Cuatro

Lía había pasado su primera noche en aquella casa, había comido algo temprano en la cocina y fue directamente a la pequeña habitación que le habían asignado para rezar y después dormir, aunque mirándolo bien el cuarto no era tan pequeño, era más grande que el que tenía en el convento, este tenía una cama grande con sus mesitas a los costados, un sillón y un armario, todo bien distribuido en el espacio, no podía decir que chocaba con algo al moverse por allí, y un baño para ella sola, y eso la hacía muy feliz, ella y su hermano habían vivido con las monjas desde que ella tenía cinco años que sus padres habían muerto y con ellas nunca les había faltado de nada, incluido amor, pero no habían privilegios y tener un baño propio en la habitación era uno.

Despertó al otro día y no podía decir que hubiera dormido de maravilla, aquella no era su cama, ni su habitación, ni su convento que era el lugar más seguro del mundo y al que no había faltado ni una noche a dormir, pero allí era donde Dios la había puesto por el momento y estaba segura de que su sacrificio ayudaría a su hermano, además tenía que recordar que Dios escribe derecho en renglones torcidos, así que quizás allí alguien más la necesitara.

Rezó antes de hacer algo más como cada día y aún no eran las seis de la mañana cuando salió de la habitación, llegó a la cocina y todo estaba en silencio y oscuro, así que sin pensarlo mucho buscó dentro de la nevera y por la despensa y preparó un desayuno para todos y al terminar volvió a su habitación, no quería empezar a limpiar y que despertara a alguien.

-  Bea ¿Qué son estas tortitas que preparaste hoy? Están deliciosas.- la chica miró a su jefe comer lo que ella había encontrado en la cocina cuando despertó y sabía que no mentía, ella ya las había probado y estaban buenísimas, fue a decirle de donde habían salido pero recordó lo que la joven le dijo de no querer conocer a la gente de la casa y si él sabía de ella la iba a llamar enseguida.

- Fue una receta que Dios puso en mi camino.- le contestó riendo y Massimo la miró raro.

- Pues doy gracias porque están de comerlas todas.- le dijo pinchando otra con el tenedor.

- Deja algo para Alessio, yo puse unas aparte para Dante porque sabía que ustedes no iban a dejar nada para él.

- Me gustaría ver la cara de Dante cuando las pruebe, sé que le van a encantar, pero tengo que irme ya y hoy vendré tarde.- le comentó a la chica con desgano.

- ¿Quieres que lo grabe mientras come? - le propuso ella.

- Sí por favor, cuando sé que va a conocer algo nuevo y me doy cuenta de que me lo voy a perder me dan ganas de no ir a ningún lado.

- Massimo,  serán muchas las cosas que conozca y que tú no estés presente, eso no te hace ni mejor ni peor padre.

- Lo sé, pero estoy enamorado de ese pequeño pedazo de cielo.

- Massimo¿Tú no te estás escuchando verdad? Si un día te oyen tus enemigos vas a levantar muchas risas.- y los que rieron fueron ellos.

- Lo sé, pero no puedo evitarlo.- y volvieron a reír.

Mientras aquella conversación ocurría en la cocina Lía permanecía detrás de la puerta de servicio de esta, había decidido regresar de su habitación cuando pensó que ya Bea estuviera levantada y antes de entrar escuchó voces de que estaba acompañada y decidió esperar hasta encontrarla sola.

- ¿Pretendes quedarte con mi trabajo?- le preguntó Bea cuando entró cinco minutos después de que Massimo se hubiera ido de la cocina.

- No creo.¿Por qué?- se extrañó ella pues había quedado muy claro que estaría allí solamente nueve meses.

- Porque si sigues haciendo esos desayunos el jefe no querrá comer más los normalitos que yo hago.

- Perdón, no quería incomodar, es que me levanto temprano y estoy acostumbrada a que a esa hora la cocina en el convento es una revolución y aquí era tan tranquilo que quise ayudarte, no volverá a suceder.- ella estaba en verdad muy apenada pensando que había molestado a la chica.

- Nooooo, ni lo intentes, cocina todo lo que quieras, tus tortitas hicieron que el jefe se fuera de buen humor, tienes que enseñarme como se hacen para cuando te vayas.- gritó la cocinera y con los gritos la hizo saltar, ahora de apenada había pasado al asombro, decididamente Bea estaba loca.

...................

- Hola- escuchó la voz de un niño a su lado mientras limpiaba un espejo de los del pasillo y dirigió su vista hacia abajo para ver una belleza a su lado y se agachó para estar a su altura.

- Hola- le contestó y con la mirada buscó las niñeras a las que todavía no había visto.- Tú debes ser Dante- le dijo sonriendo y recibió una sonrisa del pequeño- Me han hablado de ti, dicen que eres un niño muy bueno.- ahora la sonrisa se agrandó.

- ¿Y tú quien eres?- le preguntó con su vocecita.

- Soy Lía y voy a estar por aquí un tiempo.- el niño volvió a sonreir.

- ¿Por qué tu pelo es tan extraño?- le preguntó y Lía levantó una ceja y el pequeño acarició el velo que llevaba puesto.

- Oh no, no es mi pelo, espera.- le dijo quitando el velo y dejando al descubierto un pelo negro muy bien atado en la nuca para que no se viera por debajo de la pieza de ropa, no era la primera vez que lo hacia para saciar la curiosidad de un pequeño, y siguió zafando el amarre para dejarlo suelto.

- Que suave- le dijo él tocando la larga cabellera y ella sonrió.

- Y ahora cuéntame por qué andas solito por los pasillos.

- Siempre lo hago, nada más tengo que prometerle a Bea que no voy a salir de la casa. - a Lía le pareció raro, si el niño tenía niñeras dónde estaban ellas.

- Bueno, siempre debes estar acompañado, así que eso no está bien.

- ¿Puedo quedarme contigo? A esta hora no puedo ir a la cocina, dice Bea que es peligroso.- Lía lo miró con pena.

- Está bien, siéntate aquí mientras yo limpio, creo que estoy recordando un cuento muy bonito que me contaron una vez a mi.- y vio el rostro del niño alumbrarse mientras ella recogía su pelo y ponía el velo otra vez en su lugar.

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