Con cautela, llevé a Grand al sótano, donde la luz apenas se filtraba por las ventanas pequeñas y polvorientas. El suelo estaba cubierto de baldosas antiguas y agrietadas, y el aire era espeso y rancio. Allí, en la penumbra, nos sentamos a una mesa de póquer manchada y coja, donde empezamos a trazar un plan para desmantelar el complot gubernamental que se cernía sobre nosotros. Mientras estudiábamos los planos del edificio y los pisos subterráneos, podía sentir el sudor frío en mi espalda y el latido acelerado de mi corazón. Sabía que estábamos caminando sobre el filo de la navaja y que una mala jugada podría ser fatal. Más sin embargo, parecía calmado y concentrado, y mi voz ronca y profunda resonaba en la estancia como un eco siniestro, mientras trazaba una estrategia para cumplir con nuestra misión y lo más importante, salir de ese lugar en una sola pieza. Gracias a los planos que tenía en su poder y su libre acceso al centro de operaciones, con Grand de nuestro lado teníamos una pequeña ventaja sobre nuestros enemigos. Pero sabía que no podíamos confiar en la suerte y que cualquier movimiento en falso podría ser nuestra perdición. La idea de compartir las fotos y videos que teníamos con algún medio de comunicación parecía la opción más obvia, pero sabía que era un riesgo enorme. Los canales de comunicación estaban en manos del gobierno y no podíamos confiar en que nuestras pruebas llegaran a oídos de la gente adecuada. Así que no tomamos ese como nuestro plan de respaldo, y decidimos emprender la estrategia más arriesgada y peligrosa que se nos ocurrió. Para llevarla a cabo, tuve que hacer creer a Katie que este sería mi último trabajo para el gobierno. Le mostré donde guardaba el dinero, los pasaportes y nuestras nuevas identidades antes de darle un largo beso. Sus lágrimas ardían en mi piel y su voz temblorosa me rompía el corazón.
—¿Por qué suena como si estuvieras despidiéndote? —dijo Katie, sollozando.
Me acerqué a ella y la abracé con fuerza, sintiendo su cuerpo tembloroso a mi lado.
—Volveré, mi amor —le aseguré mientras acariciaba su vientre—. Juntos viajaremos hacia América Latina, donde podremos criar a nuestro bebé en un lugar seguro y tranquilo. Te lo prometo. Y cuando todo esto acabe, te explicaré todo. ¿De acuerdo?
Katie negó con la cabeza y se aferró con más fuerza a mi cuerpo. En ese momento, Grand se asomó a la puerta de la cocina para recordarme que había llegado el momento de partir.
—Teniente, es hora —dijo mi amigo con tono serio.
Tratando de disimular el nudo que me ahogaba la garganta, sonreí a mi amada esposa y tomé delicadamente su rostro para besar sus labios temblorosos con ternura y pasión. Prometí volver pronto y le susurré al oído que se escondiera en la casa vacía de los vecinos, con el arma a su alcance.
—Lo haré, te prometo que cuidaré de mí, nuestro bebé. De Charlie y su mamá.
—Esa es mi chica —le dije en tono protector, mientras mi amada esposa me devolvía el beso con anhelo y necesidad.
—Vuelve, Luis. El bebé y yo no podremos seguir sin ti —susurró Katie cerca de mis labios—. Te amo y te esperaré siempre.
—Te amo. Estaré de vuelta en la mañana, te lo prometo —respondí con una sonrisa dolorida antes de asentir con la cabeza y despedirme de ella con un último beso.
Con un nudo en la garganta, me alejé de ella y salí de la casa, enfrentándome a un futuro incierto y peligroso. La lluvia caía sobre mi cabeza como una maldición y el viento soplaba con furia, como si quisiera arrastrarme hacia algún abismo oscuro. Sentí que este podría ser el último beso que compartíamos, y que el camino que me esperaba estaba lleno de sombras y peligros. Pero no había vuelta atrás. Debía seguir adelante, con la esperanza de que todo saliera bien al final.
Mientras me alejaba de Katie, sentí como si alguien me diera un puñetazo en mi estómago bajo que se retorcía de dolor y temor. Me obligué a caminar hacia la puerta de la cocina, tratando de mantener la cabeza en alto, aunque todo mi ser gritaba que volviera corriendo a los brazos de mi esposa. Grand me acompañó en silencio mientras atravesábamos el umbral de la puerta, sintiendo sus ojos clavados en mi espalda como un pesado peso.
El viento helado de la noche me recibió afuera, zarandeando mi chaqueta y haciendo que me envolviera en ella con fuerza. El ruido de la calle era mínimo, y solo se escuchaba el sonido distante de un motor alejándose en la distancia. Miré hacia atrás, la casa que ahora parecía un pequeño punto de luz en medio de la oscuridad, y tuve que luchar contra la tentación de volver corriendo. Con un suspiro, apreté los puños y seguí a Grand hacia el auto, sabiendo que lo que nos esperaba era mucho más peligroso que la angustia y la opresión en el fondo de mi ser. Subí al asiento del copiloto mientras Grand arrancaba el motor, y me incliné hacia la ventana, observando la ciudad a medida que nos alejábamos de ella. La oscuridad nos envolvió como un manto, y pronto solo podíamos ver las luces de la ciudad destellando en la lejanía. Me obligué a no pensar en lo que estaba sucediendo en mi casa, tratando de concentrarme en la misión que tenía por delante. Pero por más que intentaba alejar los pensamientos, no podía sacar de mi mente la imagen de mi esposa sollozando.
Con nuestras mochilas cargadas con el equipo y las armas preparadas, Grand y yo nos adentramos en el terreno desconocido que teníamos por delante. En la parte trasera de la camioneta de Grand se encontraba nuestro pequeño arsenal: un par de armas cortas, mi viejo rifle de precisión y nuestras AR-15, pertrechadas con municiones. Con cada kilómetro que avanzábamos, la tensión se hacía más palpable, sabiendo que estábamos en camino hacia lo desconocido y enfrentándonos a horrores que aún no podíamos imaginar.
Tras realizar una breve inspección del perímetro, Grand me escoltó hasta el edificio donde iba a montar mi puesto de francotirador. El lugar que habíamos seleccionado nos proporcionaba una vista clara de todo alrededor de ese maldito lobo con piel de cordero: el cuartel de operaciones camuflado detrás de una fábrica inocente de productos lácteos. Allí encontramos a Petrovic, quien no había abandonado su posición de vigilancia.
—Buenas madrugadas, señores —dijo Petrovic con una sonrisa enigmática—. ¿Cómo va el resto del plan?
—Todo está listo —respondí, dejando a un lado mi equipo. Pero inmediatamente, el hedor me invadió las fosas nasales, obligándome a taparme la nariz—. Carajo, no podías poner la cubeta con tus excrementos un poco más lejos.
—No me he movido de aquí, teniente. Solo estoy cumpliendo con sus órdenes —dijo Petrovic, entregándome unos prismáticos y un cuaderno donde había anotado todos los detalles relacionados con los horarios de los guardias que protegían ese fortín.
Grand negó con la cabeza y se despidió para cumplir con su parte, dejándome solo en mi puesto de vigilancia.
El silencio reinaba en el lugar, interrumpido solo por el crujido de las ramas y el suave susurro del viento. Me sentía observado por todos lados, como si estuviera en el epicentro del campo de batalla enemigo. Miré por los prismáticos y vi cómo las sombras se movían alrededor de la fábrica, anticipando lo que vendría. Todo estaba listo para la batalla, pero sabía que nadie saldría victorioso. Para ese momento no había vuelta que dar, desde mi posición observé cómo el vehículo de Grand traspasó con total normalidad el primer puesto de vigilancia para internarse en el perímetro, como estaba planeado ocupó el parqueadero mucho más cercano a la entrada principal.
—Estoy adentro —dijo Grand por el intercomunicador, como si necesitara confirmar que la misión seguía en pie.
—Buen trabajo, cabo. Sigue así. Cambio y corto. Nos vemos dentro —respondí, intentando transmitir confianza.
—Las puertas del infierno estarán abiertas, señor. Cambio y corto —sentenció Grand con un dejo de ironía.
Miré brevemente a Petrovic quien se estaba poniendo su equipo encima antes de revisar minuciosamente su arma; casi era la hora de que entrara en acción. Con algo de betún tiñó completamente su cara, y con una sonrisa le hice notar que todos íbamos a usar máscaras tácticas.
—Nunca te agradecí que me hayas salvado la vida —él sonrió en mi dirección—. Antes de irme, quería decirte eso.
—No te pongas romántico y vete —respondí en medio de una suave risa—. Llévate contigo tu cubeta de porquería.
Petrovic palmeó mi hombro y antes de salir me dijo:
—Tengo tu helicóptero, búscame en Corona si salgo vivo. O busca a Matheus en el mismo lugar, tengo un hangar privado al sur de West Rock.
Dicho esto, dejó el lugar de vigilancia a toda prisa, listo para cumplir con su tarea.
Aún sin entender por qué en primera instancia me había negado su ayuda para atravesar la frontera, devolví la atención a mi tarea. Mientras observaba a Petrovic alejarse, me di cuenta de que la vida de cada uno de nosotros estaba en peligro. El peso de la responsabilidad me abrumó por un momento, pero rápidamente me recompuse. Tenía un trabajo que hacer y no podía permitirme flaquear. Con el rifle en posición, me concentré en los guardias que patrullaban el exterior del edificio. Sabía que cualquier error podría ser fatal, así que me tomé mi tiempo para apuntar con precisión.
Petrovic se deslizó con sigilo hacia el primer puesto de control, avanzando con cautela para colocar una carga explosiva sin ser detectado. Sabíamos que esto nos daría una clara ventaja, pero no era suficiente. No podíamos enfrentar a un bastión completo por nuestra cuenta; así que conseguimos algo de ayuda. Sonreí ampliamente, de repente, el sonido de "Warriors of the World" de Manowar retumbó en el aire, proveniente de poderosos altavoces.
A través de la mira telescópica, pude ver a los guardias en la entrada, nerviosos y desconcertados por el repentino ruido y esas estridentes notas musicales. Cuando avistaron el primer vehículo, una enorme Hummer que pertenecía a Bob o quizás a uno de nuestros vecinos, empezaron a moverse nerviosos en sus puestos. Pero no venía sola, una caravana de otros diez vehículos se unieron a ella cruzando las calles frontales a la fábrica, y cuyos ocupantes gritaban consignas en contra de la opresión como grito de guerra mientras ondeaban banderas y mostraban sus armas con ira contenida que finalmente iba a desbordarse. La mayoría de ellos eran padres, madres, hijos; personas a quienes les habían arrebatado a sus seres queridos. Mis vecinos a quienes finalmente tuvimos que reclutar para enfrentar esa espantosa situación.
Cuando la primera camioneta apareció, los guardias se pusieron en alerta, ocupando sus puestos con las armas preparadas y listas para la confrontación. Fue en ese momento cuando abatí a dos de ellos con disparos precisos y letales. Cuando los restantes aparecieron por la plazoleta central, dejé que el C4 en el auto de Grand, estacionado justo debajo del puente del primer frente de protección del fortín, hablara por sí solo, emitiendo una estruendosa explosión que voló por los aires el puesto de control. No fue una carga excesiva, ya que queríamos provocar el menor número de bajas esa noche, una noche destinada a ser para la perdición, quizás una que pasaría a la historia. La explosión, al parecer, no fue suficiente para amedrentar a los guardias, ya que los que quedaban inmediatamente se levantaron en armas en un intento de repeler el ataque, dejándome sin muchas opciones. Sé que algunos de ellos solo cumplían órdenes, como una vez lo hice, pero era necesario despejar ese lugar para que la caravana con nuestros refuerzos a cargo de Petrovic pudiera atravesar el muro principal. El sabor de la guerra se apoderó de mis sentidos, respiré el humo acre de la explosión y el olor a pólvora que emanaba de mi propio rifle, que acababa de abatir a su cuarto objetivo.
—Una bala, una baja —dije, sintiendo una extraña mezcla de emociones al abatir a mi quinto objetivo. Tiré del perno de mi arma y de la recámara voló el casquillo.
Cuando el primer vehículo de la caravana de nuestra unidad atravesó el vallado, supe que era mi turno para entrar en combate directo. Me coloqué el chaleco de protección balística y cargué mi AR-15, asegurándome de que estaba en orden. Dejé mi puesto seguro y me deshice del equipo pesado para avanzar hacia el flanco posterior del edificio. Cuando me acerqué al muro protector, una vez lo crucé, miré mi reloj. En ese momento, Grand debería haber creado una distracción emitiendo las imágenes que había capturado en las pantallas que estaban por todo el centro de operaciones, creando así la distracción perfecta. Además de la batalla encarnizada que se libraba en la parte frontal, escuché un rumor de escándalo sacudiendo las paredes del lugar desde dentro. Sabíamos que había personas buenas dentro del edificio, que se sentirían sorprendidas y asqueadas por todo lo que estaba sucediendo a pocos pisos de ellos, y esperábamos que tomaran nuestro lado en esa batalla.
Entonces, luego de rodear el edificio, entré por una de las puertas de servicio que Grand había despejado. Mi compañero me esperaba al otro lado con el arma lista. Me miró y asintió, señalando con la cabeza hacia la oscuridad del edificio.
—Bien hecho, cabo —murmuré, descolgando mi AR-15—, ¿cómo están las cosas por aquí?
—Todo está listo —dijo él en un susurro, levantando su rifle en la dirección que debíamos seguir.
Entonces nos movimos con sigilo a través de esos pasillos, revisando cada rincón y esquina en busca de cualquier posible amenaza. Donde el bullicio era el dueño reinante, en primera instancia estaba la potente señal de alarma con luces rojas que bañaba el lugar con potentes resonancias que indicaban el estado de emergencia. Por otro lado, estaban los gritos, disparos y alaridos igual de desesperados.
—¿Cómo está todo afuera? —preguntó mi compañero. Ambos hablamos en susurros, pegados a las paredes para evitar llamar la atención.
—Según lo planeado, Grand. Si sobrevivimos a esto, tendremos muchas muertes en nuestra conciencia —dije avanzando hacia la esquina que daba a uno de los pasillos principales.
—Siempre sabes cómo animar una misión, teniente —respondió Grand con un tono sarcástico.
Pronto levanté la palma, como una señal a mi compañero que me seguía de cerca, para que se detuviera en el pasillo. A paso rápido y decidido, avanzaron unos cuantos hombres fuertemente armados y con el uniforme distintivo que los diferenciaba de los demás como "Los limpiadores". Con un nuevo gesto de mi izquierda, le señalé a Grand que avanzara a una nueva posición defensiva.
—¿Fuego? —susurró mi compañero impaciente, preparando su arma.
Para ese momento, los limpiadores sin notar nuestra presencia avanzaron por el pasillo dándonos la espalda.
Asentí con la cabeza y empecé una cuenta regresiva con tres dedos. Cuando llegó a cero, nos deslizamos rápidamente a la parte central del pasillo, abriendo fuego al mismo tiempo. Los sonidos de los impactos resonaron en las paredes mientras los cuerpos de los enemigos caían al suelo.
Entonces, a paso rápido, me acerqué a ellos para darles el tiro de gracia y, como sabía que los que llevaban ese uniforme tenían libre acceso, decidí buscar las tarjetas magnéticas que permitían acceder a los pisos inferiores.
—Un montón de muertes en nuestro haber —suspiró Grand, quitándose el pasamontañas.
Negué con la cabeza.
—Recuerda por qué estamos aquí, Grand —dije antes de destruir las cámaras de vigilancia cercanas. Sabía que ya nos habían detectado, pero no sabían a qué piso nos dirigíamos.
Al avanzar por los pasillos, dejábamos un rastro de sangre que parecía ser el testimonio del horror que se estaba desarrollando allí. Los cuerpos de hombres y mujeres que se habían levantado en armas parecían formar un sombrío cementerio en ese lugar. Sentí una sensación de culpabilidad abrumadora, y al mirar a Grand, pude notar en su rostro una vacilación momentánea en sus acciones. Sabíamos que era una etapa crucial de la misión, la recolección de información que vinculaba a todos los responsables en esa sucia operación.
Finalmente, llegamos al corazón de la operación y logramos tomar como rehén a uno de los encargados de los servidores. Con su cooperación, pudimos obtener las pruebas que incriminaban a la CIA en todo eso, además de obtener algo de información acerca de dónde se encontraban los rehenes, cosa que era nuestra prioridad en ese momento. Sin embargo, nuestra suerte se agotó cuando una vieja conocida apareció acompañada de varios hombres armados. En cuanto empezó el cruce de fuego, nos lanzamos a cubierta inmediatamente. Pero el tipo que nos dio la información no fue tan rápido como para esquivar el fuego y cayó a un lado mal herido.
—¿Entonces lo sabías, Mansour? ¿Por qué no me sorprende? —grité en medio del caos.
—No lo entiende, teniente —respondió ella—, no sabe lo que acaba de hacer.
Sus disparos hicieron volar en escombros parte del mueble de madera en el cual me refugiaba.
—No hice nada peor que meterme en la cama con tu maldita agencia —negué con la cabeza, miré a Grand y luego al rehén que habíamos tomado, lamentablemente herido de gravedad—. Ustedes provocaron esto. Sólo hay muerte.
Hice un gesto a mi compañero para llevar a cabo la maniobra evasiva, y él me ofreció cobertura mientras me asomaba por encima del escritorio para lanzar una granada de conmoción al grupo de agentes. La explosión causó estragos entre ellos, y aprovechando la distracción, abrimos fuego y eliminamos a tres de ellos. Sin embargo, Mansour logró desaparecer entre los pasillos.
—¿Vamos detrás de ella? —preguntó Grand.
No tuve tiempo de responder. De repente, escuchamos alaridos desgarradores que venían de la dirección opuesta al pasillo por el que corríamos con mi compañero. Nos apresuramos para llegar a donde provenía el sonido y, en medio del caos, encontramos a decenas de empleados en pánico, luchando por escapar del lugar. Con valentía y determinación, ayudamos a cuantos pudimos, pero lo que encontramos al avanzar nos dejó sin aliento. La doctora Maclaren estaba acurrucada detrás de un aparador de su laboratorio, llorando desconsoladamente mientras sujetaba con su temblorosa mano derecha un bisturí ensangrentado. Junto a ella, el cuerpo sin vida de otra mujer yacía en el suelo. Al vernos, la doctora alzó el arma y apuntó hacia nosotros.
—Aléjense, o voy a matarlos —amenazó, temblando de miedo.
No podía culparla. Todo lo que había visto hasta ese momento era horroroso. Sin embargo, sabía que tenía que actuar con rapidez ya que sabía que ella podía ayudarnos.
—Soy yo, doctora. Luis —me quité el pasamontañas y traté de transmitirle algo de confianza.
La doctora dejó caer el bisturí y se lanzó a mis brazos, sollozando y temblando de pies a cabeza. Traté de consolarla mientras buscaba pistas sobre lo que había sucedido en ese lugar.
—Te juro que no sabía lo que estaban haciendo —me explicó, con la voz entrecortada por el llanto—. No me enteré de nada hasta que vi ese espantoso vídeo. Hace unos días, me prohibieron la entrada.
—¿Tiene idea de dónde los llevan? —inquirí, no había tiempo para perder.
—No, pero reconozco el lugar en las imágenes. ¡Síganme! —dijo la doctora, su tono de voz adquiriendo un poco de brío.
Juntos, recorrimos los pasillos en busca de una salida. Lo que encontramos fue un panorama dantesco: cuerpos mutilados, manchas de sangre en las paredes y gritos desesperados de los que luchaban por sobrevivir. Al llegar a los pisos inferiores, nos topamos con un panorama aún más horroroso: los limpiadores apresurados acabando con inocentes personas a tiros. Estaban a punto de fusilar a un grupo de niños de no más de diez años, que con los ojos vendados, las manos atadas y de rodillas, suplicaban que no les hicieran daño.
Por suerte, llegamos a tiempo para evitarlo abatiendo a todos esos verdugos, pero no sin ver caer a aquellos infelices que habían acabado con la vida de inocentes. La doctora Maclaren se apersonó de la situación y liberó a los pequeños que, en medio de lágrimas, empezaron a gritar desesperados. Lamentablemente, ese grupo de niños era lo único que quedaba en esa pila fúnebre, porque eso era, ya que estaban quemando los cuerpos en un gigantesco crematorio.
Grand, con absoluto desprecio, escupió sobre los cuerpos de los limpiadores. Era como estar en un campo de concentración, pero con la crueldad y la barbarie de una época que se creía olvidada. No pude evitar sentir un escalofrío al pensar en cómo los derechos humanos podían ser violados de forma tan atroz en pleno siglo XXI. Miré a la doctora, que parecía haber perdido toda esperanza, y me di cuenta de que estábamos solos en esta lucha.
Con la sensación de que cada segundo era vital, sabíamos que debíamos salir de ese lugar lo antes posible. Gracias a los planos del edificio, logramos avanzar a través de los pasillos tenebrosos con cierta facilidad. Sin embargo, en un instante, nuestra huida se vio truncada por un grupo de soldados liderados por el maldito de Philip Grayson. Las balas comenzaron a llover sobre nosotros, pero afortunadamente encontramos un refugio temporal. Por fortuna, logramos repeler el ataque, causando un par de bajas de su lado, y consiguiendo también que buscaran una posición defensiva. El sonido de los disparos era ensordecedor y la mezcla del humo asfixiante de la pólvora con el hierro de la sangre invadió mis sentidos. Observé a los niños aterrorizados que se habían congregado alrededor de la doctora, quien los mantenía unidos en un abrazo y con la cabeza gacha.
Desde el fondo del pasillo, Philip hizo eco de su voz autoritaria en compañía de sus huestes:
—¡Teniente Luis! Sabemos que es usted, entréguese y le prometo ser benevolente.
No podía creer que estuviera ofreciendo algo así después de lo que habían hecho. Negué con la cabeza, con la determinación de continuar con nuestro objetivo de salvar a los niños.
—Sabes cómo es esto —se rió Philip—. Un par de advertencias más y nos abriremos paso. Tenemos aquí un muy buen equipo antimotines, y créame que vamos a acabar con todos sin misericordia alguna.
No podía permitir que se acercaran a los niños, así que dejé mi cobertura y disparé una ráfaga de fuego en su dirección. Rodeé el pasillo y busqué un nuevo lugar para protegerme de sus balas que llegaban a mí sin piedad.
—Cabo, Doc, saquen a los niños —ordené con una leve sonrisa—. Hay un conducto de ventilación unos metros atrás.
Señalé con la barbilla la rejilla que protegía el tubo a las espaldas de los niños. Sin embargo, el cabo Grand negó con la cabeza.
—No señor, podemos enfrentarlos juntos —dijo con la voz ronca.
—Esa no es una opción —respondí—. Es una orden. Vete Xavier Grand, gracias por todo. Salva a esos niños por mí y busca a Petrovic, él sabrá llevarlos a un lugar seguro.
Grand asintió apretando la mandíbula con resignación, y su retirada fue mi señal para convertirme en el cebo, mientras mi amigo retrocedía junto con la doctora y los niños. El desafío estaba claro: hacer todo lo posible para distraer a los soldados, asegurarme de que todos los niños y mi equipo pudieran dejar ese infierno.
Un rugido de animal salvaje escapó de mi garganta mientras abría fuego y corría a toda velocidad a través del amplio pasillo, tratando de evitar las balas enemigas. A pesar de mi destreza, no pude evitar que un par de disparos impactaran contra mi pecho. Sentí un dolor agudo en el lugar del impacto y una sensación de ardor se extendió por mi torso. Afortunadamente, llevaba el chaleco balístico sobre mi guerrera negra, que amortiguó el impacto. Me detuve detrás de un enorme tanque de depósito para protegerme y bajé la mirada a los humeantes agujeros en mi pecho.
A pesar del dolor agudo, respiré profundamente, sintiendo la fuerza de la adrenalina en mi cuerpo.
Philip rompió el silencio con una risa sarcástica.
—¿Está muerto, señor? —preguntó.
—No tienes tanta suerte —repliqué con un asomo de sonrisa al saber que había logrado mi objetivo, esos pobres niños huyeron de ese horror.
—Pronto lo estarás —gritó él—. Tal como la perra de D'Angelo.
—¡Maldito bastardo! —susurré con los dientes apretados, no podía dejar que jugara con mi ira para utilizarla a su favor.
Dicho esto, Philip lanzó al primer equipo kamikaze, un par de tipos protegidos por un escudo a prueba de balas que comenzaron a avanzar hacia mí. Les lancé una ráfaga de fuego antes de correr hacia otro puesto de protección.
—Es el fin, Teniente —gritó Philip—. No hay donde esconderse.
—Sí que te gusta hablar —dije, mientras sacaba una de las granadas de mi mochila. Observé con determinación al equipo kamikaze que avanzaba hacia mí. Esta vez ya tenían un artillero detrás del escudo antimotines—. Será un placer cerrarte esa enorme boca para siempre.
—¡No me digas! —se rió él—. Parece que no comprendes que te estás quedando sin opciones.
—Prometo que así será —frente a mí saltó el seguro de la granada, esperé un segundo antes de lanzarla rasante al suelo.
—¡Granada! —gritaron. Pero desafortunadamente para ellos, fue demasiado tarde ya que sus cuerpos destrozados se desparramaron por el suelo con la explosión de metralla que voló el escudo balístico por los aires.
Los oídos me zumbaban, el olor a pólvora y sangre llenaban mis fosas nasales, apenas podía escuchar los gritos de los desgraciados que cayeron bajo mi fuego. Me asomé un poco, lo suficientemente como para analizar la situación. Los tres cuerpos con las extremidades inferiores despedazadas estaban a unos cuatro metros de mi posición. El resto de mis enemigos acechaban al final del corredor, bloqueando la intersección que conducía a una de las salidas a unos diez metros de mi primer objetivo. La entrada a la segunda ruta de escape estaba a solo un par de metros a la izquierda. Mi mente comenzó a trabajar a un ritmo acelerado cuando escuché a Philip maldecir entre dientes, mientras le daba nuevas órdenes de ataque a sus hombres. Sabía que no tenía tiempo que perder. Analicé los explosivos que quedaban en mi mochila, tomé lo que quedaba del C4 y el detonador, en parte dándome cuenta de que incluso si se trataba de una misión suicida, Philip tenía razón, no tenía elección.
—Por Katie, por nuestro bebé —susurré con determinación antes de lanzar una ráfaga de fuego disuasivo y correr a toda velocidad hacia adelante.
Las balas silbaban a mi alrededor mientras avanzaba, desechando mi arma larga descargada y la mochila a mi paso. Con largas zancadas y el corazón en la garganta, me apresuré a deslizarme a través del pasillo a mi izquierda, sintiendo el impacto de los proyectiles en las paredes de yeso que se resquebrajaban con cada impacto, y el sonido de las botas de mis perseguidores se acercaba cada vez más.
Fue entonces cuando lo vi: el detonador, parpadeando con una luz roja en mi mano derecha. No tenía tiempo que perder. Con un gesto firme, presioné el botón, y una onda expansiva sacudió todo el edificio. Sentí cómo la fuerza del impacto me arrojaba contra la pared, el rugido de la explosión ensordeciéndome. El polvo blanco del cemento se me pegó a la piel y al cabello, y mis oídos zumbaban con una intensidad dolorosa. No había tiempo para detenerse. Me levanté, tosiendo y agarrándome a las paredes mientras los escombros caían a mi alrededor. La visión que se presentó ante mis ojos me hizo titubear por un par de segundos: un paisaje de sangre y carne desgarrada, de cuerpos mutilados y agonizantes que clamaban por ayuda.
—¿Demasiado C4? —sacudí la cabeza, el sentido del oído emitiendo un largo pitido que afortunadamente regresó a mí.
Me armé con mi pistola y, al divisar a un hombre en pie en la distancia, no dudé en disparar, pero no pude darle alcance ya que escapó corriendo en medio de esa espesa nube de polvo. Sin dudarlo, a apresurada carrera fui detrás de él. No podía permitir que esos tipos fueran detrás de mí y peor aún de mi familia. Cuando evité los escombros y estaba por atravesar el corredor a mi izquierda, el único lugar por dónde podía haber escapado, sentí un violento golpe que me impactó la cabeza enviándome al suelo casi de inmediato. Instintivamente gateé hacia atrás sintiendo la sangre caliente fluir por mi frente, mientras un soldado se acercaba a mí sosteniendo un tubo metálico. Detrás de él apareció Philip, ensangrentado y con una sonrisa siniestra en los labios, tomó el arma contundente de las manos de su subordinado.
—Se acabó, teniente —sentenció con furia antes de lanzarse hacia mí.
Sacando mi última reserva de fuerza, me incorporé. Logré interceptar su ataque, bloqueando el brazo que blandía el pedazo de metal. Enseñando los colmillos con furia, le asesté un cabezazo que lo hizo retroceder. Entonces, me hice con el tubo de metal y sin misericordia alguna estaba por dejarlo caer en su rostro, pero el otro tipo apareció de la nada lanzándome un fuerte puñetazo que también me hizo dar un paso al costado. Cuchillo en mano, se lanzó a mí con un movimiento torpe y desesperado, lo que me permitió esquivarlo fácilmente y devolverle en la espalda el golpe con el metal que me había dado antes. Sin aire, se arrastró hacia atrás. Philip, por su parte, que ya se había puesto en pie, desenfundó también su cuchillo y en medio de un grito volvió a la carga. Esquivé su arremetida y le lancé un furioso derechazo cruzado que fue a dar contra su cara, transformándola en una pila de dientes arrancados de raíz y ensangrentados. Inmediatamente, retrocedió llevándose ambas manos a la boca. Estaba a punto de acabar con él, pero para mi sorpresa, el otro tipo saltó sobre mi espalda. En un acto reflejo, lo lancé por encima de mí como en el judo; voló a través del pasillo y aterrizó sobre el montón de escombros.
Estaba agotado en ese momento. Lo único que me mantenía en pie era la necesidad de sobrevivir, y a paso tembloroso observé a mis adversarios luchando por ponerse en pie, escupiendo sangre y tentando con sus manos los escombros en un intento por obtener algo para golpearme. Hice lo mismo, tomé la barra de metal con fuerza en mis manos. Rugí como un animal salvaje, con los colmillos al descubierto, me acerqué al primer tipo, el soldado, quien juntó sus palmas en señal de súplica, pero no sirvió de nada. Levanté el pedazo de metal por encima de mi cabeza y lo estrellé violentamente contra su rostro, una y otra vez, hasta que sobre su cuello no quedó más que una mezcla pulposa de sangre y sesos. En el último golpe, el tubo se soltó de mis manos y fue a parar al fondo del pasillo, emitiendo un tintineo mientras se alejaba por el piso de baldosas. Retrocedí unos pasos por la fuerza de mi ira y el cansancio. Philip, desesperado, intentó buscar un arma, cualquier cosa con lo que pudiera defenderse.
Con un grito salvaje, me abalancé sobre él, sintiendo mi ira y mi dolor converger en un punto. La tacleada fue brutal, y el tipo cayó al suelo con un golpe sordo. Suplicó, igual que lo había hecho su compañero antes que él.
—Déjame ir, Luis. Te prometo que compartiré el dinero contigo —dijo el sujeto despreciable.
—¿Lo hicieron por dinero? —escupí hacia su dirección, sintiendo el odio burbujear en mi interior.
—Igual que tú —respondió el hombre, sonriendo vagamente mientras se tocaba las costillas adoloridas—. Déjame ir y te prometo que no iré detrás de ti.
—Lo haría, pero ¿recuerdas la promesa que te hice hace un rato? —repliqué con furia. Él era el único responsable de la muerte de mi amiga D'Angelo y de todos los inocentes.
No le di tiempo para responder. Él abrió los ojos como platos y extendió sus brazos a mí en una súplica inútil. Tomé un pedazo de cemento y lo dejé caer violentamente sobre su rostro una y otra vez, hasta despedazar su cráneo, al igual que al otro sujeto.
Respirando agitadamente, lancé el pedazo de concreto ensangrentado a un lado. Dejándome llevar por el cansancio, me senté junto al cuerpo de Philip, cuyos dedos seguían temblando postmortem.
Con mis dos manos temblorosas y cubiertas de sangre, revisé mi cuerpo en busca de heridas o huesos rotos, pero no encontré ninguna de consideración. A pesar de la adrenalina y la violencia del momento, me pareció extraño el tiempo que me tomé para asegurarme de que estaba bien. Sabía que tenía que volver a casa con Katie. Me levanté con rapidez y avancé por el pasillo con pasos erráticos, desorientado por la densa humareda que inundaba el lugar. Detrás de mí, el estruendo de alaridos y pasos me perseguía, pero mi mente se negaba a procesar lo que oía. ¿Eran reales esos sonidos o solo el eco de mi propia angustia? Todo lo que quería era salir de allí con vida, regresar a casa con mi esposa. Eso era lo único que importaba en ese momento.
Mientras avanzaba, la luz exterior se colaba por la puerta abierta de par en par, pero un velo de sombra la cubrió repentinamente. De inmediato, llevé mi mano a la frente para intentar distinguir lo que se escondía detrás de la penumbra. Una sonrisa se dibujó en mi rostro al reconocer la figura que se acercaba hacia mí. Respiré profundamente, estaba con vida, y mis seres queridos habían venido a buscarme.
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