^^^"Todo lo que amamos se convierte en una parte de nosotros mismos. No hay final. No hay principio. Somos solo personas que se conocen entre sí en un río de tiempo."^^^
^^^- Norman Maclean, "Una retirada tranquila"^^^
A medida que avanzábamos por las vías congestionadas, el ruido ensordecedor de los motores y las bocinas se mezclaba con el sonido incesante de las discusiones y disturbios en las calles. Los conductores, como una manada en estampida, parecían tener un objetivo común: escapar de la ciudad a toda costa. El sudor perlaba sus frentes y sus rostros tensos reflejaban la angustia que se respiraba en el aire. En cada esquina, en cada semáforo, en cada cruce, la escena se repetía: baúles repletos de equipaje que se asomaban por las ventanillas, miradas furtivas, gestos de impaciencia y desesperación. De repente, un frenazo brusco nos obligó a agarrarnos con fuerza del salpicadero. Un choque en la intersección que teníamos al frente había provocado un bloqueo total en la calle principal. Un manto de sombras parecía cubrir la ciudad, como si la oscuridad hubiera ganado terreno y estuviera a punto de tragársela por completo y el caos se apoderaba de las calles mientras intentábamos esquivar a otros vehículos que se agolpaban en la ruta formando un verdadero embudo. En mi mente, dibujé el peor de los panoramas. ¿Por qué no había vehículos de asistencia en el lugar? Era como si la ciudad hubiera sido abandonada a su suerte.
El sol ardiente, la humedad agobiante y el reloj que no dejaba de avanzar acentuaban la sensación de que el tiempo se acababa. El aire parecía pesar sobre los hombros de la gente, que se movía con cautela y temor.
¿Estaríamos mejor y a salvo fuera de la ciudad? Donde todo parecía indicar que las cosas no hacían más que empeorar. Con el corazón en un puño, seguimos avanzando, a merced del destino y de las decisiones de los conductores que nos rodeaban quienes quizá buscaban lo mismo que nosotros.
Katie trataba desesperadamente de sintonizar alguna emisora en la radio del coche, pero el silencio que se extendía por todo el dial sólo aumentaba su inquietud. El vacío de información era tan evidente como la inquietud que parecía colgar en el aire. Miré de reojo su rostro, que reflejaba una mezcla de ansiedad y frustración, y comprendí que ambos estábamos en la misma situación: aislados, desconectados, a merced de lo que pudiera estar ocurriendo fuera del coche.
Con un suspiro ansioso, Katie me miró y sacudió la cabeza.
—No hay nada, ni radio ni internet. Nada. —dijo con evidente nerviosismo.
La abracé fuerte para tranquilizarla, sintiendo su cuerpo tembloroso contra el mío.
—Tranquila, mi amor. Ya casi llegamos a casa. Todo va a estar bien.
Pero mientras pronunciaba esas palabras, sentía un nudo en la garganta y una sensación helada que se extendió por mi columna vertebral ¿Cómo podía estar seguro de que todo estaría bien? ¿Cómo podía saber lo que nos esperaba al llegar a casa? Mientras avanzábamos en el coche, rodeados de un mar de incertidumbres y preocupaciones, sólo podía aferrarme a la esperanza de que el destino nos deparara algo mejor de lo que parecía estar sucediendo afuera.
Finalmente, luego de un viaje cuanto menos accidentado, llegamos a nuestra urbanización, un oasis de tranquilidad alejado del centro neurálgico de la ciudad. Al cruzar la valla protectora, una sensación de alivio recorrió mi cuerpo. Pero apenas unos segundos después, esa sensación dio paso a otra, mucho más inquietante. Algo no estaba bien. El mecanismo que hacía funcionar nuestra única protección frente a la calle ya venía fallando desde hacía un tiempo, y mi instinto me decía que no era momento para aplazar ese arreglo, tenía que asegurar bien el pórtico principal. Sin embargo, para mi desgracia, una vez dejé la camioneta y me acerqué, constaté que la maldita cosa estaba defectuosa. A pesar de mis esfuerzos, se atascó con un chirrido espantoso, negándose a ceder ante mis fuerzas. Maldecí en voz alta mientras seguía forcejeando con ella, intentando cerrarla lo más rápido posible.
—¿Necesitas ayuda, amor? —preguntó Katie, acercándose por detrás. Sus manos entrelazadas temblaban y su mirada estaba baja, señales de que estaba muy nerviosa.
La conocía bien y sabía que estos gestos indicaban que algo la estaba preocupando.
—Tranquila, cariño —respondí tratando de calmarla—. Ve adentro, prepara algo de té y trata de relajarte. Yo me encargo de esto.
Katie asintió y me dio un rápido beso antes de correr hacia la casa.
—Te veo enseguida —añadí, mientras seguía tirando de la pesada puerta metálica.
Mientras mi esposa se alejaba hacia la casa, continué forcejeando con el pórtico, sudando y maldiciendo a partes iguales. Sabía que no debía subestimar la importancia de esa puerta, especialmente en momentos como aquellos. Por fin, tras varios minutos de esfuerzo y un par de golpes con el puño, la puerta cedió, logré desatascar los engranajes que la sostenían. Justo en ese momento, mientras la llevaba por los rieles, pude ver a la hija de nuestros vecinos sentada en la acera del frente, escuchando música en sus audífonos. Era común ver a la chica en ese mismo lugar con la cabeza gacha y ocupada en sus asuntos, pero ese día no era uno muy bueno para disfrutar de un buen momento de relajación.
—Vuelve a casa, no es seguro —grité desesperadamente, tratando de mantener a salvo a la joven que tenía delante.
La chica me miró con desconcierto y se quitó los auriculares, parecía confundida y triste. Noté que sus ojos estaban hinchados y rojos, como si hubiera estado llorando. Pero sus preocupaciones parecían ir más allá de lo que estaba sucediendo en las calles.
—No puedo ir a casa —dijo con voz temblorosa—. Mi padre está allí, y no sé qué hacer.
En ese momento, la tensión se hizo agobiante cuando vimos cómo un hombre furioso irrumpía en el jardín, gritando y dando golpes al aire. La chica tembló al reconocerlo, sabiendo que las cosas podían empeorar en cualquier momento. El padre la tomó por el brazo con violencia, arrastrándola hacia la casa sin prestar atención a nadie más a su alrededor. Mi corazón latía con fuerza mientras observaba cómo se alejaban, sintiendo una mezcla de rabia y frustración por no poder hacer nada más para ayudarla.
La impotencia me invadió al darme cuenta de que no podía proteger a todos, especialmente cuando había escuchado a Katie mencionar que aquel hombre solía embriagarse y maltratar a su esposa e hija. Quería asegurarme de que la joven estuviera a salvo, más sin embargo muy en el fondo sabía que no había nada más que pudiera hacer por ella. Mientras seguía tirando del portón, sentí un nudo en la garganta. ¿Qué estaba pasando allí dentro? Mi mente empezó a imaginar los peores escenarios posibles, pero no había tiempo para reflexionar. La prioridad era asegurar nuestro propio hogar antes de que la situación empeorara aún más.
Después de unos minutos de espera en el exterior, observando con atención la casa de mis vecinos en busca de alguna señal que indicara que algo estaba sucediendo, al no encontrar novedad, cerré el portón detrás de mí con un golpe sordo y lo aseguré con el candado de mi motocicleta. Mientras caminaba hacia la casa, sentía una mezcla de pensamientos y conflictos internos que me carcomían. ¿Debía intervenir? ¿Era mi responsabilidad hacerlo? ¿Y si ponía en peligro a mi familia? La incertidumbre me abrumaba, pero sabía que no podía permitir que se me notara. Cerré los ojos, respiré hondo y me dirigí hacia la casa, decidido a mantener la calma.
Una vez dentro, Katie me recibió con una taza de té caliente en la mano, la cual acepté agradecido. Ella me preguntó con una expresión de preocupación en el rostro:
—¿Qué está pasando afuera?
—Hay un caos generalizado. Escuché algunas peleas entre los vecinos. La falla en el internet y la señal móvil parece ser premeditada y sistemática. Esto me hace pensar en un posible intento de desestabilización del país, pero no puedo afirmarlo con certeza —respondí con tono serio, queriendo ser totalmente honesto con ella sin generar temores innecesarios.
Katie frunció el ceño, claramente mis palabras no habían cumplido su cometido.
—Dios mío, esto es muy malo. ¿Qué crees que está sucediendo?
-Es difícil de decir, podría ser cualquier cosa. Pero lo importante es que estemos preparados para lo que sea que venga.
Katie asintió con tristeza y luego se apoyó en mi hombro.
—Gracias por protegernos, amor. Sé que siempre haces todo lo posible por mantenernos a salvo.
Le sonreí y le acaricié el cabello.
—Siempre estaré aquí para ustedes, mi amor —sonreí antes de poner una mano sobre su vientre—. Te amo.
—Te amo, Luis —respondió levantándose levemente para darme un rápido beso—. ¿Quieres que veamos las noticias?
—¿Hay señal? —pregunté mirando la pantalla apagada frente a nosotros.
—Al parecer, sí —replicó, en medio de un suspiro tomó el control remoto—. Esperaba que pudiéramos verlas juntos.
Nos acomodábamos en el sofá, tomados de la mano, observando las noticias en la televisión. Pero no había nada que pudiera calmar nuestros temores. La ciudad estaba en llamas, los saqueos eran frecuentes, y la policía no parecía estar haciendo nada para detener la locura. Los reporteros hablaban con una voz tensa y preocupada, y los titulares del corrían a toda velocidad por la parte inferior. Pero como si eso no hubiera sido suficiente, en la pantalla apareció un mensaje en rojo con el carácter de urgente. Katie subió el volumen y en la pantalla apareció una periodista, su rostro estaba pálido y angustiado. periodista ella revisó brevemente el papel que traía entre las manos y luego de un suspiro, empezó:
"La organización mundial de la salud declara un estatus de emergencia sanitaria global por el brote de un potente virus infeccioso del que por el momento no se conoce demasiado. El ministerio de salud pública y un representante del CDC en una rueda de prensa emitida hace poco recomienda a los ciudadanos el aislamiento total hasta tener un panorama claro acerca de esta epidemia que ya ha dejado un saldo desalentador de muertes en personas de todo el mundo", informó la periodista que parecía quebrarse al dar la noticia. "¡Por favor! ¡Quédense en casa!"
Después de recibir la aterradora noticia, un silencio incómodo se apoderó de la habitación. Katie y yo intercambiamos una mirada de preocupación y asombro. La posibilidad de un brote viral global era algo que solo había visto en películas de terror. Pero aquí estábamos, presenciando el comienzo de lo que parecía ser una pesadilla que se materializaba.
Nos abrazamos con fuerza, tratando de encontrar consuelo en el otro, pero nuestras mentes estaban llenas de preguntas sin respuestas y el futuro parecía cada vez más incierto.
El mundo parecía estar cayendo a nuestro alrededor, y cada imagen y noticia que veíamos en la pantalla nos recordaba lo frágiles que éramos. Las noticias de médicos y enfermeras exhaustos luchando por salvar a los enfermos sólo hacían que nuestro corazón se encogiera por la incertidumbre. Sentí el temblor en las manos de Katie, su miedo era palpable y lo compartía. La abracé con fuerza, trayendo su cuerpo hacia mi pecho, intentando transmitirle algo de la seguridad que yo también necesitaba en ese momento. Besé su frente, tratando de calmarla, mientras mis ojos se clavaban en la pantalla. Las imágenes de la muerte y la desolación se multiplicaban, y yo no podía soportar ver más.
Tomé el control remoto con decisión y apagué la televisión. No podía soportar ver cómo el caos y la desesperación se apoderaban del mundo a nuestro alrededor. En ese momento, mi atención se centró completamente en Katie, aferrándome a ella con más fuerza, tratando de asegurarme de que mi amor la protegiera de todo lo malo que estaba sucediendo.
—Tenemos que estar pendientes de cualquier otra novedad —dijo ella con la voz temblorosa—. Si esto es a nivel mundial, necesito llamar a mis padres para asegurarme de que están bien. ¿Me prestas tu teléfono, por favor?
Asentí y le pasé el dispositivo.
—Es una buena idea, amor —dije, desviando momentáneamente la mirada hacia mi móvil que estaba ahora en sus manos.
Aunque estaba a punto de mencionar la falta de señal, Katie estaba demasiado emocionada y levantó la mirada con una amplia sonrisa en su rostro, lo cual me dio un serio y precioso indicio de que eso había cambiado.
—Hay cobertura, mi amor —exclamó con alegría antes de besarme con pasión.
—Te devuelvo tu móvil, llama a tu familia —añadió antes de dejarme otro beso tierno—. Iré a buscar el mío.
Katie bajó del sillón de un salto y salió corriendo hacia las gradas, subiendo los escalones en un tiempo récord incluso para ella, quien generalmente hacía ese recorrido en cuestión de segundos. Me levanté del sofá y la vi alejarse con una sonrisa en mi rostro, pero también con el temor de que algo pudiera sucederle.
—No te precipites, mi amor —le dije en voz baja—. Recuerda tu estado.
Katie se detuvo y me miró desde el rellano, llevándose ambas manos al vientre.
—Tienes razón —dijo con una expresión un tanto cansada, pero igual de jovial.
—Solo ten cuidado, hermosa —le dije con una sonrisa mientras le lanzaba un beso al aire que ella atrapó y guardó en su corazón.
Me quedé allí, observando cómo Katie desaparecía de mi vista, sintiendo una oleada de preocupación y tristeza en mi corazón. La situación parecía fuera de control, y no sabía cómo íbamos a hacer frente a lo que estaba por venir.
Mientras esperaba a que Katie regresara, mi mente comenzó a divagar, repasando los eventos que habían llevado hasta allí. Había sido un día normal, sin nada fuera de lo común, hasta que comenzaron a aparecer noticias de disturbios en varias ciudades del mundo. Nadie sabía con certeza lo que estaba sucediendo, pero pronto quedó claro que era algo grande y peligroso. La gente comenzó a entrar en pánico, y las calles se llenaron de caos y confusión. Los teléfonos móviles fallaban, y la electricidad parecía intermitente.
—Lo que sucedió en la carretera —me llevé ambas manos a la cabeza, y en medio de un suspiro me dejé caer pesadamente sobre el sillón—. ¿Qué fue todo eso?
De repente, me desperté de mis pensamientos cuando miré el teléfono.
—La llamada —susurré.
Tomé el móvil con manos temblorosas y deslicé el dedo por la pantalla, buscando el número de mis padres en el listín telefónico. Mientras lo hacía, una mezcla de emociones me invadió: ansiedad, nostalgia, culpa. Había pasado más de un año desde que había visto a mi familia, desde que todo se había ido al traste con mi hermano. Aún recordaba aquel día en el que le había dado un puñetazo que le rompió la nariz. Sabía que muchos pensaban que se lo merecía, pero mi padre me había gritado que no quería volver a verme nunca más.
A pesar de todo, había mantenido contacto con el resto de mi familia. Al llamar a mi hermana mayor, sentí un gran alivio cuando contestó casi de inmediato. Me hizo saber su preocupación acerca de cómo estábamos mi esposa y yo. Después de darle una respuesta positiva, ella también me dio una respuesta alentadora. Aunque tenían miedo, prometieron acatar todas las recomendaciones y mantenerse a salvo en casa.
—Voy a ser padre —le conté después de unos segundos cuando mi madre tomó el móvil. De hecho, creo que todas ellas estaban reunidas alrededor del móvil de mi hermana, que de seguro estaba en altavoz—. Katie tiene dos semanas de embarazo —sonreí y derramé algunas lágrimas de alegría.
Después de recibir las felicitaciones de las cuatro y de hablar por unos minutos más, la comunicación se interrumpió. Observé la pantalla del móvil y descubrí que no tenía señal. La incertidumbre de no saber si volvería a hablar con ellos me invadió. Por un lado, estaba emocionado por la noticia que acababa de darles, pero por otro, no podía evitar sentir un vacío por la distancia tanto física como emocional que nos separaba.
Frotando mis ojos vigorosamente, me levanté de mi sillón y caminé con paso decidido hacia la puerta del sótano. No sabía exactamente qué esperar, pero la sensación de que algo estaba a punto de pasar era demasiado intensa como para ignorarla. Con un suspiro, encendí las luces del sótano y me adentré en la estancia, que olía a madera y humedad.
La caja fuerte estaba en su lugar habitual, oculta detrás de una pila de cajas de herramientas y objetos varios. Digité el código de seguridad con mano temblorosa y la puerta se abrió con un siseo mecánico. En su interior, mi Colt AR-15 me miraba con fría determinación. La tomé con manos firmes y la revisé con rapidez, comprobando que estuviera en perfectas condiciones y que sus cuatro cargadores estuvieran llenos hasta el tope. No podía arriesgarme a quedarme sin munición en caso de emergencia.
Una vez satisfecho con el arma principal, eché un vistazo al resto del contenido de la caja fuerte. Aparte de un poco de dinero en efectivo y algunas joyas de oro, guardábamos allí los papeles de propiedad de nuestra casa, la cual habíamos adquirido con tanto esfuerzo y sacrificio. Tomé los documentos con cuidado y los revisé con detenimiento, asegurándome de que estuvieran en orden y a salvo. Pero no me detuve allí. Sentí la necesidad de estar aún más preparado, de tener todas las cartas sobre la mesa. Tomé mi arma corta, una 1911 niquelada que había sido un regalo de un oficial superior por mi destacada graduación en la academia militar. A pesar de no haberla disparado en años, sabía que estaba en perfectas condiciones gracias a mi costumbre de darle mantenimiento en el sótano cada vez que Katie no estaba en casa.
Cargué el arma con un cargador entero y tomé algunas cajas de balas más, asegurándome de tener suficiente munición para cualquier eventualidad. Finalmente, coloqué el arma en mi cinturón en la parte baja de mi espalda, cubriéndola con la falda de mi camisa negra.
—Lo siento, Katie —solté en medio de una respiración profunda.
Golpeé mi frente con la caja de municiones, tratando de sacudirme la ansiedad que me invadía. Sabía que lo que estaba haciendo podía parecer excesivo, incluso paranoico, pero en ese momento no podía permitirme pensar así. Lo único que importaba era la seguridad de Katie y nuestro bebé en su vientre, estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para asegurarme que estuvieran a salvo.
Volví al salón luego de acomodar todo, y al no encontrar a mi esposa ahí, sin pensarlo dos veces, subí corriendo las escaleras hasta nuestro dormitorio, donde Katie estaba mirando por la ventana con un gesto desesperado y sosteniendo el móvil al oído. Quería asegurarme de que todo estuviera bien, de que ella estuviera bien.
Di un par de toques a la puerta para alertar mi presencia y no asustarla. Katie se volvió hacia mí y me miró con los ojos llenos de preocupación.
—¿Pudiste hablar con tus padres, mi vida? —preguntó con ternura—, yo sólo crucé un par de palabras con los míos, la señal está fallando.
Asentí, me acerqué hacia ella y tomé su cintura, pidiéndole que se alejara de las ventanas.
—No te preocupes demasiado, corazón. Verás que mañana todo volverá a la normalidad, —le aseguré, besando su cabello—, no te hagas daño a ti ni al bebé con esas angustias innecesarias.
Katie levantó el rostro hacia mí, con sus ojos azules empapados de lágrimas.
—Prométeme que todo estará bien —me dijo, levantándose en puntillas para darme un largo beso.
—Te lo prometo, mi amor —dije con voz firme, mientras tomaba su rostro entre mis manos y la besaba con pasión.
Pero en cuanto ella comenzó a bajar sus delgados dedos por mi espalda, descubrió el arma que llevaba oculta en la cintura. Antes de que pudiera reaccionar, Katie tomó el mango, dispuesta a retirarla. En un instante, me vi obligado a detenerla, tomando sus manitas entre las mías y apartándola suavemente.
—¡Me lo prometiste! -exclamó, sollozando, llena de impotencia mientras golpeaba mi pecho con los puños cerrados—. Prometiste que había acabado.
Me sentí como un idiota al verla así de angustiada, sabía que no estaba ayudando a calmar sus temores. Traté de explicarle, aunque mis palabras sonaban vacías incluso para mí:
—Lo siento mucho, amor. Pero no puedo arriesgarme a no estar preparado, especialmente con lo que está sucediendo allá afuera.
La tomé por la cintura y la llevé con suavidad a nuestra cama, donde con la misma delicadeza la hice sentarse en el borde. Tomé sus manos entre las mías y les di un largo beso, sintiendo el tacto suave de su piel contra la mía. Traté de transmitirle con ese gesto todo el amor y la protección que podía ofrecerle en ese momento de incertidumbre.
—Cariño, mírame por favor —dije con la voz trémula—. Tengo que cuidarnos. Es solo precaución, es todo.
Ella volvió la cabeza hacia la izquierda, evitando mirarme con sus ojos azules empapados de lágrimas.
—Me prometiste que ya no tenías el arma Luis, y que nunca más volverías a poner una en tu mano —me miró brevemente—. No quiero perderte. No de nuevo. Tú mismo me contaste cuán duro fue deshacerte de esa vida, cuán tormentoso era tu pasado, una pesadilla constante, así lo definiste.
—Amor, lo sé, ya te dije que es solo una medida de protección extra. Conozco de estas cosas, estos tipos de conflictos y cómo la gente se vuelve imposible de controlar, entran en las casas, causan desmanes, hacen daño —dije, bajando la mirada—. Solo quiero cuidar de ti, mi amor, y de nuestro bebé. Solo por hoy y esta noche, cariño, te lo prometo.
Ella asintió lentamente, todavía temblorosa y con lágrimas en los ojos. La abracé con ternura, prometiendo en silencio que todo sería pasajero.
—¿Me aseguras que vas a deshacerte de eso en la mañana? —preguntó Katie, levantando mi rostro para que pudiera mirarme fijamente.
—Te lo prometo, mi amor. A primera hora de la mañana, llevaré el arma de vuelta a su lugar en el sótano —respondí, sintiendo su mirada penetrante clavada en mí. No podía mentirle y no lo hice.
Me incorporé para darle un largo abrazo, sellado con un par de tiernos besos. Quería transmitirle confianza y tranquilidad, hacerle sentir que todo estaría bien.
Juntos, preparamos una cena sencilla pero reconfortante, que nos ayudó a relajarnos un poco.
Después de la cena, nos metimos en la cama y comenzamos a leer "Amor Divina Locura", el libro de Walter Riso que estábamos leyendo en esos días. Katie se acostó en mi regazo con una sonrisa en el rostro, y yo empecé a leer en voz alta. Mientras avanzábamos en la lectura, me di cuenta de que mi garganta estaba un poco seca, por lo que le propuse a Katie que continuara leyendo por mí. Con una sonrisa, le entregué el libro y alcancé mi vaso de agua, bebiendo un sorbo para aliviar mi garganta. Devolví mi atención a mi esposa, quien con su voz melodiosa continuó con el relato. La paz y la calma que habíamos estado anhelando en el exterior se encontraban dentro de nuestra habitación, rodeándonos en ese momento.

Con cariño, mis dedos se enredaron entre los rizos encendidos de mi amada, como si fueran hilos de lava líquida, mientras me sumergía en las suaves palabras de su lectura en voz alta. Su voz era dulce y melódica, era como un bálsamo para mi alma. Pero a pesar del atractivo irrefutable que guardaba la voz de mi esposa, que solo invitaba a perderse en su mundo de paz y armonía, no pude evitar que mi mente volviera a aquel suceso en la carretera. En mi cabeza aún resonaban los disparos y gritos de los soldados, levantándose en armas, ¿contra qué?, la nada quizá porque eso es lo que logré atisbar. Sin embargo, aquel tipo no era "nada", a pesar de que quizás pudiera parecerlo a simple vista. Había visto horrores alrededor del mundo, pero algo en ese momento me había hecho sentir especialmente aterrado. Recordé la inexpresividad de los ojos del hombre, sin córneas ni iris, solo una bola blanquecina que contrastaba de manera macabra con su rostro macilento y cubierto de sangre. Pero por encima de todo, sus lastimeros alaridos me transmitieron una sensación de que sufría un tormento inimaginable.
—¿¡Qué demonios era eso!? —exclamé, en mi mente, sintiendo que los escalofríos recorrían mi cuerpo. Me di cuenta de que no había sido una ilusión lo que había visto, y que el misterio de aquel extraño individuo seguía sin resolverse. No sabía qué podría haber causado una visión tan espantosa, pero estaba seguro de que no había sido algo normal. Y ahora, en medio de la lectura tranquila de mi esposa, no podía dejar de sentir que algo estaba cambiando en el mundo que nos rodeaba, algo que quizá era más grande de lo que podíamos imaginar.
La voz de mi esposa me sacó de mis pensamientos y me hizo volver a la realidad. Parpadeé un par de veces, tratando de enfocar mi vista en ella, que me miraba con preocupación.
—¿Estás bien? —preguntó, acariciando mi barbilla.
Extrañamente, ya la había escuchado decir mi nombre un par de veces antes, pero estaba tan perdido en mis pensamientos que no alcancé a tomar como ciertas esas palabras dichas por mi propia esposa, que estaba a unos centímetros de mí.
Besé su cabello como respuesta, pero sabía que eso sólo aumentaría su preocupación.
—¿Qué sucede, Luis? Dímelo por favor, no me asustes -suspiró, al acurrucarse en mi pecho.
—Perdón, mi amor —respondí, obligándome a sonreír como sabía que a ella le gustaba. Pero enseguida notó cuán falsa era mi sonrisa—. No te preocupes, sabes que me distraigo con facilidad.
Ella me miró fijamente, y en sus ojos pude ver la preocupación y el miedo que me causaba mi propio comportamiento un tanto errático.
—Algo te sucede, y me da miedo preguntar —suspiró, abrazándome con fuerza—. ¿Vuelves a sentir eso? ¿La pesadilla en la vida real? ¿El olor a pólvora en tu olfato? ¿El sabor metálico de la sangre en tu gusto?
Sentí un escalofrío recorriendo mi espalda. Sabía a qué se refería ella, y no quería preocuparla aún más. Pero no podía mentirle.
—Descuida, cariño, no es nada de eso. No quiero asustarte, pero pensaba en lo que sucedió en la carretera —dije, tratando de quitarle importancia al asunto—. Creo que tendré que pagar unos cuantos retrovisores, además de la multa por conducir en sentido contrario.
Ella suspiró y me miró con los ojos entornados, como si adivinara mis pensamientos.
—Aunque tenía la cabeza baja. También lo vi —dijo—. ¿Crees que ese hombre era uno de los enfermos por ese nuevo virus?
Asentí con sinceridad, sabiendo que la verdad era difícil de aceptar, pero aun así ella necesitaba oírla de mí.
—Sí, lo creo —respondí con sinceridad.
—¿Y qué podemos hacer? —preguntó, buscando mi mirada, y apretando su agarre en mi mano—. No quiero que tengas problemas legales.
Ahí estaba mi tierna esposa, poniendo mi bienestar por encima de todo.
—Fue él quien se lanzó hacia nosotros, mi amor. —dije besando su cabello—. Los militares fueron testigos de ello. Además, al parecer era uno de los atacantes, que buscaban.
La abracé con más fuerza, sintiendo su calor y su suavidad contra mi pecho. Sabía que no había mucho que pudiéramos hacer, excepto esperar.
—Por ahora, tenemos que seguir las órdenes de los funcionarios de salud — dije, señalando hacia el gran librero lleno de títulos pendientes—. Podemos aprovechar para quedarnos aquí, cuidándonos mutuamente y disfrutando de la lectura...
—Y de la pizza congelada —añadió con una sonrisa, interrumpiéndome.
—¡Exacto! —respondí riéndome—. ¡No podemos olvidarnos de nuestra deliciosa pizza congelada, la cual es esencial para sobrevivir!
—Sé que la odias —bromeó antes de darme un rápido beso.
—Pero te amo a ti. Aunque tendríamos que agregar algo más que la pizza congelada para sobrevivir —comenté en tono humorístico, siguiendo el juego de Katie—. ¿Qué te parece si añadimos una tarde de películas?
—¡Eso suena mucho mejor! —exclamó mi dulce esposa, riéndose—. Además, así podremos justificar todo el tiempo que nos vamos a pasar en el sofá.
—Exactamente —respondí riéndome también—. Y el mundo bien puede esperar mientras estamos juntos y felices, ¿no crees?
—Totalmente de acuerdo —dijo Katie antes de bostezar profundamente y abrazarme aún más fuerte.
—Te amo, Luis —añadió mientras cerraba los ojos—. Buenas noches.
—Te amo más, Katie —respondí, dándole un suave beso en la frente—. Descansa, mi amor.
Empecé a acariciar su precioso cabello, esperando que se durmiera para poder apagar la lámpara de mi lado y descansar también. Sin embargo, mis planes se vieron interrumpidos por un sonido que resonó en la habitación: disparos, ráfagas, explosiones. Me incorporé de golpe, alerta, tratando de localizar la fuente del ruido. Katie no pareció inmutarse, lo que me hizo dudar por un momento si estaba imaginando las cosas. Pero la verdad no tardó en imponerse: los disparos y explosiones se escuchaban con claridad, aunque por su lejanía, no eran una amenaza inmediata. Miré la pistola sobre la mesa de noche, justo bajo la lámpara, y respiré profundamente. No estaba seguro de lo que estaba pasando, pero sí sabía que protegería a Katie a cualquier costo.
Con cuidado, me levanté de la cama y me asomé a la ventana, tratando de ubicar la fuente del ruido. Afuera, todo parecía normal: la calle estaba en silencio y las luces de las casas cercanas estaban apagadas. Sin embargo, sabía que eso no significaba nada. Algo estaba sucediendo, algo que podía poner en peligro nuestra seguridad. Regresé a la cama y tomé la pistola, verificando que estuviera cargada y lista para ser usada en caso de emergencia. Luego me acurruqué junto a Katie, apretando el arma con firmeza en mi mano. Durante unos minutos, el único sonido que se escuchó en la habitación fue la respiración tranquila de Katie. Pero mi mente no dejaba de dar vueltas, alerta ante cualquier peligro que pudiera acechar amparado en la oscuridad. Al final, el cansancio y la tensión acabaron por vencerme y, lentamente, me sumí en un sueño intranquilo, con el arma empuñada a la espera de que el peligro se revelara.
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