Mientras Lehia deambulaba por el exuberante jardín, una conversación entre dos guardias captó su atención. Hablaban de la próxima reunión entre el rey de diamante y el rey de zafiro. Una arruga de confusión marcó la frente de Lehia, intrigada por la ausencia de información sobre esta reunión en la que aparentemente no estaba al tanto. Su curiosidad la impulsó a indagar más sobre el tema, desconcertada al no haber recibido noticias sobre un evento tan relevante entre ambos reinos.
Al cuestionar a los guardias, Lehia se encontró con la sorpresa de que su propio padre, el rey, no le había comunicado nada al respecto. La falta de información la dejó perpleja, y una sensación de inquietud se apoderó de ella. Preguntándose qué podía estar ocurriendo, decidió emprender un viaje para enfrentarse a su padre. Para su fortuna, lo encontró absorto en la contemplación de un retrato de su difunta madre, Lehera. Su padre mostraba una clara añoranza, evidenciando el profundo impacto que la ausencia de Lehera había dejado en él a lo largo de los años.
— Padre, ¿qué sucede con la reunión de Diamante? — El hombre giró la cabeza hacia su hija. — Escuche que tendrán una reunión. ¿Por qué no estaba enterada de eso? — El hombre no estaba en condiciones para responder, lo que molestó mucho más a su hija. — ¡Gheul! Responde.
— No me levantes la voz, Lehia. Soy tu padre, no uno de tus sirvientes al que puedes hablarle como tú quieras, Lehia. Recuerdalo muy bien. Y en efecto, tendré una reunión con el rey de Diamante en unas horas, a la cual tu no estas invitada.
— ¿Por qué no lo sabía? También tengo el derecho de saber que esas personas estarán aquí. — dijo alterada. — Quiero estar presente en esa reunión y no acepto un no como respuesta, no me importa no estar invitada. Yo me invito a mi misma.
— Lehia, tu no me das órdenes. No estarán presentes en esa reunión y es mi última palabra. Entiéndelo de una buena vez. A veces eres tan testadura que me enoja. Crees que solo se hará lo que tu digas y no es así.
Lehia se puso muy enojada, y se sentía abrumada por la situación. No podía creer que su padre estuviera intentando negarle la oportunidad de estar presente en un evento que tenía tanta relevancia para ella.
— ¿Por qué me ocultaste todo eso?
— Porque sabía cómo te pondrías. ¿Para qué quieres estar en esa reunión? No es asunto tuyo sino mío como monarca, y de tu hermano. No tu no tienes nada que hacer ahí, solo estarás de estorbosa en un lugar que no es el tuyo.
— ¡Esa es una estupidez! Usted me está hablando como si fuera una niña. Soy adulta y tengo derecho a saber lo que pasa en mi reino. Aunque no sea reina, ni princesa todavía, tengo que ser informada. — dijo con enojo. — Por favor, padre, no me ocultes más cosas. ¡Esto no es justo! Yo también tengo el mismo derecho que Leandro. ¿Por qué el si ira y yo no?
— Bájame la voz, Lehia. Y no, no iras.
Lehia se calló y trató de controlar sus emociones. Sabía que tenía que mantener la calma, pero era difícil no sentirse furiosa e injustamente tratada. Su padre le estaba ocultando muchas cosas, y ella no podía entender por qué. Aunque todavía no era proclamada la princesa del reino, no creía que esa era una razón justa para sacarla de todas las cosas que sucedían en su hogar. A su lado, su padre estaba perdiendo la poca paciencia que tenia por la necesidad que su hija tenia en ese momento.
— Te lo ruego, padre. Si me amas, dime la verdad. Quiero saber todo lo que sucede en Zafiro. No me lo puedes negar. Déjame ir a esa reunión. Por favor... Yo quiero y deseo estar presente.
El rey se quedó en silencio, pensando cómo responder. Trataba de analizar la situación, pero se dio cuenta de que su hija tenía razón. La estaba tratando como una niña, y ella tenía todo el derecho de saber lo que sucedía en su país.
Al fin, dijo:
— Ya no te soporto con esa personalidad tan caprichosa que tienes. De acuerdo, iras a la reunión, pero no quiero que opines ni que abras la boca para hablar. ¿Bien?
Lehia llevaba una amplia sonrisa mientras paseaba por el castillo tras su charla con su padre. Reflexionaba sobre el ritual que debió realizar a los 18 años, pero circunstancias pasadas lo impidieron. A pesar de los nervios, anhelaba la coronación como princesa y la tan esperada primera tiara. Mientras caminaba, notó a su prima conversando con Leandro, lo cual le resultó confuso dada su tensa relación. Lehia llegó a ellos, saludó a su hermano e ignoró a su prima, percibiendo una mirada resentida de Sarhia.
— No deberías estar aquí — le espetó con enojo. — Lárgate, Lehiana.
— No me vuelvas a decir de esa manera, Sarhia. — después de decir eso, se volvió hacia su hermano. — Papá me llevará a la reunión con el reino. — dijo, ignorando a su prima — Seguro que tú también estarás, ¿verdad?
— Sí, estaré, pero dijo que...
— No importa lo que haya dicho. Cambió de opinión. Me llevara con ustedes.
Sarhia se quedó perpleja ante la seguridad de Lehia, notando que ya no era una niña, sino una joven adulta que enfrentaba el mundo. Eso le pareció algo de admirar.
— También quiero ir. — Los hermanos la miraron con desagrado. — ¿Qué? Si ustedes van, yo también.
— Estás loca. — añadió Leandro. — No tienes nada que hacer ahí. Solo serás una molestia.
— Pero...
— Pero nada, Sarhia. No estará ahí.
La mujer, llena de enojo, se alejó bruscamente de la escena, dejando atrás una estela de tensión palpable. Mientras tanto, los hermanos, compartiendo un momento de risas cómplices, decidieron explorar los alrededores antes de la esperada reunión. Cuando llego el momento, Lehia, irradiaba una belleza deslumbrante con su imponente vestido de dos piezas. La exquisita prenda, confeccionada en seda azul, fluía majestuosamente desde sus hombros hasta el suelo, formando pliegues elegantes que capturaban la atención de quienes la rodeaban. Cada detalle del vestido era una obra maestra: la tela adornada con intrincados bordados de hilos de plata contaba la fascinante historia de su reino. Las mangas largas y ceñidas, por su parte, presentaban delicados bordados en forma de gotas de agua, rindiendo homenaje a la fuente de poder de Zafiro.
Mientras Lehia se contemplaba en el espejo, su doncella le entregó con reverencia un collar compuesto por zafiros y pedrería de plata, una joya que complementaba a la perfección su magnífico atuendo.
Con gratitud en sus ojos, Lehia respondió a Nathalie, la doncella:
— Es verdaderamente precioso, Nathalie. Gracias por tu exquisito gusto y dedicación.
— Es un honor servirte, Lehia. Lo haría todo por ti. — le dijo Nathalie con sinceridad. A Lehia le encantaba tener a Nathalie como parte de su vida. La consideraba una verdadera amiga, y no solo una doncella que la ayudaba a vestir y a arreglarse. La mujer se sentía agradecida y estaba feliz de poder contar con ella.
Minutos más tarde, Nathalie acompañó a Lehia hasta el carruaje, donde ya se encontraban Leandro y Saldur. En medio de la incertidumbre sobre lo que les depararía la reunión, la joven se sumió en una charla con su hermano y su padre durante el viaje, esforzándose por aclarar sus pensamientos.
A medida que el carruaje avanzaba por las pintorescas calles de la ciudad de Zafiria, el espectáculo que se presentaba ante los ojos de los viajeros era simplemente majestuoso. La población, ataviada con sus trajes tradicionales, irradiaba un sentido palpable de orgullo y arraigo cultural hacia su reino. A diferencia de otros reinos, en Zafiro, la vestimenta tradicional no era simplemente un atuendo ocasional, sino una parte integral de la vida cotidiana, resplandeciendo con una belleza impactante.
Las mujeres exhibían camisas cortas que dejaban al descubierto sus esculpidos abdominales, combinadas con faldas largas que se ajustaban elegantemente a la cintura. Estas prendas, confeccionadas con las telas más suaves y delicadas, solían deslumbrar con una paleta de colores rica en tonos zafiro, plata y dorado. Sin embargo, lo que elevaba estas vestimentas a la categoría de auténticas obras de arte eran los intrincados bordados y los detalles en oro y plata que las adornaban, confiriéndoles una singularidad única. Las damas caminaban como si fueran la realeza de eras pasadas, llevando consigo un legado de esplendor. Además de la ropa, las joyas preciosas eran parte esencial de su atuendo diario, con collares de centelleantes, pulseras elaboradas y pendientes deslumbrantes que añadían un toque de opulencia al conjunto, reflejando la riqueza y el esplendor del Reino de Zafiro.
Por otro lado, los hombres no se quedaban atrás en lo que respecta a elegancia y distinción. Sus túnicas ajustadas, generalmente en tonos oscuros como el azul marino o el negro, se erigían como testimonios de sofisticación. Los detalles en oro o plata que adornaban sus trajes conferían un toque adicional de distinción. Combinaban estas túnicas con pantalones ceñidos y botas de cuero, creando un aspecto que no solo destilaba regaleza, sino también una elegancia imponente que resonaba en cada paso que daban.
En el espléndido reino de Zafiro, la vestimenta tradicional trascendía la mera moda; se erigía como una sagrada manifestación para honrar la rica herencia cultural y la historia arraigada del reino.
El carruaje se detuvo con majestuosidad frente al imponente parlamento, cuyas puertas se abrieron de par en par gracias a los guardias, revelando el impresionante templo donde tenían lugar las trascendentales conferencias de vital importancia para el reino. Cuando Lehia cruzó el umbral, una extraña sensación la envolvió al percatarse de estar rodeada de personas pertenecientes al reino de Diamante. Los recuerdos de las palabras de su padre resonaron en su mente, avivando el fuego de la indignación que ardía en su interior. Sin embargo, esta vez, la ira que experimentaba era más intensa y profunda, anhelando expresar en lágrimas el peso de lo que esas personas le habían infligido a su madre.
— ¿Estás bien, Lehia? — inquirió su hermano, percibiendo la tensión en su rostro. — Parece que quieres llorar.
— Estoy perfectamente bien.
Inmersa en una vorágine de ira y tristeza, la atención de todos en la sala se centraba en ella, cautivados por su deslumbrante belleza. Lehia irradiaba gracia y encanto, como si hubiera sido esculpida por los dioses mismos. Su vestido, que realzaba su esbelta figura, fusionaba de manera exquisita los tonos de zafiro, plata y dorado, creando un contraste deslumbrante con el resplandor de su piel. Sus ojos, con destellos brillantes, resplandecían bajo la luz del sol que se filtraba por los impresionantes ventanales del parlamento. El cabello de Lehia, con rizos naturales, largo y negro como la noche, caía con gracia sobre su espalda, sus hebras parecían hebras de oro fundido, capturando la esencia del sol en cada rizo, añadiendo un toque celestial a su presencia.
La sobresaliente belleza natural de Lehia eclipsaba incluso a las flores más exquisitas que embellecían los extensos jardines del reino. Su entrada al majestuoso parlamento dejó a todos los presentes sin aliento, maravillados por la singular elegancia y encanto que emanaban de ella. Entre los asistentes, el recién coronado rey Devvan no pudo evitar quedar prendado de la belleza de Lehia. Su mirada, más intensa que la de cualquier otro, reflejaba no sólo admiración, sino también un deseo y curiosidad intrigantes. La presencia de la princesa lo sumía en un trance, como si hubiera encontrado algo excepcional que nunca antes había experimentado. Consciente de que no era el momento ni el lugar adecuados para expresar sentimientos más allá de la admiración y el respeto, el rey optó por controlarse y disimular su fascinación, aunque le resultaba imposible apartar sus pensamientos de ella.
— Ella es mi hija Lehia. — presentó Saldur, su tono de voz revelando una tensión apenas contenida. — Pero no es relevante saber quién es cada uno, ¿verdad? Estamos aquí por algo más.
A pesar del intento de Saldur por desviar la atención hacia el propósito principal de la reunión, la atmósfera se impregnaba de una tensión sutil. Mientras los presentes aguardaban con expectación las discusiones que se avecinaban, la figura de Lehia continuaba siendo el centro de atención, su presencia envuelta en un aura que dejaba a todos intrigados y ansiosos.
El silencio se prolongó unos minutos hasta que, por fin, el rey Devvan rompió el hielo con un comentario inesperado.
Las palabras elogiosas del rey Devvan hacia la belleza de Lehia tomaron a Saldur por sorpresa, sumiéndolo en un estado de incredulidad. ¿Podría ser que el monarca sintiera una atracción hacia su hija? La incertidumbre flotaba en el aire mientras la atención se desviaba momentáneamente de los asuntos políticos que debían discutirse.
— No estamos aquí reunidos para hablar sobre la belleza de mi hija. Estamos aquí para abordar temas políticos. Exijo una disculpa a mi pueblo por su tiranía hacia ellos — declaró Saldur con determinación, interrumpiendo el inesperado elogio del rey.
La respuesta directa y firme de Saldur dejó a Devvan sin palabras, sorprendido por la franqueza de su interlocutor. Sin embargo, no estaba dispuesto a ceder terreno, especialmente considerando los agravios que su propio reino había sufrido a manos del reino de Zafiro. La tensión en la sala se intensificó, y Saldur apretó los puños de la rabia mientras enfrentaba al monarca rival.
Mientras la discusión política se desarrollaba, la mirada de Lehia se cruzó con la del asesino de su madre, Celestin, quien mantenía una expresión serena. El rostro de Lehia reveló una mezcla de dolor y rabia contenida; deseaba llorar, pero se negaba a hacerlo en ese lugar. Aunque ansiaba abandonar la sala, la etiqueta y la educación le impedían hacerlo.
Leandro, percibiendo la angustia de su hermana, tomó su mano con firmeza, ofreciéndole un apoyo incondicional.
— Lehia, debemos irnos ya de aquí. No creo que esta conversación tenga un buen resultado para ti; solo te causará problemas. Por favor, ven conmigo. No deseo que sigas escuchando más —susurró Leandro con preocupación en la oreja de Lehia, intentando persuadirla para que abandonara el tenso escenario.
Aunque confundida, la joven asintió, permitiendo que su hermano la ayudara a levantarse y la guiara fuera del parlamento. Las lágrimas comenzaron a emerger sin que Lehia se diera cuenta, su corazón lloraba de dolor y su mente se sumía en la confusión mientras abandonaban la sala, dejando atrás una disputa política que solo agudizaba las heridas emocionales.
— Cálmate —susurró Leandro con ternura, intentando apaciguar la tormenta de emociones que embargaba a su hermana.
— Él dijo que...
— No pienses en eso, por favor.
— Mi mamá fue asignada por ellos... ellos la mataron y...
Leandro, con la serenidad que solo un hermano mayor puede ofrecer, tomó a Lehia por los hombros y la obligó a mirarlo a los ojos.
— Quiero que escuches mis palabras, y te las digo con todo mi corazón. Lo que sucedió con nuestra mamá es un horror que nunca puede olvidarse y es algo que duele mucho. Pero no hay que dejar que eso te consuma. Nuestra mamá vivió una vida plena y con amor.
— Ella sufrió mucho, Leandro. No puedo imaginarme a mi mamá más que sufriendo por culpa de ellos. La última vez que la vi ella estaba... ella estaba conmigo, abrazándome. Ella me decía que me quería mucho, que yo era la niña de sus ojos, que siempre estaría para mí... que nunca me dejaría sola.
— Yo sé que ese es el recuerdo más preciado que tienes, y no creo que sea justo que ese recuerdo quede manchado por lo que pasó con nuestra madre.
— ¡Me duele mucho! No quiero que mi mamá esté muerta. Ella me dijo que nunca se iría de mi lado — su voz estaba rota —. ¿Por qué tuvieron que hacerle eso? No había ningún motivo para hacer eso — dijo llorando en el pecho de su hermano.
Leandro la envolvió con un abrazo reconfortante, acariciando suavemente su cabello. Comprendía profundamente la pena de Lehia, quien no había tenido la oportunidad de despedirse de su madre y cargaba consigo un dolor insondable. Mientras la abrazaba con fuerza, Leandro deseaba arrebatarle el sufrimiento a su hermana, pero se sentía impotente al no saber qué más podía hacer para aliviar el peso de su corazón herido.
— Lehia, acabo de darme cuenta de algo — Leandro expresó con suavidad, esforzándose por alejar la tristeza que envolvía a su hermana. — La persona que tienes delante de ti no es la misma que era unos años atrás. Ahora eres una mujer diferente, más fuerte, más segura. Estoy seguro de que ella estaría orgullosa de quién eres y de todo lo que has logrado. Y de lo que serás.
— ¿Ella estaría orgullosa de una niña llorona?
— No eres una niña llorona, solo estás desahogándote de la manera más natural posible. Llorar aligera un corazón roto, así como está el tuyo en estos momentos. Puedes llorar todo lo que quieras hasta que sientas que es necesario. Que nadie te haga creer que llorar es malo porque no lo es. Y no te equivoques, ella estaría orgullosa de ti. De todo lo que has aprendido, de lo que has superado y de lo mucho que has logrado. Esa es la verdad y nadie te puede hacer olvidar eso —expresó Leandro, mirándola directamente a los ojos. — Eres la mejor hermana que alguien puede tener.
Leandro continuó, sabiendo que las palabras de aliento eran un bálsamo necesario para el corazón herido de Lehia. Quería transmitirle no sólo consuelo, sino también el reconocimiento y la admiración que sentía por la mujer fuerte que se había convertido, a pesar de las adversidades que la vida les había presentado.
En medio de la compleja negociación política que se desenvolvía en la reunión, Devvan albergaba una idea peculiar en su mente. Aunque aparentaba prestar atención a las discusiones en curso, su pensamiento era un torbellino de reflexiones. Entre los temas políticos que se abordaban, una figura destacaba en su mente: la hermosa joven que había capturado su atención. Sin embargo, sus pensamientos no se limitaban solo a la apreciación de su belleza; algo más rondaba en la mente del rey.
Minutos después, Leandro hizo su entrada en la sala, pero sin la compañía de Lehia, quien había optado por permanecer fuera, explorando el entorno y tal vez buscando un respiro del tenso ambiente político. Mientras tanto, dentro de la reunión, Devvan se puso de pie, atrayendo la atención de todos los presentes con su propuesta inesperada.
— Propongo una solución para todo esto. Si vuestro reino — señaló hacia Saldur quien tenía el rostro rojo de cólera —, acepta, yo pondré fin a toda esta guerra. Si no aceptan, todo seguirá igual.
La sorpresiva proposición del rey Devvan generó un murmullo entre los presentes, creando una pausa tensa en las negociaciones. Su mirada reflejaba determinación, pero también un atisbo de expectación, como si estuviera a la espera de la reacción del reino de Zafiro ante esta oferta inusual. Mientras tanto, afuera de la sala, Lehia continuaba con su pequeña reunión consigo misma, ajena por el momento a la propuesta que podría cambiar el curso de los acontecimientos.
— ¿De qué se trata? — intervino Leandro, al ver que su padre no pensaba hablar.
— Quiero que Lehia se case conmigo.
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Comments
Amikela
🤣😂🤣Si supiera que se llevara a una misma fiera herida para su casa/Facepalm/que lio, pero la puede domar/Chuckle/bueno si sabe hacerlo /Sweat/y puede
2024-01-28
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Dulce Cira
quedó imprecnado 😃
2023-12-30
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q😃
2023-12-11
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