Lilith La Bruja Del Caos
El carro se estacionó frente a una vieja casa rodeada de hierba alta y arbustos desordenados. A simple vista, era evidente que nadie había habitado el lugar en mucho tiempo. Sobre el camino de piedra que conducía a la entrada, una fila de hormigas marchaba diligente hacia un hormiguero junto a la cochera.
Víctor fue el primero en descender del vehículo, anticipándose a cualquier comentario negativo por parte de sus hijos. Erick, el mayor, se giró hacia los del asiento trasero y, con un gesto breve, los invitó a seguirlo.
A pesar del mal estado de la casa, Víctor parecía radiante. Inhaló profundamente y abrió los brazos, como abrazando los primeros rayos del sol del amanecer.
—He vuelto —exclamó con fervor, como si el aire húmedo del campo le devolviera algo que había perdido hace años.
Sus hijos lo miraron, perplejos. Carlos recorrió con la mirada el patio, sospechando que alguna planta venenosa podría haberle afectado el juicio a su padre. Pero Erick sabía que se trataba simplemente de felicidad. Aunque aquel lugar distaba mucho de lo que esperaban, era su nuevo hogar al fin a cabo.
Las más pequeñas, Lilith y Ágata, se dedicaron a inspeccionar en silencio cada rincón que requería reparación.
La casa, construida con ladrillo rústico, tenía un pórtico deteriorado, ventanas cubiertas de polvo y tuberías llenas de moho. El interior estaba invadido por polvo y telarañas.
Los muebles de la sala, al igual que los del área familiar junto a las escaleras, estaban cubiertos por sábanas color crema, deslucidas por el tiempo. Una enorme rata cruzó velozmente desde el vestíbulo hacia una habitación oscura con un agujero en la pared. Por razones desconocidas, la cocina estaba repleta de semillas y en la chimenea dormían varios murciélagos.
Las escaleras que conducían al segundo piso crujían al pisarlas y presentaban grietas peligrosas. Arriba, el ambiente era más sombrío que decadente: telarañas, polvo acumulado, un baño cubierto de moho y cinco habitaciones amplias pero abandonadas, casi intactas desde que fueron cerradas.
—La casa es muy grande —dijo Ágata, descendiendo las escaleras con cautela.
—Y muy vieja... —añadió Lilith, observando el techo agrietado.
—Es cierto. Pero con un poco de cariño se puede arreglar —afirmó Víctor, acariciando con ternura la cabeza de Lilith—. Tiene una sala con chimenea, cocina, patio de servicio, cuarto de lavado junto al baño de invitados y un estudio privado. En el segundo piso están las habitaciones. La principal cuenta con un baño y armario, y las demás tienen suficiente espacio.
—Qué bien —comentó Carlos con sarcasmo.
—Esta casa es muy grande —repitió Ágata, impresionada.
—Demasiado, diría yo —agregó Erick, aún intrigado por el bajo precio al que se les había vendido.
Carlos prefirió no decir nada más. En el fondo, deseaba creerle a su padre. Además, no tenían muchas opciones: su presupuesto era escaso tras haber dejado el país.
—Tendremos que trabajar duro para limpiar todo esto. Pero vale la pena —concluyó Víctor, mientras los demás jugaban piedra, papel o tijera para decidir quién haría cada tarea.
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