Diferentes Puntos De Vista: Dolor, Deseo y Perdón

Los ojos de Eduar acababan de cerrarse para siempre, y ese silencio atroz se clavó en el alma de Devvanni. En ese instante, todo el aire pareció abandonar los pulmones de Devvanni. El mundo se tornaba cada vez más oscuro y frío, sumiéndola en una sensación aterradora. ¿Era este el umbral de la muerte? ¿Acaso lo vivido no era más que una pesadilla persistente? Sus pensamientos se agolparon en su mente, creando una amalgama de confusión y vacío. El amor de su vida yacía muerto, una realidad dolorosa e ineludible.

La muerte se cernía sobre ella, envolviéndola en su abrazo implacable, mientras la soledad y el dolor la consumían como sombras voraces.

— Devvanni, hija. — Las palabras de su padre resonaron en el aire, un recordatorio cruel de un vínculo que ella se negaba a reconocer.

— No soy tu hija.

— Hija, debemos preparar la boda con el rey Érik.

La propuesta de preparar una boda inminente flotaba en el ambiente, desgarrando cualquier esperanza de libertad. Devvanni, con una mirada de incredulidad, se zafó del agarre de los guardias y descargó una cachetada sorprendente en el rostro de su propio padre. Celestin, desconcertado por la inesperada acción de su hija, no pudo más que palparse la mejilla, atónito ante lo que acababa de suceder.

— ¡Qué haces, niña!

— Yo te amaba, padre, pero ahora lo único que siento es odio hacia ti. ¡Cómo pudiste hacerme esto! ¿Por qué me hiciste esto cuando lo único que yo hago es demostrarte cuanto te amo? ¡Dame una maldita respuesta lógica!

— Tenía que hacerlo. — La explicación de su padre resonó en el aire, pero las palabras no mitigaron la tormenta de emociones que rugía en el pecho de Devvanni. — No podía permitir que mi única hija mujer fuera una desgraciada cualquiera que se revolcara con un simple soldadito. Devvanni, debes entender que pronto serás la mujer de un rey y debes comportarte como tal. Ya no eres una niña pequeña que puede estar haciendo dramas por doquier. Debes actuar como una mujer madura.

— ¡No pienso casarme con Erik! Prefiero matarme antes de casarme con ese hombre. No lo amo, no lo quiero. ¡No puedes obligarme a casarme con alguien al que no amo!

Sin esperar respuesta alguna, Devvanni, impulsada por la ira y la angustia, corrió fuera de la oscura cueva, dejando atrás las sombras que amenazaban su libertad. Cada paso era una huella de resistencia contra las cadenas del destino impuesto. La luna, testigo silencioso de la tragedia que se desarrollaba, iluminaba su camino mientras ella se adentraba en la oscuridad de la noche, buscando refugio lejos de la figura paterna que había traicionado la confianza y el amor de una hija.

Ella cayó de rodillas en el suelo, su vestido manchado y las manos cubiertas de tierra, una metáfora visual de la desesperación que la abrumaba. Lloraba con una intensidad que parecía desgarrar su alma, apretando la tierra con fuerza como si quisiera ahogar la realidad en aquel montón de tierra. Su cuerpo temblaba con cada sollozo, deseando fervientemente que todo fuera una pesadilla de la cual despertaría en breve. En el intento desesperado de encontrar alivio en su agonía, las manos de Devvanni se mezclaron con la tierra, y la herida en su palma se abrió, manchando sus manos de sangre. El dolor físico apenas le importaba en comparación con la furia ardiente por lo que le habían arrebatado.

Cada gota de sangre era un testimonio tangible de la herida más profunda que sangraba en su corazón roto.

Lehia, quien caminaba por el pasillo vacío cerca del jardín, vio a Devvanni y sintió una extraña sensación al verla en ese estado. No sabía si debía ir hacia ella o dejarla sola. Durante unos segundos, la miró fijamente. Minutos antes, ella estaba en la fiesta del festival de la cultura en el salón real, pero después de una pequeña discusión con Devvan que afortunadamente pasó desapercibida, Lehia decidió tomar un momento a solas, pero no esperaba encontrarse a su cuñada de esa manera. Después de minutos de estar indecisa, decidió acercarse.

— Devvanni, tranquila — le susurró Lehia mientras se acercaba, preocupada. — ¿Qué pasó? Cuéntame, por favor.

Devvanni, incapaz de articular palabra debido al dolor que le oprimía el pecho, solo pudo murmurar las palabras que marcaban su pérdida.

— Me lo mataron — las lágrimas seguían su curso por sus mejillas, mientras trataba de comunicar el horror que había vivido —. Mi Eduar está muerto. Ellos lo mataron. Yo... ¿por qué? No hice nada malo. Solo me enamore de la persona que fue capaz de salvarme. Él me salvó de morir varias veces, pero yo... lo dejé morir de la manera más estúpida posible. Pude haber hecho algo para salvarlo, pero...

Lehia, sorprendida por la noticia, se esforzó por comprender la magnitud del sufrimiento de Devvanni. Sin saber exactamente cómo reaccionar, tomó una decisión instintiva y abrazó a Devvanni, ofreciendo su apoyo en ese momento de desesperación.

— Lo siento mucho, Devvanni. No puedes culparte a ti misma. No tenías el control de lo que sucedió. Estoy aquí para apoyarte en lo que necesites.

— Me quiero morir. De verdad quiero hacerlo. Ya no quiero seguir en este reino ni en ningún otro. Ya no quiero estar viva. Ni quiero seguir perteneciendo a esta familia. Ya no quiero sufrir así. ¿Acaso está mal enamorarse?... Yo quería ser feliz con Eduar, solo con él. Quería darle hijos. Quería que él fuera el hombre con el que moriría. Quería que él fuera mi todo, pero ahora eso solo se queda en el aire. Todo lo que quería está muerto.

— Lo siento mucho por lo que estás pasando, Devvanni. Es comprensible que te sientas devastada, pero recuerda que no estás sola. No dejes que tu hermano o tu padre controlen tu vida. No lo permitas, no les des el poder sobre ti. No permitas que esas muertes sean en vano. Sé fuerte y demuéstrale al mundo que eres algo más que un simple títere. Tu amor por Eduar debe perdurar como un faro que ilumina tu camino hacia una vida independiente y significativa.

Devvanni, abrazada por la compasión de Lehia, se encontraba en el cruce doloroso de la desesperación y la búsqueda de un motivo para seguir adelante. Con el apoyo de Lehia, logró levantarse del suelo y juntas se dirigieron hacia su habitación, donde el ambiente estaba cargado de una energía indeseada. Al entrar, Devvanni se dejó caer en la cama, con la mirada perdida. Toda la habitación parecía llevar el peso de la tragedia que acababa de ocurrir.

Lehia, consciente de la fragilidad de Devvanni, salió brevemente de la habitación y regresó con algodón y agua para tratar las heridas en las manos de Devvanni. Con delicadeza, tomó sus manos y comenzó a limpiar las huellas del dolor físico y emocional que llevaba consigo.

— No todo en la vida es justo. A veces, las personas más cercanas a nosotros pueden causarnos el mayor daño. Pero, aunque sea difícil, tenemos que continuar y seguir adelante. Tenemos que ser fuertes, no solo para nosotros sino también para las personas que nos importan — comentó Lehia mientras limpiaba las heridas. — De corazón, espero que tu vida mejore.

— ¿Podrías dejarme sola?

— Por supuesto.

— Y... gracias por ayudarme —murmuró Devvanni, alejando las manos de Lehia. — Te estás convirtiendo en un ángel para mí, Lehia.

— Es un gusto, Devvanni. Me alegra que me consideres tu ángel. Ten por segura que siempre te cuidare, sin importar el lugar donde este porque... te considero una amiga a pesar de que no hablemos seguido. — respondió Lehia con sinceridad antes de cerrar la puerta.

Devvanni quedó sumida en la oscuridad de sus pensamientos, buscando respuestas en un universo que le había arrebatado el amor y la felicidad en un giro inesperado y cruel. Mientras tanto, Lehia avanzaba por el pasillo, no pudo evitar experimentar un sentimiento de temor ante lo que se avecinaba en su vida. A pesar de ser una persona de carácter fuerte y poseer una gran fortaleza, la angustia se apoderó de ella al contemplar los eventos que se estaban desarrollando. Decidió cerrar los ojos por unos breves segundos, inhaló profundamente y exhaló antes de continuar su camino.

— Eres fuerte, Lehia. No permitas que nadie ejerza dominio sobre ti. — se recordó a sí misma con determinación, buscando fortalecer su resolución mientras seguía avanzando por el pasillo.

— ¿Por qué alguien ejercería poder sobre ti? — Lehia volteo la cabeza hacia aquella irreconocible voz que le hablo. — ¿Por qué me mira de esa manera?

— ¿Podría decirme quién es usted? — observo a la mujer con desaprobación de pies a cabeza. — Además, ¿por qué se dirige a mí como si fuéramos conocidos?

— Soy Ysera, bailarina del lugar. — dijo con aires de grandeza. — Tambien fui... amante del rey en algunas ocasiones. Es una gran lastima que el ya no decida poner sus fuertes manos en mí. Lo extraño demasiado.

— Me desagradan las bailarinas de este lugar. Son tan... corrientes. — respondió Lehia con mucho desagrado. — No me interesa lo que hizo mi prometido contigo. Eso ya quedo en el pasado. Ahora a la que toca es a mí, solo a mí.

Antes de que Ysera pudiera hablar, Lehia pasó por su lado, caminando hasta el salón donde su prometido la estaba esperando. El poseía un rostro enojado que ocultaba en una máscara, pero para Lehia no era un secreto de que él estaba furioso por las cosas que le había dicho.

— ¿Dónde te encontrabas, Lehia? Estaba a punto de presentarte a una persona, pero parecías haber desaparecido por completo. Tu lugar está a mi lado, y realmente te necesitaba, pero te busqué en vano. — Lehia apretó los labios con molestia. En su mente todavía seguían las palabras de aquella despreciable mujer, que a leguas se notaba que era machísimo más mayor que ella. — Lehia, princesita, te estoy hablando. ¿Estas hay?

— ¿Para qué me necesitaba usted, señoría? — su voz sonaba bastante molesta.

— ¿Podrías dejar de llamarme así? — Ella sonrió y negó.

— No. ¿Podrías responderme la pregunta, o ya puedo alejarme de usted, señoría? Tengo algunas cosas importantes que hacer.

— Quería que tú y yo cerráramos un trato. — Lehia curvo las cejas.

— Eso es algo que debe hacer usted solo como rey. Yo no tengo voz ni voto en eso.

— Lehia, quería que estuvieras presente. Eres mi futura esposa y reina de este reino. No deseo que te sientas como un adorno solitario. Quiero que estés plenamente involucrada en todas las decisiones y asuntos del reino.

Lehia lo miró con una expresión seria. Aunque él había dicho algo hermoso, estaba triste y desilusionada porque no le había permitido hablar. Deseaba tener voz en las decisiones de la realeza, pero parecía que su opinión no importaba para nada. La tristeza la inundó.

— A veces me tratas como si no valiera nada. No pienso soportar eso. — dijo con un tono bajo. — Esta mañana casi me... golpeas. Si así me tratas siendo tu simple prometida, ¿Qué me espera como tu esposa? ¿Muchos golpes? — susurro entre muelas. — Estas loco si piensas que voy a permitirte levantarme la mano nuevamente.

— Nuevamente, discúlpame por eso. No sé qué me sucedió. Pero ya sabes, no volverá a suceder. Me arrepiento infinitamente por aquello. Se que estoy loco por cometer tremendo acto de cobardía al querer golpear a una mujer, pero ya lo sabes, no puedo controlarme. Nunca me enseñaron eso, pero como ya te lo dije, no voy a permitir que mis emociones vuelvan a ganarme. Cambiare por ti y por mí. Ahora... ¿Me das un beso?

— No pienso darte ningún beso. Sigo profundamente molesta contigo. Que en este momento me encuentro hablando con un tono calmado no asegura que quiero estar cerca de ti, mucho menos dejarte besarme. Espero que eso te quede muy en claro Devvan. No te he perdonado por lo que tratarse de hacer.

— Está bien. Lo entiendo perfectamente, pero... por lo menos baila conmigo. — elevo su mano hacia ella, invitando. — Por favor, mi reina. No me dejaras con la mano así, ¿o me equivoco? Bailar conmigo es un gran privilegio que muchas damas desearían tener, pero que solo te permito a ti, mi reina.

Lehia estaba dividida. Pensaba si debería decirle que sí, aunque él todavía la había insultado, pero al verlo allí, con su expresión afligida y la mano extendida hacia ella, sintió una sensación de apertura. Se tocó su corazón, se detuvo y tomó la mano de Devvan, mientras una pequeña sonrisa aparecía en los extremos de sus labios.

— Solo una vez — dijo.

— Una vez es suficiente para mí.

En ese fugaz instante, Lehia giró la cabeza y sus ojos se encontraron con los suyos, creando un vínculo inexplicable. Fue como detener el tiempo y sumergirse en una escena de película romántica. En ese momento, él nunca habría imaginado que una mujer tan joven pudiera causarle tal efecto, haciendo que su corazón se acelerara de una manera casi frenética. Era evidente que se había enamorado perdidamente de esa mujer de carácter fuerte y decidido, que no estaba dispuesta a dejarse someter por nadie.

Con voz temblorosa pero llena de sinceridad, él tomó la valentía para expresar sus sentimientos.

— Cada vez que te miro, siento que contemplo el cielo estrellado. Tus ojos reflejan una belleza que va más allá de las palabras. ¿Cómo es posible que alguien como yo pueda sentirse de esta manera por alguien tan especial como tú, Lehia? Eres fascinante, y quiero compartir mi vida contigo.

Sin embargo, las palabras aún flotaban en el aire cuando Lehia respondió con una mezcla de incredulidad y desilusión.

— No puedo creer en esas palabras si tus acciones no respaldan tus dulces promesas. Eres incapaz de demostrar lo que realmente sientes. Honestamente, preferiría retirarme a mi habitación.

Sus palabras dejaron un profundo eco en el ambiente, envolviéndolos en un silencio incómodo. Él sabía que había fallado en demostrarle a Lehia la intensidad de sus sentimientos, y la desolación se apoderó de su corazón. Deseaba fervientemente que ella pudiera ver más allá de sus imperfecciones y darle una oportunidad para cambiar. Con una mirada llena de arrepentimiento, intentó encontrar las palabras adecuadas para disculparse y ofrecerle una muestra real de su amor. Quería demostrarle que estaba dispuesto a luchar por ella y a aprender de sus errores. Pero, antes de pronunciar una sola palabra, comprendió que las disculpas no bastarían.

— Lehia, por favor, permíteme compartir un momento más extenso contigo.

— No tengo intención de pasar más tiempo contigo. Ya es suficiente con tenerte presente en todas partes. Eres como una pegajosa goma que no se despega, y eso no me agrada en absoluto. Yo... olvídalo.

Devvan estaba visiblemente desesperado por encontrar las palabras correctas. Su lenguaje corporal denotaba agitación, como si algo estuviera tensionando su cuerpo. Permaneció en silencio por un momento, su mano aún aferrada a la de Lehia. Sus ojos empezaron a nublarse. Después de unos segundos de profunda respiración, finalmente habló.

— Tienes razón. He sido egoísta y estúpido.

— Me alegra que lo reconozcas. ¿Me acompañarías a mi habitación? No quiero estar sola. Me... asusta eso.

— Por supuesto.

Ambos comenzaron a dirigirse hacia la habitación de Lehia. Un extraño silencio llenaba el aire, solo interrumpido por el ritmo de sus pasos sobre el suelo de piedra. Al llegar al pequeño cuarto, se quedaron de pie unos momentos, intercambiando miradas inciertas. Finalmente, ella comenzó a tartamudear, sin saber qué decir.

— ¿Quieres beber algo? —preguntó Devvan, buscando romper el hielo.

— No, gracias —murmuró Lehia.

Devvan se acomodó en el borde de la cama, sumido en el silencio, tratando de encontrar el momento adecuado para hablar. Miró sus manos y luego hacia la puerta.

— Lo siento mucho —murmuró.

— No importa.

Devvan estaba a punto de abrir la puerta, pero se detuvo, con la mano en la perilla. Se giró rápidamente hacia Lehia y la besó con fervor, sorprendiéndola.

— No hagas eso, Devvan —susurró Lehia, intentando mantener la calma.

— ¿Por qué no? Me gustas, Lehia. No quiero vivir sin ti. Te necesito en mi vida. Perdóname, por favor.

— Todo lo que has hecho no se puede arreglar con una simple disculpa. Te he dicho que te odio, pero ahora siento que me estás manipulando.

— No me creerás, pero jamás quise lastimarte. Solo que... Perdóname, por favor. No volveré a causarte ningún tipo de daño —sus ojos brillaban, no de felicidad, sino de suplicación.

Lehia tomó una profunda respiración, sintiendo cómo latía fuerte su corazón.

— Yo no sé...

— Lo entiendo, esto es todo muy repentino. No quiero presionarte. Tómate tu tiempo. Y por favor, no me des la espalda. Te deseo y te quiero —su voz era apenas un susurro, y una lágrima empezó a deslizarse por su mejilla.

Lehia no estaba segura de lo que sentía. Había una parte de ella que deseaba darle la espalda y otra que no. Además, nunca pensó ver a ese hombre llorar por algo así. Pensaba que no le daba la importancia necesaria y que solo buscaba disculparse.

— Bésame, Devvan. Solo hazlo.

— ¿Estás segura? — Su mirada era incertante, pero no quiso preguntar dos veces.

— Si, Devvan.

Devvan sintió una mezcla de sorpresa y alivio en su interior al escuchar las palabras de Lehia. Sin decir una palabra más, acercó lentamente sus labios a los de ella y la besó con ternura. Fue un beso cargado de emociones contenidas, como si estuvieran intentando comunicarse a través de sus labios. Lehia respondió al beso, cerrando los ojos y permitiéndose sumergirse en el momento. La habitación se llenó de la intensidad de ese encuentro, como si el tiempo se detuviera para darles espacio a ellos dos solamente. Devvan, por un momento, olvidó las complicaciones y tensiones que habían marcado su relación.

Después de un tiempo que pareció tanto corto como eterno, se separaron, pero sus miradas seguían conectadas, revelando un atisbo de comprensión entre ambos.

— No pensé que esto sucedería —confesó Devvan, su voz temblorosa.

— A veces, las cosas toman caminos inesperados —respondió Lehia con suavidad.

La atmósfera en la habitación había cambiado. Aunque no todo estaba resuelto, el beso había abierto una puerta hacia una nueva posibilidad. Ambos se quedaron allí, evaluando el significado de ese momento y preguntándose hacia dónde los llevaría el destino.

— Lehia. Mmmm, yo...

— ¿Qué sucede?

— Quiero estar contigo.

— Ya te encuentras conmigo.

— No es solo eso. Quiero estar contigo... de otra manera. — Sus palabras resonaron en la oscuridad, creando un silencio tenso. Ambos se quedaron inmóviles en el lugar, sintiendo la electricidad en el aire. La respiración de ambos se hizo más rápida, un eco del deseo palpable en el ambiente. Los ojos de Lehia se encontraron con los de Devvan. No parecía una simple afirmación, sino más bien un anhelo profundo. — Quiero explorar cada centímetro de tu cuerpo esta noche.

Devvan absorbió sus palabras, dejándolas flotar en el espacio entre ellos. La habitación se impregnó de una nueva intensidad, mientras la conexión entre Lehia y Devvan se volvía más profunda. El juego de miradas entre ellos revelaba una complicidad que iba más allá de las palabras.

Finalmente, Lehia rompió el silencio con una sonrisa sugerente.

— Entonces, esta noche nos pertenece. — Su voz resonó con una promesa tentadora, mientras comenzaban a explorar un territorio desconocido, donde sus deseos se entrelazaban en la penumbra de la noche. — Pero que quede claro que todavía no te perdono.

— Tengo eso muy presente.

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Jeanette López

Jeanette López

muchas veces los mismos sentimientos nos traicionan

2024-01-07

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