Entre Obligacion y Eleccion

Celestin agarró con firmeza el brazo de Lehia, tirando de ella hacia una habitación con su semblante lleno de odio y desprecio. La perspectiva de que Lehia ascendiera al trono como la reina de su reino era, para él, insoportable. Su profundo rechazo hacia aquellos provenientes de Zafiro lo había cegado a la realidad de que no tenía autoridad ni influencia en esa elección; era su propio hijo quien tenía el derecho de decidir con quién casarse.

Frente a la firme sujeción de Celestin, Lehia expresó su frustración, solicitando que la soltara. Sin embargo, Celestin no estaba dispuesto a ceder. La resistencia de Lehia se intensificó:

— ¡Aléjese de mí! — exclamó. La tensión en la habitación creció a medida que sus voluntades chocaban.

— Quiero que te vayas de mi reino, Lehia, o te aseguro que compartirás el destino de tu hermosa madre. — murmuró mientras acariciaba su mejilla. Estas palabras fueron una profanación de la memoria de la difunta madre de Lehia, provocando una reacción visceral en la joven.

Ante la provocación, Lehia logró liberarse del férreo agarre de Celestin y respondió con una enérgica bofetada. Desde su llegada al castillo, Celestin había alimentado un odio constante, inundándola con ofensas que ella había tratado de ignorar. Sin embargo, ahora la situación había traspasado todos los límites. Lehia no estaba dispuesta a ser intimidada, especialmente por el asesino de su madre, a quien anhelaba vengar con cada fibra de su ser.

— No me toque. No tiene derecho a amenazarme ni a hablar así de mi madre. No permitiré que me trate de esta manera — declaró Lehia con determinación, desafiando las sombras del pasado que se cernían sobre ella. — Si sigue tratandome de esa manera, le diré a su hijo.

El rostro de Celestin se transformó delante de sus ojos. Sus ojos se enrojecieron, y su respiración se tornó profunda y rápida. Sus dedos se hicieron duros como hierro y sus facciones se agrietaron, convertido en un mero reflejo del odio y la locura que estaba dentro de él.

— Ya te lo advertí, Lehia.

Lehia salió de la habitación y se dirigió hacia su destino original. Mientras caminaba no podía dejar de pensar en la amenaza de Celestin. Sabía que ese hombre era capaz de todo, pero eso no le asustaba. Ella entró en la sala donde Karena la aguardaba pacientemente. La mirada de la mujer adulta se posó en ella cuando cruzó el umbral, y sin demora, se aproximó, insistiéndole amablemente que tomara asiento en una silla de oro exquisitamente ornamentada.

— Lehia, sabes que debes estar preparada, ¿verdad? — le recordó Karena con un tono de voz que resonaba con experiencia y responsabilidad.

— ¿Preparada para qué? — preguntó Lehia con una mirada de genuina curiosidad, pero también de incertidumbre.

— Cuando yo me casé con Celestin, no era tan joven como tú. Tenía ya veinticinco años. A los cuatro meses de mi matrimonio, ya estaba al tanto de mi embarazo. Debes entender que lo tradicional es concebir en los primeros meses de matrimonio — explicó Karena, dejando claro que había ciertas expectativas que venían con la posición real.

Lehia quedó momentáneamente perpleja ante la idea. La idea de convertirse en madre tan pronto no había ocupado sus pensamientos, y sentía que su cuerpo aún no estaba preparado para asumir tal responsabilidad.

— ¿Debo quedar embarazada...? — murmuró, expresando sus preocupaciones. — Pero... yo no estoy lista para eso, no todavía, su majestad. Siento que mi cuerpo no está listo para tal carga. Es una gran responsabilidad que no quiero asumir todavía.

— Comprendo tus inquietudes, querida. Pero debes entender que esto es parte de tu deber como futura soberana. Debes engendrar hijos. Debes asegurar la continuidad del linaje real.

— Yo tendré hijos cuando lo desee. Además, ¿Me habla de embarazo cuando obligaron a su hija a abortar a su hijo? ¿Cómo puede hacerlo? — Lehia cuestionó, recordando una situación actual que aún pesaba en su mente. — Eso es una completa locura.

— Es diferente, Lehia. Ella lo hizo fuera del matrimonio con un hombre que no era su prometido. Tu situación es distinta. Tú vas a casarte con el rey.

— Estás siendo hipócrita. No puedes forzarme a hacer algo que no estoy lista para hacer — declaró Lehia con determinación. — Todavía no deseo tener hijos.

— ¿Piensas resistirte a una de las leyes más fundamentales de nuestro reino, Lehia? — cuestionó, dejando claro que esta conversación era mucho más que una simple charla. Había mucho en juego en el cumplimiento de las tradiciones y responsabilidades reales. — En tu reino, en todos los que existe, un embarazo es lo más importante. Debes darle hijos a tu marido cuanto antes. No tienes que perder tiempo para eso. Nadie nace estando preparados para tener hijos, solo se sabe en el momento en el que tenemos a nuestros hijos en brazos, en esos momentos es donde aprendemos a ser padres.

— Creo que, como futura reina, mi deber no radica en cumplir ciegamente las leyes y tradiciones, sino en tomar decisiones que estén en línea con lo que considero correcto para el bienestar de nuestro reino. Tendré hijos, por supuesto, pero no en este momento.

— El bien del reino, sin lugar a duda, implica asegurar una línea de herederos — respondió Karena con la sabiduría que le otorgaba su experiencia como madre y monarca. — No importa lo que tú quieras, Lehia. Debes tener a tu primer hijo cuanto antes.

— Hay tiempo de sobra para cumplir con esa responsabilidad, su majestad — respondió, sosteniendo su posición con seguridad. — No importa si me embarazo este año o el siguiente, de todas maneras habrá un niño en este castillo.

— ¿Por qué retrasar lo que podría hacerse ahora?

— Reina Karena, quiero que comprenda que no planeo tener relaciones íntimas con su hijo en este momento. No me siento preparada para dar ese paso. No quiero.

Un silencio incómodo se instaló en la habitación, cargado de tensión. Ambas mujeres se encontraban en un punto muerto, sin saber cómo avanzar en la conversación. Para Karena, las palabras de su futura nuera eran difíciles de aceptar. ¿Cómo podía Lehia oponerse a una petición tan importante? ¿Qué razones la habían llevado a tomar esta decisión?

— Lehia, cariño, comprende que esto es esencial para nuestro reino. Debes entregarte por completo — susurró la reina, tratando de transmitir la gravedad de la situación. — En cuerpo y alma apenas te cases.

— Entiendo la importancia de este asunto, pero no me siento lista para hacerlo en este momento.

— Lehia, no quiero forzarte a hacer algo que no deseas, pero te pido que consideres cómo tu decisión impactará en nuestra familia y en el futuro del reino.

— Sé que mi deber es claro, y no digo que nunca cumpliré con él. Solo quiero que entienda que, por ahora, no me siento preparada para dar ese paso.

— De acuerdo, Lehia. No te preocupes, solo tenemos que hablar de esto otra vez en un futuro. Por ahora, simplemente disfruta tu soltería y de la boda que nos espera.

— Tenga por seguro que lo haré.

Karena sonrió y extendió sus brazos hacia Lehía quien se dejó abrazar de la reina. Karena le dio unas palmaditas en la espalda y dijo:

— Estoy segura de que tu vida como esposa y reina será maravillosa.

Lehia se soltó y asintió con la cabeza, tratando de ocultar la desazón que sentía.

La noche se cernió sobre la imponente ciudad de brillo, y Devvan, desempeñaba su papel como rey en una importante reunión con el comité asesor. La crisis de inseguridad que había abrumado la ciudad de Diamne ocupaba sus pensamientos mientras dirigía la discusión y la organización de medidas cruciales para restaurar la tranquilidad de su amado reino. Devvan y los miembros del comité trabajaron incansablemente para diseñar estrategias y políticas destinadas a contrarrestar la creciente amenaza que se cernía sobre Diamne. La preocupación por el bienestar de su pueblo pesaba en los hombros del monarca, y su compromiso con su papel como líder era innegable.

Una vez que se resolvieron los asuntos cruciales, Devvan se levantó de la imponente mesa de la sala de reuniones, y abandonó la estancia y se encaminó hacia la habitación de Lehia, la mujer que había ocupado su mente durante la junta. La puerta se abrió con delicadeza, y la habitación estaba sumida en una penumbra dorada por el resplandor de las velas que se consumían lentamente. Dentro de la habitación, Lehia yacía dormida, pero su sueño fue interrumpido cuando percibió la presencia del rey. Sus ojos parpadeantes se abrieron, y un gesto de enojo se dibujó en su rostro.

— ¿Pudo saber qué hace usted aquí? — inquirió con voz fría, con una mezcla de ira y sorpresa. — Necesito dormir y con su presencia no lo haré. Por favor retírese de la habitación.

— Quiero hablar con mi mujer. — Sus palabras eran pronunciadas con una determinación que no admitía réplica. — ¿Acaso no puedo?

— No soy su mujer, señor.

El rey, sin embargo, dejó entrever una mirada cargada de promesas y deseo mientras continuaba avanzando. Con delicadeza, se posicionó arriba de la princesa y comenzó a acariciar su rostro con suavidad, como si estuviera trazando las líneas de su destino con la yema de sus dedos. La sonrisa que se formó en sus labios expresaba un anhelo que había sido largo tiempo reprimido.

— Pero lo serás pronto. — Susurró Devvan con una voz rica en intensidad, sus ojos centelleando con una pasión inquebrantable. — Estoy tan cansado. Han pasado muchas cosas últimamente. No entiendo por qué alguien querría ser rey. Es mucho mejor ser un simple príncipe mientras los demás se matan entre ellos... Lehia, quiero besarte, pero te prometí que no lo haría más. — Sus palabras flotaron en el aire, cargadas de deseo y una promesa que cumpliría, mientras el destino de dos almas parecía estar al borde de un punto de no retorno — ¿Por qué tuve que prometer eso? ¿Por qué me hiciste prometer eso? Quiero besarte.

El sonido de la ciudad quedó distante, como si ambos se hubieran retirado a una burbuja de sinceridad y deseo. Lehia miró fijamente a Devvan, y su corazón parecía latir más fuerte. La sensación que sentía era algo nuevo para ella, no conocía esos sentimientos, pero no podía evitar sentirse atraída hacia él.

— No puedes besarme arriba, pero tal vez abajo si... — Sus palabras, cargadas de insinuación, colmaron la estancia de una tensión palpable.

— ¿Qué intentas decir, princesita?

— Demuéstrame cuánto deseas besarme, rey Devvan. Vamos, anímate...

— Deja de mirarme de esa manera...

— ¿Por qué, su majestad? ¿Qué tiene de malo que te mire de esta manera? ¿No te hace sentir... vivo?

— Tiene mucho de malo porque me dan ganas de... — Devvan empezó a decir, pero Lehia lo interrumpió con una mirada cargada de deseo.

— ¿Ganas de qué, su majestad? — preguntó con voz provocativa, dejando besos suaves en la mejilla de Devvan.

— Ganas de querer... adentrarme en ti.

— ¿Qué te lo impide, entonces? — preguntó con voz suave y sugerente, esperando una respuesta que le indicara que estaba dispuesta a dar rienda suelta a la pasión.

— ¿Me lo permitirías?

Lehia, con una sonrisa traviesa en los labios, tomó suavemente las manos de Devvan y las colocó entre sus cálidos senos, creando una conexión íntima que dejó a Devvan anonadado ante su audacia. Esa osadía despertó en él una excitación como nunca antes había experimentado. Con una mano, acarició suavemente la cintura de Lehia, atrayéndola hacia su pecho mientras apretaba su mano contra su seno. Sus labios se encontraron en un beso apasionado, sus almas fusionándose en un torbellino de deseo y emoción.

— No te dejaría — susurró Lehia, su voz resonando con deseo mientras sus labios se encontraban en un apasionado beso. — Ahora vete de aquí, no has cumplido tu promesa...

— Si no es ahora, ¿cuándo será? — preguntó él, su voz llena de intensidad, sus ojos fijos en los de ella. — ¿No crees que es poco justo jugar conmigo así?

Su beso se profundizó, como si intentara expresar con pasión lo que sus palabras no podían. Las manos de Devvan acariciaron suavemente la espalda de Lehia, y su piel ardía bajo su tacto.

— Ya me estás tocando — ella susurró entre sus labios, su aliento cálido mezclándose con el de él.

— De una manera diferente, déjame tocarte de una manera diferente. — susurró entre sus labios. Ella, con un brillo travieso en la mirada, se separó del beso y lo miró fijamente, desafiante:

— ¿De qué manera te gustaría tocarme? Dímelo. Si me lo dices, te dejaré hacerlo. Vamos, no seas tímido, rey. Prometo que no muerdo.

— Quiero tocarte, quiero llevar mis dedos muy dentro de ti. Quiero que te entregues completamente a mí.

— ¿De verdad deseas eso?

— Por favor...

— Estás demente, Devvan — murmuró Lehia, su voz revelando su asombro ante la audacia de su amante. — No voy a permitir eso.

— Tú empezaste, querida princesita.

— Solo estaba jugando. Quiero dormir ahora.

— Maldición...

— Quiero dormir...

— ¿De verdad quieres hacerlo? — dijo dejando besos en el cuello de la princesa. — Dormir es muy aburrido cuando podríamos hacer algo mucho más interesante.

— Mmm yo no sé...

— Por favor, Lehia. Juro que no te haré arrepentir, pero por favor, déjame hacerlo.

— Está bien. Pero... solo hazlo.

— ¿No recuerdas lo que le dijiste a mi madre sobre que todavía no estarías conmigo? — Devvan cuestionó, tratando de entender la contradicción en la que se encontraban.

— No estoy pensando muy bien en este momento. Solo... solo tócame. En la mañana tal vez me arrepienta — Lehia respondió, con la voz ligeramente entrecortada por el deseo que la consumía.

Sin esperar más, Devvan, llevó su mano hacia la zona íntima de Lehia, anticipándose con un ardor que no podía contener. Con toques suaves y expertos, le brindó un placer que se manifestó en forma de leves y cortos gemidos que escapaban de los labios de la joven princesa. Era la primera vez que Lehia experimentaba algo así en el ámbito sexual, a pesar de haber sentido repugnancia anteriormente por permitir que alguien tocara su cuerpo. Sin embargo, ahora, deseaba que él continuará explorándola aún más. Lehia agarró el brazo del rey con fuerza, cerrando los ojos y entregándose a las sensaciones que los dedos de Devvan le provocaban mientras se adentraban profundamente en su ser. Se sentía bien, realmente bien, y el placer la llevaba a un lugar que nunca había conocido.

— ¿Te gusta así, princesita? — preguntó él, buscando una respuesta mientras continuaba su estimulación.

— Guarda silencio — respondió Lehia, su voz entrecortada por el placer, pero sus palabras no lograron silenciar el gemido que escapaba de sus labios.

— No guardaré silencio hasta que me respondas. Si no lo haces, dejaré de tocarte. Tú eliges.

— ¿Estás tratando de chantajearme? — preguntó Lehia, con una mezcla de incredulidad y desafío en su voz.

— Sí, eso es exactamente lo que estoy haciendo — respondió el rey, sin titubear, decidido a obtener una respuesta sincera.

— ¿Quieres continuar? — le pregunto a Lehia, mirándola a los ojos. — Si no quieres, lo entenderé.

— Sí quiero.

La noche avanzaba lentamente, y finalmente, el agotamiento los invadió. Se acurrucaron juntos, y el sueño los envolvió, llevándolos a un descanso reparador después de la intensa experiencia compartida. Cuando los primeros rayos de la mañana se filtraron a través de las cortinas, Devvan despertó, siendo recibido por la cálida luz del nuevo día. Se sentía en paz, y al abrir los ojos, encontró a Lehia a su lado, durmiendo plácidamente. Durante un fugaz instante, se preguntó si todo lo que habían compartido la noche anterior había sido un sueño, pero la realidad de esa noche intensa lo abrazó de inmediato. Lehia, con su belleza serena, parecía tan tranquila, ajena a la realidad, y se preguntó qué pensaría si descubriera que él la observaba. Entonces, una pequeña sonrisa se formó en los labios de la princesa, y Devvan supo que ella había percibido su mirada.

— Buenos días — Lehia despertó lentamente, saludando mientras abría sus ojos con tranquilidad.

— ¿Estás bien? — preguntó Devvan con cariño, observando la expresión serena en el rostro de la princesa.

— Perfectamente bien — respondió Lehia, mostrando una calma evidente.

— Lehia, ¿puedo ofrecerte algo más que un lazo político? ¿Me permitirías enamorarte? — expresó Devvan, sorprendiendo a la princesa, quien alzó una ceja con curiosidad.

— ¿De verdad? — preguntó Lehia, su voz revelando sorpresa.

— Sí, Lehia. Quiero eso. Me di cuenta de que me gustas — confesó Devvan con determinación, su mirada fija en la de ella.

— Creo que estoy un poco confundida. ¿Puedes volver a decirlo? — solicitó Lehia, necesitando confirmar esas palabras.

— Lehia, me gustas — repitió Devvan, su voz llena de autenticidad y deseo. — No sé, es extraño, lo entiendo perfectamente, pero no puedo evitar sentir una gran atracción hacia ti, princesa.

— Devvan, estás loco. ¿Cómo puedes decirme eso? — admitió Lehia, reflejando confusión y sorpresa en sus ojos. — No puedo gustarte. Eso es imposible.

— Lehia, por favor, no te asustes. Solo dame una oportunidad de demostrarte lo que puedo hacer por ti. Te prometo que no te arrepentirás en absoluto.

— ¿Estarías dispuesto a intentar enamorar a una mujer que te odia? No entiendo por qué quieres algo así. Sigamos jugando este juego, nuestra relación es solo una alianza de coronas, nada más que político.

Devvan no pudo evitar sentir un poco de frustración, ya que cada uno de sus intentos por romper los muros de la princesa terminaban fracasando. Sus ojos la miraron con firmeza, como si quisiera convencerla de la verdad de sus palabras.

— Nuestra conexión trasciende la mera alianza de coronas. Contemplo más allá de ese pacto y sé que entre nosotros hay algo más grande. Estoy decidido a conquistarte, Lehia, sin importar los desafíos que se presenten. Soy un hombre que enfrenta la adversidad con valentía. No importa cuán arduo sea el camino, serás completamente mía, y ninguna fuerza podrá cambiar ese destino. ¿Me otorgas el permiso de enamorarte? Mi determinación es inquebrantable, pero deseo tener tu consentimiento.

Lehia quedó inmovilizada en su sitio, impactada y sin aliento. Las palabras de Devvan habían alcanzado la parte más vulnerable de su ser, dejándola sin capacidad para hablar. Sus defensas se desmoronaban, revelando lo que tanto había tratado de ocultar. Aunque quería negarse, las palabras se le escapaban. Desesperada, buscó en sus pensamientos hasta que una palabra resonó en sus labios, que se apresuraron a pronunciar.

— No. No puedo permitirlo. Tengo responsabilidades, una promesa. No deseo sentir nada por ti.

— Sé que eres más fuerte de lo que crees, Lehia. Tu corazón es más resistente de lo que imaginas. No te pido que olvides tus obligaciones, sólo que me concedas el honor de hacerte mi mujer, no solo en lo político, sino de una manera más profunda. Anhelo que te enamores de mí, Lehia. Permíteme ese privilegio.

« Amor o Amor: Un sentimiento más allá del profundo odio entre dos naciones»

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Comments

Bettzi Iseth Nieto Peralta

Bettzi Iseth Nieto Peralta

ésto que es?! que ya se decida ésa tonta. o le gusta o no. sus actos no concuerdan con sus palabras

2024-02-03

0

Dulce Cira

Dulce Cira

wuaooooooo mientras una sufre la desdicha de la vida el sufrimiento de la perdida del alma de su vida otra es delicadamente satisfecha y con promesas de amor ....De verdad que el mundo se le acaba o se ilumina a cada persona de forma individual 😔😬🙃🤞🏻

2023-12-31

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