Lehia luchaba tenazmente por desviar su atención de Devvan. No ansiaba entablar conversación con el rey, especialmente después de los acontecimientos que habían tenido lugar entre ambos días atrás. La incredulidad la envolvía, incapaz de asimilar que su primera experiencia íntima se hubiera compartido con alguien a quien detestaba profundamente. El peso de la mezcla entre el desagrado y la intimidad la sumía en una sensación de miseria que la atormentaba constantemente. Cada momento recordaba la paradoja de haberse entregado a alguien que ocupaba un espacio marcado por el odio en su vida. Devvan, por su parte, era consciente de la profunda afectación que las palabras, gestos y miradas que Lehía tenía. Era evidente que la idea y la posibilidad de sentir algo más le causaban tormento. Mientras para él la relación iba más allá de una mera conveniencia, para ella resultaba mucho más complicado de lo que aparentaba.
A escasos días de la celebración de una boda destinada a unir política y estratégicamente dos reinos que han estado sumidos en un conflicto constante, la pareja en cuestión ya era plenamente consciente de que el matrimonio era una medida necesaria para poner fin a la interminable hostilidad entre sus territorios. Sin embargo, a pesar de la aparente solución que este enlace representaba, la verdadera clave para alcanzar la paz residía en la capacidad de ellos dos para forjar una conexión genuina como individuos.
A pesar de la confesión de Devvan, que revelaba sus sentimientos de atracción tanto sexual como romántica hacia Lehia, la realidad se veía empañada por el rechazo evidente de ella. Este obstáculo, palpable en la dinámica entre ambos, añadía una capa de complejidad a la situación, haciendo que el camino hacia la paz se tornara aún más desafiante y matizado por las complejidades emocionales y personales que atravesaban.
Lehia se sentó al lado de Devvanni quien tenía la mirada en sus manos.
— Dev, ¿No deseas hablar con nadie? — la mencionada negó, sin despegar su mirada de sus manos — ¿Quieres que me vaya? — volvió a negar. — Entonces me quedaré aquí sentada junto a ti sin decir nada.
La relación entre Devvanni y Lehia se había fortalecido de mejor manera. Aunque no hablarán tanto ni compartían muchas cosas en común, permanecían mucho tiempo juntas, al punto de parecer conocidas de años. No había ningún sentimiento de tensión entre ambas, ni una presión constante de mantener una conversación.
Eran... compañeras, pero no lo suficiente para considerarse amigas.
Lehia, con la mirada fija en el cielo, se encontraba sumergida en un remolino de emociones. Cada pensamiento sobre su inminente boda la llenaba de sentimientos encontrados. Aún no podía creer que pronto se convertiría en una mujer casada y, lo que era más impactante, en la reina de un reino que despreciaba profundamente. ¿Cómo había pasado el tiempo tan rápido? Hace apenas cinco meses, sollozaba en su habitación debido a las circunstancias de su vida y a esa boda que no deseaba. Y ahora, la boda estaba a la vuelta de la esquina.
— Lehia, te estaba hablando.
— Oh, disculpa. ¿Qué me decías?
— Te preguntaba si estás nerviosa. Ya sabes a lo que me refiero. ¿Estás nerviosa por casarte con él?
— No es que esté nerviosa — respondió Lehia con voz temblorosa—, es solo que... no quiero casarme. Me da miedo arruinar las cosas y terminar como mi madre. Tengo mucho miedo de eso.
— Lehia — habló Devvanni tomando sus manos —, prometo que no dejaré que nada malo te pase. Te considero como una hermana y no quiero que te arrepientas de tu estancia en este reino en el futuro. Me aterra la idea de que mi hermano pueda hacerte daño. Él es... malo, muy malo, y no te merece como esposa. Ojalá tuvieras la oportunidad de cambiar tu futuro.
— Me habría gustado tener control sobre mi futuro, pero ahora solo puedo resignarme a casarme —, dijo soltando una risa. — Nunca pensé que llegaría a esto. Estoy segura de que si mi madre estuviera viva, ella nunca habría permitido esto. Nunca me habría entregado a este reino.
— Lamento profundamente todo esto.
— No tienes por qué disculparte. No eres responsable de lo sucedido. La culpa recae en tu... padre.
— ¿Mi padre?
— Fue él quien arrebató la vida de mi madre. ¿No lo sabías?
— No, nunca me han mencionado algo así... Siento mucho todo esto. Reconozco que mi padre es capaz de cualquier cosa. Me duele sinceramente que estés pasando por esto.
— No te preocupes... ¿Sabes? Casi puedo sentir cómo se desgarraba mi alma cuando me enteré de la muerte de mi madre. Fue una experiencia dolorosa, algo que no desearía ni a mi peor enemigo. Tú eres afortunada; tus padres están vivos, mientras que los míos... Mi madre ya no está, y mi padre, bueno, ya no merece ese título.
— Lehia, mis padres son detestables. Bueno, mi padre lo es. Mi madre, aunque a veces actúe de manera igual o peor que mi padre cuando está enfadada, es compasiva conmigo, aunque me asuste en ocasiones. No tengo la suerte de tenerlos vivos.
Davvanni se levantó del asiento, tocó suavemente el hombro de la zafiriana y se alejó justo cuando Devvan se acercaba. Lehia miró directamente a los ojos a su prometido, sintiendo una extraña mezcla de emociones a las que no sabía cómo reaccionar: un profundo odio y una gran atracción que luchaban por comprender. Ella se levantó y estaba a punto de irse, pero él la agarró del brazo, acercándola a su pecho.
— ¿Por qué, Devvan? ¿Por qué lo hiciste? — Lehía, con voz apenas susurrante, expresó su desconcierto ante la acción de Devvan hacia su propia hermana. — Entiendo el motivo, pero...
— Lehía, no es tu asunto lo que haga con mi familia. No vuelvas a mencionar el tema. No quiero enojarme contigo. Recuerda, lo que suceda con mi familia es asunto mío, no tuyo.
— ¡Seré parte de tu familia! Y eso no cambia el hecho de que lo hiciste. Mataste a tu propio sobrino. ¿Cómo pudiste? Ahora eres un asesino... ¿Te das cuenta de eso?
— ¡No es asunto tuyo, entiéndelo de una vez! No tienes derecho a opinar lo que yo hago. Devvanni cometió un error que ya eliminé. Yo tienes ni debes opinar algo al respecto.
— No me importa lo que digas. Tu hermana ha sido la única que no me ha tratado como un extraño aquí. Todos me miran raro. Así como ella es gentil y empática conmigo, yo debo serlo con ella.
Devvan, visiblemente molesto, estaba al borde de perder los estribos. Intentó bajar la voz, pero su furia no cedía. Aunque sabía que sus acciones estaban mal, no podía escapar de la realidad de la sangre de su sobrino en sus manos. A punto de golpear a Lehía, Devvan detuvo su mano a mitad de camino. La ira se desvaneció, dando paso a una profunda tristeza. Abrumado por el remordimiento, levantó la mano con la intención de disculparse, pero las palabras quedaron suspendidas en el aire.
— Lehía, lo siento mucho. Quise hacerlo, de verdad, discúlpame. — Las palabras de Devvan temblaban en el aire, su voz antes firme ahora vacilante. Se arrodilló ante ella, implorando perdón. — De verdad, perdóname.
El silencio se apoderó del espacio, como si el universo mismo se hubiera detenido. Lehía sentía la angustia devorándola, poniendo a prueba sus emociones y creando una sensación indescriptible.
— Nos vemos después, rey — dijo Lehía sin mirar a Devvan. — ¿Podrías soltarme las manos?
— No, espera, habla conmigo — rogó Devvan, desesperado por encontrar una forma de reparar el daño. — Por favor, de verdad lo siento tanto por lo que hice. No quise faltarte al respeto. De verdad está muy molesto.
— ¿Esa es la razón por la que piensas que es válido golpearme? Devvan, no soy tu hija, no deberías intentar ni siquiera considerar la idea de agredirme. Es algo inaceptable. Quiero que entiendas claramente que no me quedaré de brazos cruzados ante cualquier forma de violencia.
— Sé que no es una excusa válida, Lehia. Pero no soy bueno controlando mis emociones. Nunca me han enseñado a hacerlo. Lo siento sinceramente.
La mirada de Lehia hacia Devvan reflejaba incredulidad. Trataba de comprender a este hombre, pero le resultaba difícil entender por qué un adulto no podía controlar sus emociones. ¿Era ella la única que entendía cómo funcionaba el mundo? La confusión la envolvía, y decidió guardar silencio, su expresión hablaba por sí misma. En ese instante, no sabía qué decirle al rey que estaba arrodillado frente a ella. Aunque no estaba segura, creía ver un destello de dolor en los ojos de Devvan. Quizás no era un hombre de malas intenciones, simplemente no había aprendido a manejar sus emociones y carecía de un mecanismo de defensa adecuado. Para él, todas las heridas parecían sanar con un simple aplauso; no entendía lo necesario para curar los daños. Sin embargo, eso no justificaba lastimar a otra persona. Devvan nunca había intentado comprender el impacto de sus acciones en los demás. No comprendía cómo sus palabras podían ser tan dañinas. Lehia se preguntaba si alguna vez había experimentado el amor, y si esa ausencia era lo que lo volvía tan frío. La duda la atormentaba.
Tras varios segundos de silencio, finalmente habló:
— Debes aprender a controlar tus emociones. No quiero comprometerme con un hombre que, en un arrebato de enojo, pueda poner en peligro mi vida.
Devvan mostró sorpresa en su rostro. Nunca antes se había detenido a reflexionar sobre las consecuencias de sus emociones. Habituado a conseguir lo que quería sin considerar a los demás, este era un terreno desconocido para él. La carga de sus acciones lo abrumaba, y aunque sabía que necesitaba cambiar, se sentía perdido, sin saber por dónde empezar.
— Lo siento sinceramente. Jamás lo había considerado de esa manera. Te prometo que verás un cambio en mí.
— No creeré en tus palabras hasta que vea esos cambios con mis propios ojos. — Lehia respondió con escepticismo. — Los juramentos suelen perderse en el viento.
La tristeza se reflejaba en el rostro de Devvan. Con una voz quebrada, expresó:
— Tienes toda la razón. Las palabras no son suficientes. Necesito demostrar con acciones que te quiero. ¿Te importaría si comenzamos de nuevo? Empezar desde cero, sin malos tratos. No quiero que tu corazón me odie más de lo que ya lo hace. Lehia, me vuelves loco.
Lehia, aún reflexiva, respondió con cautela:
— Tengo que pensarlo. Hasta luego, majestad.
El esplendoroso festival cultural de Brillo se cernía sobre ellos con la llegada de cada nuevo año. La anticipada festividad cultural se llevaba a cabo en el majestuoso salón real del Castillo de Diamante, donde la luminosidad del castillo se intensificaba con una luz incandescente proveniente de las vidrieras decoradas con diversas piedras preciosas, regalos magníficos de otros reinos. El pueblo se congregaba ansiosamente para ser testigo de este espectáculo anual. Las calles se veían inundadas de personas mientras la música resonaba en cada rincón, creando una atmósfera de felicidad y alegría palpable. El festival continuaba su esplendor hasta las primeras luces del amanecer, sumergiendo a todos en una experiencia mágica. Sin embargo, en la parte baja de la ciudad, en un modesto bar, un hombre singular observaba la bulliciosa multitud a través de la ventana.
Este individuo, alto y delgado, ostentaba un cabello cano que añadía un toque distintivo a su figura. Sus ojos, uno rojo y otro azul, conferían a su mirada un aire misterioso. Ataviado con una túnica negra y una capa roja adornada con plumas negras, sus manos enfundadas en guantes oscuros mostraban uñas largas, semejantes a las de un felino. La gente de la ciudad lo conocía como "patas sucias". Aunque inmerso en el bullicio festivo, este enigmático hombre albergaba una tarea de gran importancia que le reportaría una considerable suma de dinero. En la penumbra del bar, aguardaba pacientemente la orden que desencadenaría la ejecución de su encomienda.
— ¿Deseas algo de tomar, patas sucias?
— Solo un café por ahora.
En medio de una angustia abrumadora, Devvanni se encontraba sumida en la preocupación desde que había perdido el rastro de Eduar. Este se había esfumado desde el incidente con su bebé, y la inquietud la consumía con un mal presentimiento que carcomía su alma. Temía que algo terrible le hubiera ocurrido a la persona que ocupaba su corazón. Desesperada, sus pies se movían de un lado a otro, explorando cada rincón en busca de algún indicio. Sin embargo, el eco del silencio era la única respuesta que recibía mientras llamaba su nombre.
Giró su rostro ansiosamente en todas direcciones, pero solo se encontró con la imperturbable mirada de su padre.
— ¿Qué es lo que tanto buscas, Devvanni? — inquirió su padre. — Creo saber qué es.
— Nada, padre. — respondió ella, intentando ocultar su preocupación. — Estaba buscando un pendiente que he perdido...
— ¿Acaso buscas al soldado Eduar, el individuo que te dejó embarazada? — Las palabras de su padre revelaron un conocimiento que dejó a Devvanni petrificada.
Su rostro cambió radicalmente, y retrocedió unos pasos con temor, preguntándose cómo su padre había descubierto sus inquietudes. La conversación se volvió incómoda e intensa.
— ¿Sabes dónde está? — preguntó Devvanni con urgencia.
— Lo tengo encerrado. — respondió su padre de manera fría. — Tienes suerte de que no te encerré a ti también.
— ¿Dónde? —inquirió con desesperación. — ¿Dónde está él?
— Eso es algo que no te diré. Deberías considerar dejar atrás esa tonta relación con alguien que no vale la pena. — replicó su padre con un tono autoritario. — El rey de Esmeralda será tu prometido.
— Eduar es la persona que me ha salvado en muchas ocasiones cuando tú no has sido capaz de hacerlo. — dijo con determinación. — Nadie fue capaz de mantenerme segura en mi propio reino.
— Deja de decir tonterías, Devvanni. Ya es hora de que hablemos seriamente.
— No pienso hablar contigo. No eres mi padre. — Sus palabras fueron un puñetazo al corazón.
— No me importa lo que pienses, Devvanni. Eres mi hija, a mi pesar. — La respuesta de su padre fue cruel y despiadada, revelando la profunda brecha entre ellos.
— ¿Tan poco te importo?
— Quería que todos mis hijos fueran varones, pero tú naciste para arruinarlo todo. — Su padre no ocultó su desprecio, confesando su amarga verdad. — Nunca me ha gustado tener mujeres como hijas mías. Siempre desprecié eso.
— Solo quiero ver a mi pareja. — cambió de tema, expresando su dolor.
— Es probable que ya esté muerto. — La respuesta de su padre fue igual de despiadada y devastadora. Devvanni apretó los puños con ira y tristeza, desafiando a su padre.
— Estás mintiendo.
— No, no lo hago. Pero si deseas verlo, acompáñame, hija.
Los pasos de Devvanni resonaban de manera siniestra en la escalera de metal mientras seguía a su padre hacia la planta baja. Al llegar, se encontró con una cueva lúgubre donde Eduar, el hombre al que amaba, yacía encadenado, clamando por su libertad. Antes de que pudiera ingresar, su padre la detuvo con firmeza, sujetándola del brazo y mirándola con indignación.
— Estoy tan decepcionado de que seas mi hija.
— No me importa eso. No me interesa si te sientes orgulloso de mí o no.
Con esas palabras, se aventuró en la penumbra, descubriendo a Eduar herido. Se acercó a él con preocupación.
— Eduar, mi amor, ¿estás bien?
— Devvanni, yo... no sé si pueda soportar más. — Las palabras de él resonaron con desesperación.
— Eduar, no puedes dejarme. No ahora.
— Yo... — Su atención se desvió al vientre plano de Devvanni, despertando la preocupación en los ojos de Eduar. — ¿Por qué tu vientre está tan plano?
— Mi hermano hizo que un médico sacará a nuestro hijo. Lo siento mucho, Eduar. No pude detenerlo. — Un nudo se formó en la garganta de Devvanni al enfrentar la verdad.
— Devvanni, dime que es broma... — La mirada de Eduar reflejó una mezcla de incredulidad y dolor.
— ¡Lo siento mucho! No pude evitarlo. — Eduar comenzó a temblar mientras las palabras salían de sus labios. — De verdad lo siento. Yo quería darte un hijo, pero...
Antes de que Eduar pudiera articular una respuesta, una flecha atravesó su corazón, sumiendo el lugar en un silencio helado. Devvanni, horrorizada, se volvió hacia su padre, quien, junto a un guardia, acababa de disparar a Eduar. Un grito desgarrador escapó de los labios de Devvanni, resonando en la cueva con una mezcla de angustia y desesperación.
— ¡Eduar, no me dejes sola! ¡Mi amor, no por favor!
Eduar, herido y debilitado, se dio la vuelta lentamente. Sus ojos se clavaron en los de Devvanni, y en ese momento, ella sintió que su corazón se hundía en un abismo sin fondo. La mirada de su amado reflejaba dolor y disculpas, como si estuviera diciendo "lo siento". Era una expresión tan triste, tan trágica, que Devvanni casi sintió remordimiento. Quería hacer algo, pero se encontraba paralizada por la tragedia que se desplegaba ante ella.
— Devvanni, te amo. Me enamoré de ti como nunca lo había hecho. — Eduar, riendo entre lágrimas, luchó por hablar a pesar del dolor que lo embargaba. — Eres el amor de mi vida y fuiste el amor para mi vida. Siempre serás el amor de mi vida, no importa lo que suceda. Siempre te voy a amar. Espero que nos encontremos de nuevo en la siguiente vida, si existe. La perspectiva de morir no me afecta, porque fue por haber amado como nunca antes. Mi amor por ti es genuino, aunque esto signifique mi fin.
Las palabras de Eduar resonaron en el aire, dejando una huella imborrable en el corazón de Devvanni. El dolor de perder a su amor en medio de una tragedia tan abrupta la sumió en una mezcla de desesperación y añoranza. Mientras las lágrimas brotaban de sus ojos, Devvanni se aferró a la promesa de un reencuentro en alguna otra existencia, aunque la idea de vivir sin él le resultara casi insoportable.
¿En la siguiente vida? La incredulidad se apoderó de ella, como si la realidad misma se desmoronara. La idea de no volver a ver a su amor le resultaba insoportable, casi imposible de aceptar. Los guardias, insensibles a su sufrimiento, la levantaron bruscamente, obligándola a caminar en medio de la penumbra. Cada paso era como un cruel recordatorio de la tragedia, un peso adicional sobre sus hombros que la sumía más profundamente en una oscuridad abismal. El mundo a su alrededor se desvanecía, despojándola de la realidad que conocía, y sus pies parecían no responderle, como si la vida misma se le escurriera entre los dedos. Solo veía sombras que la rodeaban, y sus ojos se negaban a percibir algo más, como si la crueldad del destino hubiera nublado su visión.
Incapaz de articular palabra, su mente se encontraba vacía, atrapada en una nebulosa de confusión. ¿Había sido real lo que acababa de presenciar o solo una pesadilla que la atormentaría eternamente? Mientras los guardias la arrastraban a la fuerza, un dolor intenso se apoderó de su pecho, como si su corazón se rompiera en innumerables pedazos. Cada rincón de su ser resonaba con la tristeza abrumadora de una despedida que jamás esperó.
— ¡Eduar! No quiero que te vayas. — Articuló las palabras con desesperación, pero no hubo respuesta.
«Aunque mi padre me mate, no voy a casarme connadie»
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Updated 43 Episodes
Comments
Bettzi Iseth Nieto Peralta
no entiendo ésta novela. no avanza y no veo que la protagonista haga algo relevante
2024-02-03
0
Yelsin Yels
Muy triste
2024-01-01
0
Dulce Cira
Que desgarrador 💔😭😭😭😭es para matarse 😠
2024-01-01
1