El mundo que me dió la espalda.

Con un pesado suspiro, golpeé mi frente contra la mesa de madera en repetidas ocasiones para intentar liberar un poco de mi estrés.

Llevaba una semana desde que había "regresado" y ya me estaba volviendo loca.

Mirando mi propia imagen en un espejo, una "niña" me devolvió la mirada. Vestía un largo vestido atestado de volantes y listones que eran hechos de esta manera por el gusto de su madre, con su largo cabello negro habían hecho dos coletas y un gran moño rosado adornaba su cabeza.

Volviendo a golpear mi cabeza contra el escritorio apenas y pude contener un gritó.

¡¡Soy una mujer adulta!! Detesto que toda mi ropa sea linda y que me elogien por cada mínima cosa buena que haga.

Un hilillo de sangre caía de mi frente, y con un largo suspiro lo limpié con un pañuelo mientras el moretón desaparecía y la herida se cerraba.

Había olvidado lo mucho que odiaba mi niñez. Siempre siendo una niña perfecta, siempre vistiendo como una muñeca de porcelana, nunca levantando la voz y nunca haciendo nada divertido.

¿Por qué demonios me devolvieron a esta edad? Mientras más lo pensaba, menos sentido le encontraba. Mirando la lista que tenía con las cosas que debía cumplir, ¿me preguntaba cual de ellas podía realizar una niña de escasos 8 años?

Debido a una tragedia que no estoy segura si sería posible evitar, mi padre murió cuando yo acababa de cumplir 15, y al no haber un mejor prospecto, tuve que tomar el liderazgo de la nación a tan corta edad. ¿No hubiera sido mucho mejor devolverme a ese punto? El momento de la historia en que una niña con poder absoluto empezó tomar las decisiones que otros 14 años después la llevarían a su ejecución.

Si bien mis primeros años en el trono fueron de mucha prosperidad, debido a que mi padre me dejó una nación estable a la que solo tenía que cuidar. Mi punto de inflexión fue más o menos al cumplir la mayoría de edad, cuando muchas voces en el consejo empezaron a decir que debía tomar un esposo que me ayudara a guiar a la nación.

Reclinado mi barbilla en mis manos, y con una sonrisa suave empecé a mirar a la nada recordando los viejos tiempos. Dicen que nunca se olvida al primer amor, y eso no es del todo cierto como tampoco es del todo falso. Mi primer esposo, Jonat era todo lo que una mujer como yo podría decir desear. Alto, guapo, de grandes músculos, una caballerosidad sacada de un libro de cuentos, una apatía política que me dejaba hacer lo que yo quisiera sin opinar, y un vigor que nos permitía permanecer despiertos toda la noche.

Solo estuvo a mi lado cerca de un año, pero esos 11 meses fueron tan felices y tan plenos, que si el resto de mi vida hubiera sido así, probablemente hubiera sido la mujer más feliz del mundo. Sin embargo, de una manera similar a mi padre, una tragedia lo separó de mi lado.

Lloré mucho cuando perdí a mi Jonat, pero el trono no puede permanecer vacío mucho tiempo, y apenas me dieron la oportunidad de velar mi luto cuando el pueblo empezó a exigir que me casará de nuevo.

La primera vez que vi a Karkaroff me dije que era demasiado mayor para mi. Cuando Jonat aún parecía un niño que había crecido mucho y muy rápido, Karkaroff era un hombre hecho y derecho.

Sin embargo, tras conocerlo, me di cuenta que nunca había visto a un hombre con una mente tan privilegiada. El había viajando por todo el continente, visitando lugares que yo solo había visto en libros, conociendo más gente de la que había visto en mi vida, aprendiendo lenguas que se creían muertas, descubriendo placeres y sensaciones que luego compartió conmigo.

A diferencia de mi Jonat, él jamás se quedaba callado a cuánto política se refería, y tenía mil historias para complementar sus opiniones y puntos de vista. Podíamos pasar horas debatiendo una idea, refutando nuestros argumentos, intercambiando puntos de vista. Fue el mejor maestro y amigo que había tenido nunca, y la persona que me demostró que todavía me quedaba mucho por aprender.

Pero al igual que mi padre, y mi Jonat, el destino me lo quitó.

Mi boda con Karkaroff fue en primavera, y el otoño del año siguiente volví a contraer nupcias.

Yusuf era tan diferente a mi Jonat y a Karkaroff. Él era un artista y yo su más grande musa.

Príncipe de una tierra distante, famosa por ser la cuna de los bardos y los bohemios. Yusuf tenía ideas tan extrañas acerca de la vida, la política y el mundo.

El mundo fue creado por los dioses ¿Por que? ¿Qué pruebas tenemos de eso? ¿Que hace muchos años, muchos señores cuyos nombres la historia ha olvidado, escribieron que así fue? Eso no era prueba de nada.

Yusuf quería encontrar la verdad absoluta del mundo, el origen de la vida y la razón del porqué estamos aquí. El creía firmemente que esa respuesta que tanto estaba buscando, se escondía en la belleza misma y había dominado toda forma de arte conocida por el hombre, y aún con todo ese conocimiento, estaba estancado, hasta que me vio en una fiesta organizada para buscarme un nuevo prospecto.

Conmigo a su lado, el creo las que por mucho fueron las mejores obras de toda su vida. Deleitaba mis oídos con la más maravillosa poesía, y las hermosas sinfonías. Deleitaba mis ojos con los más increíbles cuadros donde intentaba plasmar el origen de la vida, y esculturas de angeles y demonios tan realistas, que solo les faltaba moverse y comenzar a luchar. Y por último y no menos importante, deleitaba mi cuerpo con esas manos capaces de producir tales maravillas que se escapaban a la comprensión mortal. A su lado nunca me estuve aburrida, nunca estuve melancólica o desanimada, y nunca estuve insatisfecha.

Pero como ya es costumbre. Mi felicidad no duró mucho.

Perdí a Yusuf, como perdí a mi padre, a mi Jonat y a Karkaroff. Y los rumores no se hicieron esperar.

La reina no quiere compartir su trono, y se deshace de sus esposos cuando ya no tiene nada que ganar de ellos. Es manipuladora, su hambre de poder no tiene límites, y quién sabe si no fue la responsable de la tragedia de su padre.

Cada vez que esas palabras llegaban a mis oídos apenas y contener las lágrimas. ¿Porque les haría daño? Los amaba, había amado a cada uno de una manera diferente y especial. A todos les entregué una parte de mi corazón y mi alma, que se llevaron consigo cuando se fueron. Había abierto mi corazón tantas veces, y había sido tan lastimada por un destino o unos dioses en los que había dejado de creer, que simplemente estaba cansada.

Recuerdo muy bien ese día, era mi cumpleaños número 21, pero estaba demasiado ocupada como para celebrarlo. En esa reunión donde decenas de voces no dejaban de exigir mi atención, fue el momento en que dije basta.

En el sur, una plaga que Karkarrof y yo habíamos apaciguado daba signos de querer regresar, en el norte, una mala cosecha había traído la hambruna, en el oeste, tribus bárbaras amenazaban nuestras fronteras, y del este, venía mi siguiente prometido, cuando ni los pañuelos que había empapado de lágrimas por Yusuf se habían secado aún.

Ese día, golpeando la mesa con tanta fuerza que trozos de astillas volaron por todo el lugar, me puse de pié y grité "Basta"...

La Reina era yo, y estaba cansada de que mi pueblo, las tradiciones o la palabra de unos dioses que solo me habían dado la espalda, me dijeran cómo vivir mi vida.

Había dividido mi corazón en tantas partes, que estaba convencida de que nunca podría volver amar como lo había hecho de antaño, pero odiaba despertar en una cama vacía, y mi cuerpo estaba tan acostumbrado a las caricias de tan expertos amantes, que la soledad me dolía hasta el alma.

Empecé a tomar concubinos, tantos que sus nombres dejaron de importarme, siempre intentando repetir esas noches de pura pasión carnal que había vivido con Jonat. Me volví fanática de ver mi propia imagen en todos lados, Yusuf me tenía tan acostumbrada a ser la protagonista de sus cuadros y sus poemas, que estaba convencida de ser la criatura más hermosa que haya pisado la tierra. Y me volví adicta a los excesos, siempre intentando recordar esos finos placeres y refinadas sensación que Karkaroff me había mostrado.

Me es difícil describir qué ocurrió en esos años, tan sumida estaba en mis placeres y perversiones, que nunca me hice la pregunta si esa vida me hacía feliz, o simplemente me permitía no pensar en cuan miserable era.

Durante esos años mi pueblo sufrió. La gente que el alma de caballero y de niño que Jonat quería proteger, se vio sumida en la más profunda pobreza, miseria y hambre. La prosperidad que Karkaroff y yo habíamos conseguido, apenas duró unos meses ante mis increíbles excesos, y la belleza en los ríos y los bosques que tanto había inspirado a Yusuf, se había contaminado con las guerras y las fábricas, de mi constante hambre de recursos. Y de la nación que mi padre había cuidado con tanto amor y justicia, se había convertido en un frío y desalmado imperio, de la que yo era su absoluta monarca.

Cuando me di cuenta, mi hermanito y su prometida, la santa que había mandado al exilió por qué siempre era una molestia que abogaba por el pueblo y su gente, me habían hecho un golpe de estado y sus caballeros arcoíris me tenían contra las cuerdas.

Ese fatídico día, recuerdo que una parte de mi no quería irse sin luchar, no cedería el trono y mi posición por nada del mundo. Pero al ver mi propio rostro reflejado, en un charco de sangre que no era mía, no pude evitar llorar al ver en lo que me había convertido.

Con mi maldición más fuerte que nunca, y en una soledad en la que nunca me creí capaz de llegar, pasé un par de meses encerrada en una celda de la que podía escapar cualquier día. Enumerando uno a uno mis errores, y recordando los buenos años.

Quizás lo único que me evitaba la locura o el suicidio, fueron las tiernas atenciones de mi pajarillo, y la idea que mientras más sufrimiento aguante, menor será el peso de propia culpa.

Y ahora, aquí estoy. Devuelva en contra de mi voluntad a mi niñez, encargada de una misión de gran importancia de la que depende un mundo que ya me dió la espalda. Habiendo olvidado por completo como ser una niña, pero dándome cuenta que tal vez nunca lo fui.

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