La interminable pesadilla.

^^^“La más antigua y más fuerte emoción de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más fuerte tipo de miedo es el miedo a lo desconocido"^^^

^^^- H.P. Lovecraft.^^^

Mis sentidos se agudizaron en el momento en que el horror invadió la pequeña estancia y en cuestión de segundos, el tiempo pareció ralentizarse ante mis ojos. El sonido de las armas desenfundadas pareció nacer de golpe, creando una sensación de irrealidad en el ambiente. Solo por unos segundos, pude percibir con nitidez cada uno de los movimientos que se estaban dando frente a mí.

Fue entonces cuando, como si alguien hubiera pulsado un botón, el infierno se desató. Una lluvia de plomo se apoderó de la habitación, provocando que las paredes temblaran y las lámparas vibraran peligrosamente, dejando volar escombros por doquier.

Apenas tuve tiempo para desenfundar mi arma y correr en busca de refugio detrás de un sillón maltrecho. Desde donde aproveché para abatir al tipo extraño que disparaba su Mac 10 en mi dirección. En medio de la confusión, el grito de Hugo cortó el aire con la fuerza de un lamento desesperado. Su amigo cayó al suelo con un agujero en el pecho, mientras él desenfundaba su arma y empezaba a disparar hacia mí. La situación se volvía más peligrosa por momentos, y mis compañeros de equipo estaban retrocediendo.

Solo D'Angelo se mantuvo firme a mi lado, lista para enfrentar hombro a hombro el fuego enemigo. Se negaba a abandonar la estancia, y disparaba sin descanso a la posición defensiva que Hugo ocupó tras recibir el fuego de mi parte.

—Te cubro, Melissa. Sal de aquí —le dije con urgencia, pero ella se negó rotundamente.

—No voy a dejarte —replicó con determinación, mientras yo trataba de encontrar una salida.

Ambos inmediatamente ocupamos posiciones defensivas. Por las escaleras, observé cómo otro tipo armado con una mini Uzi disparó en nuestra dirección, haciendo volar escombros de madera del sillón detrás del que me refugiaba. No pude contestar su ataque, ya que junto a él aún se encontraban agachadas en una de las gradas la madre y la pobre niña, quienes parecían estar quedándose sin voz de tanto gritar de dolor.

—Nadie dijo eso —respondí luego de analizar minuciosamente la situación tratando de mantener la calma en medio del caos.

Entonces tomé la granada de humo que llevaba en el bolsillo, y supe que era nuestra única oportunidad de escapar con vida. Respiré profundamente el aire viciado de pólvora, tratando de mantener el control de la situación, tratando de mantener el control de mi mismo.

—¡Humo va! —grité luego de lanzar la distracción, nos lanzamos a una desesperada carrera, tratando de abrirnos paso a través de la nube de humo que se había formado en la habitación.

El sonido de las balas era ensordecedor, el fuego parecía perseguirnos como las llamas del averno, lo que me recordó una macabra sensación a la que estaba perdiendo la costumbre. Finalmente, en medio del bullicio de gritos y alaridos de dolor de la madre y la pequeña Marie, en medio de ese caos de balas, encontramos la salvadora puerta principal. Pero al abrirla inmediatamente, el sentimiento de alivio desapareció tan rápidamente como había llegado. Con pesadumbre, nos encontramos con un paisaje mucho más desalentador. Descubrimos que la calle empezaba a poblarse de enemigos armados que poco a poco tomarían el control. Solo faltaron unos segundos para que el equipo de tierra, junto al bastardo del sargento Philip, abandonara apresuradamente las calles aledañas, incapaces de sostener lo que pronto se volvió un verdadero campo de guerra.

Apenas tuvimos tiempo de reaccionar y nos vimos obligados a correr en zigzag, disparando a diestra y siniestra mientras las balas silbaban peligrosamente cerca, levantando el pavimento.

La gente curiosa que abandonó sus hogares por el enorme barullo corría despavorida en todas direcciones, mientras los gritos de dolor y de rabia se mezclaban en una cacofonía infernal.

Logramos refugiarnos detrás de un automóvil cercano, aprovechando cualquier pequeño resquicio para devolver el fuego con habilidad y estrategia. La adrenalina seguía corriendo por mis venas, y aunque logramos escapar por un pelo, sabía que esa guerra estaba lejos de finalizar. Era solo el comienzo de algo que parecía nunca tener fin. En medio de todo ese pandemónium, Hugo salió disparando con su subfusil como si fuera un maníaco. Solo gracias a nuestras maniobras evasivas y habilidad para devolver el fuego, logramos avanzar unos metros hacia atrás y refugiarnos detrás de una nueva posición defensiva.

—¡Cerdos! Pagarán por lo que le hicieron a mi familia —gritó, envuelto en cólera, mientras enviaba a sus lacayos en nuestra contra.

El estruendo ensordecedor de las balas llenaba mi cabeza, mientras mi mirada se enfocaba en cada mínimo movimiento del enemigo. Para ese momento, ya había perdido la máscara que cubría mi rostro; la falta de oxígeno era agobiante. El aire olía a humo, pólvora y sangre, mezclándose en un aroma intenso, uno que ya empezaba a olvidar.

Con mi último cargador en mano, sentía la tensión acumulada en mi cuerpo como una cuerda a punto de romperse. Pero la adrenalina seguía corriendo, dándome la claridad mental necesaria para responder a los ataques enemigos con precisión milimétrica. Desde mi posición defensiva, apoyado contra el automóvil, sentía el metal caliente en mi espalda, casi como si quisiera derretir mi piel. El rugido de las balas, la vibración de los impactos en la carrocería, la tensión de mi gatillo y la presión de mi dedo en él, todo se mezclaba en un torbellino caótico dentro de mi cabeza.

—¡Mi último cargador! —gritó D'Angelo, mientras se resguardaba y comenzaba a devolver el fuego.

—¡Por todos los demonios! —exclamó, Melissa, que regresaba justo a tiempo para protegerse detrás de su escudo, el cual recibió una lluvia de balas. Sentí la tensión en su voz, la angustia en su rostro, la preocupación e impotencia al no comprender cómo fuimos abandonados a nuestra suerte.

Abatí a un par de atacantes que corrían hacia nosotros desde la derecha, con la precisión de un cirujano que sabe exactamente dónde cortar. Cada disparo, cada bala que salía de mi arma, me daba una extraña sensación de confianza, como si estuviera cumpliendo con mi deber y al mismo tiempo controlando una situación caótica. Nuevamente hice señas a mi compañera para cambiar de posición, sintiendo el peso de mi cuerpo y la falta de aire en mis pulmones. Casi sin aliento, corrimos hacia detrás de un depósito de basura, mientras los impactos de las balas zumbaban a nuestro alrededor como abejas en un panal enloquecido.

—Melissa, solicita extracción inmediata. Yo me encargo del fuego de cobertura —ordené con determinación, mientras me asomaba por la esquina del contenedor de desechos, que inmediatamente recibió un intenso ataque enemigo.

—¡Maldita sea, parece que salen de debajo de las piedras! —exclamé, sintiendo la desesperación en cada poro de mi piel, mientras disparaba a un par de enemigos que se encontraban a mi alcance.

Pero la lluvia de balas seguía cayendo sin parar, como si el mundo se estuviera derrumbando a nuestro alrededor.

El cerrojo de mi M4, después de arrojar el último casquillo, lanzó ese chasquido el cual uno nunca quiere escuchar, el cargador estaba vacío. Justo cuando estaba por sacar mi arma corta para seguir disparando, el cabo Grand y el soldado Howki aparecieron desde la esquina opuesta, brindándonos fuego de cobertura. Sentí un alivio inmenso al verlos, como si hubiera encontrado un oasis en medio del desierto.

—¿Viste quiénes se quedaron? —pregunté con una sonrisa, tratando de encontrar un poco de humor en medio de la tragedia.

—Los más cobardes demuestran su valentía en el momento menos indicado —comentó D'Angelo, sonriendo mientras se colocaba el teléfono satelital en el oído.

Apunté con mi arma y disparé un par de veces más, mientras con un ademán de mi mano derecha indicaba a nuestros compañeros que nos moviéramos hacia una mejor posición defensiva.

—Saquemos la basura, teniente —gritó Grand, agitando su puño.

Asentí y continué disparando a nuestros enemigos que parecían multiplicarse como hongos tras la lluvia. Habíamos despertado al avispero, o mejor dicho, Philipp lo había hecho en su mayor parte, el muy traidor había huido como una rata. Los edificios y las callejuelas se convirtieron en un laberinto mortal, y cada rincón podía esconder una amenaza. Sin embargo, no podíamos detenernos, no podíamos permitir que nos atraparan

De repente, la voz de D'Angelo cortó el aire:

—Señor, hay un problema. Tenemos hostiles en los techos con RPG-7, el ave no puede aterrizar.

Habíamos encontrado una nueva posición defensiva, pero, ¿a qué costo? La esperanza de salir con vida era un verdadero lujo en ese momento. Una maldición se escapó de mis labios mientras sacudía la cabeza desbordado por la impotencia. La situación se estaba escapando de nuestras manos, y no podía entender cómo tantos hombres armados se habían reunido tan rápidamente.

—Solicita extracción por tierra con blindados —ordené con voz firme, como si hubiera vuelto al frente de batalla de Oriente Medio.

D'Angelo asintió y el comunicador estalló en vida:

—Entendido, señor. Aquí Águila Uno, estamos bajo fuego enemigo. Solicito extracción inmediata, repito, solicito extracción inmediata.

—¡Sin parque! —grité.

Howki inmediatamente me lanzó un par de sus cargadores. Con un gesto de asentimiento le agradecí. Para de inmediato contrarrestar el ataque enemigo.

El riesgo era tan tangible como las balas que estaban desgarrando todo a nuestro alrededor. Mientras esperábamos a que llegara la ayuda, nos aferrábamos a la esperanza de que aún pudiéramos salir con vida de esta trampa mortal. El viento soplaba con fuerza, levantando la arena y las hojas secas que se arremolinaban a nuestro alrededor. Podíamos ver las sombras de nuestros enemigos moviéndose por los tejados y las ventanas, acechando nuestra posición, dispuestos a acabar con nosotros. De pronto, al fondo, con un poco de alivio e igual sorpresa, escuché las sirenas de las patrullas policiales.

No sabía cuánto tiempo podríamos aguantar, pero sabía que no podíamos rendirnos. Disparamos una y otra vez, avanzando lentamente hacia nuestro nuevo objetivo defensivo, intentando no dejar a nadie atrás. Todo parecía confuso, caótico, pero aun así, nos mantuvimos firmes, enfocados en sobrevivir a cualquier precio.

De pronto, desde detrás de la pila de chatarra en la que se había transformado nuestra única defensa. Abrí los ojos como platos al percatarme de que algunos hostiles habían cruzado nuestro flanco derecho. El sudor me empapó la nuca mientras el corazón se me aceleró, y tuve que contener la ansiedad para no perder la concentración.

—¡Emboscada! ¡Retirada! —vociferé con ímpetu, instando a la acción inmediata.

D'Angelo maldijo entre dientes:

—¡Maldita sea! ¡Grand retirada!

Nuestros compañeros que se encontraban calle abajo detrás de una pila de escombros, asintieron con determinación y respondieron al llamado al brindarnos fuego de cobertura. Con rapidez, D'Angelo y yo nos movimos a una nueva posición defensiva para cubrir la retirada de nuestros camaradas, saltando por encima de los obstáculos que encontrábamos en el camino.

En cuestión de segundos,  mientras esperábamos a nuestros compañeros brindándoles fuego de cobertura, un sujeto apareció de la nada de entre un callejón y, antes de que pudiéramos reaccionar, disparó una ráfaga de su arma directo a la cara del soldado Howki. Grand parecía haber quedado en shock, intentó contraatacar, pero sus disparos no resultaron efectivos y el hostil pudo refugiarse detrás de un vehículo, pero no lo suficientemente bien como para que no pudiera verlo. Sin pensarlo dos veces, apunté a la cabeza y logré neutralizarlo con un certero disparo.

En medio del nuevo cruce de balas que se suscitó, corrí a socorrer a mis compañeros. Arrastré al pobre Howki, que apenas podía respirar, y junto a Grand encontré refugio detrás de un poste de alumbrado público. Pero al retirar la destrozada máscara del rostro desfigurado de Howki, me di cuenta de que su herida era fatal. Por más que intenté atenderlo, la vida se le escapó en pocos segundos.

—¡Maldita sea! ¿Dónde está el equipo de apoyo? —exclamé con frustración.

—Están en camino, señor. Llegarán en diez minutos —respondió D'Angelo.

—No tenemos ni un maldito minuto más —dije, al escuchar las sirenas de las patrullas que se acercaban por el oeste. Pero parecía que la pandilla de Hugo no se inmutaba, y seguían atacando con más furia, como si quisieran hacerse oír por encima del estruendo de todo el caos que se apoderó del ambiente.

—Va a ser difícil explicar la mierda que regamos en sus calles —musité para mis adentros, consciente de que nuestra situación se había vuelto sumamente complicada.

El humo, el polvo y el olor a pólvora impregnaban el aire, y la sangre de Howki se derramaba en el suelo formando un charco rojizo que amenazaba con extenderse. Todo parecía oscuro y caótico, como si la misma guerra se hubiera empeñado en desencadenarse en esa calle.

—¡Sin parque! —gritó Grand con voz temblorosa, mirando con horror el cuerpo ensangrentado de nuestro compañero caído en el suelo—. ¡Estamos muertos!

—¡Fuego de cobertura, cabos! —le lancé mi fusil de asalto—. Vamos a salir de aquí.

Con la atención puesta en una camioneta aparcada unos metros más adelante, añadí:

—Cubre mi espalda. No puedo morir aquí. No quiero que mi hijo crezca sin un padre

—No sirvo muerto, no en prisión seré papá —me repetía a mí mismo en mi cabeza mientras corría a través de los disparos enemigos hacia el vehículo.

Una vez allí, saqué mi cuchillo bowie y me dediqué a abrir el contenedor del contacto de encendido. Después de varios intentos fallidos al chocar los cables, finalmente se produjo la chispa y el motor se despertó. Dejé el vehículo con alivio para hablarles a mis amigos, pero pronto mi sonrisa se desvaneció al ver a un par de tipos en el techo, apuntándonos con un lanzacohetes.

—¡RPG! —grité en el momento justo en que sonó el disparo que impactó el lugar donde se refugiaba la cabo D'Angelo.

El sonido ensordecedor de la explosión aún retumbaba en mis oídos cuando corrí hacia mi compañera caída, que yacía inconsciente bajo una pila de escombros. La cargué en mis brazos y grité desesperado:

—¡Vamos, Melisa D'Angelo, tienes que volver a casa!

Grand logró abatir a los hombres del techo con prestancia y creó una enorme cortina de humo para cubrir nuestra retirada. Cuando llegué a la camioneta, él ya estaba detrás del volante. Sin prestar demasiada atención a lo que me decía, subí a los asientos traseros junto a D'Angelo y grité con desesperación:

— ¡Acelera, cabo!

Las llantas chirriaron al arrancar y nuestro vehículo desgarró el asfalto justo cuando recibió una nueva ráfaga de disparos del enemigo que impactaron el morro y parte del cristal, pero eso no detuvo a Xavier Grand, quien con los dientes apretados puso un pie en el acelerador dispuesto a sacarnos de ahí a cualquier costo. Afortunadamente, la policía local ya había llegado y distrajo a los hostiles, dándonos algo más de tiempo. Pero eso no era lo más importante en ese momento: D'Angelo se estaba desangrando y luchaba por su vida. Las esquirlas de metal de la explosión habían impactado su muslo derecho, cortando la arteria femoral. Por más que intentaba, no podía detener la hemorragia.

—¡Resiste, Melissa! —le grité.

Mientras Grand conducía a toda velocidad, hice lo que pude por estabilizar a D'Angelo. Con las manos temblorosas, rasgué mi camisa y presioné con fuerza su muslo derecho, intentando contener la hemorragia. No era la primera vez que veía una herida así, pero nunca antes había tenido que atender a alguien en esas circunstancias tan presurosas y casi sin equipo.Con manos temblorosas, tomé una venda de mi mochila y la apreté alrededor del muslo de D'Angelo. Sabía que tenía que actuar rápido, así que saqué mi cuchillo y corté una tira de tela de mi camisa para improvisar un torniquete. Apliqué el torniquete sobre su muslo, justo por encima de la herida, y lo ajusté con fuerza para detener la hemorragia. Mantuve mi mano en su muslo para asegurarme de que el torniquete seguía en su lugar y que la herida no volvía a sangrar.  Sentía cómo la vida se le escapaba de las manos, cómo su cuerpo temblaba convulsivamente y cómo su respiración se hacía cada vez más débil. No podía permitirme perderla, no después de todo después de todo lo que habíamos pasado juntos. Con todas mis fuerzas, luché por mantenerla con vida, por no dejar que se rindiera ante la muerte. Y aunque sabía que estaba peleando una batalla perdida, no me rendí. No podía hacerlo, no cuando tenía en mis manos la vida de una de mis hermanas de armas. Aún había oportunidad, mucho más que hacer. Esperaba contactar pronto al equipo de rescate y nos escoltara al hospital de la base, donde podríamos obtener el tratamiento médico que D'Angelo necesitaba para sobrevivir.

—¡Se va a morir aquí! —grité a través de la radio no había señal del supuesto equipo de apoyo que habían enviado, sintiendo la impotencia tomar mi cuerpo mientras presionaba con fuerza la herida en el muslo de mi compañera. El olor metálico de la sangre inundaba el aire.

—Solicito una extracción urgente. Tengo un soldado caído y uno gravemente herido —informé a la voz de una mujer al otro lado de la línea. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, mientras sentía el peso de la responsabilidad sobre mis hombros.

—¿Cuál es su ubicación, teniente?—preguntó ella, su voz sonando lejana y fría.

—Calle séptima, entre Michigan y Ahead —respondí, con voz temblorosa por la tensión del momento. Miré a mi alrededor, tratando de encontrar algún signo de ayuda. Todo lo que veía eran edificios abandonados y callejones oscuros.

—Recibido. El equipo de apoyo se encuentra en camino. Cambio y fuera —replicó la mujer.

—Lo tengo —respondí con rapidez—. Ya escuchaste, Grand.

Me volví hacia él, quien asintió en silencio antes de acatar mis órdenes. Podía sentir su tensión y preocupación, a pesar de su actitud estoica.

—Aún tenemos las patrullas detrás de nosotros —dijo él, mirando por el retrovisor.

—Nos están escoltando, cabo. No se preocupe y conduzca —le aseguré, tratando de mantener la calma a pesar de la situación. Podía sentir el sudor frío corriendo por mi espalda, mientras pensaba en todas las cosas que podrían salir mal. Pero aún mantenía cierta esperanza a diferencia de mi compañero.

Grand, estaba furioso, golpeando el volante del vehículo con sus palmas mientras sollozaba.

—Esto está mal, muy mal. No debía ser así. Conozco a D'Angelo desde la academia. Howki está muerto, todo por ese bastardo, Philip Grayson.

Suspiré profundamente, sabiendo que tenía razón. Pero no era el momento para preocuparse por eso

—Sé que es una mierda, cabo, pero conduzca y no se distraiga —repliqué  con firmeza, volviendo mi atención a la herida de mi compañera. Podía sentir la humedad de la sangre empapando mi uniforme, mientras luchaba por mantenerla viva.

El equipo de rescate nos dio alcance unas calles adelante y en el helicóptero pudimos finalmente realizar, la extracción.

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