A La Sombra De Un Matrimonio Impuesto

El guardia, aunque deseaba ayudar a la princesa, se vio atrapado por su deber y responsabilidad. Respondió con un tono comprensivo pero firme:

— Lamento mucho la situación, pero no puedo tomar esa decisión. Su Majestad, su padre, la requiere en este momento nuevamente en la sala. ¿Podría acompáñame sin decir nada?

— No, no puedo volver ahí. No ahora. No estoy bien. Por favor, sácame de aquí. No quiero estar aquí. — suplicó con desesperación, su mirada fija en el guardia, con la esperanza de que él cediera a su petición. — Por favor. No quiero volver a esa sola con esas personas. Ellos no son de mi agrado. Son malas personas, lo peor que existe. No sé porque tuve que venir aquí.

El guardia observó con evidente preocupación el rostro de la princesa, cuyas emociones se manifestaban en agitación y desesperación. A pesar de sentir empatía por su sufrimiento, el deber del guardia era claro y no podía ceder a la petición de Lehia.

— Comprendo que estás pasando por un momento difícil, Lehia, pero mi deber es seguir las órdenes de tu padre. No puedo actuar en contra de su voluntad. Lamento mucho la situación en la que te encuentras y entiendo que necesitas un respiro, pero en este momento tu padre te necesita. Acompáñame, por favor.

La joven, con una mirada llena de enojo ante las palabras del guardia, giró bruscamente y comenzó a correr sin un rumbo definido. El guardia la perseguía incansablemente mientras ella se adentraba en un bosque mucho más extenso de lo que recordaba. La vista del bosque le pareció maravillosa, con colores vibrantes y un ambiente primaveral que la envolvía. Mientras corría entre los árboles, el aroma de las flores y la hierba fresca llenaba sus sentidos. En la distancia, divisó un río rápido y una pequeña playa rodeada de una profusión de flores y árboles. En un momento de revelación, se detuvo y se quedó quieta, respirando profundamente.

En ese rincón de la naturaleza, comenzó a sentir una calma que le resultaba desconocida. La suave brisa nocturna acariciaba su rostro, como si el mundo se hubiera detenido para darle un respiro. El latido frenético de su corazón se mezclaba con la serenidad del bosque. En ese preciso instante, alguien se sentó a su lado y, al voltear, se encontró con Devvanni, la princesa de diamante y hermana menor de Devvan. Devvanni había estado presente en la reunión en el parlamento junto a su padre, pero no había pronunciado ni una palabra. Resulta que su hermano no la había dejado quedarse sola y la había obligado a asistir.

— Hola, Lehia... soy hermana de Devvan — Lehia frunció el ceño, manifestando su molestia ante la cercanía de la otra chica. No estaba interesada en su presencia. — Comprendo que tengas muchas preguntas, pero te ruego que me escuches con paciencia, pues entiendo a la perfección tus emociones. Se lo que se siente que las personas salgas con ideas locas como un matrimonio.

— ¿Realmente entiendes cómo me siento? — Lehia respondió con un toque de sarcasmo en su voz. — Dudo que alguien pueda comprender la complejidad de lo que estoy experimentando en este momento.

— En realidad, sí lo comprendo. También me están presionando para contraer matrimonio con alguien desconocido y que no es de mi agrado. — Devvanni compartió, revelando su descontento con una expresión que denotaba autenticidad. — Es parte de un acuerdo de alianza, aunque apenas entiendo los detalles. No es algo que elija, sino una imposición que enfrento. No me agrada la idea de unirme en matrimonio con alguien como el rey de Esmeralda; es una persona bastante detestable, aunque no estoy segura si es más detestable que los hombres de mi propia familia. Ellos somo personas son un completo asco — Sonrió amargamente. — Aunque estoy acostumbrada a lidiar con personalidades como la suya... Lehia, espero que no estés considerando ir en contra de los acuerdos de paz que tu padre ha preparado. No sería beneficioso para tu pueblo, y mucho menos para ti. — comentó Devvanni con sabiduría, mostrando su comprensión de las complejidades políticas que rodeaban la situación. — Lo mejor será cumplir con el compromiso matrimonial con mi hermano. Es lo que más os conviene.

— No tengo el deseo de contraer matrimonio. — Lehia respondió con un matiz de desesperación impregnado en su voz. — No anhelo unirme a tu hermano, ni asumir compromisos con tu reino más allá de la condenada guerra. No estoy dispuesta a establecer ninguna conexión con los asesinos de mi madre. No me importa sufrir pérdidas si ello significa que no entrego mi libertad en bandeja de plata. Poseo una autonomía que nadie puede arrebatarme.

— En la vida, no siempre seguimos nuestros deseos, sino lo que nos corresponde. Mírame a mí, desde temprana edad he tenido que llevar a cabo acciones en contra de mi voluntad para hacer feliz a mi familia, aunque ello no haya traído felicidad a mi propia existencia. La guerra no es de mi agrado; detesto presenciar la muerte de inocentes debido a disputas entre reinos, disputas en su mayoría carentes de sentido. Comprendo que esto te resulta difícil, pero reflexiona sobre las vidas que podrías salvar con tu decisión. La paz es un bien sagrado que no deberíamos nunca arrebatarle a nadie.

La interacción entre Devvanni y Lehia estaba a punto de profundizarse cuando los imponentes guardias de zafiro irrumpieron en la apacible escena boscosa. Lehia se puso en pie con celeridad, y Devvanni la siguió de cerca. La joven de zafiro avanzó con determinación, su rostro reflejando una ira incontenible, sin detenerse para reconocer a quienes les rodeaban mientras se dirigían hacia el parlamento. Una furia incandescente parecía consumir todo su ser.

Al ingresar al parlamento, Lehia fue recibida con una reprimenda contundente por parte de su padre y su hermano. Sin embargo, en su estado de ira, las palabras de reprobación no lograron hacer mella en ella.

— Comprende que estas acciones tuyas no son aceptables. ¿Has reflexionado sobre las posibles consecuencias en el reino? — preguntó su padre con un tono de advertencia, buscando hacerla reflexionar sobre el impacto de sus actos. — Respóndeme, Lehia. Ya no eres una niña. Ya eres una mujer que tiene conciencia de lo que está bien y de lo que no.

Lehia escuchó atentamente, pero su expresión era un reflejo de su frustración y resentimiento. Las palabras se atascaron en su garganta, y no pudo articular una respuesta en ese momento. Mientras tanto, Devvan continuó su diálogo con Leone. Sin embargo, su atención se desvió al sentir la mirada intensa de Lehia sobre él. Ante esa mirada, Devvan respondió con una sonrisa excéntrica, una expresión que parecía no concordar con la gravedad de la situación. De repente, decidió acercarse a Lehia, solicitando un momento a solas con ella. Aunque Lehia estaba a punto de protestar, antes de que pudiera reaccionar, Devvan la condujo a una habitación apartada donde no había testigos.

En un giro inesperado, Devvan la sujetó firmemente de los brazos y la empujó contra la pared más cercana. Sus ojos se encontraron con los de Lehia mientras inclinaba su rostro hacia su cuello, inhalando profundamente su fragancia, una acción que dejaba claro su deseo de control.

— Ahora eres mía. — murmuró Devvan, revelando su actitud posesiva, manteniendo su firme agarre. Lehia, sin embargo, no se dejó intimidar. — Solo mía, hermosa Lehia.

— Estás equivocado. No pertenezco a hombres como tú. — ataco con amargura.

— Entonces, ¿a qué tipo de hombres perteneces, siendo tan hermosa? No creo que debas dejar que cualquiera se lleve tu belleza.

— A ninguno. No soy un objeto que le pertenezca a nadie. Solo me pertenezco a mí. — Lehia respondió con firmeza, reivindicando su independencia y dignidad en medio de la tormenta emocional. — Y me belleza se la llevara el viento, no tu.

«Tan despreciable como su reino »

Con su actitud dominante, Devvan se acercó aún más a Lehia, sus cuerpos casi pegados y su mirada lujuriosa. Sus manos descendieron desde la cintura de la princesa, acentuando la tensión en el ambiente.

— Hermosa princesa, desde este momento, me perteneces solo a mí. — susurró Devvan, su aliento cálido rozando la piel de Lehia mientras hablaba. Su mano se deslizó por la curva de la cintura de la joven princesa. — Eres mi mujer, solo mía. Nadie más tendrá permiso de tocarte, y aquel que lo haga, morirá.

— Aleja tus manos de mi cuerpo. Y no necesito que mates al que me toque, yo misma podría hacerlo, empezando por ti. — La respuesta no generó más que una fuerte atracción en el rey.

— ¿Mi inofensiva mujer sería capaz de matarme? Inténtalo, Lehia. — Devvan la desafió con una sonrisa confiada. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, la joven princesa agarró los bordes de la camisa, cerca del cuello, y le propinó un golpe certero en el punto más vulnerable, entre las piernas. Devvan se dobló y cayó de rodillas al suelo con un gemido de dolor. — ¡Maldición, ¿estás loca o qué sucede contigo?! — exclamó Devvan, sujetándose la zona dolorida mientras intentaba recuperar el aliento. — Maldita zorra.

— Te insté a que retiraras tus manos de mi persona — Su tono resonaba con una resuelta firmeza. — En el caso de que las reincidas, me veré obligada a destrozarte tú estúpido pene, insensato viejito.

— No me considero viejo. Apenas tengo treinta años.

— A pesar de tus treinta, aparentas tener al menos cincuenta — pronunció estas palabras antes de apartarse velozmente de su presencia.

Al retornar al imponente castillo, Lehia optó por obviar por completo a su progenitor y hermano, quienes buscaban entablar diálogo con ella. Sus pasos resonaban en los amplios corredores del castillo mientras se distanciaba de ellos. Aunque aparentaba desdén, sus ojos se detuvieron en un imponente retrato de su difunta madre, colgado en una pared cercana.

Frente a la imponente representación de la figura que había desempeñado un papel fundamental en cada faceta de su existencia, Lehia se vio envuelta por una amalgama de emociones y recuerdos. Un enlace intangible de nostalgia y amor tejía un nudo en su corazón mientras sus ojos se encontraban con los de la reina plasmada en el retrato. Sin articular palabra alguna ni concebir pensamiento explícito, la princesa descendió sus rodillas al suelo, como si estuviera rindiendo reverencia a la memoria imperecedera de su progenitora. En ese preciso instante, revivió con vividez momentos entrañables compartidos con su madre. Recordó la sensación reconfortante de los dedos de la reina acariciando su cabello, la cálida sonrisa que iluminaba su rostro cuando Lehia se aproximaba. Las noches mágicas se desplegaron ante su mente, en las cuales su madre le relataba cuentos y compartía las fascinantes experiencias de sus propios viajes. En esas veladas, Lehia se entregaba al sueño con la cabeza reposando en el regazo de la reina, experimentando un profundo sentido de amor y conexión.

A medida que rememoraba cada instante, el resentimiento hacia el reino de Diamante se acrecentaba en el corazón de Lehia. La presencia pérdida de su madre y la convicción de que este vínculo tan valioso se había visto arrebatado debido a las rivalidades entre reinos avivaban la llama de su ira. Una urgencia creciente, como un fuego interno, la impulsó a la acción. Con un salto, abandonó el retrato de su madre y se dirigió velozmente hacia su habitación.

Una vez allí, su búsqueda febril la llevó a explorar cada rincón en busca del libro que su madre le había regalado en su decimoquinto cumpleaños. Esta posesión, símbolo del amor materno y el fomento de su pasión por la lectura, se revelaba como un tesoro intrínseco. Sin embargo, el libro parecía esquivo, incrementando su frustración y tensión interna. Aunque la magnífica habitación conservaba su esplendor, se percibía vacía como si las propias paredes fueran testigos silenciosos de su conflicto interno.

Finalmente, los pasos de Lehia la condujeron hacia una caja de terciopelo, resguardada en una esquina, que albergaba tesoros de su infancia. Con manos temblorosas de emoción, la princesa abrió la caja, siendo recibida por una avalancha de recuerdos olvidados. En ese cofre de nostalgia, halló el libro anhelado, reposando como un antiguo relicario de sabiduría, como si aguardara pacientemente su redescubrimiento. Con delicadeza, lo tomó, sintiendo la suavidad de sus páginas bajo sus dedos. Se sentó en su cama, rodeada por la placidez de su habitación, y se sumergió en una contemplación pausada del libro.

Aunque las páginas mostraban signos de desgaste y estaban marcadas por el implacable paso del tiempo, el libro continuaba irradiando un aura de conocimiento y magia que había cautivado a Lehia. Mientras sus dedos acariciaban la cubierta del volumen, la capa de polvo que lo envolvía se desvaneció instantáneamente, revelando la deslumbrante belleza de sus páginas adornadas con letras antiguas y enigmáticos dibujos. Una magia singular y fascinante comenzó a emerger del libro, como si estuviera respondiendo de manera peculiar a la presencia de Lehia.

— Mamá, siento tanto tu ausencia. Anhelo tenerte aquí, entre nosotros, viva y presente en nuestras vidas. — Las lágrimas empezaron a rodar por las mejillas de Lehia, cayendo sobre el libro abierto ante ella. —. Por favor, si pudieras regresar, te abrazaría con fuerza y no te soltaría jamás. — Las palabras brotaban de su corazón, cargadas de un profundo dolor y anhelo, mientras imploraba por el regreso de su madre. — Te quiero conmigo, no muerta.

El sonido resonó en la habitación, atrayendo la atención de Lehia, quien alzó la mirada hacia la puerta. Detrás de ella se encontraba Leandro, con una expresión que delataba la necesidad de mantener una conversación con su hermana. Lehia, a su vez, se incorporó, dejando el libro reposar en la cama, y se acercó para apoyarse en la puerta, prestándole atención a las palabras de su hermano. A pesar de la reticencia inicial, estaba dispuesta a escuchar lo que tenía que decir, a pesar del malestar persistente por el comentario hiriente que él le había dirigido cuando el guardia la condujo de regreso a la sala.

— Lehia, sé que estás enojada conmigo y entiendo que tengas todo el derecho de sentirlo. Pero antes de que te retires a descansar, hay algunas cosas que necesito decirte — expresó Leandro, esforzándose por sostener la mirada de su hermana. — Por favor, permíteme hablar. Ábreme la puerta.

A pesar del disgusto y la ira que bullían dentro de Lehia, no pudo evitar sentir una imperiosa necesidad de escuchar las palabras de Leandro. La confusión de emociones se reflejaba en su rostro mIentras debatía internamente la decisión de abrir la puerta y permitir que su hermano compartiera sus pensamientos.

— No deseo hablar contigo. Puedes irte, hablaremos después.

Lehia, por favor.

— Leandro, largo.

— Está bien. Hablaremos después. Recuerda que te quiero mucho.

— No me importa. 

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Comments

Dulce Cira

Dulce Cira

Estoy maravillada de la forma como describes cada sitio cada persona sus costumbres es un deleite leerte 👏🏻👏🏻👏🏻🙃🤞🏻

2023-12-30

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