Capítulo 4

Al despertar, Anabel usó agua tibia para bajar un poco la hinchazón de sus ojos. Pasó gran parte de la noche llorando sin ningún tipo de consuelo alguno. Su rostro aún mostraba todo el dolor que tuvo que soportar entre sollozos, pero no debía demostrar el dolor, puesto que debía reunirse con la familia Laurent. Dependiendo de los resultados de la cena de esa noche, se definiría si ella se convertiría en la prometida del hijo mayor. Aunque Anabel seguía muy inquieta, no sabía cómo era aquel hombre y mucho menos su nombre.

Después de relajarse un poco, Anabel salió al jardín con un libro. No deseaba comer ni mucho menos estar cerca de su tía o prima. Había cierta paz en el jardín, puesto que nadie pasaba tiempo allí, solo ella. Ese era su lugar seguro.

Anabel sentía que muchas cosas en su vida eran ridículas. Su padre ni siquiera confiaba en que ella pudiera cuidarse a sí misma. Cada vez que se iba de viaje, la enviaba a casa de su tía como si fuese una inútil. Anabel estaba severamente cansada de eso.

En el fondo, sabía que nada cambiaría. Desde niña, todo había sido así. Tal vez algún día podría valerse por sí misma, pero ni siquiera tenía la confianza de salir y estudiar de forma presencial. Actualmente, tampoco era una posibilidad.

Una empleada se acercó a Anabel y le entregó un plato con comida. Hizo una reverencia y se fue sin decir nada. Segundos después, Marcos se acercó a Anabel. Aunque a él no le gustaba estar en el jardín, a veces iba a pasar tiempo con Anabel.

-¿Por qué no has ido a desayunar? –preguntó Marcos de forma amable– ¿No te sientes bien? Sabes que puedes confiar en mí.

Anabel deseaba que esa preocupación y calidez vinieran de su padre, no de su tío. Aunque ella quisiera contarle sobre sus problemas, su tío no la pondría sobre su hija y esposa, por lo que siempre se contenía de decir algo más.

-Estoy bien –respondió Anabel con una sonrisa– solo estoy ansiosa por esta noche.

-No debes saltarte tus comidas, aunque entiendo tu falta de apetito. Tu cuerpo sigue siendo débil. Si algo te molesta, solo debes decirlo –dijo Marcos de forma cariñosa. La voz de Marcos lograba tranquilizar a Anabel– todavía no estoy tan de acuerdo con el tema del matrimonio. Podemos cancelarlo en cualquier momento.

Después de responder, Anabel sujetó el plato con cuidado y comenzó a comer. Marcos miró las flores frente a él y después centró su mirada en Anabel. Él seguía preocupado. La mirada en el rostro de Anabel era vacía y no reflejaba sentimiento alguno. No solo eso, Marcos sabía lo cerrada que estaba Anabel. Ella no confiaba en nadie. Él logró escuchar en más de una noche el llanto de Anabel, pero ella no confiaba en él, ni siquiera era su tío de forma sanguínea. ¿Qué podía hacer?

Lo que más le dolía a Marcos de escuchar los llantos de Anabel era escuchar cómo se le dificultaba respirar mientras lloraba. La tos seca e incluso verla medir los rápidos latidos de su corazón al día siguiente. No quería obligarla a casarse, pero estaba pasando por una crisis financiera. No sabía de qué forma Ana había logrado arreglar un matrimonio tan beneficioso, pero eso hacía que Marcos se sintiera culpable. Estaba usando a Anabel para sacar provecho y eso lo hacía sentir mal.

-Lo digo en serio, Anabel. Sé que no eres mi hija y que tal vez jamás te has sentido cómoda estando aquí, pero quiero que lo sepas. Quiero que te sientas bien. Sé lo difícil que es lidiar con todo esto. He visto cómo te desesperas cuando no puedes respirar y cómo batallas con la fatiga. Te he visto llorar por el fuerte dolor en tu pecho.

-Oh –Anabel sintió ganas de llorar, aunque prefirió retener sus lágrimas tanto como pudo– intentaré ser más atenta conmigo misma.

Marcos sonrió un poco más tranquilo y acarició el cabello de Anabel. Después se levantó y tras despedirse se fue. Anabel miró las plantas y flores mientras seguía comiendo. Tal vez no estaba tan sola como ella creía, aunque se sentía bien recibir la preocupación de otros.

Ella pensó las cosas de forma más tranquila. Aunque su cuerpo fuese débil y tuviera oportunidades limitadas, debía empezar a valerse por sí misma. Si se comprometía con un hombre adinerado, no quería depender de él. Puesto que ella sabía cómo eran las cosas, no quería deber nada a nadie.

Después de mirar durante largas horas el jardín, Anabel salió junto a Matías para comprar un vestido decente. Por más ropa que tuviera, no tenía nada acorde a la reunión, y esto se debía a que Andrea se había dedicado a destrozar los pocos vestidos que tenía.

-Debes ponerle un límite –dijo Matías mientras tocaba la tela de un vestido de forma minuciosa– ella no es nadie, ni siquiera papá le presta atención. Ana es la única que la defiende a capa y espada.

Matías le dio el vestido a Anabel para que se lo probara. Anabel entró al vestidor y siguió su conversación con Matías desde el interior del reducido espacio.

-Lo mejor es ignorarla. No sé la razón de su inexplicable odio hacia mí, y te aseguro que no deseo saberlo –respondió Anabel mientras intentaba ponerse el vestido– Andrea jamás ha tenido límites. ¿Por qué los tendría ahora? A ella solo le interesa llamar la atención.

-Anabel, no lo entiendes –dijo Matías con un tono cansado– tú no debes lidiar con Ana o Andrea. No les debes nada, y aunque sean tu familia, no tienes derecho a pisotearte. Aunque lo más seguro es que, como de costumbre, ignores mis palabras.

Anabel salió del probador, y Matías sonrió al verla. ¿Cómo era posible que un cuerpo tan débil y pálido luciera tan bien? Ni siquiera él podía explicarlo.

-Tal parece que el azul es tu color. Llevemos ese, y si Andrea lo rompe, te aseguro que quemaré toda su ropa.

Anabel sonrió y se miró en el espejo. Ella sabía que tenía un parecido innegable con su madre. Esa era la única razón por la que se sentía bonita.

-Está bien.

-Siento que esta noche será un dolor de cabeza –dijo Matías con un rostro agobiado– no quiero ni pensar en la tensión que habrá.

-Ya estamos acostumbrados, ¿no?

-Tienes razón.

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