El parlamento de Diamante se encontraba en una importante reunión con el de Zafiro. A lo largo de los años, se había intentado llegar a un acuerdo mutuo entre los reinos, pero la terquedad de Diamante parecía trascender los límites. Los consejeros de Diamante eran exigentes y sabían que la guerra no estaba llevando a nada bueno para su reino. Las pérdidas eran intensas y, a pesar de los esfuerzos, parecían incapaces de llegar a un acuerdo mientras Celestin estuviera en el poder.
En la cabeza del consejo de Diamante se encontraba un anciano varón, fornido, que se reclinaba en su asiento como una serpiente lista para atacar. Al frente del consejo de Zafiro se encontraba Anya, quien estaba cansada de buscar una solución y sabía que la ira de su contrincante no llevaría a ninguna parte. Con voz firme, trató de calmar los ánimos.
— Sin intención de ofender, pero vuestro reino no parece mostrar opciones para poner fin a esta tiranía. Esta guerra cada vez empeora más, con pequeños ataques que podrían desencadenar una guerra aún peor que la ocurrida hace cuatro años. Zafiro no está en condiciones de soportar otra guerra — dijo Anya. — Es su deber controlar a su reino. Esta guerra debe detenerse de una vez por todas.
El anciano parpadeó, incrédulo ante la audacia de su contraparte.
— Es fácil decirlo. Hemos hecho todo lo posible para poner fin a esto, pero nuestra majestad es terca. No quiere dar su brazo a torcer. Sin embargo, entiendo tu preocupación y sé que Zafiro también ha sufrido las consecuencias de esta guerra. Debemos encontrar una solución pacífica que beneficie a ambos reinos. Lo mejor sería realizar una reunión, nuestro ahora rey, con Saldur. Podríamos tratar de hacer una tregua por el bien de los reinos.
Anya no podía creer lo que estaba escuchando. El anciano estaba empezando a relajarse y parecía receptivo a la idea.
— Eso sería una solución maravillosa, una tregua sería una posibilidad — dijo el Anya. La idea de la paz entre los dos reinos le parecía imposible, pero comenzaba a ilusionarse con la posibilidad de que todo esto terminara. — En ese caso, le daré el comunicado a mi rey. De verdad, gracias, esto significa mucho para Zafiro. Espero que, en un futuro próximo, estemos todos viviendo en paz. Espero que vuestro rey pueda conocer a mi rey Saldur, y quizás así podamos comenzar una nueva era. — dijo Anya con una sonrisa en los labios. El anciano se mostraba visiblemente más relajado.
Al mismo tiempo, mientras Devvan caminaba por el largo pasillo del majestuoso castillo, sosteniendo con cuidado algunos libros que llevaría a la gran biblioteca, sus oídos captaron unos suaves y misteriosos murmullos. Su corazón se aceleró al reconocer de inmediato la dulce voz de su hermana, Devvani. Sin poder resistirse a la curiosidad, se acercó sigilosamente hacia el origen de los sonidos. Y allí, frente a sus ojos, presenció una escena que dejó su corazón en un estado de confusión y conflicto. Devvani se encontraba abrazando a un hombre desconocido, Eduar. La sorpresa y el rechazo se mezclaron en su interior, pero decidió guardar silencio en ese momento, dejando que sus pensamientos se acomodaran y encontrar el momento adecuado para hablar con su hermana.
Continuó su camino hacia la biblioteca, pero su mente estaba llena de interrogantes y emociones encontradas. ¿Quién era ese hombre para su hermana? ¿Qué significaba ese abrazo? La incertidumbre y la preocupación se apoderaron de él, pero decidió esperar y darle a Devvani la oportunidad de explicarse.
— Vuestro real majestad, ¿por qué se halla con esa expresión? — interrogó Ysera, emergiendo súbitamente y provocándole un considerable sobresalto. — Lamento si os he causado inquietud.
— No importa, no es nada; simplemente el estrés inherente a la carga monárquica. Los problemas persisten, solo se acumulan. ¿Y qué os trae por aquí?
— Deseaba entablar una conversación con vos.
— En este momento, me encuentro sumamente ocupado.
— Pero observo que solo tenéis unos pocos libros.
— Libros que leeré — mendazmente afirmó —. Podremos hablar después. Necesito llevar esto a la biblioteca. — Indicó los libros.
— Acabáis de decir que los leeríais.
— La verdad es que eso fue una excusa para eludir hablar contigo. — Colocó su mano libre en el hombro de Ysera.
— ¿Por qué me tratáis así? — indagó ella, con tono molesto —. Dejad de tratarme como si fuera solo vuestra prostituta. Soy mucho más que eso. Soy hermosa, inteligente y hábil. ¿Por qué no apreciáis esas cualidades en lugar de verme únicamente como un cuerpo deseable?
— Ysera, aprecio todas vuestras cualidades, pero lo que me interesa de vos es vuestro cuerpo, simplemente eso. No me importa si sois inteligente o hábil, solo quiero vuestro cuerpo. Entendedlo de una vez por todas.
Antes de que su compañera pudiera objetar, él decidió retirarse. Mientras tanto, Celestin se encontraba en una alcoba, debatiendo con su esposa Karena sobre el futuro de su hija, quien escuchaba la conversación tras la puerta.
— Celestin, nuestra hija se opondrá. Aunque Devvani sea amable e inocente, también tiene un lado fuerte. No aceptará ser entregada como si fuera un objeto. — Karena no estaba contenta con lo que su esposo le decía; le parecía una idea absurda.
— No es ninguna idiotez, mujer. Ya tengo todo preparado. El rey Érick de Esmeralda desea contraer matrimonio con nuestra hija. Además, el convenio con ese reino podría traernos muchos beneficios, tanto económicos como militares. —Su voz sonaba segura—. No es importante si Devanni quiere casarse o no.
— Pero Celestin, estás hablando de la vida de nuestra hija. No me gusta la idea de utilizarla como un simple objeto en un acuerdo, y mucho menos forzarla a algo tan crucial como el matrimonio. Ella es una joven, no una moneda de cambio. ¿No os importa lo que ella quiera? —Karena no podía creer lo que oía; sabía que su esposo era ambicioso, pero no pensó que usaría a su hija para ello.
— Aunque parezca lo contrario, eso es lo mejor para ella. Es una oportunidad de que el rey de Esmeralda, le ayude y le enseñe a ser una monarca ejemplar. Es lo mejor para nuestra hija —Celestin no quiso darse por vencido. — Piénsalo bien. Es una gran oportunidad para todos nosotros.
Devvani frunció el ceño con incredulidad al escuchar lo que resonaba detrás de la puerta, una revelación que la hizo cuestionar la genuinidad de su propia familia, percibiendo que la estaban utilizando sin tener en cuenta sus verdaderos deseos. A pesar de las promesas de que la vida en Esmeralda sería maravillosa, no se sentía preparada para abandonar su hogar y su pueblo. La incertidumbre sobre el rey destinado a ser su esposo también la frustraba.
Caminó alejándose de la puerta hacia su habitación, un espacio íntimo que albergaba un balcón con una vista espectacular. Desde allí, podía contemplar las majestuosas montañas en la distancia, mientras el cielo nocturno se desplegaba ante ella con un tapiz estrellado. Desde su infancia, este balcón había sido su refugio favorito, proporcionándole una sensación de libertad incomparable.
Al llegar al borde del balcón, se apoyó en las barandas, dejando que el viento le azotara el cabello y el aire acariciara su piel. Este rincón se convirtió en su oasis en medio del bullicio y la rutina del castillo, un lugar donde encontraba consuelo y tranquilidad. Cada vez que sentía que su mundo se desmoronaba, buscaba refugio en este espacio, un breve respiro del caos que le permitía recobrar la serenidad. Permaneció allí por un tiempo, observando el escenario mañanero que ofrecía un alivio momentáneo a su inquieto corazón.
— Devvani, necesito tener una conversación contigo — resonó la firme voz de su hermano detrás de ella, instándola a girarse hacia él. — Escúchame bien, no toleraré mentiras. Quiero que me digas la verdad, ¿entendido?
— ¿Qué ha sucedido? — preguntó ella con una mirada ansiosa.
— ¿Quién era aquel hombre con el que estabas abrazada hace unas horas? — la tez de Devvani se volvió pálida ante la pregunta directa de su hermano. — No intentes engañarme. ¿Quién era ese soldado y por qué permitías ese abrazo?
Un silencio tenso y cargado de incertidumbre se apoderó del momento, revelando que Devvani tenía más conocimiento de lo que inicialmente se percibía, mientras la culpa comenzaba a aflorar en ella, generando un temor palpable que la hacía temblar.
— Yo... no sé de qué hablas. No estaba abrazando a nadie.
— No intentes engañarme, hermana. No soy ciego ni estúpido — afirmó su hermano con firmeza.
— Lo siento, pero no puedo decirte nada. No quiero que nadie se entere de esto, Devvan. Prométeme que me dejarás en paz y que no volverás a mencionar el asunto — susurró ella con dolor en su voz, mientras la desesperación se adueñaba de su mente, manifestándose en sudor y temblores. — Devvan, por favor, no me hagas esto, por favor.
— No me mientas, Devvani — advirtió él, tomando su brazo con fuerza. — Habla ahora mismo o me encargaré de contarle a nuestros padres. ¿Qué pensarán de ti? Una princesa abrazando a un simple soldado.
— No es solo un soldado, él arriesgó su vida por mí hace cuatro años. Me salvó de morir en ese calabozo.
— ¿En serio estás diciendo la verdad? — la ira en el rostro de Devvan comenzó a ceder ante una leve muestra de empatía. — Puedo comprender tu gratitud hacia él por salvarte, pero eso no justifica esto. No está bien que te abraces de esa manera con un soldado. La gente podría malinterpretarlo.
— Lamento profundamente lo sucedido... no permitiré que vuelva a ocurrir — murmuró Devvani con pesar.
— Eso espero, Devvani. Si llego a verte con él de nuevo — su hermano se aproximó a su oído, depositando un beso en su cabello antes de continuar hablando. —, me aseguraré de que desaparezca. Comprendes que hablo en serio. No toleraré juegos tontos.
Semanas después, en el reino de Zafiro, el rey Saldur se enteró de la inminente reunión entre el nuevo monarca del reino vecino y él mismo. Sentado en su trono, meditaba sobre la situación con su hijo a su lado, quien compartía su confusión. Ambos compartían la reticencia de acoger a personas de Diamante en su reino, sabedores de que no eran bienvenidos por la mayoría. Aunque el rey Saldur temía las consecuencias, también comprendía la necesidad de arriesgarse. Sin esa reunión, la tranquilidad en el reino de Zafiro parecía inalcanzable.
— Puede que ellos tengan razón en lo que dices, padre, pero no auguro un desenlace positivo. Los de Diamante solo buscan poder para someter a Zafiro de nuevo.
— Lo entiendo, hijo, pero no podemos permanecer pasivos. Debemos asistir a esa reunión. Siempre es mejor abordar las cuestiones mediante el diálogo, incluso con personas como esas.
Aunque Leandro no compartía plenamente la decisión de su padre, evitaba oponerse abiertamente. En tiempos tumultuosos, no podía permitirse contradecir al rey. Era evidente que las tensiones eran palpables.
— Está bien, padre. ¿Quieres que Lehia se entere de esto?
— Conoces a tu hermana. Si se entera, querrá estar presente, y no creo que sea lo más adecuado. Por ahora, es mejor que Lehia no se enfrente a las personas responsables de la muerte de su madre. — El rey, consciente de la impulsividad de su hija, mantenía su firmeza en la decisión. Miró a su hijo con determinación. — Por el bienestar de Lehia, mantenlo en secreto.
— Lo guardaré en secreto. Lehia no se enterará de esto.
— En ese caso — se dirigió a Anya —, estaremos... encantados de dar la bienvenida a Diamante aquí.
Mientras tanto, Lehia se encontraba en la biblioteca de su habitación, sumergida en la lectura de la historia. Los eventos de la guerra estaban registrados en numerosos libros. La memoria de la reina Lehera, madre de Lehia y Leandro, estaba vinculada a un tratado con Diamante que, en teoría, aseguraría la paz por años. Sin embargo, el rey de Diamante violó el acuerdo al intentar apoderarse de tierras zafirianas, provocando la furia del rey Saldur, quien atacó la ciudad de Dermen en Diamante, resultando en la muerte de más de 500 mil personas, de una población de 5 millones.
La verdad sobre lo ocurrido en Diamante permanecía envuelta en misterio, con relatos parciales y versiones divergentes. Lehia se debatía entre creer la narrativa de su padre y hermano o la versión de la guerra en los libros, que acusaba a su padre de asesinar a miles y arrasar una ciudad. La complejidad de la situación generaba confusión, pero estaba segura de que Diamante había cometido acciones igualmente condenables.
Consciente de los actos cuestionables de su padre, Lehia se encontraba en una encrucijada moral. No sabía si su progenitor era un héroe o un villano, y la dualidad de las narrativas la sumía en una incertidumbre incómoda. En medio de estas dos visiones contradictorias de la misma historia, encontrar el camino correcto parecía una tarea imposible.
— Nada tiene sentido. ¿Estamos del lado de los villanos o de los héroes? — se cuestionó a sí misma con confusión. — Lo único claro es que Diamante representa lo peor para el mundo. — Con un suspiro, cerró el libro y abandonó la biblioteca. Al llegar a su habitación, se calzó unos zapatos ligeros y salió, llevándose un susto al encontrarse con los dos guardias que custodiaban su puerta. — ¡Cielos! ¿Qué hacen aquí?
— Su padre nos dio instrucciones precisas de resguardar su habitación hasta nuevo aviso. — respondió uno de los guardias sin siquiera mirarla.
— ¿Por qué? No estoy bajo arresto. Tengo libertad para hacer lo que desee. — argumentó ella.
— No somos nosotros quienes tomamos decisiones, solo cumplimos órdenes. — replicó el otro. La respuesta aumentó su furia. No podía asimilar que su padre hubiera tomado esas decisiones unilateralmente.
— Vaya.
Con pasos resueltos, Lehia avanzó hacia el imponente salón del trono, donde su familia se congregaba. Su semblante se ensombreció al divisar a su prima Sarhia, hija del hermano de su padre, quien, a pesar de ser el primogénito, nunca había logrado alcanzar la ansiada corona. La aversión de Lehia hacia Sarhia era palpable, considerándola irritable debido a su personalidad arrogante y prejuiciosa. Aunque Lehia reconocía sus propios prejuicios, no los aplicaba de manera indiscriminada como hacía su prima.
Sarhia, por otro lado, había adquirido renombre como una joven sedienta de poder, dispuesta a tomar medidas extremas para alcanzar sus metas. La única persona en la que confiaba era su hermano Adolphus, un individuo malévolo desprovisto de cualquier afecto por la familia y orientado exclusivamente hacia su propio beneficio. La semejanza entre ellos dos era innegable, como dos gotas de agua con objetivos oscuros.
— Dios mío, deberíamos hacer algo antes de que Diamante siga llevándose a más niñas, tío — expresó Sarhia. — Las cosas no pueden continuar así. Diamante nos está poniendo en un gran aprieto.
El diálogo tenso continuó, revelando conflictos familiares y profundizando en las desconfianzas mutuas. Saldur, tratando de calmar la situación, desacreditó las afirmaciones de Sarhia, instando a no prestarle atención debido a su supuesta propensión a mentir. La respuesta vehemente de Sarhia, pidiendo que su tío revele la verdad sobre el presunto secuestro en la frontera, provocó una orden directa de Saldur:
— ¡Sarhia, basta ya!
En medio de este conflicto, Lilah, la madre de Sarhia, una mujer madura y seria, tomó las riendas de la conversación. Con un tono severo, reconoció la falta de pruebas con respecto al supuesto secuestro, pero también subrayó la necesidad de obtener más información antes de tomar decisiones apresuradas. El mensaje fue claro y directo, instando a Sarhia a no volver a mencionar el tema.
Sarhia, frustrada por no ser escuchada y sin poder expresar completamente sus opiniones, dio un suspiro de fastidio. La tensión en la sala evidenciaba un conflicto familiar en el que las voces discordantes buscaban espacio en medio de una creciente incertidumbre. Tragando saliva y bajando la mirada, Sarhia respondió a su madre tratando de disimular su irritación:
— Sí, mamá. Lo siento.
— Padre — hablo Lehia por primera vez —, ¿Por qué parece que me ocultas cosas? Soy tu hija y princesa de este reino, tengo todo el derecho de enterarme de las cosas que pasan.
— Todavía no eres proclamada princesa de zafiro — soltó Sarhia, mirando mal a su prima menor. — Hasta que no hagas el ritual, solo eres una más del montón, querida Lehía.
— No hablo contigo, Sarhia, por favor, mientras yo esté hablando con mi padre, tu guarda silencio.
A Sarhia no le agradó el comentario, pero no quería agregar más leña al fuego, así que guardó silencio, aunque sentía cómo le hervía la sangre de cólera. El rey miró a su hija con ternura y la tomó de la mano.
— Lehia, querida, no te oculto nada, pero hay cosas que aún no puedo compartir contigo. Te lo juro, en cuanto pueda te las diré, ¿Entiendes?
— Pero padre... Está bien.
A pesar de que se sentía un poco decepcionada, no quiso arriesgarse a pelear con su padre. Aunque no lo pareciera, su padre tenía siempre la mejor intención con ella y quería protegerla. Aunque no entendía la situación, decidió confiar en él.
— Te prometo que te diré todo lo que suceda — dijo el rey, sonriendo.
Lehia decidió guardar silencio. En lugar de hablar, simplemente asintió con la cabeza, transmitiendo su acuerdo y comprensión. Luego, se deslizó suavemente hacia el lado de su hermano, sentándose a su lado. La reunión familiar, que había estado cargada de tensión debido a la imprudencia de Sarhia, comenzó a tomar un rumbo diferente. De pronto, el ambiente se volvió más relajado. La familia comenzó a charlar sobre temas más livianos, como planes de vacaciones y actividades de ocio.
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Updated 43 Episodes
Comments
Jade Dotm
A el solo le importa tu cuerpo deseable
2024-06-01
0
Bettzi Iseth Nieto Peralta
está un poco confusa
2024-02-03
0
el menor obligado
2023-12-11
0