Vano : El Primer Vidente

Vano : El Primer Vidente

Alan Silver

Año 3300: Calendario humano.

En la bulliciosa ciudad de Londinium, la gente se arremolinaba frente al tablón de anuncios de los Heraldos, donde una noticia llamaba poderosamente su atención. Algunos comentaban con asombro lo que leían, otros con escepticismo, pero todos estaban intrigados.

Entre la multitud se encontraba un joven llamado Alan Silver. Alan había oído hablar de la investigación de Artorias Silver, el científico reconocido y patrocinado por el Imperio Romano que había encontrado una manera de reducir el hierro al tamaño de una cuerda. Con determinación, se abrió paso a través de la multitud y se acercó al tablón de anuncios. Leyó la noticia con atención, y sintió una gran emoción al pensar en las posibilidades que este descubrimiento podría traer consigo. Alan siempre había sentido una gran fascinación por las propiedades de los metales, especialmente la plata. A pesar de que el Imperio Romano no destacaba por su interés en el conocimiento científico, y solía favorecer la fuerza sobre la investigación, generalmente al final resultaba haciendo uso de ciencia en las batallas, pero una vez lograban su acometido desechaban las investigaciones.

Dentro de esos pocos usos, se encontraron ciertos accesorios de plata hechos por el padre de Alan, como su ayudante, el joven se apasionó por la maleabilidad del metal y su brillantez, era algo fascinante de contemplar. Grande fue su sorpresa cuando se enteró que su padre habría sido obligado a dejar de manipular la plata sin orden del mismo imperio. Desilusionado, decidió abandonar su hogar y continuar investigando por su cuenta, lejos del dominio del Imperio Romano. Ahora, con pocos ahorros, y sin un lugar al que pertenecer, se encuentra frente a tal novedad en una ciudad como Londinium. No era lo que había planeado, pero decidió dirigirse al encuentro de Artorias, con la determinación de hablar con él y ofrecerse como su ayudante o aprendiz. Sabía que no sería fácil, pero estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para aprender de uno de los metalúrgicos más brillantes.

Llegó a la puerta de la casa donde había oído que vivía el hombre y, tras respirar profundamente para calmarse Alan tocó la puerta con cierta aprensión. Después de unos segundos, la puerta se abrió y un hombre de edad media-avanzada y estatura promedio salió a su encuentro. Vestía una camisa blanca de mangas largas y un pantalón de vestir negro que parecían estar un poco gastados, y su rostro era serio e impasible. "Verá señor, disculpe usted", dijo Alan con una sonrisa incierta, "soy Alan Silver, un joven apasionado por la metalurgia y la ciencia". Pero antes de que pudiera terminar de presentarse, el hombre lo interrumpió con un ademán y abrió la puerta de su casa, haciéndole señas para que pasara. Alan se sintió un poco incómodo por la extrañeza de la situación, pero decidió seguir adelante y agradecer al hombre antes de entrar en su casa.

Una vez dentro, Alan observó con gran curiosidad el interior de la casa. Las paredes estaban cubiertas de manchas de humedad, dando la sensación de que no habían sido pintadas en décadas. El suelo de madera crujía bajo sus pies y había varios papeles esparcidos por la habitación, dándole un aspecto desordenado y caótico. En una esquina de la habitación, había un montón de herramientas y piedras, algunas de ellas rotas y abandonadas en el suelo. La única silla de la sala estaba gastada. La cocina, en cambio, estaba impecablemente limpia, con los utensilios de cocina perfectamente organizados. A pesar de todo, la casa emanaba un aire misterioso y enigmático que hacía que Alan se sintiera incómodo y cauteloso.

El hombre le ofreció una taza de té y se sentó en la única silla disponible. Alan agradeció el gesto se sentó en el piso y comenzó a explicarle su situación y su interés por la ciencia de los metales. Para su sorpresa, el hombre parecía estar escuchando con atención y asintiendo con la cabeza de vez en cuando. Una vez Alan le había contado prácticamente toda su vida “los accesorios de plata esto, el metal aquello, la metalurgia, la plata, la plata…” habrían pasado unas tres horas. De no ser porque el hombre en la silla comenzó a roncar, habría seguido hablando.  Alan se dio cuenta de que había estado hablando durante demasiado tiempo. Se rio entre dientes al pensar en lo mucho que había divagado sobre su amor por la plata y la metalurgia.

Sintiéndose un poco avergonzado, Alan dejó suavemente su taza de té y salió silenciosamente de la casa, agradecido por la oportunidad, pero también aliviado de estar libre de la atmósfera sofocante.

Una vez fuera, la sonrisa amable que tenía en su rostro se desvaneció y fue reemplazada por una expresión nerviosa. Había cerrado la puerta detrás de él y se encontraba sin un lugar donde pasar la noche. Al ver la oscuridad de la calle se llenó de temor, por lo que simplemente se recostó en la puerta.

- ¡OYE! -

Una voz aguda despertó al vagabundo que se estaba durmiendo frente a la puerta de la casa Artorias.

Alan se sobresaltó al escuchar la voz aguda y abrió los ojos de golpe. Se encontró con una mujer elegante y bien vestida frente a él, que lo miraba con recelo y desconfianza. La luz de la luna iluminaba su rostro y sus ojos de un

gris claro parecían penetrar en el alma de Alan.

- Disculpe señorita\, no quise molestar -dijo Alan\, incorporándose rápidamente y tratando de parecer respetuoso- Estaba buscando un lugar donde pasar la noche y me quedé dormido en esta puerta. No tenía intención de causar ningún problema.

La mujer lo miró de arriba abajo con aire de desdén.

-Lo siento, pero no puedo permitir que un vagabundo como tú duerma en esta calle. Te sugiero que busques otro lugar para dormir -dijo con frialdad antes de girar y alejarse sin más palabras.

Alan se sintió descorazonado y decepcionado por la actitud de la mujer. Sabía que su aspecto no era el mejor, pero no merecía ser tratado de esa manera. Con un suspiro, se levantó y se alejó de la casa Artorias, tratando de encontrar un lugar seguro donde pasar la noche.

Se alejó unas cuantas calles, cuando nuevamente desde la oscuridad escuchó una

voz aguda y conocida.

- ¿Por qué enfrente de la casa Artorias? -

-Fui un invitado suyo esta tarde, pero se durmió mientras hablábamos-

-Tu nombre…- Preguntó la mujer mientras observaba el cabello gris y el rostro pálido de Alan.

-Alan Silver-

-Dime Alan, podrían ser varias coincidencias, pero ¿de casualidad sabes trabajar con el metal? –

Alan se sorprendió por la pregunta de la mujer y asintió con la cabeza, sin estar seguro de cómo ella podría saberlo. La mujer pareció notar su desconcierto y continuó hablando.

-Te apellidas Silver, buscas hablar con Artorias Silver y al caminar unas calles terminas frente a un taller de metal, tu cabello es gris…- Dijo mientras señalaba una puerta de lo que parecía un taller.

Alan se sorprendió por la coincidencia del taller y ante la astucia de Ella al deducir su interés en la ciencia de los metales. La mujer se presentó como una patrocinadora independiente de proyectos innovadores, Ellen Wiss, pero su mirada penetrante indicaba que había algo más detrás de su interés en él.

-Dime Alan, ¿quién eres tú? - preguntó con firmeza.

-Ya te lo dije - respondió él, sintiéndose incómodo.

-Hablo de tu propósito - insistió ella.

Alan vaciló unos instantes antes de responder.

- ¿Investigar? -

-Siento que hay algo más-

-No estoy seguro de hablar de ello con alguien que acabo de conocer-

-Estuviste a punto de dormir frente de la puerta de alguien que acabas de conocer-

-…-

-Te dejaré pasar la noche dentro de este taller dependiendo de tu respuesta, es mejor que dormir en la calle ¿no?-

-Ese taller no es tuyo-

Ellen saca una llave y la introduce en el cerrojo de la puerta del taller.

- ¿JOOO? ¿Qué decías?

-Yo... quiero investigar los hilos de plata. - dijo Alan

entre dientes.

Eso suena muy interesante, pero le falta realismo - comentó Ellen, observando su reacción. - Creo que me quedaré con tu idea... - añadió con una sonrisa

Un sentimiento negativo se apoderó de Alan al escucharla. Si bien siempre había sido un joven amable y noble, no pudo evitar sentirse manipulado por la mujer en ese momento. Sin embargo, decidió no dejar que sus emociones lo dominaran y mantuvo la compostura.

-Entiendo -dijo Alan con una voz controlada-. Espero que puedas hacer buen uso de la idea.

Ellen sonrió, aparentando no darse cuenta del cambio en la actitud de Alan, pero una vez le miró a los ojos no pudo evitar sentirse algo nerviosa. Su mirada había cambiado.

Alan se acercó a ella con determinación.

-Entonces, tomaré mi pago. -

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