Las majestuosas murallas de zafiro, que habían sido su refugio y hogar durante toda su vida, se desvanecían gradualmente en la distancia, dejando a Lehia observar el paisaje a través de la ventana del carruaje. A su lado, su padre y hermanos estaban inmersos en una conversación que, aunque era de gran importancia para el futuro de su reino, no conseguía captar la atención de ella. Estaba sumida en un estado de abstracción que la distanciaba de la charla que resonaba en sus oídos, por más que los asuntos del reino se mencionaran una y otra vez. El motivo de su desapego era su inminente matrimonio en el Reino de Diamante, una unión que no deseaba, a pesar de haberse resignado a ello.
La perspectiva de convertirse en la esposa de un desconocido, un hombre que aparentemente solo valoraba su belleza, y al que Lehia odiaba con todas sus fuerzas, la atemorizaba profundamente. No quería seguir el destino que otros habían trazado para ella, y mucho menos deseaba abandonar el lugar que consideraba su verdadero hogar.
— ¿Cuánto tiempo falta para llegar a ese reino maldito? — murmuró Lehia con un deje de amargura, apartando la mirada de la ventana. — Ya no soporto estar en este carruaje, aunque, para ser sincera, preferiría estar aquí que en compañía de la gente de ese estúpido reino.
La mirada de su padre se posó sobre ella, una mezcla de desaprobación y reproche en sus ojos. No le gustaba la forma en la que su hija se refería al reino de diamante.
— Lehia, no debes referirte de esa manera al Reino de Diamante ni a sus habitantes. Te ruego que muestres respeto. ¿No te hemos enseñado eso?
— Lo siento, padre, pero... — titubeó, buscando las palabras adecuadas para expresar su frustración. — No me gusta que me obliguen a hacer algo que no deseo. No quiero seguir adelante con esto.
— Lehia, eres una joven princesa de noble cuna, pero debes aprender que la vida no gira exclusivamente en torno a tus deseos y caprichos. — declaró con severidad, su voz resonando en el espacio cerrado del carruaje. — Entiéndelo de una buena vez.
— A ver si te jodes, querido padre. — El rey, visiblemente molesto por la respuesta de su hija, abrió la boca para replicar, pero antes de que pudiera pronunciar una palabra, ella lo interrumpió con vehemencia. — No quiero que digas nada. Solo, por favor, cállate de una vez.
El rostro del padre, una mezcla de furia y desesperación, parecía presto a desencadenar una tormenta en el interior del carruaje, y por un instante, la tensión en la atmósfera era palpable. Sin embargo, de manera sorprendente, una ola de calma pareció inundar al rey. Sus hombros se relajaron ligeramente, y aunque su mirada seguía siendo implacable, había una pausa en la tormenta.
— No voy a discutir con una niña que no entiende — dijo finalmente con una voz más controlada. — Estás fuera de sí. No entiendes el beneficio que esto traería a Zafiro. Las personas de nuestro reino necesitan vivir en paz por una vez en sus vidas.
— ¿Y si soy una niña, por qué me obligas a casarme con un hombre que podría ser mi padre? — Lehia lanzó esta pregunta con una mezcla de rabia y desesperación, mirando a los ojos de su progenitor. — Te importa tu gente, pero no te importa tu propia hija. Que gran padre.
El señor se tensó de inmediato, y un puñetazo furioso en la mesa del centro hizo temblar la mesa dentro del carruaje, haciendo que sus hijos se asustaran.
— ¡Eres una princesa! — exclamó, golpeando nuevamente la mesa con su puño. — Tienes una responsabilidad con tu familia, tu pueblo y tu reino. No hay nada más que deba decir, y mucho menos si vas a seguir hablándome de esa manera. ¡Tenme respeto!
Lehia se sintió acorralada. Todos los argumentos que había ideado para rebatir a su padre parecían desvanecerse en su mente. Sabía que era inútil tratar de cambiar su opinión, pero la frustración crecía en su interior como una tormenta. En un acto de desesperación, se acercó a la ventana del carruaje y murmuró, con un dejo de tristeza en su voz:
— Solo quiero tener la libertad de expresar mi propia opinión. — El señor, en toda su severidad, no titubeó al responder:
— En este mundo, jamás tendrás la libertad de expresar tu propia opinión. Debes entenderlo de una vez, Lehia. No hacemos las cosas por gusto sino porque debemos.
La mirada de la princesa se desvió del paisaje que se extendía fuera de la ventana y se posó en el rostro de su padre. En ese momento, él dejó de ser solo su progenitor y se convirtió en un hombre, uno que se aferraba tenazmente a sus creencias y responsabilidades, y que estaba dispuesto a moldear su destino a su antojo. La obstinación en su mirada era inquebrantable, y Lehia se sintió, más que nunca, atrapada en una telaraña de expectativas y tradiciones que no deseaba seguir. La tensión en el carruaje era palpable, y ella, con el corazón oprimido, se sumía en la tormenta de emociones que la envolvía.
— Eso parece — murmuró Lehia con un deje de amargura en su voz, mirando fijamente al horizonte.
Leandro, decidió intervenir en ese momento, con la esperanza de calmar la tormenta emocional que se había desatado. Con voz tranquila y llena de comprensión, intentó acercarse a su hermana herida.
— Lehia — comenzó a hablar Leandro, su tono de voz lleno de preocupación. — ¿Podrías calmarte un poco y dejar de tratar tan mal a nuestro padre? No hay que llegar a esos extremos, menos en estos momentos, por favor.
— Cállate de una vez, Leandro. Este no es tu asunto, y no tienes ni idea de lo que estoy pasando. ¡Deja de querer siempre mantener el lugar tranquilo, es idiota eso de tu parte!
— Lehia, no quiero ser tu enemigo — le dijo con gentileza. — Siempre hemos sido cercanos, y esta situación es difícil para todos. Por favor, no permitas que nos alejemos. Si estás dispuesta a hablar, estaré aquí para escucharte. Solo...
— Ya te lo dije, Leandro. No eres mi hermano. — Sus palabras fueron un golpe directo al corazón de Leandro, dejándolo mudo por unos instantes. — Dejaste de serlo el día en el que te comportaste como ese hombre — señaló despectivamente a su padre. — Ya no eres mi hermano y jamás volveré a considerarte como uno.
Algo se rompió en el interior de Leandro, una conexión que creía indestructible. Siempre habían sido un equipo, y su relación con Lehia era de las cosas más importantes en su vida. Sin embargo, algo había cambiado en su hermana, algo que trascendía su relación. Sentía que la fuente de su odio no era él, sino las circunstancias que los rodeaban.
— No puedo imaginar lo que estás pasando, Lehia — susurró Leandro con voz entrecortada. — Pero sé que es extremadamente difícil para ti. Entiendo que esto no es lo que deseas, y no quiero causarte daño. Por favor, no permitas que nos alejemos. Si estás dispuesta a hablar, yo siempre estaré aquí para escucharte.
— ¡Leandro, cállate de una vez! — los ojos de Lehia centelleaban con un desprecio furioso. Cada palabra de su hermano solo exacerbaba la tormenta de emociones que sentía. — No quiero que me hables. ¡Entiende que te odio!
Lehia era consciente de la mezcla de emociones destructivas en su interior. Se sentía como una niña atrapada en el cuerpo de una mujer adulta. Cada parte de ella estaba hirviendo con rabia y frustración, y el caos interno parecía incontrolable. Sabía, aunque no quisiera aceptarlo, que lo mejor sería encontrar la calma, poner una pausa en su mente y reflexionar sobre su reacción. Su hermano solo trataba de ayudar, incluso si había cometido errores al expresarse. Pero en ese momento, el vendaval de emociones la nublaba y la mantenía atrapada en su propio torbellino.
La angustia se apoderaba de Leandro mientras se encontraba sentado en el carruaje, observando a su hermana Lehia sumida en la tormenta de sus emociones. Sabía que ella estaba atravesando un momento excepcionalmente difícil, pero no encontraba la manera de llegar hasta ella y ofrecerle apoyo. El muro que se había erigido entre ambos parecía insuperable, y a pesar de su deseo de ayudar, se sentía impotente y desconcertado. ¿Cómo podría derribar ese muro y hacerle entender a Lehia que no estaba sola en esta situación?
Tras un agotador viaje, en el que el carruaje había sido testigo del incómodo silencio que imperaba entre los hermanos, finalmente ingresaron a las calles de brillo del Reino de Diamante. Lehia, contempló las impresionantes murallas que se alzaban majestuosamente ante sus ojos. La ciudad irradiaba esplendor y opulencia; sus calles relucían con el brillo de los diamantes incrustados en las paredes de los edificios, y las farolas parpadeaban como estrellas en la noche. La opulencia de la ciudad rivalizaba con su belleza, y Lehia se sentía abrumada por su magnificencia. Aunque odiaba esas tierras, no podía negar que tenía su encanto.
— ¿Es hermoso aquí, no es así hija?
— Si, lo es. — respondió de manera cortante.
A medida que se acercaban al palacio real, Lehia se sintió atrapada en una espiral de emociones encontradas. Si bien entendía que su deber como princesa la obligaba a aceptar este matrimonio por razones políticas, anhelaba la libertad y la posibilidad de casarse por amor. La dualidad de sus sentimientos la atormentaba: por un lado, sabía que su sacrificio podría ser necesario para la paz entre los reinos, pero por otro, se sentía abrumada por la idea de unir su vida con un hombre al que apenas conocía.
La familia real de Diamante, el reino que acogería a Lehia como su futura reina, estaba ahí, frente a ella. La princesa observó detenidamente a cada uno de sus miembros. Primero, la madre de Devvan, cuyo gesto parecía ocultar una severa molestia, seguida de su hermana, y finalmente su arrogante padre, cuya sonrisa de molestia no pasó desapercibida. Lehia se vio obligada a hacer una reverencia cuando aquella familia lo hizo. Devvan, se acercó a ella y le dio un beso en la mano mientras permanecía de rodillas, clavando sus ojos en los suyos.
— Lehia, es un placer finalmente tenerte en mi reino. Estoy seguro de que tu estancia aquí será de tu agrado — declaró Devvan, volviendo a besar su mano con una galantería forzada. — Te haré la mujer más feliz, lo prometo.
Lehia agradeció la bienvenida con una sonrisa forzada, mientras contenía el impulso de retirar su mano de la de él. No deseaba que alguien notara el desprecio que sentía por el rey, por lo que se esforzó por mantener una apariencia cordial.
— Muchas gracias, rey Devvan — respondió con cortesía. — Espero que mi estancia aquí sea tan agradable como usted lo dice. — dijo entre dientes.
Devvan se levantó, puso su mano detrás de la espalda de la princesa, sujetándole la cintura y conduciéndola hacia su madre, la reina de Diamante. La mirada de la soberana recorrió a Lehia de arriba abajo, expresando una severa molestia por el tipo de vestimenta que llevaba. Sin embargo, no profirió una sola palabra al respecto y se dispuso a darle una sonrisa hipócrita que Lehia, con toda su elegancia, correspondió de igual manera.
— ¿Así que tú eres la hija de Lehera? Tu madre y yo nos conocimos en rubí, cuando estaba siendo coronada princesa — Habló la reina Karena, su voz llena de arrogancia. — Ella y yo fuimos grandes amigas. Es una lástima que ahora esté...
— No lo diga — interrumpió duramente. No deseaba que nadie en ese reino se atreviera a hablar sobre la difunta madre. — Pero me alegra saber que mi madre fue su... amiga.
A pesar de la tensión y las expectativas que pesaban sobre ella, Lehia entendía la importancia de mantener una fachada amigable en ese nuevo reino. Por otro lado, Karena, la reina madre de Diamante, escondía tras su cortesía una mezcla de recuerdos y sentimientos que Lehia no podía ni quería desentrañar en ese momento.
— Devvan, ¿puedo hablar con tu prometida a solas? — le pidió a su hijo, quien se quedó inmóvil por unos instantes, evaluando la situación. Después de un momento de silencio, asintió.
— Claro, madre. Todo lo que necesites.
— Gracias, querido.
— Pero madre, no le digas nada que la moleste. Ella es un poquito... rebelde.
Karena le dedicó una sonrisa de falsa cortesía y, con un gesto de cabeza, indicó a Lehia que la siguiera. La princesa, tratando de no verse afectada por el tono de superioridad de Karena, se mantuvo erguida y con la cabeza en alto, avanzando hacia la sala privada que la reina había elegido.
Karena inició la conversación con una petición:
— Quiero decirte algo, Lehia, espero que no te moleste.
Lehia tomó asiento en uno de los elegantes sillones de la sala privada. A pesar de sus intentos por mantener la compostura, no pudo evitar sentir una inquietud creciente por lo que estaba por venir. Karena, se mantuvo de pie frente a ella, preparándose para compartir su perspectiva.
— No me molestare si no es nada malo. — respondió Lehia, tratando de ocultar su ansiedad bajo una máscara de serenidad.
— Cuando tomes la corona que actualmente adorna mi cabeza, te pediría que consideres cambiar la forma en que te vistes. Sé que es parte de tu cultura, pero en este reino, no es bien visto mostrar demasiada... carne. ¿Entiendes lo que estoy tratando de decir? — Lehia frunció el ceño. — No deseo que te molestes por eso. Solo entiendo lo que trato de decirte.
— Lamento si mi vestimenta es inapropiada para este reino, reina, pero es parte de mi cultura y no estoy dispuesta a cambiarla para encajar en otra que no se adapta a mí. — respondió Lehia con determinación. — Respeto su reino y su cultura, pero no pienso meterme en ella.
— Permíteme explicarte desde un punto de vista táctico. En este reino, los hombres son, en general, machistas y con una fuerte cultura de honor. Una mujer con vestimenta reveladora puede ser vista como una amenaza para el honor de un hombre y, a veces, pueden reaccionar de manera violenta.
Lehia arqueó una ceja, con una mezcla de sorpresa e indignación en su rostro. No podía creer que en este reino se permitiera que los hombres actuasen de manera tan inapropiada.
— ¿Perdón? ¿Permiten ese tipo de comportamiento en los hombres? ¿No hay sanciones severas para evitar esas actitudes? — preguntó Lehia, mostrando su incredulidad. — Rectifico nuevamente, mi manera de vestir no cambiará. Mientras esté viva, me vestiré como una auténtica zafirina. Gracias por su preocupación, pero sé defenderme muy bien de cualquier depredador. No seré carnada de un hombre por mi forma de vestir, tenga eso por seguro.
— Sé que eres una mujer poderosa y determinada, pero en este nuevo entorno, estarás rodeada de hombres que nunca han visto a una mujer como tú. Es importante que los acostumbres a tu presencia sin que ellos se sientan amenazados o acorralados.
— ¿Por qué debería preocuparme tanto por hacer sentir cómodos a los hombres con mi presencia? —inquirió Lehia con genuina curiosidad—. ¿Por qué no deberían sentirse amenazados si esa es la reacción natural ante alguien que no se somete a su control?
— Eres un caso perdido. — le espetó Karena con un tono de frustración. — Eres igual a tu madre.
— Qué halago que mi madre fuera igual que yo. Eso me hace sentir tan bien, saber que mi madre no era una debilucha como muchas otras que solo se quieren someter a un mandato sin sentido alguno.
— Lehia, no estoy diciendo que debas someterte a la autoridad masculina, pero sí te digo que deberías tener en cuenta la dinámica de poder que está en juego.
— Puedo defenderme muy bien. Además, ¿no crees que el rey Devvan será capaz de permitir que su esposa sea agredida, o me equivoco? Si educo bien a su hijo, él será un gran héroe para mí.
— ¡Por supuesto! Estoy convencido de que mi hijo se convertirá en un gran héroe para su hermosa esposa. No tengo ninguna duda al respecto.
— En ese caso...
— Creo que necesito hablar en privado con mi madre, Lehia. Espero que no te importe — dijo Devvan, entrando repentinamente a la habitación. — Madre, lo que tengo que decirte es muy urgente.
— ¿Demasiado?
— Sí, madre. Se trata de Devvanni.
— Mmm, está bien, querido, vamos.
— ¿Me esperas afuera? — pidió con la vista en su prometida quien decidió mirar hacia otro lado, evadiendo aquella mirada que la ponía nerviosa.
— Claro.
Karena salió de la habitación, dejando a Devvan con Lehia, quien seguía sentada en el sillón. Devvan se acercó y se arrodilló frente a ella, tomando sus manos con suavidad. Lehia sintió el tacto, pero no dijo nada ni intentó apartar sus manos.
— Lehia, quiero ser sincero contigo — dijo él con dulzura y calma. — Sé que esta situación no es ideal y no es lo que esperabas, pero aquí estamos. Necesito que me prometas que serás una gran esposa y mujer, que no interferirás en el reino y que te convertirás en una parte importante de mi vida.
— ¿De tu vida?
Devvan asintió seriamente.
— Sí, Lehia. Tú serás mi reina. Ahora eres una parte de mi vida. Aunque no nos amemos, te daré mi lealtad y respeto desde el momento en que nos casemos.
— Comprendo la importancia del pacto que hemos establecido. Entiendo la posición que ocuparé y el papel que jugaré. Pero también quiero ser clara en una cosa, Devvan. No estoy dispuesta a ser un objeto.
— Ni digo que lo seas.
— Pero el reino parece esperarlo. Todos están esperando a una mujer que sea una decoración, una apariencia, una pura fachada. Y no pienso serlo. Soy una mujer fuerte, inteligente y capaz. Y quiero que lo sepan.
— Lo entiendo, Lehia — dijo él en voz baja. — Haré todo lo posible para que las personas no vean a mi esposa como un simple objeto.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 43 Episodes
Comments
Bettzi Iseth Nieto Peralta
con quién tiene que descargar su furia, es una tierna cachorrita pero con su familia es una fiera
2024-02-03
0
Dulce Cira
Ella es el despertar de una mujer que quiere ser sumisa ante los hombre machista y una sociedad exigente y consumista...Sufre por su pueblo pero también por su propio ser ....Es lógico la inquebrantable voluntad de odió hacía aquellos q ultrajaron y mataron a su madre su confidente amiga su todo y sé que ella será capaz de hacerse sentir y cambiar muchas cosas que le traerán consigo dolor pero también regosigo ese calor que se le fue quitado 😉😊Tienes una forma de decir y describír que me fascina....Estoy inmersa en la historia y valoro mucho tú esfuerzo ... Sigue así 🌹 y seguiré leyendo 🤞🏻❤️🙃
2023-12-31
5
Auristela Rivero
ells es muy infantil e inmadura si no le importa el reino que huya
2023-12-27
2