UNION POLÍTICA: DILEMA MORAL

Las palabras resonaron en el aire como un estruendoso estallido, dejando a Leandro atónito y sin palabras. Lo inesperado de la declaración de Devvan lo dejó tan perplejo que momentáneamente olvidó cómo reaccionar. Mientras su mente intentaba asimilar la propuesta, una sensación desagradable se apoderó de su pecho, como si todas las piezas de un rompecabezas hubieran caído de golpe, dejando un desconcertante vacío. Leandro desvió la mirada hacia su padre, quien mostraba un gesto de confusión inusual. Jamás había visto a su progenitor en tal estado, como si estuviera desorientado frente a la situación. No obstante, la confusión también se reflejaba en los ojos de Leandro, como si la realidad se hubiera transformado en un sueño extraño y perturbador.

Finalmente, el rey Saldur rompió el silencio con una pregunta que resonó en la estancia:

— ¿Deseas casarte con mi hija? ¿Con una mujer a la que apenas has visto durante unos minutos? Las palabras del monarca añadieron otra capa de complejidad a la ya desconcertante situación. — ¿Qué clase de proposición es esa?

La respuesta de Celestin no se hizo esperar y fue acompañada de un tono cargado de enojo:

¡Estás demente, Devvan! Ni creas que voy a permitir semejante estupidez. — Las tensiones en la sala se intensificaron, revelando la resistencia de Celestin ante la propuesta inusual. El no entendía porque su hijo había soltado tan grande idiotez con la que el nunca estaría de acuerdo. — ¿Cómo pudiste proponer esa cosa?

No obstante, Devvan, con una seguridad que desafiaba las normas establecidas, acalló a Celestin con determinación:

— ¡Guarda silencio, padre! Soy el rey, el que elige soy yo, no tú. Y si yo deseo casarme con ella, lo hare, quieras tu o no. — La confrontación de voluntades dejó en el ambiente un suspenso palpable, mientras cada palabra pronunciada tejía una trama más compleja en la decisión. — Ya no tienes control sobre mí.

En medio de una sala impregnada de tensión, ambos hombres se enfrascaron en una batalla de miradas, manifestando una clara lucha de poder que dejaba a todos en un silencio profundo, reacio a ser quebrantado por alguna palabra. La atmósfera estaba cargada con la incertidumbre de lo que estaba por suceder. La propuesta de una unión entre los reinos mediante el matrimonio de su hija con el monarca del reino vecino se reveló como un rayo de luz en la mente del rey Saldur. La posibilidad de consolidar la paz y unificar la nación a través de este vínculo no pasó desapercibida, pero surgió una interrogante crucial: ¿estarían dispuestos a sacrificar los deseos y la autonomía de la hija por el bien de la estabilidad política? Aunque el rey consideraba la idea de la unión estratégica entre los reinos como algo que podría funcionar, una inquietud persistente lo perturbaba. Había algo en la noción de utilizar a su hija como una pieza en un juego de ajedrez político que no le permitía encontrar la paz interior. Lehía, en cuestión, seguramente no recibiría con agrado la idea de ser comprometida por motivos puramente políticos. El dilema moral se cernía sobre el rey Saldur, quien, a pesar de comprender la necesidad de ciertas reglas para mantener el orden, se veía enfrentado a la difícil decisión de trascender estas normas en aras del derecho a elegir de su hija.

En medio de la imponente sala, el monarca de Zafiro, se encontraba en una posición de deliberación, enfrentando la mirada arrogante de Devvan, el rey de Diamante. La tensión se reflejaba en el gesto desafiante de Devvan mientras exigía una respuesta. La escena se desenvolvía en una coreografía de poder y desafío. El trono de Saldur, elevado en una silla de respaldo alto, le otorgaba una presencia majestuosa mientras observaba con seriedad a los miembros de la orden política de su reino y al propio rey de Diamante, este último manteniendo los brazos cruzados en actitud desafiante. La sala circular, iluminada por los rayos del sol que se filtraban por los grandes ventanales, adquiría un matiz solemne, resaltando el contraste entre la magnificencia de Zafiro y la resistencia palpable de Diamante.

Cada detalle en la sala contribuía a la narrativa visual de la historia de Zafiro: desde el suelo de mármol hasta el techo adornado con murales que contaban la rica herencia del reino. Los murales, testigos silenciosos de las glorias pasadas, recordaban a todos la historia que estaba en juego en ese momento crucial. En un rincón de la sala, el antiguo rey de Diamante, conocido por su arrogancia y desprecio hacia Zafiro, expresaba su descontento ante la idea propuesta por su hijo de comprometerse con la joven en cuestión. Su gesto de enojo evidenciaba la resistencia arraigada en la historia de animosidad entre ambos reinos.

La tensión, como un hilo invisible, se tejía a lo largo de la sala, pues la propuesta de matrimonio político entre dos reinos enemistados planteaba desafíos morales y estratégicos. La decisión que emanara de esa sala resonaría en los cimientos de ambos reinos y definiría el destino de Lehia. Saldur, en su trono, se mantenía en un silencio reflexivo. La perspectiva de casar a su hija con el monarca del reino enemigo no encontraba eco positivo en su corazón. Sin embargo, en el eco de las circunstancias, consciente de que este matrimonio era la única tabla de salvación para evitar la inminente destrucción de su reino, carraspeó su garganta y finalmente tomó la palabra.

— Señoría, es necesario expresarle que mi posición respecto a la propuesta de un matrimonio entre nuestros reinos no es completamente favorable. Sin embargo, mi principal preocupación radica en el bienestar de mi reino, lo cual me impulsa a aceptar aquello que pueda contribuir positivamente a su prosperidad...

— Padre, ¿realmente piensas que esto es lo correcto? — cuestionó Leandro, interrumpiendo de manera contundente a su progenitor. — No podemos dar nuestro consentimiento a semejante idea; es una auténtica locura. No podemos entregarles a Lehia. Menos después de lo que hicieron contra nuestra soberanía. ¿No recuerdas todo lo que sucedió? ¿Acaso no recuerdas lo que paso con mi madre?

La mirada de Saldur se desplazó de Leandro a Devvan, generando una palpable tensión en la sala, tan densa que podría cortarse con un cuchillo.

— Leandro, te ruego que me permitas concluir —mencionó Saldur con calma, volviendo su atención a Devvan. — Comprendo que un matrimonio es lo que usted busca, y en aras de la paz entre nuestros reinos, estoy dispuesto a otorgarle la mano de mi hija en matrimonio, como medio para consolidar la armonía entre nosotros.

En la sala, el silencio se volvió abrumador. El corazón de Leandro latía con fuerza, reflejando el miedo en sus ojos. La inquietud recorría su piel mientras el rey Devvan, en cambio, exhibía una sonrisa de oreja a oreja. Aunque entendía la necesidad de poner fin a la prolongada rivalidad entre los reinos, sabía que no era su preferencia. Devvan, apasionado por la guerra y ansioso por expandir su territorio con zafiro, había sido instruido desde niño en tales ambiciones. La idea de casarse con una mujer "intocada" en términos matrimoniales no le resultaba desagradable, pero reconocía que esta perspectiva estaba arraigada en la mentalidad de muchos hombres de su reino. A menudo, pedían fidelidad y lealtad a sus esposas, demandas que ellos mismos no estaban dispuestos a cumplir. Lehía había cautivado sus ojos y la quería solo para él.

La decisión pesaba en el corazón de Saldur. Conocía a su hija Lehia, estaba al tanto de su firme oposición al matrimonio, incluso si ello implicaba beneficios para su reino. Aunque temía la reacción de su hija y las posibles consecuencias de esta elección forzada, sentía que no había otra opción para preservar la paz y seguridad de Zafiro.

— Padre... — susurró Leandro al oído de Saldur con una mezcla de preocupación y frustración. — ¿No consideras el bienestar de tu hija? ¿Por qué no exploramos alternativas en lugar de entregarla a los perpetradores de la tragedia de nuestra reina? ¿Acaso has olvidado lo que le hicieron a mi madre? ¿Tu memoria es tan frágil para no recordarlo? ¿De verdad serás capaz de entregarles a mi hermana? Eres tan débil como rey...

El tono de Leandro se volvió más áspero, cargado de enojo y dolor palpable, su corazón latiendo con desesperación. La mención de su madre desencadenó una tormenta emocional dentro de él, al borde de desbordarse. Saldur se sentía impotente ante su hijo, consciente de que debía actuar, pero algo interior le aconsejaba guardar silencio, resistir la tentación de pronunciar palabras que podrían resultar deshonestas y crueles.

— Leandro, ve en busca de tu hermana y tráela aquí. — le ordenó su padre sin mirarle. — Rápido. No estoy para escuchar tus quejas.

— Sí, padre. — respondió Leandro con un tono vacío y apagado. Se levantó y abandonó la habitación, decidido a cumplir la orden de su progenitor aunque en su interior se resistiera. No quería enfrentarse a lo que su padre le estaba pidiendo, pero la obediencia pesaba sobre él.

Mientras tanto, Lehia contemplaba el cielo nocturno, las estrellas destellando con una calidez inusual en una noche especial donde el frío del invierno se desvanecía. Entre lágrimas, se debatía entre la felicidad y la tristeza, su corazón abrumado por sensaciones contradictorias. Sintió la mano reconfortante de su hermano sobre su hombro.

— Vamos, Lehia. Padre te necesita. — dijo Leandro, llevándola con suavidad hacia la sala donde se encontraba Saldur junto a Devvan.

— ¿Por qué mi padre me necesita? — preguntó ella, confundida.

— No lo sé, Lehia. Solo acompáñame. — respondió Leandro, consciente de la incertidumbre que se cernía sobre la familia.

Mientras avanzaban por el corredor, el tiempo parecía expandirse, tensionándose hasta que finalmente alcanzaron el umbral de la sala que albergaba los destinos de los reinos. Allí, ambos hermanos se detuvieron, reticentes a dar el paso inicial.

— Leandro, ¿qué sucede? ¿Por qué te encuentras así? — inquirió Lehia con genuina preocupación.

— Por nada. Entra. Padre te necesita. — respondió Leandro, instando a su hermana a cruzar el umbral.

Con este gesto, captó la atención de todos en la sala, incluido su padre. Lehia se acercó y se arrodilló frente a él, sin comprender plenamente la situación que se estaba gestando.

— Lehia, hija mía... debemos forjar un tratado de paz con el reino de Diamante. Este acuerdo no solo impedirá una posible guerra que podría desolar nuestros pueblos, sino que también establecerá una alianza económica y política beneficiosa para ambos reinos. — anunció su padre, dirigiendo su mirada hacia Devvan. — Te casarás con el rey aquí presente. — agregó, con solemnidad en sus palabras.

Las declaraciones de su progenitor resonaron en la mente de Lehia, pero a medida que trataba de asimilar la magnitud de lo que se le pedía, la confusión y la negación empezaron a oscurecer su pensamiento. Su rostro reflejaba la lucha interna que se desataba en su interior. Una joven con un espíritu independiente y firme, no estaba dispuesta a sacrificar su felicidad y libertad personal en aras de la paz y la seguridad, sobre todo si eso implicaba un matrimonio impuesto. A lo largo de su vida, el reino de Diamante le había traído más sufrimiento que alegría, y no estaba dispuesta a rendirse sin librar una batalla, mucho menos a entregarse a ellos.

— Padre, comprendo la importancia de la paz para nuestro pueblo, pero la idea de contraer matrimonio va en contra de mis principios. La felicidad y la libertad son derechos que no estoy dispuesta a sacrificar. No puedo comprometer mi vida por el bien del reino sin mi consentimiento. Amo a mi pueblo, pero también me amo a mí misma.

Saldur, sintiendo la gravedad de la situación, tomó ambas manos de Lehia, buscando transmitirle tranquilidad.

—Lehia, te ruego, por favor, no te enfrentes a este difícil momento de esta manera. Esta responsabilidad es algo que debemos asumir por el bien de nuestro pueblo y nuestro reino. Por favor, sé comprensiva y piensa en el bien de todos, no solo en tu propia felicidad. Es un sacrificio que debemos hacer.

Lehia retiró su mano suavemente de la de su padre, manteniendo una mirada intensa en la suya. Sus ojos reflejaban una mezcla de determinación y un inmenso conflicto interno. El dilema que enfrentaba no tenía una solución sencilla, y estaba dispuesta a luchar por lo que consideraba correcto, sin importar las consecuencias.

—No pienso contraer matrimonio con el reino que asesinó a mi madre — sus palabras erigieron una muralla impenetrable ante la idea de unirse en matrimonio con alguien del reino que le había causado tanto dolor. — Lo siento mucho, pero no.

— Entiendo que esto te cause dolor, Lehia, pero esta no es una decisión egoísta. Es algo que debemos hacer por el bien de Zafiro. No podemos permitir que nuestro reino siga atrapado en la guerra.

El rey no buscaba minimizar el dolor de su hija, pero se encontraba en una encrucijada donde debía tomar decisiones difíciles para proteger a su pueblo. El conflicto con el reino de Diamante había provocado sufrimiento y destrucción, y la idea de un matrimonio político era vista como la única vía para establecer la paz.

Lehia dirigió su mirada hacia Devvan, quien la observaba en silencio. Vestido con un traje formal, sin rastro de su posición real, Devvan quedó atrapado por la impresionante belleza de Lehia desde su entrada en la sala. Aunque Lehia mostraba enojo y desprecio hacia él, Devvan le dedicó una sonrisa, expresando su deseo y anhelo. Sin embargo, Lehia no respondió a su gesto amigable. En cambio, su mirada cargada de ira y desprecio revelaba un rechazo hacia Devvan, quien, lejos de amilanarse, sonrió aún más ante su reacción.

— Padre, ¿quieres que ellos me hagan lo mismo que le hicieron a mi madre? ¿Quieres que ellos me torturen hasta la muerte? — Saldur se quedó en silencio, sin saber qué decir. Su mirada estaba nublada por el dolor. Miraba a su hija y pensaba en todo lo que su madre había sufrido, todo lo que había perdido. — ¡Deja de mirarme y respóndeme ya mismo!

— Lehia, lo que te pido es un sacrificio difícil, pero no creo que sea demasiado grande como para preguntarte que lo hagas. Nuestro pueblo sufre por culpa de la guerra, nuestros pequeños hijos sufren, y nuestra tierra se ha agotado. Si pudiéramos resolver esto de alguna otra forma, lo haría. Pero necesitamos una alianza para poner fin a este conflicto.

— ¿Casarme con un desconocido es una buena idea, padre? ¿No recuerdas lo que sucedió la última vez que confiaste en la palabra de alguien? Ese reino no es de fiar, padre. — Lehia le susurró, como si sus palabras pudieran cambiar la decisión que se cernía sobre ella. Pero su padre ya había tomado una decisión, y no estaba dispuesto a ceder. — Aunque tu quieras, no voy a estar dispuesta a semejante locura.

— Ya está decidido, Lehia. Quieras o no, contraerás matrimonio con el rey de Diamante. Ahora saluda a tu futuro esposo. Ya. Muéstrale lo bien educada que estas. — ordeno.

La expresión de desolación en el rostro de Lehia se hizo aún más evidente, sintiéndose atrapada y traicionada por su propia familia. A regañadientes, Lehia se acercó a Devvan con una sonrisa falsa que había aprendido a usar en situaciones diplomáticas. A pesar de su apariencia tranquila, había un torbellino de emociones debajo de la superficie. Cuando sus miradas se encontraron por primera vez, fue como si el mundo se detuviera a su alrededor. Los ojos desafiantes y resentidos de Lehia dejaron una impresión duradera en Devvan.

— Fingiré que es un placer conocerte, Rey. — pronunció con la cortesía necesaria, aunque el desagrado se reflejaba en sus ojos. — Aunque seas responsable de innumerables asesinatos. Tu reino es tan despreciable que es odiado por todos.

— Todos hemos sido cómplices de innumerables asesinatos — respondió él, besándole la mano. — No intentes absolver a tu reino de las masacres... Los dioses te han bendecido, princesa. Eres tan hermosa como el sol. — dijo Devvan, besando delicadamente su mano nuevamente. — Será un honor ser tu esposo y compartir mi vida contigo.

— No he aceptado ser tu esposa — respondió Lehia, alejando su mano de él. — Y nunca lo hare. Prefiero que mi cuerpo se pudra en un calabozo.

— No importa tu opinión. Serás mi esposa, quieras o no, princesita.

Lehia experimentó una intensa y desgarradora oleada de ira que parecía consumirla desde adentro al escuchar cada palabra pronunciada por Devvan, quien actuaba como una chispa que encendía su furia, provocando una tormenta de emociones turbias. Una sonrisa apareció en su rostro, esforzándose por mantener la calma. A medida que se alejaba, los murmullos y comentarios de los presentes resonaban a su alrededor, creando un zumbido incesante en la sala. Continuó avanzando con determinación, tratando de escapar de la mirada de sus guardias. Sin embargo, su prisa la llevó a chocar con un hombre mucho más alto que ella, ataviado con un uniforme que ella reconoció al instante. Era uno de los fieles guardias de sus padres, un hombre cuya lealtad había sido probada en numerosas ocasiones. El guardia se inclinó ante la princesa y le ofreció una mano para ayudarla a levantarse del suelo, pero ella dudó por un momento, consciente de su posición y de las restricciones de protocolo. Después de segundos de estar indecisa, le aceptó la mano y cuando estuvo de pie, recibió una reverencia por parte del guardia, quien la observó con preocupación en sus ojos.

El guardia era un hombre guapo, con una sonrisa galante y unos ojos inteligentes y claros. Era musculoso y atlético, y la mano que le había ofrecido a la princesa era una mano fuerte y segura. Se mantuvo quieto, a una cortés distancia, con los ojos en el piso, respetuoso del protocolo real. El guardia no podía ignorar que algo andaba mal con la princesa, y aunque no tenía la autoridad para entablar una conversación personal con ella en ese momento, se preguntó cómo podría ayudarla. Lehia, por su parte, se sentía abrumada por una serie de emociones y pensamientos tumultuosos. La idea de regresar frente a su padre en ese estado de furia y malestar le aterraba. El simple pensamiento de estar atrapada en una sala de reuniones sin poder escapar se le antojaba insoportable.

Sus manos temblaban y su respiración se volvía entrecortada, como si el aire se hubiera vuelto más espeso y asfixiante. En un momento de desesperación, Lehia se dirigió al guardia con una súplica en sus ojos.

— Por favor, ¿puedes ayudarme a salir de este lugar? — rogó, su voz temblorosa y sus ojos llenos de angustia.

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2023-12-11

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