Incomodidad

Luego de que la castaña desapareció de la sala de juntas, los cuatro hombres quedaron sumergidos en un silencio total.

—Interesante casualidad.

Gonzalo fue el primero en reaccionar, sin dejar de ver fijamente a la puerta que acababa de cerrarse.

«Alexa Hara», pensó el pelirrojo. Por azares del destino, la chica que captó su atención en un bar volvía a aparecer nuevamente delante de sus ojos. ¿Sería esto una casualidad o tendría algún propósito?

—Interesante—repitió absorto.

—¿Te parece interesante? No sé si le podamos confiar el proyecto a esa niña—se quejó molesto Jouse.

—Es cierto, no me inspira confianza—Alberto aprovechó la oportunidad para hacer saber también su malestar.

Gonzalo les regaló una mirada de desacuerdo absoluto. ¿Qué tenía de malo que fuese mujer? Por lo que pudo apreciar, era una chica bastante capaz.

—A mí me dio la impresión de que sí sabe lo que hace.

—¿Y tú qué opinas, Diego?

El hombre, de hipnotizantes ojos grises, dejó de revisar los documentos que le habían sido entregados para responder con un monótono:

—Todo está en orden.

Los otros tres se lo quedaron mirando. ¿Y eso qué significaba?

Pero no hubo más respuesta, ni comentarios al respecto. Solo un silencio total que los sumió a cada uno en lo más profundo de sus pensamientos.

Diego pensaba en algo en particular. O mejor dicho, en una noche en especial. Un sujeto como él nunca llegó a imaginarse que podría tener ciertos límites. Él siempre hacía y deshacía como le venía en gana, y esa noche no iba a ser la excepción a la regla.

En realidad todo parecía estar bien y marchar perfectamente. Incluso su presa fue justo lo que esperaba encontrar. No, fue mucho mejor que eso. La muchacha estuvo dispuesta desde el mismo momento en que la miro. La recordaba muy vagamente.

Miradas furtivas y mejillas sonrojadas. Un libro que impedía la completa visibilidad. Ella tan tierna y entregada. Su corazón sintió algo, lástima quizás. Pero simplemente no fue capaz. Estaba bien que no todas fueran perras en celo, ella no tenía por qué serlo.

Se alejó contrariado y enojado con su propio comportamiento. ¿Desde cuándo era tan considerado?

No importaba. Tampoco era del tipo de mujer que le gustará, y aun así terminó follándose a una tipa esa noche sin dejar de pensarla. Y ese día... Sintió la molestia fluir nuevamente. ¿Por qué se sentía de esta forma de nuevo?

[...]

Azotea de su edificio era uno de sus lugares favoritos. En ese sitio podía contemplar plenamente las estrellas, las cuales parecían resaltar mucho más en esa noche. Una sonrisa se asomó en sus labios. Era una vista simplemente espectacular. Y luego de una semana de arduo trabajo, sentía que un poco de relajación era lo mínimo que merecía.

Quería estar así, con sus cabellos revueltos por el viento, pero con una sensación de calidez que se expandía por todo su cuerpo. Era solamente ella y no necesitaba nada más. Aunque bueno, tal vez si pudo haberse traído a su gato para que tomara un poco de aire fresco.

Alexa lo pensó por un momento. ¿Debería ir a buscarlo? No, mejor no. Podría resultar un poco peligroso para el curioso animal.

¿Cuánto tiempo tenía sin subir?

Parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que lo había hecho. Su vida era tan agitada últimamente que había olvidado lo mucho que le gustaba ese lugar. Antes, cuando la ingenuidad aún abundaba en su ser, solía venir más a menudo. Se llevaba una libreta de apuntes y un bolígrafo, dándole rienda suelta a su inusual imaginación.

Alexa soltó una estruendosa carcajada. Debería haber estudiado para ser escritora o algo así, porque se armaba unas novelas. Era una tonta y, simplemente, no tenía remedio. ¿Pero estaba bien ser así, no? Siempre y cuando supiera guardárselo para sí misma. No había ningún delito en disfrutar de un poco de fantasía.

Y como si la fantasía quisiese hacerse presente nuevamente, la imagen de aquel hombre le llegó de repente. Alexa sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo entero al recordar la frialdad de su mirada. ¿En verdad había llegado a fantasear con una persona así?

«El físico no lo es todo en la vida», se dijo en voz baja. Ciertamente, el hombre era condenadamente guapo, pero bastante desagradable una vez su boca hablaba.

Insufrible.

Ese amor platónico estaba más que enterrado en su mente y corazón, y no le importaba si aún existía una fibra de su ser que quisiera reaccionar rebelde ante él. Lo detestaba, y detestaba aún más la idea de tener que verlo. Sin embargo, se encontraba obligada a hacerlo. Y no solo a ver a ese sujeto, sino también al resto de sus amigos, que eran igual de pedantes.

Aunque debía reconocer que había uno que hacía una pequeña excepción. El hombre de cabellos cobrizos se mostraba un poco amable. No era tan lanzado como lo recordaba, por el contrario, parecía caballeroso invitándole de manera sutil a caminar por el parque.

"No todo es trabajo, señorita Alexa" fue lo que menciono un día que la acompañaba hasta la salida. Sus brillantes dientes se mostraron en una sonrisa, la cual ella devolvió pero no con la misma soltura.

Debía reconocer que era un hombre apuesto y tal vez, si su corazón no estuviese tan renuente ante la idea de enamorarse, podría darle inclusive un chance.

"Tonterías", gritó una vocecita.

La muchacha se levantó de su asiento, dispuesta a regresar a su departamento. Su mente ya había tenido suficiente de estupideces...

—Mejor me ocupo en algo—susurro para sí misma. Cualquier cosa era mejor, que estar pensado en hombres y en amor.

Y así, Alexa pasó el resto de su noche sumergida en una montaña de hojas. Cálculos y planos se apilaban en la mesa, mientras la joven se encontraba concentrada en su computador. Quería realizar su trabajo a la perfección. El edificio industrial que estaban construyendo sería su más resaltante experiencia y no podía permitirse fallar de ninguna manera.

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