El Nacimiento De Un Profundo Odio

— ¿Sucede algo malo? — susurró con ansiedad —. ¿Por qué tienen esas caras?

— Devvanni, espero que nos digas la verdad. Tu padre me ha informado que estás embarazada, ¿es eso cierto? — su mirada penetrante buscó la respuesta en los ojos de su hija. Devvanni, sintiéndose acorralada, bajó la mirada. — Levanta la cabeza y responde rápidamente — ordenó la reina. — ¡Ya mismo, Devvanni! Perdón por gritarte. Necesitamos saber si esto es cierto. ¿Estás esperando un hijo, y si es así, quién es el padre? — inquirió con un tono más comprensivo, pero la urgencia en su voz era evidente.

Devvanni se sintió aún más atrapada por la presión que ejercían sobre ella. Las palabras parecían pesar como cadenas en su corazón. Quería hablar, pero no podía. El miedo la tenía paralizada por completo.

— Si, es cierto — susurró con un nudo en la garganta —, estoy esperando un hijo, pero no puedo revelar el nombre del padre. Simplemente no puedo... — sus ojos se aguaron.

El silencio se hizo más denso en la sala mientras las palabras de Devvanni resonaban en el aire. Karena apretó los puños, mostrando su descontento, mientras Devvan miraba a su hermana con una mezcla de preocupación y enojo. La tensión en la habitación alcanzó su punto máximo, cuando karena azotó su mano contra su hija, tirándola al suelo.

Devvan reaccionó con rapidez, llegando junto a Devvanni y agarrándola por los brazos, evitando que cayese al suelo. Devvan miró a su madre con una expresión de rabia en la cara, la mirada incendiada con una mezcla de enojo y odio. Se puso entre ellas, defendiendo a Devvanni, quien estaba temblando.

— Madre, no hace falta golpearla. No estamos aquí para recurrir a la violencia, y si quieres que tu hija hable, con golpearla no vas a conseguir nada. ¿Me entiendes? Que sea la última vez que golpeas a mi hermana.

—Perdón... Devvanni, necesitamos saber quién es el padre de ese niño. No puedes ocultarlo más tiempo — dijo Karena con voz dura, su paciencia agotándose.

— Mamá, yo...

— ¿Cómo pudiste hacer esto? — gritó Karena, su voz temblando con emoción descontrolada. — ¡Sabes lo que significa eso! Por todos los dioses... debes deshacerte de ese bebé.

— ¿Qué? No pienso hacer eso. No quiero.

— Devvanni, no importa si quieres o no. Debes hacerlo. Si te casas con el rey de Esmeralda y se entera de que estás embarazada, sería una catástrofe para el reino. El heredero al trono debe ser hijo de un rey. Si das a luz a un hijo sin un rey como padre, la autoridad de la familia real caerá en duda, y eso desencadenará una crisis política en el reino. ¿No lo entiendes? ¡Una maldita guerra, Devvanni! No queremos más guerras.

Devvanni se sintió acorralada por una mezcla de emociones abrumadoras. Por un lado, la preocupación abrazaba su corazón con fuerza, pensando en su bebé por nacer y en el amor que compartía con su apuesto soldado. Por otro lado, el futuro del reino y la posibilidad de desencadenar una guerra la atormentaban. La princesa anhelaba con todo su ser mantener a su hijo, fruto de un amor prohibido y apasionado.

Devvanni abandonó la habitación. Su madre comenzó a llamarla desesperadamente, pero la joven princesa no respondió.

Karena se quedó en la habitación, observando la puerta que se cerraba tras su hija. La preocupación y el temor se reflejaban en su rostro, pero no había rastro de arrepentimiento. Devvan, observó la partida de su hermana con un rostro tenso y preocupado. Aunque no había pronunciado casi nada durante el enfrentamiento, su expresión hablaba por sí sola. Sabía que debía tomar medidas drásticas para proteger la reputación de la familia real y el reino.

— Tranquila, madre. Hablaré con el médico. Él se encargará de deshacerse de ese bastardo. — dijo Devvan con determinación, aunque su voz estaba llena de frustración y desesperación. — Davvanni no tendrá a su hijo.

— Que sea lo antes posible, y que nadie se entere de esta desgracia. Nadie puede enterarse que Devvanni está embarazada. Sería una gran desgracia. — dijo pasando su mano por su frente, con desespero.

Devvan salió de la habitación, agarrando su cabello con frustración mientras se dirigía a su propia alcoba. Necesitaba tiempo para procesar lo que estaba sucediendo. Pasaron horas antes de que se atreviera a volver a salir y dar órdenes a sus guardias para que buscaran al médico real. Mientras tanto, Devvanni se encontraba en la cueva apartada donde solía reunirse con Eduar, su amado. Sintió la necesidad de alejarse de las tensiones del castillo y estar a solas consigo misma.

Cuando salió, se encontró cara a cara con Eduar. Antes de que pudiera hablar, ella se apartó rápidamente y regresó al castillo, donde fue interceptada por su hermano Devvan. Él la agarró del brazo con fuerza y la arrastró a su habitación. Al entrar, la tiró en la cama con brusquedad, su rostro marcado por una expresión inusualmente autoritaria y severa.

— Cámbiate de ropa. — observó con un tono cortante. — Ya mismo.

Devvanni lo miró, confundida y asustada por la inusual actitud de su hermano.

— ¿Por qué? — preguntó, sin entender del todo la razón de su hermano.

— Cámbiate de ropa. Ponte un pijama ahora mismo. Cuando vuelva a esta habitación, quiero que estés como te lo ordené. No hagas preguntas estúpidas.

A pesar de su deseo de rebelarse, Devvanni asintió resignado y se dirigió a su vestidor con una expresión fría y el corazón destrozado. Contuvo las lágrimas que amenazaban con brotar. No podía creer lo que estaba sucediendo en su vida y en el reino que amaba.

Después de salir de la habitación de su hermana, Devvan se aventuró por el jardín y se encontró con Lehia, quien contemplaba un grupo de hermosas amapolas. Se acercó a ella y gentilmente posó su brazo sobre su hombro, compartiendo el delicado momento con la joven. Sus miradas se cruzaron brevemente, pero Lehia volvió sus ojos a las amapolas, cuya belleza frágil y efímera, así como su simbolismo de sueño y paz, la cautivaban profundamente.

— ¿Te gustan las flores?

— Sí, me gustan mucho. Mis favoritas son las amapolas; creo que son hermosas.

Devvan sonrió y se inclinó para tomar una amapola del grupo. Con cuidado, la colocó en el cabello de Lehia, resaltando su belleza aún más.

— Ahora te ves aún más hermosa con una amapola en tu cabello.

— ¿Me consideras una mujer hermosa?

— Lo eres, Lehia. — Devvan respondió con sinceridad.

— Claro que no.

Una nueva sonrisa asomó en el rostro de la joven, pero esta vez, no la ocultó. La dulzura de ese gesto no pasó desapercibida para Devvan, quien continuó con un toque de complicidad.

— ¿No estás acostumbrada a escuchar ese tipo de halagos?

— No estoy tan acostumbrada a escuchar ese tipo de cosas.

— Entonces, te lo diré siempre, princesita.

— ¿Algún día dejarás de llamarme así?

— No. Me gusta cómo suena. — Devvan, con una sonrisa encantada, respondió. — Princesita.

En medio del mar de amapolas y bajo la magia de un encuentro inusual en el jardín, comenzó a nacer una historia de amor tan hermosa y efímera como las propias flores que los rodeaban. Después de separarse de Lehia, Devvan regresó al castillo decidido. Se acercó a su leal Leone y le encomendó una tarea crucial: reemplazar todas las flores previstas para la boda por amapolas. Leone, preocupado, cuestionó la idoneidad de las amapolas para ese evento especial, buscando comprensión y reconsideración por parte de Devvan.

— Mi señor, las amapolas no son apropiadas para una boda. ¿Por qué no elegir el clásico rosa?

— Las amapolas serán la flor principal de la boda de mi esposa. Quiero que el templo esté lleno de ellas.

— Pero, señor, ¿entiendes las implicaciones de esta decisión?

— ¿Estás dispuesto a desobedecerme?

— No, señor. Cambiaré las flores como has ordenado.

El gesto desagradable de Devvan se transformó en una sonrisa mientras daba una palmada en la espalda de su amigo antes de encaminarse hacia el médico, quien pacientemente aguardaba su llegada. Juntos se dirigieron a una habitación, donde Devvan compartió con el médico la preocupante situación que los había convocado. El semblante del médico osciló entre la preocupación y el desagrado al recibir la noticia. Una vez que todos los preparativos estuvieron dispuestos, entraron en la habitación donde Devvanni, ya vestida con un pijama, aguardaba. El médico, en un tono de voz suave, comenzó su examen.

— ¿Devvanni, cuántas semanas tienes de embarazo? — inquirió el médico con curiosidad y precaución.

— No lo sé, señor. No he estado llevando un seguimiento.

El médico asintió y, tras unos momentos de minuciosa revisión, formuló algunas preguntas adicionales antes de sumirse en un preocupante silencio. Mientras tanto, Devvan permanecía en silencio, esperando ansiosamente por las noticias.

Finalmente, el médico rompió el silencio con voz calmada pero cargada de significado.

— Devvanni, estás embarazada de cuatro meses y siete semanas. Eso significa que habrá un bebé en menos de seis meses.

Devvanni quedó atónita ante la revelación y dejó escapar un suspiro lleno de asombro y emoción.

— ¿Seis meses...? En seis meses, tendrás a mi hijo... — murmuró Devvanni con una mezcla de alegría y temor en su voz.

— No, no tendrás a tu hijo. El médico te sacará ese bastardo.

— ¿De qué hablas? No quiero que hagan eso.

El médico, siguiendo las órdenes de Devvan, solicitó a Devvanni que se recostara en la cama con las piernas abiertas. Aunque reacia, ella estaba a punto de salir de la cama, pero en ese momento, un grupo de guardias irrumpió en la habitación y la sujetaron firmemente, forzándola a acostarse en la cama. Devvanni, llena de miedo y desesperación, se debatía en vano contra la presión ejercida por los guardias y exclamaba:

— ¡Suéltame!

— Guarda silencio. Debes colaborar para que todo salga bien.

— ¡Quiero tener a mi hijo!

Devvan se encontraba al borde de la irritación, consciente de que cada segundo era valioso, y cada momento perdido representaba una oportunidad que no podían darse el lujo de desperdiciar. Su paciencia se desvanecía rápidamente, y finalmente, levantó la voz, gritando con un tono autoritario a su hermana.

— ¡Devvanni, por favor, cálmate! Esto es por la seguridad de todos. Debes entender que necesito que todo se desarrolle de acuerdo a mis deseos, no a los tuyos.

Las lágrimas comenzaron a asomarse en los ojos de Devvanni. Mientras tanto, el médico, aunque sabía que su deber profesional era claro, se sentía profundamente atormentado por la situación. La conversación que se desarrollaba a su alrededor le resultaba incómoda y angustiante. Sin embargo, era consciente de que no podía dar marcha atrás. Este era su trabajo, y debía cumplirlo. Comenzó a preparar los instrumentos médicos y se acercó con cuidado a la mujer. Los ojos de Devvanni se abrieron de golpe, y su mirada se llenó de temor al ver el instrumental que la rodeaba. Comenzó a forcejear y a intentar liberarse, pero los guardias que la sujetaban mantenían un agarre firme en sus brazos.

— ¡No! — exclamó con desesperación. — ¡Suéltenme!

El médico intentó calmarla con palabras tranquilizadoras, pero sus esfuerzos parecían inútiles en medio de la confusión y el miedo que se apoderaban de Devvanni. Ella sentía que no sabía qué hacer, pero tenía una certeza: necesitaba escapar de esa situación.

A pesar de su resistencia y sus gritos, los guardias y el médico mantenían su posición. Aunque no lo mostraban abiertamente, sabían que estaban causando un gran dolor, pero estaban convencidos de que estaban cumpliendo con una tarea que consideraban necesaria. Devvanni continuaba forcejeando con todas sus fuerzas, incapaz de resignarse a lo que se avecinaba. La tensión en el ambiente era palpable, una atmósfera cargada de angustia y desesperación.

— Sostenedla con firmeza. Devvanni, esto es por tu propio bien. No es nada malo, lo entenderás cuando termine.

Los ojos de Devvan no revelaban ni remordimiento, ni arrepentimiento. Sólo demostraban la firme decisión de hacer lo que creía necesario, aun a costa de las consecuencias. Mientras tanto, Devvanni, sumida en el terror, no podía contener las lágrimas que rodaban por sus mejillas como torrentes desbocados.

Un guardia tomó una botella de cristal, que contenía un líquido amarillo de aspecto vítreo. Se acercó a la mujer, sosteniendo el frasco cerca de su boca. Sin embargo, Devvanni se resistió ferozmente, moviendo su cabeza de un lado a otro en un intento desesperado por evitar lo inevitable. Otro de los guardias, experto en este tipo de situaciones, agarró a Devvanni con firmeza por los hombros y la mordaza que llevaba se acercó de manera más decidida. Ella se encontraba completamente atrapada, sin ninguna opción de escapar. La fuerza bruta prevaleció, y le abrieron la boca a la fuerza, obligándola a ingerir el líquido amarillo.

Devvanni, en su último acto de resistencia, volvió la mirada hacia su hermano antes de cerrar los ojos. En su rostro, se reflejaba todo el dolor y la traición que sentía en ese momento. Su mirada parecía transmitir un cuestionamiento silencioso: "¿Por qué has hecho esto? ¿Por qué has decidido destruirme de esta manera?". Sin embargo, Devvan parecía inmune a los sentimientos de su hermana. El médico, con una mueca en el rostro que denotaba incomodidad y desasosiego, hizo un ademán a los guardias para que se retiraran.

La atmósfera de la habitación estaba cargada de un pesar profundo, como si la sombra de la tragedia se hubiera instalado de manera permanente en ese lugar. El tormento de Devvanni apenas comenzaba, y el acto que había tenido lugar dejaba una huella imborrable en todos los presentes.

— ¿Ya terminó? — pregunto Devvan, después de varios minutos en completo silencio. El médico asintió, sintiendo una sensación extraña dentro de él. — ¿Está usted seguro? No quiero saber que mi hermana aún sigue embarazada de ese bastardo.

— Su hermana ya no está embarazada, mi señor. — Devvan sintió un profundo alivio y dejó escapar un suspiro. — Ella estará dormida por unas horas. Le recomiendo que por el momento no la hagan experimentar emociones demasiado fuertes. Podría traerle problemas de salud.

Después de algunas horas, Devvanni despertó y se encontró en una habitación vacía. Un intenso dolor en su abdomen la hizo retorcerse. Miró hacia abajo y notó que las sábanas eran de un color diferente, recordándole lo que acababa de suceder. Instintivamente, tocó su vientre, pero ya no sentía el pequeño bulto que antes estaba allí. Lágrimas inundaron su rostro mientras se sentía vacía, desolada y abandonada. Se preguntaba por qué su hermano había tomado esa decisión y por qué lo había permitido. En ese momento, solo podía experimentar el dolor físico y emocional que la consumía.

— Los odio a todos, los odio tanto... — susurró con la voz quebrada, apretando su vientre ahora vacío —. ¿Por qué me hicieron esto? ¿Por qué a mí?

Sus palabras eran una expresión de sufrimiento, cada una de ellas cargada de un dolor que le resultaba insoportable. Cada nueva lágrima que caía solo aumentaba su tormento. Se sentía sin propósito, sin metas, con el corazón hecho añicos, incapaz de dejar de sentirse así.

En ese preciso momento, la puerta de la habitación se abrió suavemente y Lehia entró en silencio. Había conocido los detalles de lo ocurrido a través de Devvan y, aunque sabía que no tenía voz ni poder para cambiar lo ocurrido, no pudo evitar sentirse profundamente molesta por la situación. Lehia sentía una gran empatía por Devvanni y sabía que necesitaba apoyo incondicional en ese momento tan difícil. Con pasos decididos, Lehia se acercó a la cama donde Devvanni yacía sumida en su dolor. Tomó delicadamente las manos de su cuñada y se sentó a su lado, mirándola con cariño y comprensión en sus ojos.

— Lehia... — susurró Devvanni, con la voz llena de angustia y una mirada desgarradora. — Me han arrancado a mi hijo. Lo deseaba con todo mi ser. ¿Por qué me lo arrebataron? Aunque sabía que estaba mal, no me importaba, solo quería tenerlo. Siempre anhelé ser madre, pero ahora... ahora ese sueño se ha desvanecido para siempre. Cada latido de mi corazón es un recordatorio constante de la pérdida que llevo dentro de mí. Yo...

— No sé qué decirte, Devvanni. No sé qué decir. Sé que la pérdida de un hijo es una herida que nunca se cura, pero... Pero nunca permitas que esa herida te desgaste, hermana. De verdad, lamento mucho lo que te ha sucedido, Devvanni.

— Quiero morir... — susurró Devvanni, con la voz quebrada por el dolor.

— No lo digas, Devvanni. Es importante que comprendas que aún tienes una vida por delante.

— ¡No! No tengo vida por delante. No vuelvas a decir eso nunca más. Mi vida está arruinada. — exclamó con desesperación. — Devvan es un monstruo. ¡Lo odio con toda mi alma! Lo odio tanto... Lehia, si él ha sido capaz de hacer esto conmigo, su propia hermana, también será capaz de hacerlo contigo. Aléjate de mi hermano, es malo, muy malo. Tu vida será un infierno a su lado.

— No puedo alejarme de tu hermano. Nos casaremos en menos de una semana.

— Puedes hacerlo, Lehia, por favor... protégete.

— No funciona de esa manera. Lo mejor será que descanses, Devvanni. Volveré más tarde, y hablaremos de nuevo, ¿te parece? Pero por favor, no pierdas la esperanza. Eres fuerte, Devvanni. Superarás esto, estoy segura. Y estaré aquí para ayudarte en todo lo que necesites. Puedes contar conmigo.

Lehia salió de la habitación, para encontrarse a Devvan recostado contra la pared, con la mirada perdida en la distancia. Lehia lo observó por unos instantes, sintiendo el peso del dolor y la traición en el aire. Decidió seguir su camino, consciente de que él la seguiría a una distancia prudente. A medida que Lehia avanzaba por el corredor, Devvan intentaba desesperadamente hablarle, pero ella se negaba a voltear o dirigirle la mirada, dejando claro su profundo enojo.

— Lehia, ¿por qué me ignoras?

— ¿Por qué hiciste eso? — preguntó Lehia, volviéndose hacia él. — Ahora tu hermana te odia, ¿lo sabes? ¿Estás satisfecho con eso?

Devvan guardó silencio durante unos momentos, como si estuviera meditando sobre las palabras de Lehia. La miró directamente a los ojos, pero su mirada carecía de empatía y remordimiento. Era difícil discernir lo que pasaba por su mente en ese momento.

— Es lo que es. — respondió en un tono monótono. — No podía permitir que ella manchara el honor de mi familia y mi reino.

— ¿Eso es todo lo que tienes para decir? — replicó —. ¿Es tan poco lo que sientes por tu hermana?

— Quiero mucho a mi hermana. La amo, pero a veces hay que tomar decisiones difíciles. Lo lamento, pero es lo que es. — Intentó tomar las manos de su prometida, pero ella lo alejó. — Perdón — murmuró Devvan.

— ¿Perdón? ¿De qué? — respondió Lehia, sus ojos centelleando con ira.

— Por lo que hice.

— Estás equivocado. No debes disculparte conmigo. Debes disculparte con tu hermana, ella es quien lo necesita, no yo.

— Yo... No... No puedo.

— Por supuesto que puedes. Tienes miedo, y lo entiendo, pero debes hacerlo.

— Ella no me perdonará.

— Claramente, es posible que no lo haga. Pero al menos, debes disculparte. Ten en cuenta que eso no cambiará nada, pero al menos habrás dado un paso en la dirección correcta. No busques un discurso premeditado. No hay forma de que esto suene perfecto o natural. Simplemente díselo desde el corazón, y acepta cualquier consecuencia de tus acciones.

— Lehia...

— No quiero hablar contigo, Devvan. Mejor ve y piensa en la estupidez tan grande que acabas de cometer. Y déjame decirte algo, espero que el odio que Devvanni te llegue a tener, sea mas grande del que yo siento por ti en estos momentos. 

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Comments

Jade Dotm

Jade Dotm

Era más fácil casarla antes de los 3 meses, ponerle guardia para que la cuide en el otro reino (que sea su papucho), sale "embarazada en la noche de bodas" y nace "prematuro" sjsjsj

2024-06-02

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