Las mujeres que se encontraban ocupadas en la meticulosa tarea de ajustar y medir el elegante vestido de novia abandonaron discretamente la estancia, dejando a Lehia sola en un tenso silencio con Devvan. La princesa, cuyos ojos destellaban con una mezcla de incredulidad e indignación, giró su mirada hacia el arrogante Devvan, quien mantenía una sonrisa autosuficiente en su rostro.
La furia empezó a apoderarse del semblante de Lehia, sus labios apretados y sus puños crispados revelaban la intensidad de sus emociones. Sin titubear, y sin detenerse a reflexionar sobre las consecuencias, Lehia dejó a un lado el delicado vestido de novia que estaba a punto de ser suyo y se encaminó decididamente hacia Devvan. El eco de sus pasos resonaba en la habitación mientras se acercaba con determinación. Antes de que alguien pudiera anticipar sus acciones, Lehia descargó un contundente golpe en la mejilla de Devvan. El sonido del impacto reverberó en todo el recinto, creando una breve pausa en el flujo normal del entorno.
— Para que quede claro, no me considero rebelde — declaró Lehia con firmeza, su voz resonando con determinación. — Simplemente expreso lo que no deseo, y si no quiero que ese vestido me ajuste de cierta manera, así será. Creo que hay una distinción fundamental entre la rebeldía y la legítima exigencia de que se respete mi opinión. Si consideras que eso es rebeldía, quizás deberías replantear tu propia comprensión de la naturaleza humana.
— Vaya, señorita "Creo que hay una distinción fundamental entre la rebeldía y la legítima exigencia de que se respete mi opinión" — soltó con una risa burlona, mientras se frotaba la mejilla, aún sintiendo el impacto del golpe. — Siempre te quejas. Casi pareces una niña pequeña. — La respuesta sarcástica no se hizo esperar.
— No, tú pareces un estúpido niño pequeño. Hasta un niño pequeño se comportaría mejor que tú, sinceramente. — La réplica de Lehia fue rápida y directa. — Y, por cierto, ¿qué haces en este reino? ¿Te han desterrado de tu propio lugar o algo así? ¿O simplemente no te soportan allá y tienes que pasar todo tu tiempo metido aquí?
Con una actitud tranquila, él explicó:
— Mi presencia aquí tiene motivos políticos. Partiré en unas horas.
— Como sea, deseo que te largues de mi alcoba. — Sin embargo, Devvan parecía tener otras expectativas y preguntó:
— ¿No me dejarás que me quede aquí?
— No permitiré que te quedes en mi alcoba. — La tensión entre ellos se mantuvo.
— Vamos, princesa. No haré nada que no desees. Por favor...
Lehia, aunque había expresado su disgusto por la actitud de Devvan, finalmente permitió su presencia en su habitación, dejando entrever la complejidad de su relación y su dinámica en constante evolución.
— Te puedes quedar, pero tendrás que respetar mis decisiones, Devvan. Esto es mi alcoba, y es importante que respetes mis reglas.
— Al fin puedo decir que eres mi mujer.
— No te confundas, Devvan. No soy tu mujer. Esto es simplemente un negocio, nada más que eso. — declaró con firmeza, tratando de establecer los límites de su relación. Pero Devvan no estaba dispuesto a aceptar esa distinción tan fácilmente. La tomó rápidamente del cuello y la acercó a su rostro con determinación.
— Eres tan hermosa y tan mía, solo mía. — susurró, mirando profundamente a los ojos de Lehia. — Estoy tan feliz de que los demás hombres que quieran tenerte se tengan que resignar a haber perdido contra el gran Devvan.
— Eres tan patético. Y no te pertenezco.
— Sí lo haces, mi amor. — susurró sobre el lóbulo de su oreja. Su mano descendió por la cadera de la princesa y luego hacia el glúteo derecho. Lehia soltó un gemido en su oreja, incapaz de contener su reacción. Devvan estaba cautivado y nervioso, pero no iba a ceder. — Me perteneces a mí y siempre será así. No habrá nada que pueda cambiarlo. — Sin embargo, Lehia decidió jugar con las mismas armas. Llevó sus manos a su cuello y bajó la cabeza de su prometido a su altura, poniéndolo nervioso. — ¿Puedes mantener tu distancia ahora?
— ¿Ahora sí queréis eso cuando antes me querías cerca? ¿Qué sucedió, majestad? ¿Te sientes nervioso por una insignificante chiquilla de diecinueve años? Eso no lo creo de usted. Pensé que no se dejaba intimidar por mujeres como yo.
Devvan, consciente de que estaba siendo presa de su juego, decidió mantenerse firme. No iba a dejar que las palabras y los movimientos de Lehia lo sometieran. Estuvo a punto de alejarse, pero ella lo detuvo, tomándolo del brazo y atrayéndolo nuevamente hacia ella.
— Oye, que... — intentó protestar, pero Lehia lo silenció con un beso apasionado que lo llevó a la locura total. Comenzó suave, pero luego adquirió una intensidad que lo hizo sentirse completamente abrumado por la dulzura de ese beso. Devvan quedó encantado, sin darse cuenta de que Lehia estaba jugando con él de la misma manera que él lo había hecho con ella.
Lehia, abrumada por sus propios sentimientos y por lo que había sucedido, comenzó a hablar, pero sus palabras quedaron atrapadas en su garganta. Llena de arrepentimiento, salió apresuradamente de la habitación, con Devvan persiguiéndola de cerca. Finalmente, Lehia detuvo su paso en un mágico lago donde criaturas fantásticas parecían descansar en perfecta armonía. Las aguas del lago exhibían un tono suave y cristalino que permitía ver con total claridad los peces y las piedras que yacían en el fondo. La princesa dirigió su mirada hacia el lago mientras Devvan la observaba con un rostro lleno de confusión. Un silencio mágico envolvió el lugar mientras Lehia, sumamente concentrada, parecía estar conectada de alguna manera con el lago.
Devvan, se encontraba en un estado de extremo desconcierto. Había experimentado antes la avalancha de emociones en su cuerpo, pero esta vez era más intensa y profunda que nunca. No podía comprender lo que estaba sucediendo, solo sabía que había una conexión profunda entre ambos, una atracción inexplicable que iba más allá de lo físico. Era una fuerza arrolladora que lo impulsaba hacia Lehia, pero que le resultaba incomprensible y difícil de controlar.
— Este lugar es realmente hermoso, ¿no crees? — hablo sin dejar de ver el agua. — Cuando era pequeña, solía venir aquí y pasaba horas contemplando su belleza. Me hacía sentir realmente bien.
Por un momento, Lehia pareció olvidar el resentimiento que sentía hacia Devvan. Este, notando un cambio en la atmósfera, preguntó en un tono más tranquilo y sincero:
— ¿Te hizo sentir libre este lugar? — Lehia asintió y respondió:
— Sí, eso es lo asombroso de estos lugares. Tienen el poder de alejarte de tus problemas y de las expectativas de las personas que te rodean.
Devvan se aproximó a Lehia mientras un torbellino de emociones extrañas recorría su cuerpo. A diferencia de minutos atrás cuando jugaba con su cordura, ahora eso quedaba en el olvido. Alzó el rostro de Lehia, sonriendo levemente mientras la miraba fijamente, y el lugar se sumió en un silencio roto sólo por el sonido del agua y los animales. A pesar del resentimiento que Lehia sentía hacia él, una fuerza incomprensible los unía en ese momento, y no deseaba separarse, al menos no por ahora. Sus rostros estaban a centímetros de distancia, tan cerca que podían sentir el calor de sus alientos entrelazándose en el aire. En ese instante, el tiempo pareció detenerse, como si el universo estuviera suspendido en ese espacio compartido solo por ellos dos. Cada latido resonaba fuertemente en sus pechos, como si sus corazones bailaran al compás de una melodía secreta.
— Eres muy bonita, Lehia.
Mientras Devvan hablaba, Lehia pareció embargada por una sensación extraña, como si una luz poderosa hubiera inundado su ser, purificándolo y convirtiéndolo en algo nuevo. Era como si todos sus sentimientos hacia Devvan hubieran sido reprogramados en ese momento, y aunque sabía que no todo había desaparecido, aún le resultaba difícil aceptar la transformación de algún modo, era como si le hubieran añadido un nuevo capítulo a su vida, como si todo lo que había vivido hasta ese momento no fuera más que un antes. El tiempo había sido dividido en dos, y ella había pasado del lado equivocado al correcto. Como si hubiera despertado en medio de un sueño y todo resultara extraño y nuevo.
Pero aun así, lo odiaba con su vida. El desdén que sentía hacia él era innegable, y aunque estaba maravillada por la repentina transformación que había experimentado, no podía dejar de sentirse enemiga de ese hombre. ¿Por qué lo odiaba tanto? ¿Por qué su presencia hacía que ella sintiera algo tan opuesto a la paz que había alcanzado tan recientemente?
— No quiero que vuelvas a besarme nunca más — expresó ella con enojo, pero Devvan negó en silencio, su deseo de volver a besarla era innegable. — Por favor, comprende que no quiero que esto se repita. Debemos aceptar que tú y yo somos simplemente conocidos que se ven obligados a casarse. No somos más que esos, no somos amigos, ni nada relacionado. Te odio tanto y también odio a tu reino.
— Lehia, yo...
— No digas nada. Solo necesito una respuesta a lo que te dije. — su voz se tornó firme. El silencio se profundizó, como si un hechizo mágico hubiera silenciado todos los sonidos que los rodeaban. Devvan clavó su mirada en los ojos de Lehia. — Señor, por favor, responda ya. No quiero perder más tiempo aquí contigo. Tengo cosas más importantes que hacer.
El corazón de Devvan comenzó a palpitar en su pecho. No había estado preparado para este tipo de conversación, ni para los sentimientos que había comenzado a experimentar.
— Te lo prometo. No volveré a besarte nunca más.
Lehia giró sobre sus talones, una mezcla de inquietud y confusión en sus ojos, y comenzó a caminar de regreso al majestuoso castillo. Cada paso pesaba más de lo habitual, como si llevara consigo el peso de una decisión que la atormentaba. Sentía que había hecho algo mal, pero no podía poner el dedo en qué exactamente. Sus pasos la llevaron de regreso al lugar donde Zervon, el león, esperaba pacientemente. Era extraño, incluso para ella, recurrir a un león para desahogar sus pensamientos y emociones, pero en ese momento, sentía que nadie más podría entenderla.
Aunque le parecía absurdo hablar con un animal, Zervon era un oyente fiel, y sus ojos brillaban con una extraña comprensión. En el castillo, todos parecían estar sumidos en la emoción del inminente matrimonio, sin comprender el conflicto interno que atormentaba a Lehia. Incluso su propio hermano, a quien amaba, parecía cegado por las tradiciones y expectativas de la sociedad, incapaz de entender su dilema.
Para Lehia, casarse a la temprana edad de diecinueve años y asumir las responsabilidades de esposa era un peso insoportable. A pesar de que estas uniones matrimoniales eran la norma en los reinos a lo largo de la historia, ella se resistía a ser una más en la fila de jóvenes forzadas a casarse. La idea de renunciar a su juventud y sus sueños personales le resultaba inaceptable.
— Lehia, quiero que sepas que estoy aquí para escucharte, y puedo decirte sinceramente que comprendo la angustia que atraviesas en este momento. Es completamente normal sentir miedo, dudas y preocupaciones cuando te enfrentas a un matrimonio arreglado que te ha sido impuesto, y tienes todo el derecho de estar en desacuerdo con ello — dijo con empatía. Lehia, con los ojos llenos de incertidumbre, buscó desesperadamente una respuesta a su situación.
— ¿Qué podríamos hacer? ¿Hay alguna solución para impedir esto? — El león suspiró antes de responder con pesar.
— Lamento tener que decirte esto, pero en realidad, no hay mucho que podamos hacer.
— ¿Nada más? — preguntó Lehia con un tono desesperado, aferrándose a la esperanza de una solución.
— Lamentablemente, no existe una solución más sencilla. — dijo el león, escogiendo sus palabras con cuidado. — Este matrimonio es la única garantía que mantendrá la seguridad de nuestro reino de Zafiro. Si no te casas con el rey, la guerra que se desencadenaría nos arrasaría a todos. El ejército del Reino de Diamante es formidable, su poderío militar y recursos son superiores a los nuestros. — La tristeza en los ojos de Lehia era evidente mientras intentaba encontrar una salida a esta encrucijada.
— Debe haber algún otro camino para evitar el matrimonio.
El león asintió con tristeza.
— La única alternativa que existe sería renunciar a tu título de princesa de Zafiro...
Las palabras del león cayeron sobre Lehia como una puerta cerrándose lentamente. La posibilidad de renunciar a todo lo que había conocido parecía imposible, y sin embargo, sabía que no podía continuar con una vida que no la hacía feliz. Estaba atrapada entre lo que debía hacer y lo que quería hacer.
— No... no puedo renunciar a mi título. Eso significaría...
— Significaría dejar a tu familia y todo lo que has conocido. Es algo completamente entendible que tengas dudas al respecto. No deberías de sentirte presionada a tomar una decisión de esta importancia. Tienes todo el tiempo que necesites. — El león hablaba con tono suave y afectuoso, dejando espacio para que Lehia pudiera procesar toda la información que había recibo.
Lehia apreciaba la comprensión del león, pero no podía evitar sentirse presionada. Tenía la vida de todo su reino en sus manos, y sabía que debía tomar una decisión pronto.
— ¿Puedo hacerte una pregunta? — preguntó con voz suave el león.
— Sí, por supuesto. — Lehia contestó, esta vez con un tono más calmo y menos desesperado.
— ¿Estás segura de que este matrimonio no te hará feliz? — preguntó el león con delicadeza.
Su rostro estaba conmocionado, como si sopesara las palabras del león. Había hablado sinceramente, y la idea de no tener control sobre su propia vida era desesperante. Sentía como si una enorme tormenta se hubiera desatado en su interior, una tormenta que amenazaba con inundar su existencia con una ola de dolor y frustración. Le temblaban las manos, y el corazón le latía con fuerza.
— No... — contestó Lehia con un susurro casi inaudible. — No me haría para nada feliz. Solo sería una desdicha vivir en ese asqueroso reino.
Lehia se despidió del león, con un nudo de inquietud en el estómago y comenzó a caminar por los pasillos del castillo. Sus pensamientos la abrumaban mientras consideraba la sugerencia de Zervon de renunciar a su título de princesa. La idea era tentadora, pero en su mente sabía que tomar semejante decisión sería un desastre total. En la historia de los reinos, nadie, absolutamente nadie, había renunciado a un título, especialmente uno de tan alto rango como el de princesa, rey o reina. Además, Lehia sabía que su familia nunca la perdonaría. La idea de traicionar a su propia gente le provocaba una especie de náusea. Podía imaginar la mirada de decepción en los ojos de su padre y el dolor que sentiría su hermano. Y eso era solo el principio. Cada uno de los habitantes del reino se volvería contra ella y la tratarían como a una traidora. Se estremeció de tan solo imaginar eso.
Pero en ese momento eso no le importaba tanto.
Sus pies se detuvieron en el majestuoso salón de juntas, donde se encontraban reunidos todos los miembros de la corte, así como los reyes de Zafiro y Diamante, junto con sus respectivos gobiernos. El bullicio llenaba la sala, pero Devvan permanecía en silencio, sumido en sus pensamientos. La situación era tan compleja que las palabras parecían insuficientes. Los guardias comenzaron a abrir las puertas, y Lehia se encontró frente a la atenta mirada de todos los presentes.
En ese momento, no le importaba si su decisión parecía impulsiva o no.
— Padre...— declaró con firmeza, y sus palabras resonaron en la sala. —, quiero renunciar al título de princesa.
El silencio dejó en el aire una tensión casi palpable. La expresión del rey era de absoluto pánico, y ella podía sentir cómo la mirada de todos estaba clavada en ella. Devvan por su parte, también se mostró atónito. Los dos monarcas intercambiaron miradas de confusión, tratando de entender lo que estaba sucediendo. Un miembro del parlamento se puso de pie y preguntó:
— ¿Puedo saber qué motiva esta... decisión, señorita Lehia? — sus palabras se deslizaron en un tono cortante y crispado. Los ojos de Lehia se clavaron en los de su padre y respondió:
— Porque no quiero casarme.
El silencio pareció sostenerse en el aire, esperando a que todos lo aceptaran. El rey Zafiro tomó aire y comenzó a hablar, pero su voz era más baja y tenía un tono de tristeza:
— La princesa no puede renunciar a su título. Es una decisión que no depende de ti. No quiero presionarte, pero no puedes poner en peligro a nuestro reino de esta manera.
El rostro de Lehia se endureció aún más.
— Padre, no estoy buscando poner a nuestro reino en peligro, pero estoy cansada de ser tratada como una mercancía, un objeto de intercambio que se comercia y que se usa para lograr objetivos.
— Lehia, no vas a renunciar a tu título. Es mi última palabra.
La mirada de Lehia se llenó de un odio profundo hacia su padre. No quería estar más en ese lugar, así que abandonó rápidamente la sala, con su hermano siguiéndola. Se detuvo en seco y se volvió hacia él, mirándolo con una furia que nunca antes había sentido hacia ningún miembro de su familia.
— Leandro, quiero estar sola. No me hables, no me mires y no me sigas. — Sus palabras eran un grito de desesperación y un intento de proteger lo que quedaba de su independencia.
— Lehia, ¿estás loca? ¿Tienes idea de lo que significaría renunciar al título de princesa? ¿Qué diablos te pasa por la cabeza? ¿Has reflexionado lo suficiente sobre la decisión que tomaste ahí adentro? ¡Estás haciendo una completa estupidez!
— ¡No, Leandro! ¡No tienes ni idea de lo que estoy pasando! No lo entiendes, ¡nadie lo entiende! — Se enfureció más y sus ojos se aguaron. La angustia, la frustración y la sensación de estar prisionera en una vida que no deseaba vivir se hicieron presentes con toda su fuerza. — Tú no sabes cómo me siento. Y no, no es ninguna estupidez. Lo dices porque nadie te está forzando a casarte con alguien a quien no amas. ¿Cómo puedes esperar que acepte un matrimonio con él...? ¡No quiero casarme! ¿Por qué es tan difícil entenderlo?
— Lehia, la situación requiere que te cases. ¿Podrás soportar la responsabilidad de desatar una guerra más sobre nuestro reino? ¿Realmente cargarás con ese peso en tu conciencia? Lehia, si estalla una guerra, será tu culpa.
Los ojos de Lehia se llenaron de lágrimas, y se estremeció con la emoción. El pensamiento de una guerra que acabaría con las vidas de muchos de los habitantes de su reino y conocidos la aterrorizó. Sin embargo, la idea de entregar su vida a un hombre que la había tratado de una manera tan cruel y despreciable era todavía peor.
— No... es... injusto... no puedo. ¿Por qué tendría que ser mi culpa? ¿Por qué sería mi culpa algo que está más allá de mi maldito control?
— Sí, puedes influir en ello, pero no quieres hacerlo. Deja de pensar solo en ti misma. Piensa en todas las vidas inocentes que se perderán, personas que no deberían morir. — Las lágrimas llenaron los ojos de Lehia mientras reflexionaba sobre las palabras de su hermano. — ¡Deja de solo pensar en ti!
El rostro de Lehia se endureció, y sus ojos reflejaron una profunda incredulidad. Su hermano estaba sugiriendo que su decisión sería el detonante de una guerra, y sin embargo, estaba pidiéndole que pensara en los demás. La ira y la frustración inundaron su ser. Se sentía herida, con una herida tan profunda y honda que le dolía hasta la médula.
— ¿Tú no crees que yo estoy pensando en ellos? — preguntó con una voz casi sollozante. — ¡Quiero que todos estén bien, y me estás pidiendo que venda mi vida, mi libertad, mi amor y mi corazón, solo por mantener una paz momentánea! ¿No te das cuenta de lo injusto que es?
— Lehia, por favor... — Leandro parecía desesperado.
— ¿De verdad soy egoísta por no querer casarme con alguien a quien no amo? — preguntó con voz quebrada, buscando desesperadamente respuestas en medio de un conflicto interno.
— Lo siento, Lehia, no era mi intención...
— ¡A la mierda contigo, Leandro! ¡A la mierda con todo este maldito reino!
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Comments
Amikela
Si la entienden, la ciega es ella que dolorosamente nació en el Tiempo equivocado y que tiene que sacrificarse, pendeja no se a dado cuenta que ya tiene al rey comiendo de su mano, babieca/Proud//Chuckle//Facepalm/
2024-02-10
1
Silvia Verónica Rosales
😢😢😢😢😢
2024-01-19
0
Manzanita
me da asco Devvan ahora toca a Leiha después de tener sexo con dos zorros enviadas por su padre 🤮
2024-01-03
0