o no. Me da igual. — La respuesta de Lehia, marcada por la indiferencia, reflejaba su desesperanza. — Si él lo quiere hacer, que lo haga.
— Por los dioses, nunca cambiarás.
— No, Leandro, no cambiaré. De todos modos, no es como si el señor rey se fuera a morir solo porque yo lo diga. — Las palabras de Lehia resonaron con una firmeza inquebrantable. — Por desgracia seguirá vivo y robando oxígeno.
Leandro asintió con una mirada comprensiva y, tomando a su hermana del brazo, la condujo hacia el opulento comedor del castillo. A medida que se acercaban a la gran mesa, Lehia no pudo evitar quedarse maravillada ante la vista de la variada y exquisita selección de platos que se extendían ante ella. La primera cucharada fue un verdadero descubrimiento. Los sabores y texturas, cuidadosamente preparados por los chefs del castillo, la llevaron a una experiencia culinaria completamente nueva y emocionante. Mientras saboreaba las delicias ante ella, Lehia no podía evitar sumirse en pensamientos profundos, especialmente en aquel beso que había compartido con el hombre a quien despreciaba. A pesar de sus esfuerzos por borrar ese recuerdo, su mente insistía en revivirlo una y otra vez, como un bucle sin fin.
Una vez que hubo terminado su cena, Lehia sintió la necesidad de aventurarse más allá y explorar los misterios del jardín del castillo. Para su sorpresa, descubrió una puerta oculta que hasta ese momento había pasado desapercibida. La curiosidad la llevó a abrir la puerta, y se encontró en una cueva semivacía, iluminada por el resplandor de un gran charco de lava ardiente. Sin embargo, lo que realmente capturó su atención fue la majestuosa figura de un león que dormía plácidamente sobre ese charco de fuego. El león, con su presencia imponente, abrió sus ojos y la miró detenidamente.
Inicialmente, sus ojos reflejaban un hambre salvaje, pero al reconocer a Lehia, su mirada cambió por completo. Con gracia y pereza, el león se levantó de su cómoda posición y se acercó lentamente a la joven, quien retrocedió unos pasos con cierto temor y asombro ante la imponente magnificencia de la criatura.
— Princesa, es un verdadero placer volver a verla después de tanto tiempo. — El león habló con una voz dominante. — Sé que es posible que no me recuerde, pero solíamos pasar horas jugando cuando usted era una pequeña niña. Quiero que sepa que estoy a sus órdenes, dispuesto a protegerla y servirle en todo lo que necesite.
Lehia hizo un esfuerzo por recordar y, finalmente, logró traer a su mente aquel valiente león que la había defendido de un secuestrador cuando era apenas una niña indefensa. Una cálida sonrisa se dibujó en su rostro al rememorar aquel día, cuando el recuerdo llegó con claridad a su mente. Los gritos de agonía del hombre que suplicaba al león que se detuviera despertaron algo dentro de ella, algo que no sabía que poseía, pero que le gustaba mucho sentir.
— Oh, Zarbon, es un auténtico placer volver a verte después de tanto tiempo. — dijo Lehia con una mezcla de asombro y alegría en su voz. — Veo que... has crecido bastante desde la última vez que nos vimos. Tu feroz apetito por la carne humana es algo que no ha cambiado, ¿verdad?
— Es mucho mejor que la carne de los demás animales.
El majestuoso león, con su sonrisa juguetona y una mirada inescrutable, pronto captó un cambio en su amiga Lehia. Había algo en ella, una transformación que no podía describir con palabras, pero que podía sentir profundamente. Las emociones de Lehia estaban en un torbellino, pero a la vez emanaba una determinación y autonomía que no pasaban desapercibidas.
— Veo que hay muchas cosas por hablar, princesa.
Mientras tanto, en el gran templo de Hearamin, ubicado en el espléndido Reino de Diamante, los preparativos para la grandiosa boda estaban en pleno apogeo. Los carpinteros trabajaban incansablemente, construyendo una majestuosa tarima de boda que sería testigo de la unión. Los jardineros se esmeraban en embellecer el jardín circundante, asegurándose de que estuviera en su máxima expresión de belleza y exuberancia para la ceremonia que se avecinaba. Mientras tanto, una orquesta de cientos de instrumentos ensayaba con dedicación la interpretación de la marcha nupcial, preparándose para agregar un toque mágico a la celebración. Los cocineros trabajaban arduamente, creando platos y postres exquisitos para satisfacer a los invitados y honrar el evento.
Devvan, se encontraba junto a su madre, quien le impartía consejos sobre cómo comportarse con su futura esposa. Aunque esta unión era principalmente política y carente de amor, Karena, la madre de Devvan, deseaba que al menos su hijo se comportara como un esposo decente.
— Es crucial que demuestres a tu esposa la consideración y el respeto que merece. — le aconsejaba su madre con un tono serio. — Debes escucharla y valorar sus opiniones. No trates de imponer tu voluntad por encima de la suya, pero tampoco permitas que ella intente dominarte. — Devvan asintió con una seguridad que no todos compartían. — Recuerda, tú eres la figura principal en el matrimonio.
— Sí, madre, te lo prometo. No permitiré que ninguna mujer me domine, y mucho menos ella. — respondió, relamiendo sus labios al recordar aquel beso que se dio con su futura esposa.
— Espero que la trates con bondad, Devvan. Hacerle daño a ella sería hacerle daño a ti mismo. — le advirtió su madre con tristeza en la mirada.
— Por supuesto, madre. No tengo intención de maltratar a mi futura esposa. — con un tono de voz tranquilo, respondió a su madre. — No veo motivos para hacerlo si ella coopera. — Su respuesta se impregnó de una indiferencia que no pasó desapercibida.
La reina suspiró profundamente, y su mirada se llenó de tristeza al posarse en su hijo. Para ella, Devvan era un enigma, un rompecabezas humano imposible de resolver por completo. Había momentos en los que demostraba una amabilidad y atención dignas de un auténtico caballero, pero en otros instantes, se transformaba en un ser despojado de emociones, un auténtico salvaje. La reina estaba consciente de que en lo profundo de su ser, en medio de las sombras de su personalidad errática y volátil, residía una chispa de bondad, una luz que a menudo luchaba por brillar.
— No quiero que recurras a la violencia con tu esposa, Devvan. — La voz de la reina, cargada de temor y ansiedad, resonó con inquietud. — No quiero que seas como tu padre. Tienes la capacidad de ser un hombre mejor que un ser violento.
Devvan hizo un esfuerzo por mantener la calma y no fruncir el ceño ante la preocupación de su madre.
— No tienes porqué preocuparte, madre. No tengo intenciones violentas. Soy mejor que eso. No heriría a mi esposa ni a nadie más.
Karena lo miró con atención durante un largo instante y finalmente asintió con la cabeza, vislumbrando un destello de esperanza en sus ojos. Veía la bondad en su hijo, y sabía que él poseía todas las cualidades necesarias para convertirse en un hombre de honor. Sin embargo, una sombra de tristeza invadió su mirada cuando recordó a su propio esposo, un hombre cuyo propósito en la vida parecía ser la destrucción.
La reina no pudo evitar abordar una cuestión que la inquietaba profundamente, una que había notado en su hija Devvanni. Con tono aprensivo, pregunto:
— Devvan, ¿tienes idea de lo que está sucediendo con tu hermana últimamente? Su comportamiento es inusual. No se parece a la Devvanni que conocemos. Pareciera como si estuviera... tiene los mismos síntomas que yo tuve cuando estaba esperando a ustedes. Solo espero que sean meras conjeturas mías y que tu hermana no esté embarazada. Ya sabes cómo es tu padre y la sociedad en general. Un hijo fuera del matrimonio es considerado el peor error que una mujer puede cometer.
Las palabras de la reina dejaron una pesada carga de incertidumbre en el aire. Devvan, luchando con sus propias preocupaciones, no pudo evitar suspirar profundamente mientras la miraba con ojos llenos de compasión y tristeza. La cruel realidad de la situación había caído sobre él, y la idea de que su amada hermana pudiera estar embarazada o no lo estuviera le resultaba inquietante. En silencio, él contempló el impacto que esto tendría en la vida de su hermana y en la reputación de su familia. Se imaginó a sí mismo, a su madre y a su padre, enfrentando el escrutinio y el juicio de la sociedad, incluso si Devvanni no estaba embarazada. La idea de que su hermana se convirtiera en objeto de críticas y murmullos a su alrededor le atormentaba.
— Madre, no quiero dejar que estos pensamientos oscuros nos consuman. Creo que lo mejor sería hablar con Devvanni y preguntarle directamente. Si ella se niega a dar respuestas, entonces podríamos considerar la opción de realizar una prueba de embarazo.
Unas horas más tarde, Devvan se encontraba en una habitación, sumido en sus pensamientos, cuando de repente, la puerta se abrió lentamente. Dos mujeres entraron en la habitación, vestidas con batas sedosas. Devvan las miró con confusión, sin entender por qué estaban allí. Pero en un instante, las mujeres dejaron caer sus batas, revelando sus cuerpos desnudos y cautivadores. La lujuria se apoderó de los pensamientos de Devvan, dejándolo sin palabras.
— Su majestad — susurró una de las mujeres, Lila, con una voz dulce y seductora. —, Su padre nos ha enviado para que le brindemos entretenimiento. — Ambas mujeres se acercaron a Devvan, desatando en él un deseo irrefrenable. — Dijo que usted nos necesitaba.
Sin decir una palabra, Devvan se dejó llevar por el impulso de sus manos, explorando cada curva y contorno de los esculturales cuerpos de las mujeres. Ellas también anhelaban al rey con una pasión desenfrenada. El deseo y la atracción se entrelazaron en esa habitación, creando una atmósfera de intensidad y placer inigualables. A pesar de que Devvan estaba por casarse, sus acciones parecían indicar que no le importaba el compromiso que tenía con Lehía. Consideraba que tenía el poder absoluto de elegir con quién pasar su tiempo, y en ese momento, lo estaba ejerciendo con total libertad.
Mientras sus pensamientos se enfocaban en el deseo y el placer que le proporcionaban las dos mujeres en la habitación, Lehía en su habitación no podía evitar recordar el beso que habían compartido. Ella se encontraba sola y contemplando la brillante luna fuera de su ventana. Llevó sus manos a sus labios, reviviendo mentalmente el suave contacto de los labios de Devvan. La luna brillaba con una fuerza extraordinaria esa noche, iluminando su camino y ofreciendo un reflejo de sus propios pensamientos turbios.
Lehia salió de su habitación, rumbo al jardín del palacio, observando la luna con una mirada llena de interrogantes y emociones. Un suspiro escapó de sus labios mientras se cuestionaba la razón detrás de las complejas sensaciones que la invadían. Se preguntaba si aquel torbellino de emociones que sentía era producto del odio hacia su cruel destino o si, de alguna manera, era una aceptación resignada.
— ¿Por qué me siento de esta manera? — se preguntó en voz alta. El compromiso que la obligaba a casarse con Devvan pesaba sobre ella como una cadena, un deber que, en su corazón, no deseaba cumplir. La presión de las expectativas de su familia y de todo el reino sólo añadía a su conflicto interior. — Madre, donde quieras que estés, dame la fuerza suficiente para no matarlo. — Las lágrimas amenazaron con emerger, pero las reprimió. Sentía un gran desprecio hacia Devvan. Ella se sentía atrapada en un mundo que parecía ajeno a sus deseos y opiniones. — El rey y yo vivimos en mundos totalmente opuestos. Mientras él tiene la devoción de acabar con esta guerra si así lo desea, yo sólo puedo quedarme callada porque no tengo la oportunidad de opinar.
Una gran parte de ella se sentía vacía. Había crecido en un mundo donde según la ideología de la familia real, las mujeres no tenían mucha voz en la toma de decisiones. A pesar de que, en esos tiempos, se consideraba que las mujeres eran capaces de muchas cosas, no eran aceptadas como algo más que adornos para los hombres, y eso era algo que muy a menudo la molestaba como nunca.
En ese momento, su voz reflejaba la frustración y la impotencia que sentía ante la falta de control sobre su propio destino. Miró una vez más a la luna y se formuló una última pregunta:
— ¿Por qué tiene que ser así?
La luz de la luna iluminaba su figura mientras se perdía en sus reflexiones sobre la vida y su futuro. Un murmullo suave de la brisa nocturna era lo único que rompía el silencio. De repente, la voz de un guardia la sorprendió, rompiendo sus pensamientos.
— Princesa Lehia, ¿qué hace aquí sola a esta hora? Si su padre se llega a enterar de que usted anda rondando por el castillo, podría irle mal.
Lehia se giró para enfrentar al soldado, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y determinación. Era el mismo guardia al que tiempo atrás le había pedido ayuda.
— Diré que soy sonámbula y por esa razón terminé en el jardín. — respondió con un dejo de desafío en su voz. Su respuesta desató una pequeña sonrisa en el rostro del guardia.
— ¿Usted cree que su padre le creerá? — Lehia se enderezó con orgullo y miró fijamente al hombre.
— Debe hacerlo. — declaró con firmeza. — Si no me cree, no me interesa. Puedo estar donde quiera y cuando quiera. Puedo estar en todo lugar.
— Tan segura, ¿verdad? — Lehia asintió con una mirada desafiante.
— ¿Por qué no lo estaría? — El guardia se tomó un momento para considerar su respuesta.
— No creo que usted soporte estar en el campo de batalla. — Lehia frunció el ceño ante la mención del campo de batalla.
— Tampoco me gustaría estar en ese lugar. — admitió. Sus palabras revelaron una parte más profunda de sus pensamientos y deseos. Aunque estaba segura de su capacidad para estar en cualquier parte, también era consciente de los peligros y desafíos que implicaba ciertos lugares, como el campo de batalla, que prefería evitar. — No me gustan ese tipo de lugares. Para eso están los soldados y... ustedes los guardias.
La conversación con el guardia había revelado un matiz de la personalidad de la princesa Lehia: su valentía y su determinación, pero también su sensibilidad a las circunstancias peligrosas. Era una joven llena de matices y contradicciones, dispuesta a enfrentar cualquier desafío, siempre y cuando estuviera en sus propios términos.
— Los soldados estamos para mantener el orden al igual que la realeza, princesa. — afirmó el soldado con reverencia, sus palabras cargadas de un profundo sentido del deber y lealtad hacia su reino.
— Cada uno hace lo que le corresponde. — expresó, reconociendo la importancia de cada individuo en el funcionamiento armonioso del reino. Su voz resonó en el tranquilo jardín, impregnando el aire con una sensación de unidad. El soldado, en un gesto de respeto, inclinó ligeramente la cabeza ante la princesa. — Si me disculpas, me iré. Digamos que ha sido un gusto hablar con usted, guardia. — comentó Lehia con un matiz de cortesía antes de dar media vuelta para alejarse.
Mientras la princesa se retiraba con una elegancia natural, el soldado observó su partida con una sonrisa discreta en el rostro. La conversación había dejado una impresión duradera en él. A pesar de que Lehia no era conocida por su amabilidad, tampoco se dejaba llevar por la arrogancia, lo que creaba un equilibrio intrigante en su personalidad. Era ese equilibrio lo que encantaba a hombres de corazón fuerte como él.
Días después, Lehia se encontraba en su habitación, enfrentando una tarea que la atormentaba: medirse el vestido que llevaría en su inminente boda. La suave luz de la tarde se filtraba por las altas ventanas, iluminando la estancia donde yacía el vestido de un azul celeste. Ella contempló el vestido con sentimientos encontrados. Era una creación exquisita, con detalles meticulosos que hablaban de una elegancia intemporal. Pero para ella, ese vestido representaba algo que estaba muy lejos de su propia realidad. Era un símbolo sagrado, el alma inmaculada de una novia que se entregaba al amor y a la vida con inocencia. Sin embargo, Lehia sabía que su alma no encajaba en ese molde.
Esa mirada vacía en el espejo mientras las doncellas ajustaban el vestido revelaba su conflicto interno. Su alma se sentía corroída por la maldad que había presenciado desde niña, el odio que había experimentado y el deseo de venganza que la consumía. Esa noche en el jardín, sus pensamientos se habían desbordado y ahora, mientras se enfrentaba al vestido, esos mismos sentimientos oscuros amenazaban con ahogarla.
La boda con el rey de diamantes se acercaba inexorablemente, y Lehia tenía miedo de eso.
— Lo estás apretando demasiado — le dijo a la mujer frente a ella, su voz cargada de molestia. — Afloja más.
— Lo siento, princesa, no puedo hacer eso.
— ¿Por qué no? — Lehia, con una ceja alzada, no estaba dispuesta a aceptar una negativa.
— El vestido debe quedarle ajustado, dejándole la cintura como una pequeña aguja. — La modista explicó con paciencia. — Es la orden del rey Devvan.
— ¿De qué hablas? Ese tipo de restricciones no se llevan en nuestro reino. Afloja el vestido ya mismo.
— Princesa, el rey Devvan ordenó que debía ser así.
— ¿Le hará caso a alguien que no es tu rey? Debes obedecerme a mí, no a él. ¡Haz lo que te digo ya mismo!
La modista era una mujer tranquila y respetuosa, no le gustaba encontrarse en una situación de tensión. Tragó saliva y se aclaró la garganta antes de hablar.
— Mi señora, esto no es algo en lo que pueda negociar. El rey Devvan no haría caso a mis palabras, aunque las dijera con mucho respeto. Pero si hablas con él...
— Te estoy dando una orden. Cúmplela ya mismo.
El vestido de bodas se convirtió en el símbolo de la tensión que se cernía sobre Lehia, una muestra de su falta de control sobre las decisiones que afectaban su vida. A pesar de la lucha que tenía por delante, estaba decidida a mantener su propia voluntad en este asunto y en todos los demás que afectaran su destino.
— Está bien, princesa. — respondió la modista, demostrando su disposición a seguir las órdenes de Lehia. — Perdón por lo de hace segundos.
Lehia no podía evitar sentir una creciente indignación y la necesidad de tomar el control de su destino. Con determinación, se dirigió al resto de las mujeres en la habitación, señalándolas con gesto firme.
— No quiero que ninguna de ustedes vuelva a obedecer a ese rey. Él no tiene mando sobre el reino de zafiro ni sobre sus habitantes. Vamos a hacer lo que yo ordene, no lo que él quiera. ¿Entendido?
Las otras mujeres, que anteriormente habían permanecido en silencio, comenzaron a comprender el alcance de las palabras de Lehia. Las miradas se cruzaron y las cabezas asintieron en un acuerdo silencioso. Sabían que estaban desafiando la autoridad y que eso podía tener graves consecuencias, pero estaban dispuestas a respaldar a su princesa.
— ¿Por qué eres tan rebelde, princesa?
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Comments
Majo Alvarez
Quién carajo es él para venir a dar órdenes en un reino que no es el suyo. O porque se casa con ella ya cree o bien tiene la intención de apoderarse Zfiria
2024-03-12
1
Amikela
Que peste, ella que se quede sin poder respirar solo porque el quiere que tenga una cinturita, para eso que se lo ponga el a ver si puede respirar, que hueso😡😡
2024-02-10
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