Devvanni quedó en un silencio profundo mientras las palabras de Eduar resonaban en su mente. Sus ojos se encontraron, reflejando una mezcla de emociones: deseo, ansiedad y una chispa de esperanza. En ese momento, ella supo que estaba dispuesta a enfrentar cualquier obstáculo para mantener viva esa conexión especial entre ellos, aunque sabía que eso tendría repercusiones fuertes en sus vidas.
— Tienes razón, Eduar — dijo Devvanni, con unos ojos brillando de amor —. No quiero perderte. Me niego a perderte. Pero... Tengo miedo, Eduar, tengo de lo que pueda ocurrir si alguien descubre lo que tenemos.
— Devvanni, sé que temes las consecuencias, y sé que tienes razón. Nuestra situación es muy delicada y sería imprudente no pensar en los peligros que podemos encontrarnos. Pero, ¿no crees que merecemos estar juntos, aunque sea con discreción? Merecemos una oportunidad. ¿Puedes confiar en mí en eso?
— Confío en ti.
Ambos se sumergieron en un profundo encuentro visual, conscientes de que habían tomado una decisión irrevocable que cambiaría el rumbo de sus vidas. El silencio entre ellos era elocuente, cargado de determinación y amor. Sabían que el camino que habían elegido era arriesgado, pero también estaban convencidos de que era la única manera de asegurar un futuro juntos.
Devvanni unió sus labios con los de Eduar en un beso apasionado. Sus bocas se encontraron con la intensidad de dos almas que habían esperado mucho tiempo para expresar su amor. Cada segundo que pasaba, el beso se intensificaba, como si estuvieran tratando de atrapar en él toda la pasión y el amor que sentían el uno por el otro.
— Devvanni, tengo que volver a hacer guardia — susurró Eduar con pesar. — Debo irme, mi amor.
— Quédate conmigo, por favor. — respondió Devvanni con voz suave, sus ojos suplicantes buscando la conexión entre ellos. — Hazme tuya, solo tuya. Quiero estar contigo como la primera vez.
Eduar sintió sus palabras incrustarse en su alma. Habían pasado varios meses desde que habían compartido una noche junto a la laguna, pero las emociones eran tan fuertes como si fuera ayer. Era difícil pensar en dejarla de nuevo. Quería quedarse allí, disfrutar de su cercanía, pero, como era su obligación, debía salir y hacer guardia.
— Pero es arriesgado — murmuró Eduar, su voz cargada de la lucha interior que enfrentaba. — Si nos descubren, podríamos tener muchos problemas.
— Lo hemos hecho antes, mi amor. — le recordó con una sonrisa suave y confidente. — No será diferente esta vez. Por favor...
— Está bien, Dev. Pero por favor, no hagas mucho ruido.
En Zafiro, la fiesta continuó en medio del esplendor. Cada rincón del majestuoso salón estaba impregnado de una atmósfera de celebración y alegría. Los murmullos de los invitados, las risas, las conversaciones animadas y los abrazos compartidos llenaban el aire, creando una sinfonía de emociones y sonrisas. La música, interpretada por talentosos músicos, añadía una capa de encanto y melancolía a la velada, como si el tiempo se detuviera en ese momento mágico. Así mismo, Devvan, se acercó a Lehia en medio de la multitud, haciendo que Saldur, se retirara discretamente para darles un momento a solas. La princesa, con su belleza innegable y su carácter fuerte, no pasaba desapercibida en la fiesta.
— Te ves hermosa, princesa. — comentó Devvan con una sonrisa, admirando la elegancia de Lehia. — Me alegra tener una prometida tan hermosa.
— La mayor parte del tiempo me veo hermosa. No hace falta que me lo recuerdes, rey. — Respondió de mala gana, mirando al salón. — ¿Podría dejarme sola por un momento? No me gusta tener su presencia a mi lado. — hablo sin verlo.
Devvan no pudo evitar reír ante la respuesta audaz de la princesa. Lehia era apasionada, decidida y no se dejaba impresionar fácilmente. Su belleza era innegable, pero la verdadera belleza de Lehia iba más allá de lo físico. Su valentía y su determinación la convertían en una figura excepcional.
— Lehia, entiendo que esto no sea fácil para ti, pero quiero que sepas que estoy haciendo esto por el bien del reino, por mantener la paz y la estabilidad.
— No me interesa. Puede que parezca muy infantil, pero mi oposición a contraer matrimonio contigo nunca cambiará.
Lehia le entregó su copa a Devvan y comenzó a alejarse del bullicio de la fiesta, dirigiéndose a un rincón más tranquilo del lugar. Devvan, sin rendirse, la siguió con mientras le hablaba, implorando que lo escuchara, algo que lehia no estaba dispuesta a hacer. No quería hablar con dicho rey, no quería tener ninguna relación con alguna persona con la nacionalidad del reino de diamante. Despreciaba a cada una de sus habitantes. Finalmente, ambos llegaron a un balcón que daba a una cálida noche estrellada. El viento nocturno acariciaba sus rostros, añadiendo un toque de misterio a la escena. Lehia se detuvo frente al barandal del balcón, su mirada perdida en el horizonte. Devvan se acercó a ella, su respiración agitada por la persecución.
— Devvan, por favor, ¡deja de perseguirme! — gritó Lehia. — Te pedí que me dejaras en paz, y no has hecho más que molestarme. ¿No me escuchas o qué?
— Lehia, te estás comportando como una niña al huir de este tema. — le dijo Devvan con un tono serio. — Simplemente habla conmigo. Escucha lo que tengo por decirte.
— No me importa si me estoy comportando como una niña. Lo que importa es que no quiero este matrimonio y no lo aceptaré. No voy a casarme contigo y esa es mi última palabra.
— A nadie le importa tu estúpida opinión. — dijo él con brusquedad, agarrando su brazo con fuerza y haciéndola girar para enfrentarla. — Te vas a casar conmigo, serás la reina de Diamante y tendrás mis hijos, quieras o no.
La expresión de Lehia se transformó de terror a furia. No estaba dispuesta a tolerar tales absurdos, y mucho menos un tipo arrogante, tan inmisericorde y cruel. Sus ojos se iluminaron con rabia y furia.
— Jamás me casaré contigo, Devvan, no hay nada en este mundo que me haga cambiar de opinión. Podrías sacar todo tu poder y autoridad, y no me casaré contigo. ¡Te juro que no me obligaras! y jamás me acostaría con un hombre como tú, que ve a las mujeres como simples objetos.
— Esa es una promesa muy valiente, teniendo en cuenta la posición de poder que tengo. — dijo él con una sonrisa siniestra, aunque de pronto, su sonrisa cambió a una mueca de rabia. Había perdido la paciencia, y no sabía qué hacer con ella. Su cuerpo temblaba de ira, de furia. Deseaba golpearla, pero sabía que debía controlarse. — Y no, no veo a las mujeres como objetos. De hecho, las respeto mucho, pero solo a las de mi reino. Las demás no me importan.
— ¿Sabes? En realidad, creo que eres tú el que se ha convertido en un simple objeto. Las palabras de Lehia le golpearon más duro que cualquier puño. Estaba completamente herido, deshecho. — Eres un simple objeto porque te has dejado moldear por tu familia, por los súbditos, por los aliados y por los enemigos, por todos. — Ella explicó con una sonrisa en su rostro: —. Tu nombre, tu reino, tu palacio, tus tesoros, incluso tu voz, tus palabras y hasta tus pensamientos, no son tuyos. Son los de tus antepasados, de la cultura de tu país, de las costumbres y tradiciones que te han impuesto. Estás atrapado en una red de expectativas y deberes que han convertido tu vida en una marioneta controlada por las circunstancias.
Una profunda tristeza y un vacío profundo ocuparon el corazón de Devvan. Sus labios se movieron, pero ninguna palabra salió. No era capaz de decir nada. Todo lo que ella había dicho era cierto.
— No es asunto tuyo, princesita — le espetó él con un tono de voz que rebosaba de autoridad y desdén. — No hables desde tu punto de vista. Es irrelevante hacerlo cuando no conoces nada de mi reino, mucho menos de mi.
— ¿Le molestó a Su Majestad lo que dije? Vaya, parece que el rey se ha sentido herido por la verdad. — respondió con sarcasmo, dedicándole una mirada compasiva —. ¿Duele, majestad?
— Nunca voy a ser herido por algo tan ridículo como las palabras de una muchacha estúpida. — respondió Devvan con una sonrisa de burla. Su tono era despreciativo, pero podía percibir el desdén en su rostro.
Ella se inclinó ligeramente hacia él, susurrándole al oído con un tono seductor que parecía una melodía, haciendo que Devvan tragara con dificultad quien con suavidad y lentitud, le soltó el brazo y deslizó su mano hacia su cintura, ascendiendo con cuidado hasta posarla en su mejilla. El rey la observó intensamente, su mirada cargada de una gran ira, pero también por un gran deseo de besarle los labios. El roce de su mano en la mejilla de Lehia hizo que un estremecimiento recorriera la piel de ella, su corazón latiendo más rápido y su respiración tornándose profunda.
— Tengo que irme — susurró Devvan con voz grave. Su mano salió de la mejilla de Lehia lentamente, como si estuviera disfrutando el momento de estar así, con ella. Sus dedos rozaron suavemente los labios de la princesa, enviando un escalofrío por su espina dorsal. Su mirada, pese a su irritación, parecía terca, la cara se endureció cuando dijo —, pero, quiero besarte, Lehia.
— No deberías hacerlo. — respondió con firmeza, aunque su corazón latía con fuerza en su pecho. — No quiero que lo hagas, no quiero que me beses.
El rey inclinó su cabeza, acercando sus labios a los de la princesa. Su aliento cálido rozó la piel de Lehia, enviando una corriente eléctrica por todo su cuerpo.
— ¿Por qué no, princesa? — preguntó Devvan, sus ojos fijos en sus labios antes de encontrar su mirada. — ¿Estás segura de que no quieres que te bese?
Lehia sintió cómo su corazón latía aún más rápido, el miedo mezclado con la anticipación. Podía escapar en cualquier momento, pero algo la frenaba, la tentación de lo desconocido. Mientras intentaba ordenar sus pensamientos, la otra mano del rey acarició suavemente su rostro, y antes de que pudiera reaccionar, sus labios se encontraron con los suyos en un beso apasionado y sorprendentemente suave. Aquel beso se prolongó, como si el tiempo se hubiera detenido para darles espacio a explorar esa conexión inesperada. Los labios del rey Devvan recorrían los de Lehia con una destreza que contrastaba con su aparente dureza.
Lehia, estaba muy sorprendida por la audacia de su rey, pero pronto se dejó llevar por la intensidad del momento. Su corazón latía desbocado en su pecho mientras su mente luchaba por comprender la profundidad de sus propios sentimientos. Sus manos se aferraron con más fuerza al cuello del rey, mientras sus cuerpos se acercaban aún más, como dos imanes irresistiblemente atraídos el uno al otro. Las piernas de Lehia se enredaron en la cintura de Devvan, y se sintió flotar en un torbellino de emociones y pasión.
— ¿Qué crees que está haciendo? — susurro ella sobre sus labios.
— Besarte.
Devvan la beso otra vez, pero esta vez más lento. Después de segundos, los labios de Lehia se separaron lentamente de los del rey, dejando un suave roce de humedad y deseo en su piel. El contacto había sido inesperado, pero no pudo negar que una chispa de pasión ardía en lo más profundo de su ser.
— Has robado mi primer beso. — dijo en voz baja, relamiendo sus labios como si quisiera retener la sensación del beso en su boca. — Mis labios no eran para ti. — Devvan sonrió con un toque de travesura y provocación, su mirada fija en la princesa como si desafiara sus expectativas.
— Es una lástima... — murmuró, acercando su rostro al de Lehia, sus alientos mezclándose. — Ahora que me he robado tu primer beso, solo me queda una cosa por robar, mi amada princesita.
— Te odio tanto, maldito sinvergüenza.
— Yo también te odio tanto. — respondió Devvan, su mano deslizándose por el estómago desnudo de la princesa hasta llegar a su seno. Sin embargo, ella le tomó la mano y la apartó de la zona, desafiante. — ¿Por qué no me dejas tocar?
— Porque no lo tienes permitido. Recuerda, estoy siendo obligada a casarme contigo, no es algo que me emocione — Lehia mantuvo su voz firme. — Así que mantén tus manos alejadas de mi cuerpo o te las arrancaré del brazo.
La tensión era palpable en el aire. Ambos se miraron con ojos furiosos y prepotentes, y la pregunta de qué sucedería si no llegaban a un acuerdo pesaba en el ambiente. Lehia puso sus pies en el suelo y, con un gesto de desafío, le dio la espalda al rey, saliendo del balcón antes de que él pudiera hablar. Al llegar a la sala donde se celebraba la festividad, se acercó a su hermano Leandro, quien estaba hablando con Raees.
— ¿Qué te sucedió, Lehia? ¿Por qué estás tan pálida? — preguntó Leandro con preocupación. — ¿Estás bien? ¿Quieres que le diga a algún médico?
— Acabo de cometer una gran idiotez.
— No puedes ser tan dura contigo misma — dijo Leandro con calma. — Todos cometemos errores. No es la gran cosa. ¿Qué paso?
— Me bese con... ese rey.
— Oh.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 43 Episodes
Comments