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—¿En qué tanto piensas, cariño? —preguntó su padre al notar que Lilith no comía.

—¿Por cuánto tiempo nos quedaremos en este lugar? —se atrevió a decir, sin apartar la vista de su plato.

Víctor no respondió de inmediato. Se limitó a observar a su hija jugar con la comida antes de preguntar con tono sereno:

—¿Extrañas nuestro antiguo hogar?

—No realmente —respondió ella, sin mirarlo—. Y parece que ustedes tampoco lo hacen.

Erick suspiró antes de beber un vaso de agua.

—No es que no lo extrañemos —comentó, dejando el vaso sobre la mesa—. Es solo que ya no podemos regresar a Londres.

Lilith lo sabía muy bien, aunque lo que realmente extrañaba era a su madre, quien se había quedado sola en Londres. Intentó mencionarlo, pero fue interrumpida por Carlos, que cambió el tema con brusquedad.

—Como sea... Este es ahora nuestro nuevo hogar, y creo que hay que adaptarse a lo que nos depare el futuro —dijo, más dirigido a Erick y a su padre que a Lilith.

—Eso huele delicioso —interrumpió Ágata, bajando las escaleras.

—¡Vaya! Me preguntaba cuándo despertaría la dormilona —exclamó Víctor, dejando atrás el tema.

Lilith los observó en silencio mientras Ágata se acomodaba en una silla y Erick comenzaba a servir la comida. Víctor y Carlos charlaban sobre los planes para conocer el pueblo y sus alrededores una vez descansaran. Al ver que ya nadie le prestaba atención, Lilith se levantó de la mesa, dejó su plato a medio terminar en el fregadero y subió nuevamente al segundo piso.

Víctor suspiró, dejó la cuchara sobre la mesa y se frotó la sien.

—Sigue preocupada por mamá —murmuró Carlos en dirección a su padre.

—Lo sé —respondió Víctor, tomando un sorbo de agua—. Pero no podemos hacer nada al respecto.

—Lilith fue la única que no se pudo despedir de ella —añadió Ágata, masticando un trozo de carne—. Es normal que esté inquieta. Mamá sabía que Lilith no se iría sin ella, por eso la durmió, para mantenerla alejada del peligro.

—Ágata tiene razón —intervino Erick, lanzando una mirada breve hacia las escaleras—. Lilith no se habría marchado si supiera que mamá se quedaba sola. Y ahora que no está, debemos asegurarnos de que nuestra hermana menor no se meta en problemas.

Víctor volvió a suspirar y retomó su comida, intentando convencerse de que lo que hacía era lo correcto. Después de todo, su pareja le había pedido que los protegiera hasta que pudiera regresar.

Pero el pueblo al que se habían mudado no era un lugar cualquiera. Lo habitaban personas de todo tipo, y poco a poco comenzaban a enterarse de su llegada, cada uno reaccionando con curiosidad, desconfianza o incluso diversión.

—¿Escuchaste los rumores? —dijo entre risas una de las jóvenes del pueblo—. Al parecer Suri tiene nuevos vecinos. Dicen que se instalaron en la casa abandonada.

—¡Eh! Qué interesante —respondió la otra, rozando sus labios con un dedo—. Así que se alojaron en la casa embrujada...

—Así parece.

Para muchos, la llegada de los Stanley se convirtió en espectáculo. La casa en la que se habían instalado era conocida por estar habitada por todo tipo de espectros, razón por la cual había permanecido abandonada durante años.

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