11. Mi esclavo (Parte II)

Mi plan era el siguiente: Usaría al esclavo como escudo para protegerme de las miradas de los hombres del emperador, mientras salía de la ciudad… punto

No había nada más, quiero evitar el combate y el enfrentamiento lo más que pueda.

—¿Ya terminaste? —pregunté desde la salida del callejón mientras esperaba que mi nueva adquisición temporal terminara de cambiarse detrás de un barril con basura.

No recibí respuesta, al parecer no era de muchas palabras.

Aproveché el momento y revisé debajo de mi capa el estado de mi pequeña Ruby. Efectivamente, estaba durmiendo. Era una bebe por lo general bastante tranquila y callada. Casi todo el tiempo o se la pasaba durmiendo o se la pasaba tomando leche como una endemoniada.

No pude evitar sonreír, nunca pensé que me vería en este estado amamantando a un bebé. La verdad es que no estaba tan mal, aunque a veces mis senos se hinchaban de tanta leche y dolía como el demonio.

En verdad, no es nada fácil ser madre.

Sentí unos golpecitos en mi hombro y rápidamente cubrí mi pecho con la capa. Me giré y mis ojos se abrieron como monedas al verlo.

Vestía la camisa blanca y los pantalones baratos que le había comprado, aunque estos le quedaban algo pequeños. No cubrían por completo sus tobillos. Es que ya de por si él era bastante alto.

Pero eso no fue lo que más me dejó tiesa como una piedra.

El chico se había recogido el largo cabello semi rizado en una coleta baja, demostrando sus rasgos toscos (después de todo era un semi ogro) pero nada desagradables. Algunos rizos caían por su amplia frente dándole un toque de inocencia que compaginaba extrañamente con los pequeños cuernos blanquecinos que le sobresalían. También noté que sus orejas eran levemente puntiagudas, algo más ennegrecidas en las puntas.

Si que había visto ojos hermosos desde que llegué a este mundo, pero los suyos eran otra cosa. Tenía diferentes colores en cada ojo, marrón en el derecho y blanco azulado en el izquierdo. Lo cual contrastaba extrañamente con su tono de piel tostado.

No lo había podido ver bien antes debido a la mata de pelos que cubría su rostro. Pero era atractivo y bastante ardiente, había que admitirlo. Ese ancho pecho que se traslucía a través de la camisa me provocaría un paro cardiaco en otras circunstancias.

Al notar que lo estaba observando por demasiado tiempo, me aclaré la garganta rápidamente y desvié mi atención a otro lugar.

—Bueno, si ya estás listo creo que podemos irnos —declaré para romper el hielo.

El chico asintió con la cabeza y me siguió todo el trayecto sin rechistar. Entendía mis palabras, por lo que totalmente salvaje no era al parecer.

Sosteniendo las riendas del caballo, avanzamos juntos. Ya casi estábamos llegando a la entrada de la ciudad y para mi peor suerte, habían más caballeros postrados en el lugar. Y no solo eso, la carroza del emperador también estaba ahí.

De todos él era el que más posibilidades tenía de reconocerme, por lo que instintivamente envolví mi brazo alrededor del enorme antebrazo del esclavo y apoyé mi cabeza un poco más abajo de su hombro (le llegaba apenas a su pecho).

Al parecer él no esperó esa acción de mi. Sentí claramente como sus músculos se tensaban debajo de su piel, pero no hice nada para apartarme.

Avanzamos de esa forma, pasando justo al lado de los caballeros imperiales, los cuales no sospecharon en mí para nada. Buscaban una mujer de largo cabello con un bebé, no una mujer de cabello corto acompañada de un enorme semi ogro. Sin duda era una pareja bastante extraña, pero en ese momento no me importó porque habíamos logrado salir de la ciudad sin levantar ningún tipo de sospecha.

Suspiré aliviada y cuando ya estábamos en la carretera de tierra, donde habían más carrozas y jinetes transitando de un lado a otro, me permití respirar aliviada.

—Pensé que el corazón se me saldría del pecho —admití en voz alta.

Aquel chico esclavo solo me miró fijamente sin decir nada, eso me incomodó un poco.

—Bueno, muchas gracias por la ayuda. Ya puedes irte, eres libre de ir a donde quieras —admití con una sonrisa tranquilizadora.

El esclavo frunció el ceño como si hubiera hablado el idioma de los alíens. Pensé que no se iría, pero cuando menos lo esperé, el chico se dio la vuelta y comenzó a caminar hasta desaparecer en lo profundo del bosque.

Dejándome a mi atrás, sin siquiera despedirse o al menos agradecerme por haberle liberado.

—Que niñato desagradecido —repliqué un tanto molesta y simplemente decidí seguí con mi camino.

Me monté encima de mi maravilloso corcel, luego de varios intentos fallidos. Al parecer, montar a caballo no era tan fácil como yo creía.

Por suerte, el animal era bastante paciente y servicial ya que había inclinado un poco sus piernas para que pudiera subir a su lomo sin problemas.

—Creo que seremos muy buenos compañeros tú y yo caballito —expresé con una sonrisa a la vez que acariciaba las crestas del animal.

Este relinchó en respuesta y sin que yo le dijera nada comenzó a trotar. Tuve que aguantarme de las riendas rápidamente, de lo contrario podría haber caído.

Poco a poco el día pasó, siendo reemplazado lentamente por la noche. Me vi obligada a acampar entre los árboles pero no demasiado lejos de la carretera para no perderme.

Había encendido una fogata y mientras comía las brochetas de carne seca que había comprado en el mercado, me dediqué a estudiar el mapa.

Ya tenía un objetivo claro de a donde iría y definitivamente el mar era la mejor opción. En mi anterior vida nunca había ido a la playa, mucho menos había nadado en agua salada. Por lo que esta vez quería experimentar eso antes de asentarme en un solo lugar para cuidar de Ruby y hacer una vida juntas.

Por primera vez agradecí tenerla a mi lado, sería bastante solitario y desolador hacer este viaje sola.

La envolví y la acomodé entre mis piernas para que pudiera sorber mejor de mis pechos. Ya se estaba quedando dormida y no era la única. Yo también estaba agotada y necesitaba cerrar los ojos un rato, pero casi de inmediato me vi obligada a reaccionar cuando empecé a escuchar sonidos de pasos.

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