ENTRE ECOS DE DESDÉN Y CORONAS ENTRELAZADAS

Con sigilo, Lehia se sumergía en el encanto de las calles adoquinadas de la pintoresca ciudad de Zafiria. Una manta de suave terciopelo la envolvía por completo, velando su identidad ante la mirada curiosa de los transeúntes que paseaban por la urbe en la apacible noche. La brisa nocturna acariciaba su rostro con aliento fresco, transportando el embriagador aroma de las flores que embellecían los balcones, así como las risas distantes de los lugareños que, sentados frente a sus hogares, contribuían a otorgarle a la ciudad una aura de serena quietud. En el reloj, las manecillas marcaban las nueve de la noche mientras Lehia avanzaba con pasos mesurados hacia el cementerio, un recinto sagrado donde se erguía una capilla destinada exclusivamente para la realeza. A medida que se aproximaba, la temperatura descendía y el frío se intensificaba, creando un ambiente envolvente. Las hojas de los árboles susurraban melodías suaves, mecidas por la brisa, tejiendo así una atmósfera mágica y serena. La luz de la luna se filtraba entre las ramas, iluminando el camino de Lehia con destellos plateados que parecían actuar como guías en su travesía nocturna.

Tras una exhaustiva caminata, Lehia finalmente alcanzó la tumba de su madre, donde reposaban los restos en paz. Emociones encontradas llenaron el corazón de la princesa mientras se detenía junto a la tumba, depositando con cuidado una rosa azul sobre la lápida. En silencio, permaneció allí, como si aguardara que su madre respondiera desde el más allá en el suave murmullo de la noche. Aunque ninguna respuesta tangible llegaba, la conexión espiritual con su madre ofrecía a Lehia un consuelo que trascendía la muerte.

De repente, una ráfaga de viento inusualmente frío la envolvió, provocando que se estremeciera ante la extraña sensación. Instintivamente, alzó la mirada y vislumbró a lo lejos una figura vestida de azul, con un velo que ocultaba su rostro. La princesa quedó petrificada, incapaz de moverse o articular palabra. Su corazón latía con una intensidad resonante, y sus manos se volvieron sudorosas en la agitación. La misteriosa mujer, emergiendo de las sombras, se acercó con una gracia etérea, desafiando las leyes de la física con cada paso. A su paso, la brisa nocturna parecía ceder, como si la naturaleza misma rindiera homenaje a su llegada. Al detenerse frente a Lehia, su respiración tranquila y pausada contrastaba con la agitación de la princesa. Extrañamente, una calma empezó a extenderse en el corazón de Lehia, como si la misteriosa mujer poseyera el don de aplacar temores.

Con un gesto suave y enigmático, la mujer retiró el velo que cubría su rostro, revelando una imagen que dejó a Lehia sin aliento. Era el rostro de su madre. El mundo pareció detenerse, como si el tiempo mismo se congelara. Una oleada de emociones embargó a la princesa, y entre ellas, la más intensa era la felicidad. Sus ojos se llenaron de lágrimas de alegría y asombro al contemplar a la figura que se asemejaba tanto, una copia exacta de su madre.

— Madre... — susurró Lehia con la voz entrecortada por la emoción, mientras las lágrimas de alegría rodaban por sus mejillas.

Impulsada por un arrebato emocional, Lehia extendió su mano temblorosa hacia la figura etérea que se erigía frente a ella, anhelando desesperadamente conectar con la mujer que parecía encarnar la esencia de su madre perdida. La emoción y la esperanza la envolvían en un cálido abrazo reconfortante. No obstante, en un abrir y cerrar de ojos, la figura se desvaneció en el aire, como si se evaporara como un sueño efímero. Lehia quedó atónita, sus dedos rozando el vacío mientras la figura se alejaba. La realidad reclamó su espacio, devolviendo a Lehia a un cementerio silente, con el corazón hecho trizas y una desolación que amenazaba con consumirla por completo. El suelo pareció ceder bajo sus pies, y se desplomó de rodillas, sintiendo cómo las lágrimas inundaban sus ojos.

¿Cómo era posible que la mujer, tan tangible y real en apariencia, fuera solo una ilusión de su mente?

¿Cómo podía ser que su anhelo más profundo, el reencuentro con su madre, se hubiera convertido en una cruel ilusión que se desvanecía ante sus ojos?

Lehia se aferró al suelo con una intensidad que reflejaba su lucha desgarradora contra la realidad que se desmoronaba a su alrededor. Las lágrimas continuaban fluyendo sin control, como un río desbordado de dolor y tristeza que inundaba su ser. La sensación de soledad la envolvía como una manta gélida, recordándole una y otra vez que su madre ya no estaba allí.

Desde lo más profundo de su ser, un grito desgarrador escapó de Lehia, un aullido primal de angustia que resonó en el aire llevando consigo toda la abrumadora pena y dolor que había contenido durante tanto tiempo. Las lágrimas, como un torrente incontrolable, brotaban de sus ojos, buscando liberar la tristeza acumulada en su interior. Cada lágrima caída era una expresión tangible de su sufrimiento, una manifestación de la desesperación y desconsuelo que inundaban su ser.

Ella no podía contener el torrente de emociones que la embargaba, y su llanto se volvía más intenso con cada segundo.

El sonido del llanto, un lamento melancólico, se propagaba por el silencioso aire del cementerio, creando una atmósfera cargada de tristeza y desesperanza. Los gritos desgarradores de Lehia se entrelazaban con los sollozos, formando una sinfonía dolorosa que parecía envolver todo a su alrededor.

— Mamá, te quiero conmigo. — susurró Lehia con voz entrecortada, anhelando con todas sus fuerzas que su madre estuviera viva y que pudiera abrazarla una vez más.

En ese momento de desolación, el cementerio se transformó en un lugar de lamentos y anhelos, donde el dolor de Lehia se fundía con el eco eterno de la tristeza que se había apoderado de su alma.

Asimismo, angustiado por la desaparición de su hija en el palacio, el rey decidió abordar uno de los majestuosos carruajes reales y dirigirse al tranquilo cementerio, intuyendo que allí podría encontrarla. Al llegar, sus ojos se posaron en Lehia, quien estaba arrodillada en el suelo, sumida en un mar de dolor y tristeza. Sin vacilar, se acercó a ella, sintiendo el peso de la preocupación en su pecho. El rey se agachó a la altura de Lehia, buscando un atisbo de esperanza en sus ojos. Ella, alzando la mirada, encontró en los ojos de su padre el refugio que tanto anhelaba. Sin pronunciar una palabra, se aferró a él con fuerza, buscando en su abrazo la calma y el consuelo que necesitaba en ese momento de desolación.

La sorpresa invadió al rey al sentir el abrazo de Lehia, un gesto que nunca antes había experimentado de su hija. Sin embargo, en ese instante, comprendió la profundidad de su dolor y la necesidad de estar allí para ella. Saldur correspondió al abrazo, envolviendo a su hija en un abrazo cálido y protector, dejando que las lágrimas compartidas fueran testigos del vínculo inquebrantable entre padre e hija.

— Papá, anhelo la presencia de mamá a mi lado. Deseo con todo mi corazón que ella esté viva... quiero que vuelva a estar junto a mí, tal como me prometió. Recuerdo sus palabras, cuando me aseguró que estaría siempre conmigo.

Saldur, conmovido por la desesperación de su hija, sintió un dolor profundo en su corazón. Sin embargo, también experimentó una extraña certeza, una certeza de que el amor de su esposa nunca abandonaría el corazón de Lehia.

Con ternura, levantó el rostro de su hija y, en un tono suave y dulce, le dijo:

— Tienes que entender, hija mía, que tu mamá nunca se irá de tu corazón.

— De mi corazón no, pero sí de mi lado. — Lehia, con lágrimas en los ojos, respondió: — No me sirve de nada que mi mamá esté muerta.

— Lehia, el amor es algo que va más allá de lo que nuestros ojos pueden ver. Es un sentimiento profundo que se experimenta en el corazón. Incluso si tu mamá no está físicamente presente, su amor y pensamientos siempre estarán contigo. No importa dónde te encuentres, su amor nunca dejará de acompañarte. Puedes recordarla con cariño y ella te recordará de la misma manera. El amor no se ve limitado por el tiempo ni la distancia. Siempre estará presente en tu vida.

— Papa, pero quiero a mi mamá conmigo. No la quiero bajo tierra.

El rey se sentía impotente ante la devastación de su hija. Su voz se volvió más suave mientras continuaba tratando de consolarla:

— Lo sé, Lehia, pero debes entender que hay cosas que están fuera de nuestro alcance. Yo también a tu mamá conmigo, pero es algo que no se puede hacer. Tu mamá está muerta, mi amor.

Lehia lloró aún más intensamente, su pecho conmovido por la tormenta de emociones que la envolvía. El dolor era insoportable, y la joven princesa necesitaba respuestas, necesitaba entender por qué su madre ya no estaba con ella.

— ¿Por qué no la salvaste? ¿Por qué dejaste que ella muriera? ¿Por qué no impediste su muerte? ¿Por qué? — preguntó Lehia con voz quebrada, su frustración y confusión saliendo a la superficie. — ¿Por qué no la protegiste?

El rey suspiró profundamente, sintiendo el peso de la culpa que había llevado consigo desde la partida de la reina.

— Lehia, nunca quise que ella muriera, ni siquiera supe de su desaparición hasta que fue demasiado tarde. Tenemos que seguir adelante, tú también tienes que hacerlo.

— Pero no quiero seguir adelante. ¡No quiero dejarla atrás! ¡Quiero quedarme con ella!

La desesperación de Lehia llenaba el aire, envolviendo a su padre en una atmósfera de tristeza y dolor compartidos. Sabía que no podía devolver a su esposa, pero haría todo lo que estuviera a su alcance para ayudar a su hija a encontrar la paz en medio de la pérdida. Saldur acarició con ternura el cabello de su hija mientras intentaba consolarla. La noche estaba tranquila, y el cementerio parecía envuelto en un manto de paz. Lehia mantenía sus ojos cerrados, apoyada en el pecho de su padre, y poco a poco las lágrimas dejaban de caer, como si la tormenta de emociones se hubiera aplacado.

— Mi niña, debes calmarte. Tu madre ya está muerta, nada se puede hacer en eso, solo mantenerla en nuestros corazones. Ahí es donde ella seguirá con vida. — Las palabras del rey eran suaves y llenas de amor. Sabía que no podía devolverle a su hija a la madre, pero haría todo lo que estuviera a su alcance para ayudarla a sanar. Lehia finalmente abrió los ojos, y el brillo de sus ojos reflejaba la luz de la luna. — ¿Te parece si vamos al castillo? Ahí estarás mejor.

— ¿Por qué?

— ¿Qué? — Respondió, desconcertado por la incomprensión de su hija. — No logro entender.

— ¿Por qué me obligas a casarme con ese rey? ¿Por qué me fuerzas a atar mi vida con esa persona? ¿Por qué deseas que entregue mi existencia a ese reino asesino? — Lehia clavó su mirada en su padre, buscando una explicación que pudiera comprender.

— Lehia, lo hago por nuestro reino, por nuestra gente. — El rey intentó calmar las emociones de su hija, pero ella persistía con dolor en su voz. — Míralo de esa manera. No seas egoísta.

— ¡No es egoísmo! — exclamó, distanciándose de él. La princesa luchaba por expresar el tormento que sentía en su corazón. — No quiero casarme con ese hombre. ¡Prefiero morir antes de contraer matrimonio!

Las palabras de Lehia resonaron en el aire nocturno, impregnadas de acusación y desesperación. Su mirada desafiante se mantuvo fija en su padre, ansiosa por respuestas. Saldur, por su parte, mantenía su mirada en su hija, su semblante reflejando preocupación, comprensión y una pizca de enojo. La mirada asustada en el rostro de Lehia revelaba que ella estaba inmersa en una tormenta emocional que él no comprendía del todo. Lehia había emergido de un mundo de ensueño, solo para enfrentar una realidad más sombría y complicada de lo que jamás hubiera imaginado.

Saldur tragó saliva, indeciso sobre cómo abordar la situación. Aunque la tentación de justificarse o desviar el tema era fuerte, sabía que esa no era la mejor manera de afrontar lo que su hija estaba sintiendo. La angustia de Lehia era palpable, y su bienestar era la prioridad.

— Vamos al castillo — propuso Saldur, intentando persuadirla y ofreciéndole el refugio del castillo que solía ser su hogar. Sin embargo, Lehia, con una expresión dolorosa en el rostro, rechazó la idea, creando un dilema que solo profundizaba el abismo entre padre e hija.

— No quiero ir a ese lugar. No más. No lo siento como mi hogar.

El rey suspiró. Era consciente de que debía tomar una decisión que afectaría profundamente a su hija. La ceremonia ritual se acercaba, un evento de suma importancia en la vida de Lehia, y su hija debía estar preparada. No obstante, su comprensión de la situación era limitada, y se sentía impotente ante el sufrimiento de Lehia.

— Lehia, volvamos a casa. En unas horas es el ritual, ¿recuerdas? Debes lucir radiante en ese momento.

Él intentó recordarle la importancia de la ceremonia ritual, pero las palabras no parecían surtir el efecto deseado. La tristeza y la confusión envolvían a su hija de manera abrumadora. Lehia, cerrando los ojos, podía sentir cómo el peso de la situación la oprimía, haciéndola sentir aún más atrapada en este mundo desconocido.

— Quería que mi madre estuviera aquí. — Lehia murmuró, su voz llevando consigo el eco de su dolor. Sentía que le habían arrebatado la guía y el apoyo de su madre en uno de los días más significativos de su vida. — Quería que estuviera conmigo, que me diera las palabras de aliento que necesito para enfrentar a todos. Maldición, siento tanto odio hacia ese reino, hacia todas las personas de ahí. Quiero que paguen por lo que le hicieron a mi madre, quiero verlos llorar como yo lo hago.

El rey comprendía que su hija estaba sumergida en un torbellino de emociones, donde el dolor y el resentimiento eran difíciles de controlar.

— Lehia, lo siento mucho. No quise que tu madre muriera ni que estas cosas sucedieran. Pero, tranquila, estaré aquí para ti. Te necesito, y tú necesitas a tu padre. No estarás sola en el día más importante de tu vida. Yo estaré a tu lado, te necesito conmigo. Haré todo lo posible para que todo sea lo mejor para ti.

Saldur sabía que sus palabras no podían borrar el dolor de su hija, pero esperaba que al menos entendiera que estaba dispuesto a apoyarla y estar presente en ese día tan significativo. En medio de la tristeza y la confusión, el vínculo entre padre e hija se fortalecía mientras enfrentaban juntos las adversidades que la vida les había presentado.

— Padre, incluso en tu presencia ese día, la ausencia de mamá resonará en cada rincón, un eco de vacío que nadie podrá desvanecer.

Saldur bajó la mirada, su semblante reflejaba la pesadez de la realidad. Su hija expresaba una verdad que pesaba en el aire. Incapaz de llenar el hueco dejado por su esposa, Saldur sentía impotencia ante el dolor inminente que se avecinaba para todos. No había magia que pudiera devolver a su amada esposa, y lo sabía. Su corazón estaba tan fracturado como el de cualquiera en la habitación.

— Comprendo, Lehia. — respondió con pesar en sus ojos.

— Pero también veo que tu corazón está desgarrado, que la ausencia de mamá te hiere tanto como a mí. Y eso me hace sentir... — la voz de la joven se quebró, sus ojos se humedecieron. — tan... tan sola. ¿Entiendes lo que es estar solo en este mundo, padre?

Saldur quedó en silencio, sin palabras adecuadas para responder a esa dolorosa pregunta. ¿Cómo podía explicarle a su hija el peso de ser un padre que perdió a su esposa, viviendo con hijos que no podrían comprender su dolor? No había consuelo que pudiera ofrecer a Lehia, y menos aún para sí mismo.

— No lo sé, Lehia. No lo sé.

— No puedo comprender cómo se siente estar en tu piel, padre. Pero aun así, quiero que sepas que tienes mi amor incondicional. Sé que es una carga muy grande que tienes que llevar y... Te quiero. — dijo la joven, con un hilo de voz. Su amor hacia su padre, su necesidad de él eran incondicionales. Sí, estaba enojada, pero no podía odiarlo, nunca sería capaz de eso. — Vamos al castillo. Mañana será un gran día.

Al mismo tiempo, Devvan mientras iba en el carruaje y miraba por la ventana no podía dejar de pensar en Lehia. Tenía una gran obsesión con la chica, su belleza lo había cautivado. La imagen de ella, con su piel morena, cabello azabache y ojos tan profundos como el mar, seguía con él a todas partes. Podía verla en cada rincón de la casa, incluso cuando no estaba físicamente allí. Devvan sabía que estaba loco, lo había sabido desde el momento en que vio a la joven por primera vez. Pero no podía escapar de su atracción.

A su lado, su padre expresaba su desacuerdo, incapaz de creer cómo, en menos de cinco meses, su hijo había transformado tantas cosas. Los planes de ataques previstos para varias ciudades importantes de Zafiro se desvanecieron debido a las negociaciones entre ambos reinos, algo que irritaba profundamente a Celestin. Consideraba a su hijo como un insensato por proponer aquel matrimonio político. Devvan estaba indiferente a la opinión de su padre, pues su monarquía ya había llegado a su fin, ahora le correspondía a él ser el rey, y eligiera lo que deseara. La belleza de Lehia debía pertenecerle solo a él, incluso si no la amaba en realidad.

— Padre, te ruego que detengas este conflicto de una vez por todas.

Celestin suspiró profundamente, desconcertado por las decisiones de su hijo Devvan.

— No logro entender estas decisiones tan imprudentes, Devvan. ¿Casarte con alguien de ese lugar? Es una idea completamente descabellada.

— Padre, por favor, abstente de más comentarios. Si sientes tanto rechazo hacia Zafiro, simplemente baja del carruaje y evita ese destino. Tu opinión no me afecta. Sea de tu agrado o no, me casaré con Lehia.

Devvan observó a su padre con determinación, sus ojos reflejando una firmeza que dejaba claro que había tomado su elección. Celestin, por otro lado, se sentía enojado y humillado por las decisiones de su hijo. El viento mecía las cortinas del carruaje mientras la tensión flotaba en el aire, marcando un punto de quiebre en la relación entre padre e hijo.

— ¿Solo por su atractivo físico? Hay mujeres considerablemente más hermosas que ella. Puedes elegir a quien quieras, no necesariamente a esa mujer. — expresó con desdén.

— ¿Por qué decidiste casarte con mi madre? — Contraatacó Devvan. Celestin apretó los labios, enfrentándose a una pregunta incómoda. — No creo que haya sido por amor. Cuanto antes lo aceptes, mejor. Lehia se convertirá en la reina de Diamante, aunque te moleste. Ella Será mi reina.

« Entre lágrimas y promesas de dolor»

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Comments

Amikela

Amikela

Interesante 🤔😏

2024-01-31

0

Silvia Verónica Rosales

Silvia Verónica Rosales

pocas veces me conmueve una historia
pero con esta se me salieron lágrimas 😞
muy buena tu historia 😊

2024-01-19

0

Yelsin Yels

Yelsin Yels

Me gusta tu historia

2023-12-28

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