^^^"No podemos escapar de nuestra propia sombra, pero podemos elegir qué hacer con ella."^^^
^^^- Haruki Murakami, "Kafka en la orilla"^^^
Katie, aterrorizada, saltó de la cama y gritó al escuchar el estruendo ensordecedor que resonó por toda la habitación. Los gritos desesperados de afuera se sumaron al caos, aumentando aún más el horror que sentía.
—Tranquila, amor mío, guarda silencio —me apresuré a rodearla con mis brazos y acurrucarla contra mi pecho.
—¿Qué está pasando? ¿Fue una pesadilla? —aferrándose a mí con brazos temblorosos empezó a sollozar—. Y si no lo fue, Dime qué está sucediendo, por favor.
—No lo sé con certeza, mi amor, pero te prometo que estaremos a salvo. Creo que lo mejor es salir del país. Si estalla un conflicto militar, no quiero estar aquí —besé su cabello—. Vamos a ir hacia el sur, a nuestra pequeña casa en el campo. Estaremos seguros allí, lejos de todo esto.
—Luis , en los medios dijeron que cerrarán las fronteras terrestres. Con el confinamiento, seguramente también cerrarán los aeropuertos. —preguntó, con la voz temblorosa—. ¿Cómo vamos a hacerlo?
—Tengo algunos contactos, Katie, no te preocupes. Si no podemos viajar en un avión comercial, conseguiré algo mejor —contesté, en tono esperanzador—.¿Recuerdas a Pedrovic, mi amigo piloto? Tiene un hangar lleno de aeronaves a unos kilómetros al sur. Podemos conducir hasta allí y salir del país por una vía segura.
Katie asintió levemente con la cabeza y se aferró aún con más fuerza a mí.
—Iría contigo hasta el fin del mundo, Luis —me dio un largo beso, pero su cuerpo aún temblaba cada vez que alguien gritaba en la calle.
No había razón para que se preocupara demasiado ya que el caos pareció disolverse inmediatamente como había llegado.
—Acuéstate un rato más, amor. Voy a empacar algunas cosas y buscar el teléfono satelital para intentar contactar al piloto —le di un beso largo y tierno antes de inclinarla suavemente de vuelta a la cama.
—Luis , afuera hay gente que parece necesitar ayuda. Son nuestros vecinos y no he oído ninguna sirena policial ni ningún vehículo de rescate —susurró ella, claramente preocupada. Su instinto de enfermera le estaba gritando que saliera a ayudar.
—Seguro que no tardan en llegar, cariño. La señal está fallando y eso dificulta la comunicación —comenté mientras besaba su mejilla—. Quédate aquí, voy a echar un vistazo y ver si puedo hacer algo.
—Ten cuidado, ¿de acuerdo? —dijo con ternura, tomando mi rostro entre sus manos y regalándome un largo beso en los labios.
—No pienso salir a menos que sea absolutamente necesario, vida —aseguré sonriendo entre besos—. Ahora tú quédate en la cama unas horas más. Ya nos preocupamos de esto cuando amanezca.
Me levanté, cubrí su cuerpo con las mantas y le di un último beso antes de acercarme al armario para vestir algo de ropa limpia y ponerme mis botas militares. Una vez listo, bajé corriendo las escaleras y verifiqué que mi arma seguía en mi cinturón.
Me asomé por la ventana; los gritos de antes ya no se escuchaban, pero sí pude distinguir a lo lejos el vehículo siniestrado, todavía rodeado por una pequeña nube de humo negro, aunque las llamas habían sido sofocadas, y tal como había dicho Katie, no había ningún vehículo de rescate en las cercanías, pero sí se oía el rumor de sirenas pasando a lo lejos. Sin embargo, en ese momento, me di cuenta de que las luces de las casas cercanas empezaban a encenderse con semejante estruendo era raro que no lo hicieran, aunque nadie se atrevió a salir a constatar lo que estaba sucediendo.
Al constatar que la situación parecía mejorar, dejé el alféizar, y a paso rápido caminé hacia el sótano. Encendí la luz de la bombilla, que empezó a parpadear, y las escaleras crujieron bajo mis pies mientras bajaba como si estuviera en una escena de terror.
Finalmente llegué a mi objetivo: una gran caja de acero inoxidable cerrada con un candado protegido por una clave camuflada dentro de una trampilla en el suelo de madera. Al girar el mecanismo de la cerradura y teclear el código de seguridad, la caja se abrió, revelando principalmente objetos de mi época de servicio en el ejército: fotografías, condecoraciones y otras distinciones enmarcadas. Al fondo estaba el maletín con el teléfono satelital que buscaba. Lo saqué de la caja y salí corriendo escaleras arriba sin preocuparme por el desorden que había dejado atrás. Normalmente era un tipo obsesionado con el orden, pero la urgencia del momento me impedía pensar en eso.
Conecté el puerto de carga del teléfono al tomacorrientes del salón y, una vez asegurado de que tenía señal, por la desesperación estaba por marcar. Noté el gigantesco inconveniente de hacer eso. En general, las señales de radiofrecuencia de los teléfonos satelitales son relativamente fáciles de detectar y localizar con equipos especializados de monitoreo de comunicaciones. Si las autoridades estuvieran monitoreando activamente la comunicación en busca de posibles amenazas o actividades sospechosas, podrían rastrear nuestra ubicación poniéndonos en riesgo. Mientras regresaba las cosas a su lugar en el sótano, me regañé por mi impulsividad. Era un marine retirado, ¿cómo podía haber caído en un error tan infantil que podría ponernos en peligro?
Al salir del sótano, una sensación de inquietud se apoderó de mí. Un ruido amortiguado del motor de un vehículo me hizo asomarme por la ventana. Dos patrullas policiales, en un silencio sepulcral, se habían estacionado a pocos metros de nuestra propiedad. Los agentes parecían estar muy tensos, moviéndose lentamente hacia el lugar del accidente. Incluso desde mi posición, podía sentir el nerviosismo en su actuar.
Siguiendo mi instinto, decidí unirme a los pocos vecinos que se habían aventurado fuera de sus casas en busca de respuestas. Conmigo como líder, y bajo mi pedido avanzamos en silencio por las calles, evitando llamar la atención de los oficiales que rodeaban el vehículo calcinado.
Finalmente, llegamos al borde del perímetro que habían acordonado los agentes de policía. Desde allí, pudimos observar la escena en detalle.
El vehículo estaba completamente destruido, irreconocible incluso para alguien con mi experiencia. Las llamas ya habían sido extinguidas, pero el hedor a quemado era insoportable. No podía imaginar cómo alguien podría haber sobrevivido a un accidente tan terrible. Los oficiales estaban investigando la escena, pero su comportamiento era extraño. Parecían estar buscando algo específico, y hablaban entre ellos en voz baja. Uno de los hombres se alejó del grupo y se acercó a una furgoneta blanca estacionada a unos metros de distancia. Después de hablar con el conductor, el oficial fue acompañado por otro individuo que traía consigo una caja para recuperar muestras, vestido con un traje de bioseguridad. Ahora que veía mejor, todos llevaban mascarillas que protegían sus rostros. Ambos sujetos con cautela regresaron al lugar del accidente.
De repente, un fuerte estruendo rompió el silencio. Miré hacia el cielo y vi un helicóptero que se acercaba a gran velocidad. Sin identificación visible, sospeché que se trataba de un vuelo secreto. El aparato descendió rápidamente y aterrizó en el lugar del accidente, levantando una gran cantidad de polvo y hojas en el proceso. Los oficiales se acercaron a nosotros al notar nuestra presencia, mientras que el sujeto vestido de bioseguridad se dirigió hacia el helicóptero. Pude ver cómo varios hombres con el mismo atuendo amarillo descendían de la aeronave, acompañados por un par de efectivos que parecían ser militares, aunque no reconocí sus uniformes. De inmediato se dirigieron hacia el vehículo calcinado y comenzaron a examinar los restos.
Mientras nos hacían retroceder casi a empujones, uno de los hombres se acercó a mí y me habló en un tono amenazante:
—¿Quién eres y qué estás haciendo aquí?
Me identifiqué como un vecino local, que solo buscaba algunas respuestas, pero no pareció convencerlo. Me ordenó que me alejara de la escena inmediatamente. Todos decidimos acatar las órdenes, ¿qué más podíamos hacer? ellos tenían las armas. El vecindario se caracterizaba por ser un lugar tranquilo y apacible, tanto que en ningún escenario me veía imaginando que mis vecinos iban a poner voz de protesta.
Regresé a casa con la mente llena de preguntas, tratando de entender lo que acababa de presenciar. La escena del accidente me parecía cada vez más extraña y mi instinto me decía que había algo mucho más siniestro detrás de todo lo que estaba sucediendo.
Al darme cuenta de que el tiempo había volado, busqué a Katie. La encontré en el alféizar de la ventana, observando el caos que se desarrollaba a solo unos metros de nuestra casa. Juntos, y luego de presenciar cómo despegaba el helicóptero, nos dirigimos a la cocina para preparar el desayuno y tratar de calmarnos. Con nuestras bromas y risas, lo estábamos logrando. Sin embargo, la paz para nosotros se convirtió en un lujo por esos días, uno que no podíamos darnos. A solo unas calles de nuestra propiedad, en nuestro tranquilo vecindario suburbano, vi circular un par de tanquetas tipo ASV M1117, seguidas inmediatamente por otros vehículos militares. Observé con inquietud cómo se acercaban a nuestra calle.
En rauda carrera, volvimos a la sala. Katie se sentó en el alféizar, asomándose por en medio de las cortinas. Aunque quería decirle que no era seguro, no hice más que acercarme a ella para también observar el ruidoso desfile militar. De repente, de una de las tanquetas emergió un soldado que, con un altavoz en alto, empezó a vocear: "Somos el ejército de los Estados Unidos de Norteamérica. Por favor, permanezcan en sus casas. Se realizará una inspección de rutina. Por favor, mantengan la calma. Los funcionarios de seguridad pasarán puerta a puerta dándoles más detalles".
Dicho esto, el hombre volvió a repetir un par de veces el mensaje y el convoy finalmente se detuvo. De los camiones que estaban en la parte posterior empezaron a bajar a toda velocidad un par de tropas de infantería ligera. Por lo poco que alcancé a ver, también observé a unos cuantos que dejaron los Humvees, pero estos iban vestidos con trajes de protección en contra de riesgo biológico. En general, toda la cuadrilla de unos treinta soldados y personeros de seguridad sanitaria iban bien ataviados con este tipo de indumentaria.
—Tengo mucho miedo, Luis —me abrazó mi esposa, su cuerpo aún daba breves sacudidas de temor—. Ver a esas personas en esos trajes me hace pensar que en nuestro vecindario ya hay alguien infectado con ese virus del que hablaban en la televisión. ¿Y si nos ponen a todos en cuarentena? Odio los ambientes confinados.
La pobre Katie estaba hablando atropelladamente, señal de la incertidumbre que flotaba en el aire..
—Mi amor, todo estará bien —le di un beso en el cabello y la abracé contra mi pecho—. Estoy a tu lado, mi amor.
Mi esposa volvió a aferrarse con fuerza a mí.
—Descuida, todo estará bien —miré en dirección a las casas vecinas, donde poco a poco iban acercándose esos inesperados visitantes.
Debíamos estar preparados, y por ese momento debíamos acatar las normas que se nos dictaron. Luego de acompañar a Katie para que cambiara su ropa de dormir por algo un poco más formal, esperamos impacientes la visita. Nos sentamos en el sillón, desayunando con ansiedad. No sabíamos qué esperar. Katie literalmente dio un salto cuando tocaron a nuestra puerta.
—Iré a abrir, quédate aquí, mi amor — susurré a mi esposa mientras le daba un beso cariñoso en la mejilla. Noté un breve temblor en su mano—. Tranquila, volveré enseguida.
Con cuidado de no olvidar mis documentos, me acerqué a la puerta y la abrí. Allí, dos soldados uniformados se mantenían en silencio y se encontraban a un par de pasos del umbral, con linternas en alto que me encandilaron enseguida al enfocar directamente mis ojos. Por encima de sus hombros, aprecié que el portón principal de mi vallado había sido traspasado sin mi consentimiento. Estaba por hacerles notar ello, pero fui inmediatamente interrumpido por uno de los soldados que me pidió que no me acercara demasiado.
—Buenos días, ¿puedo ayudarlos en algo? —pregunté, instintivamente cubriéndome el rostro con la palma de mi mano.
—Por favor, no desvíe la mirada —dijo una mujer que apareció detrás de los soldados. Vestía un traje de protección contra riesgo biológico y llevaba consigo un termómetro digital infrarrojo. Amablemente, continuó con su examen—. ¿Vive solo en casa? ¿Están tus padres aquí?
La mujer examinó mi frente con el termómetro, mientras yo intentaba comprender la situación. ¿Por qué estaban allí? ¿Qué buscaban?
Miré hacia mi esposa, quien me observaba con preocupación desde el interior de la casa, y decidí que lo mejor era colaborar con los soldados para averiguar qué estaba sucediendo.
—En realidad, mi esposa vive conmigo —dije luego de unos segundos.
—¿Puede llamarla, por favor? —me pidió amablemente la mujer, echando un rápido vistazo a la pantalla del termómetro.
—Desde luego, solo necesito unos segundos —respondí con igual cordialidad, dando media vuelta para dirigirme dentro.
Antes de poder hacerlo, uno de los soldados extendió su mano enguantada para pedirme mis documentos. Accedí amablemente, pero uno de ellos, al que llamé Nervi, acercó peligrosamente su dedo al gatillo de la M4 que traía, al ver mi mano moverse hacia mi bolsillo.
—Tranquilo, solo voy a sacar mi cartera —dije, tratando de mantener la calma.
—¿Son de la unidad "No Rain" de San Diego? —Inquirí mientras les entregaba mi identificación. Al reconocer los distintivos en sus cascos y chalecos—. Trabajé con el Coronel Dominic Grayson. ¿Sigue siendo el comandante en jefe?
—Nosotros hacemos las preguntas —comentó "Nervi", acercándose peligrosamente al gatillo mientras inspeccionaba mis documentos.
—Cierto, ¿tienes alguna otra duda? —desafiante miré a los ojos de ese tipo.
Tras unos minutos y luego de hacerme unas cuantas preguntas más, me permitieron el acceso a mi propia casa.
—Busque a su esposa, esperaremos aquí —mencionó el otro soldado que acompañaba a "Nervi".
Reconocí que tal vez no debería haber apelado a un trato preferencial por ser colegas. Después de todo, en ese momento solo era un civil. Fue estúpido, lo reconozco. Levanté las manos, asentí y regresé al salón para informarle a Katie lo que estaba sucediendo. Un tanto nerviosa, ella asintió en medio de una sonrisa nerviosa, pero la tranquilicé tomando su mano y juntos volvimos a la puerta. Como la mujer lo había hecho antes conmigo, antes de que mi esposa pudiera decir "buenos días" (o mejor dicho, mientras estaba diciéndolo), la mujer llevó el haz de luz de la linterna a sus ojos azules. Katie, que de seguro escuchó las indicaciones que me había dado la mujer, no apartó la mirada.
La mujer con el termómetro infrarrojo en la mano avanzó con sigilo hacia mi esposa y, sin mediar palabra, lo apuntó a su frente. La preocupación de Katie y su nerviosismo se extendió mientras esperábamos a que la médica obtuviera una lectura. Después de unos segundos, su rostro se frunció en preocupación y repitió la medición varias veces antes de dirigirse brevemente a uno de los soldados y asentir con un gesto enérgico.
De repente, Nervi se abalanzó sobre mi esposa, quien retrocedió unos pasos dentro de la casa a la par que con nerviosismo preguntaba el motivo por el que querían llevarla, el cual no fue revelado. Mi corazón se aceleró y dirigí una mirada de incredulidad a la doctora antes de correr hacia mi esposa para protegerla. Los soldados, sin autorización ni explicación, habían entrado en nuestra propiedad y no iba a permitir que nadie le hiciera daño a mi mujer.
—¿Qué está pasando aquí? —pregunté con voz firme mientras intentaba calmar a mi esposa, que temblaba en mis brazos.
La habitación estaba llena de extraños que parecían estar haciendo algún tipo de investigación criminal. Los miré con recelo, esperando una explicación. No obtuve más que las miradas frías y desinteresadas de los desconocidos como respuesta.
—No podemos decir mucho en este momento, señor —respondió finalmente uno de ellos, con una voz seca—. Pero necesitamos hacer nuestro trabajo.
Me enfurecí ante su respuesta evasiva.
—¡Maldita sea! ¿Qué demonios quieren? —protesté—. No pueden entrar así a mi propiedad, sin una autorización.
—Permítanos hacer nuestro trabajo —comentó la mujer que también con algo de escrúpulos cruzó la puerta—. Su esposa estará bien, lo prometo.
—¡Al demonio, fuera de mi casa! —dije totalmente furioso.
Pero antes de que pudiera decir más, uno de los soldados me apuntó con su arma, y Nervi, avanzó rápidamente hacia mi esposa y la rodeó por la cintura. Ella sollozó, suplicando por ayuda. Me sentí impotente al verla en esa situación, rodeada por extraños y sin saber qué estaba pasando.
—Por favor, déjame ir —suplicó ella.
Casi como accionado por un resorte, mis músculos se movieron como si tuvieran memoria propia, y en unos segundos me encontré sujetando la mano de Nervi y torciéndola hasta que tuvo que soltar a mi esposa. En un acto reflejo, pateé la corva del soldado que cayó al suelo gritando de dolor. La rabia ardía en mi interior antes de darle a Nervi un tremendo rodillazo en el pecho que le hizo lanzar un grito de dolor antes de doblarse hacia delante con la respiración dificultosa.
—¡Está embarazada, hijo de puta! —grité violentamente mientras le arrebataba el fusil de asalto de las manos.
Una vez desarmé a ese infeliz, lancé una combinación perfecta de golpes de boxeo que envió al tipo con la nariz rota al linóleo del salón. Lancé la M4 a un lado y cuando estaba por voltear a ver cómo estaba mi esposa, recibí un tremendo culatazo en la espalda que casi me deja sin aire y me hace perder el sentido. La voz de mi esposa, suplicante y temerosa, me devolvió a la realidad.
—Por favor, no lo lastimen —lanzó Katie, en un grito desesperado—. Iré con ustedes, pero por favor, no.
Con un gruñido animal, me puse de pie, antes de que el nervioso segundo soldado pudiera apuntar su arma hacia mí, le di una patada de karate en el pecho, una auténtica coz que envió al tipo fulminado al piso, mientras abría mis brazos y lanzaba un rugido feroz. Nervi ya estaba de pie y alcanzó a darme un puñetazo, cosa que no hizo más que enfurecerme. Trató de golpearme una segunda vez, pero esquivé diestramente y le di una patada frontal directa a la cara que lo dejó fuera de juego.
—Soy un maldito héroe de guerra, hijo de perra. ¿Cómo entras así a mi casa? —grité, escupiendo sangre en su dirección.
La adrenalina corría por mi cuerpo y solo podía pensar en proteger a mi familia a toda costa. Sabía que mis acciones tendrían consecuencias, pero no podía arriesgarme a que mi esposa sufriera algún daño. Por ella, era capaz de cualquier cosa.
Cuando vi a mi pobre Katie envuelta en pánico, todo mi cuerpo se relajó y corrí hacia ella para abrazarla. Había pasado por tanto en un corto periodo de tiempo.
—¿Estás bien, amor? —pregunté, acunando delicadamente su rostro entre mis manos.
—Estoy bien, mi vida —respondió con la voz temblorosa, mientras su mirada se dirigía a los dos soldados tendidos en el suelo.
—Escucha, Katie, tenemos que salir de aquí —susurré, sosteniendo su rostro con suavidad para que me mirara a los ojos.
Antes de que pudiera responder, un equipo de infantería apareció en la puerta encandilando nuevamente con sus linternas; a paso decidido el grupo irrumpió en el salón, apuntando sus armas hacia nosotros y gritando órdenes.
—¡Levanten las manos ahora mismo! —gritaron.
Atrapado y sin opciones, tuve que enfrentar las consecuencias de mis acciones.
—Lo siento, esto es culpa mía. Les suplico que no le hagan daño a mi esposa —dije, poniéndome delante de ella con las manos en alto.
—¡Cállese y póngase de rodillas! —ordenó uno de los soldados.
No tuve más opción que obedecer. Mientras tanto, un par de soldados se acercaron a mí y me redujeron, tumbándome en el suelo. Escuché a Katie suplicando por ayuda, rogando para que nos dejaran en paz, pero no podía verla. Entonces sentí una patada en las costillas y luego otras dos muy cerca de mi cabeza que por poco me dejaron sin conocimiento.
—Lo siento, Katie. Es mi culpa —murmuré entre sollozos, intentando levantar la cabeza. Pero otro de los soldados volvió a enviarme al suelo, empecé a llorar de frustración. Ya no la escuchaba en el salón.
—¡Katherine!
Sentí otra patada que me dejó sin aliento antes de que Nervi se acercara nuevamente. Él me tomó del cabello violentamente y levantó mi rostro del suelo. Con la boca ensangrentada, le sonreí provocando aún más su ira. El tipo estaba furioso y estaba a punto de golpearme de nuevo, pero alguien más intervino, lo que me salvó de un golpe más.
—¿¡Qué demonios estás haciendo!? —uno de sus compañeros lo agarró por la cintura para alejarlo.
—Katherine —empecé a gritar desesperado. Pero ella ya no estaba allí, no la escuchaba. Quería correr, y buscarla, pero apenas podía moverme debido al firme agarre de los soldados que me tenían asegurado con bridas en las muñecas. Uno de ellos mantenía su rodilla puesta en mi espalda.
—Por favor, no la lastimen, está embarazada —supliqué.
—Cabrón, me rompiste la nariz —gritó Nervi, que estaba bien sujeto por uno de sus compañeros.
Sin prestarle atención furioso, intenté liberarme sin éxito. En ese momento, escuché a alguien más acercarse.
—¿¡Pero qué demonios está sucediendo aquí!? —gritó.
Los soldados empezaron a explicar la situación al que parecía ser su oficial superior. Supuse que era así porque no podía ver nada, ya que mi cara estaba literalmente en el piso, llenándose de lágrimas, sangre y saliva mientras rogaba que dejaran libre a Katie. En ese momento, me lancé un par de maldiciones a mí mismo. "Provocaste esto, lo hiciste", me dije.
—¿No saben quién tienen en el piso? Ese es el teniente Luis, un maldito héroe de guerra —vociferó con voz autoritaria.
Aliviado, respiré profundamente cuando los soldados dejaron de presionarme contra el suelo. Con algo de dificultad, logré incorporarme y levantar la mirada.
—Por favor, mi esposa, ¿dónde está? —me acerqué al sargento que estaba a cargo de esa brigada.
Él hizo un saludo militar y de inmediato uno de sus soldados a cargo corrió detrás de mí para liberar mis muñecas.
—¿Dónde está mi esposa? —repetí y, furioso, miré al idiota de "Nervi", que estaba tratando de contener el sangrado de su nariz.
—Teniente, que su esposa está completamente bien —aseguró el oficial a cargo quien se retiró la máscara que protegía su rostro—, permítame presentarme, soy el sargento Philip Grayson, el oficial designado para esta misión.
—¿Misión? —reí sarcásticamente— No me hagas reír. Los tipos que tienes a tu cargo son tan impulsivos como idiotas, no tienen ni idea de cómo llevar a cabo una operación correctamente.
—Tienes toda la razón — contestó un tanto apenado luego de entregarle una fugaz mirada a su equipo—. Pido disculpas por lo sucedido, Teniente.
Él me alcanzó un pañuelo para limpiar la sangre de mi rostro, pero en ese momento, lo último que me importaba era eso.
—Ya no más formalidades, solo soy Luis. De hombre a hombre, te ruego que me lleves con mi esposa. Estaba aterrorizada, además de que está embarazada, —volví a mirar furioso a Nervi, esta vez lo señalé con el índice —, y a ese idiota se le ocurrió levantarla por el vientre.
—Lo siento mucho, Luis —luego de mirar a su subordinado, hizo una señal para que lo llevaran fuera de la casa—. No sabíamos eso. Y tengo que decir que estos soldados no siguieron mis órdenes.
—Quiero verla, te lo ruego, Philip —dije observando como se llevaban a ese tipo Nervi que a remilgos seguía diciendo ser el dueño de la razón.
El sargento asintió levemente con su cabeza, tomó su radio intercomunicador para salir detrás del equipo a su cargo.
Volvió en un par de minutos y, sonriendo, me hizo una nueva señal afirmativa invitándome a ir con él. Entonces, caminamos hacia los vehículos. En nuestro camino, me llevé la sorpresa de que algunas de las casas de mis vecinos estaban rodeadas por personal vestido con uniformes amarillos de control de riesgo biológico. Además, al igual que en otras propiedades, mi casa también estaba siendo cubierta por una enorme lona negra.
—Katie, ella no está enferma —me apresuré en decir—. ¿Qué está sucediendo? ¿Dónde está?
A lo lejos, también observé cómo se llevaban casi a rastras a uno de mis vecinos en una furgoneta blanca como la que llegué a apreciar unas horas antes.
—Al igual que a tu esposa, lo están llevando a una sala de aislamiento preventivo —respondió Phillip, señalando su vehículo—. Descuida, estarán bien. Solo queremos descartar posibles contagios...
—¿Hablas del nuevo virus? ¿En nuestro país? —interrumpí, aunque ya sabía la respuesta—. Entonces, eso es lo que está pasando.
Phillip asintió y me pidió que lo siguiera hasta su Humvee. Una vez dentro, hizo una señal al conductor para avanzar.
—¿Hay casos confirmados? —pregunté, mirando por la ventanilla hacia el lugar del accidente que había sucedido unas horas antes. Extrañamente, el personal de bioseguridad estaba rodeando el auto con una carpa blanca y un sinfín de cintas amarillas de peligro.
—Luis, de sobra sabes que no podemos hablar acerca de una misión, ¿verdad? — sonrió Phillip—. Hay una persona que quiero que veas. Quizá él pueda resolver tus dudas.
Asentí levemente mientras desviaba la mirada hacia la ventanilla. La penumbra de la madrugada se extendía sobre el paisaje urbano de Atwater Village, nuestro distrito. A pesar de ser la hora más caótica del día, el silencio sepulcral reinaba en las calles. No había rastro de actividad humana alguna en el vecindario. La sensación de abandono y desolación era auténticamente estremecedora. Me invadió un escalofrío y mi instinto de supervivencia se activó. Era evidente que algo grave estaba sucediendo. No hacía falta ser un genio para intuir que lo que fuera que estuviera ocurriendo no era nada bueno. Así era y debía estar preparado para enfrentar cualquier amenaza.
Pasaron varios minutos y la desesperación comenzó a crecer en mi interior. Habíamos salido de mi distrito y nos dirigíamos cada vez más hacia el norte, y no veía mucho más que extensas calles abandonadas. Por suerte, delante de nosotros surgió un campamento auténtico, lo cual resultaba extraño, pues se encontraba prácticamente en medio de la carretera, rodeado de vallas de protección y soldados del cuerpo de ingenieros que levantaban las barricadas a lo largo y ancho de la autopista. Incluso había unos pocos trabajando cerca del río Los Ángeles. "Están sitiando la ciudad", pensé mientras observaba el operativo militar que se desplegaba ante nosotros.
—Bienvenido a "Última Esperanza" —comentó Philips con una sonrisa, interrumpiendo mis pensamientos.
Observé los grandes camiones que seguían llegando con tropas, y el nombre del lugar me pareció espantoso y desalentador. Aquel punto estratégico estaba ubicado a un par de kilómetros de la autopista Ventura 134, la cual comunicaba con el resto de los distritos del condado. ¿Querían evitar que algo entrara? ¿Querían impedir que algo saliera?
Antes de que pudiera continuar cavilando, Philip me invitó a bajar del vehículo, uno de sus soldados me entregó una máscara de bioseguridad. Nos condujeron hasta una fábrica de lácteos llamada "Sun Dairy Co", la cual, según sospechaba, había sido requerida por el estado para montar su operación. El lugar estaba rodeado por un enorme operativo militar, parte del efectivo era de una unidad que ya conocía, y con solo cruzar las grandes vallas, pude ver la imagen de una vaca en las paredes de la fábrica principal, con la inscripción "No Rain, Maldita sea" en aerosol sobre su frente.
—Estamos en planes de cubrir eso —dijo Philip al ver mi breve paseo y dirigir su mirada a la pared.
—¿Me dijiste que están aquí desde que sospecharon de un contagio masivo? —pregunté, mientras caminaba a su lado.
—Buen intento, Luis —sonrió Philip—. Sabes que no diré nada.
Respondí con una sonrisa irónica mientras seguía a Philip y al otro soldado, cada vez más convencido de que no había tomado la decisión correcta al seguirlos. A medida que imaginaba escenarios y creaba estrategias, examiné cuidadosamente mi entorno para buscar posibles rutas de escape y evaluar cómo deshacerme de mis acompañantes, todo por precaución. Sabía que no podía permitirme bajar la guardia, no después de años de entrenamiento y experiencia en el campo. Nunca se sabe lo que podría pasar en una situación así en la que la mayoría cae irremediablemente en la desesperación, en mi mente no había espacio para la confianza, solo para la cautela. La única persona en quien podía confiar era Katie, y ella estaba por allí en algún lugar, y yo debía encontrarla y llevarla lejos.
Después de un corto paseo, finalmente llegamos a un arco de biodescontaminación donde pasamos varios minutos antes de recibir ropa estéril. Todo esto estaba transformando el lugar en una verdadera fortaleza de seguridad biológica, lo cual era impresionante, pero igual de preocupante. Philip notó mi expresión confusa y preguntó si estaba impresionado por lo que veía. Asentí, aunque en realidad estaba más preocupado que impresionado. Le pedí que me llevara a ver a mi esposa de inmediato, y comenzamos a caminar hacia su habitación. Pasamos por otro arco de descontaminación antes de llegar a la cabina protegida por un vidrio donde estaba recluida mi esposa enteramente vestida de blanco. Había un par de médicos a su alrededor y me acerqué, para verla mejor. Pero antes de que pudiera decir algo, uno de los soldados me ordenó que retrocediera y me alejara del cristal. A pesar de mi frustración, decidí obedecer para no crear aún más problemas. Katie por fortuna lucía muy relajada y hasta sonreía ante la intervención que tenía con sus colegas. Pero a fin de cuentas seguía estando en lugar extraño, rodeada de desconocidos.
—¿Qué sucede? ¿Está bien? —le pregunté a Philip. Por mi preocupación nuevamente me acerqué.
—Un paso atrás —gruñó el soldado, el encargado de proteger la cabina.
Estaba a punto de decir algo, pero decidí evitar más inconvenientes y retroceder unos pasos. Sabía que no me ayudaría para nada ser exigente en ese lugar repleto de desconocidos.
—Espera un momento. Déjame hablar con la Dra. McLaren, ella está a cargo de esta área para pacientes —comentó Philip, desapareciendo en una de las oficinas del sector.
Esperé pacientemente, intentando mantener la calma mientras miraba a través del vidrio a mi esposa. No sabía si estaba en buenas manos, pero no podía hacer nada, y no pude evitar sentirme cada vez más ansioso por su bienestar. Nuevamente me encontré imaginando varios escenarios posibles y empecé a crear posibles planes de huida, examinando cuidadosamente alrededor y buscando cualquier oportunidad para deshacerme de mis escoltas, y escapar de ahí junto a mi esposa. En mi mundo, la confianza era un lujo que no podía permitirme.
Unos minutos después, Philip apareció acompañado por una mujer que supuse era McLaren, por su mirada y voz, supe que era la misma que había irrumpido en mi hogar. Ella parecía nerviosa, evitando mi mirada mientras se sentaba al borde de un escritorio que estaba junto a la "cápsula" de mi esposa.
Ante el llamado del sargento, me acerqué unos pasos sin dejar de observar a través del cristal, donde pude ver que Katie parecía muy distraída con lo que los médicos le decían durante la revisión.
La doctora se aclaró la voz y dijo:
—Por favor, hablemos un poco.
—Bien, lo siento —respondí y caminé hacia donde ella se encontraba.
Intenté saludarla con la mano, pero la doctora hizo una reverencia perfectamente imitada por mi parte cuando me pidió de manera atenta tomar asiento. Le agradecí, pero por ese momento prefería mantenerme atento a mi esposa y a todo lo que ocurría dentro de esa habitación.
—¿Cómo está? —pregunté sintiendo una creciente impaciencia dentro de mí.
—Doc, Teniente. Voy a dejar que hablen a solas —Philip me palmeó el hombro antes de despedirse.
La doctora me sorprendió al preguntar:
—¿Cómo salió? ¿Lo tiene?
Volteé brevemente hacia ella. Estaba a punto de responder, pero inmediatamente me di cuenta de que no hablaba conmigo. Con el dedo sobre el botón del interfono, la doctora se dirigió a los médicos que acompañaban a Katie. Uno de ellos volteó hacia nosotros y con aspecto sereno hizo una señal negativa con la cabeza.
—Entiendo. Pueden salir —susurró la doctora, quien se quitó los lentes y limpió vigorosamente sus ojeras. Se notaba a simple vista totalmente agotada—. Díganle a la paciente que su esposo está aquí.
Sonreí lleno de felicidad y dije:
—Katie no está enferma, ya lo mencioné cientos de veces. ¿El bebé no resultó herido, verdad?
—Ambos están muy sanos —contestó la doctora, sonriendo mientras se paraba junto a mí para observar a mi esposa, quien finalmente había volteado y emocionada empezó a agitar sus manos para llamar mi atención.
Con una alegría enorme, levanté las manos para saludar y corresponder el dulce gesto de Katie.
—Muchas gracias, doctora —comenté con gratitud, lanzándole un beso a mi esposa—. Siento todo lo que pasó en mi hogar. No suelo ser así. Lamento si te asusté.
—Tenías razón. Estabas en la obligación de defender a tu esposa y hogar —dijo la doctora—. Lamento no haber aclarado las cosas desde el principio.
—Sí, se cometieron muchos errores de ambas partes —respondí.
—La desesperación de no saber lo que ocurre —suspiró McLaren, bajando la mirada. Nuevamente, su cansancio se hizo evidente.
—¿Puedo verla ahora? Los médicos ya dejaron su habitación —pregunté. Quería abrazar a mi esposa, decirle que todo estaba bien, y alejarnos lo más lejos posible de ese lugar.
La doctora estaba por decir algo, pero inmediatamente fue interrumpida, por alguien con una voz sumamente conocida que dijo:
—Antes debes saludar a un amigo.
Me giré para ver de quién se trataba y me encontré con un rostro sonriente.
—Ha pasado un tiempo, coronel —sonreí y di unos pasos hacia él, indeciso sobre si darle la mano o no. Parecía que la norma en aquel lugar era evitar contacto físico, pero Grayson no tardó en estrecharme en un largo abrazo, acompañado de un par de palmadas en la espalda. Le correspondí el gesto, agradecido por ver un rostro conocido en aquel extraño lugar.
Esta vez fue la doctora McLaren quien se despidió de ambos, no sin antes recibir una nueva muestra de gratitud por mi parte.
—No me quejo —respondió Grayson. Con las manos sobre mis hombros, me miró de arriba abajo—. ¡Carajo! ¡Mírate, hijo! ¿Qué pasó con esa barba que te distinguía? Casi no te reconozco. ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos? ¿Fue luego de la misión en Kabul? Te juro que no he tenido a un mejor francotirador explorador a mi mando, muchacho.
—Eso es parte de mi pasado, señor. Uno que quiero olvidar —repliqué, desviando la mirada hacia la cabina donde estaba mi esposa, que me observaba a través del cristal.
—Sí, fue una lástima enterarme de que te retiraste, lo es aún más ahora... Aún circulan muchas historias sobre ti, sobre tu valentía, tu entrega, la eterna hermandad con tus compañeros. Conocí a uno de ellos que solía llamarte: "El Susurrador de la Guerra". El tipo era nativo americano y contaba una historia sobre ti con un toque de misticismo; relataba cómo salvaste su vida: "Era como un lobo corriendo en medio del campo, las balas no le hacían daño. Llegó hasta mí como un torbellino, me levantó en sus hombros y me sacó del infierno".
Grayson también echó un vistazo a mi esposa
—Y así hay un sinfín de anécdotas de soldados que te conocieron, en todas destacan tu heroísmo —añadió él.
—Ella me sacó de mi propio infierno, señor —suspiré profundamente antes de dirigir la mirada a mi esposa, sus ojos azules resplandecieron aún más al encontrarse con los míos.
—Usted me conoce bien. No hay nada heroico en algunas de las cosas que tuve que hacer —añadí levantando la mano a Katie que por vez primera empezó a demostrar preocupación en su rostro.
—Es nuestra vida, Luis. Hacer lo correcto no siempre significa que será bueno o malo —me dijo el coronel cruzando sus manos detrás de la espalda.
—Lo difícil no es hacer lo correcto, lo difícil es saber qué es lo correcto —dije con convicción—. Para mí, lo correcto es no dañar a nadie ni hacer que se sientan mal por mis acciones, incluso si eso significa que tenga que perder una parte de mí.
—Luchamos contra terroristas asesinos. Se merecían eso y más —dijo Grayson en tono severo.
Me dirigió una fugaz mirada.
—Nunca imaginé que tenías ese tipo de conflictos en tu mente. De hecho cuando trabajamos juntos, me sorprendía tu frialdad al afrontar las situaciones más difíciles —prosiguió él.
Sacudí la cabeza en señal de discrepancia.
—No hablo de aquellos que cayeron por mis balas, señor. Cumplir con mi deber y hacerlo bien no me afecta en lo más mínimo —empecé a decir—. Mis años en servicio solo dejaron una víctima, y está detrás de ese cristal mirándome con preocupación.
—Esa es la vida que hemos elegido, hijo —me miró con severidad—. Lo que hacemos, es exactamente por ellos. Luchamos por nuestra familia, y para proteger lo que más amamos.
Ambos permanecimos en silencio durante unos segundos mientras yo observaba a mi esposa a través del cristal.
—¿Por qué todo esto, coronel? ¿Quiere que regrese? —pregunté, con una nota de frustración en mi voz—. Mi respuesta es no. Ya no le puedo hacer daño a ella —bajé la mirada y suspiré—. Esperamos a nuestro primer hijo y quiero paz para mi familia.
El coronel asintió, aparentemente comprendiendo mi postura.
—Entiendo lo que quieres decir y lo respeto. Pero si quieres ayudarnos a solucionar esto, Luis... —vaciló antes de continuar—. Sabes que tus galones aún están disponibles por si quieres volver.
No respondí de inmediato, tomé una respiración profunda antes de hablar.
—Lo siento, coronel, pero mi lugar está con mi familia ahora.
Él asintió de nuevo, parecía haber anticipado mi respuesta.
—Lo entiendo. Pero te pediré que consideres esto: nos enfrentamos a un enemigo implacable, nuestros efectivos militares están disminuidos y los que tenemos son inexpertos. Tenemos una tasa alta de deserción y hay miedo en nuestras filas porque aún no sabemos con certeza a lo que nos enfrentamos.
Mi curiosidad fue despertada por sus palabras y me encontré preguntando:
—¿De qué enemigos está hablando?
El coronel parecía estar esperando esa pregunta y respondió rápidamente:
—Dame un par de minutos, solo dos, y te lo mostraremos. Te conozco, y estoy seguro de que no saldrá de tu boca lo que te mostraré, ya que es clasificado.
Luego de pensarlo por unos segundos, accedí a su petición y lo seguí a través de los fríos pasillos de su base de operaciones. Después de tomarme un breve momento para charlar con mi esposa y explicarle acerca de lo que estaba sucediendo, a pesar de que ella me pidió que no fuera, terminé convenciéndome de que debía encontrar respuestas y ese parecía ser el lugar indicado. A pesar de todo, me sentí como un pez que había mordido el anzuelo, ansioso por saber más acerca de la situación en la que nos encontrábamos. Seguí al coronel a través de los helados pasillos de su centro de operaciones. Luego de una breve caminata hacia la sala de conservación de alimentos, tomamos un ascensor que, de no ser porque físicamente estaba sobre él, nunca hubiera creído que una fábrica de ese tipo tuviera uno, lo que me hizo sospechar aún más acerca del coronel y de su unidad, que parecían llevar en ese sitio mucho más tiempo del que me habían dicho. Finalmente, luego de un viaje en silencio, llegamos. Las puertas del elevador se abrieron de par en par en medio del sonido de una campanilla, revelando una nueva estancia que, al igual que la superior, estaba equipada con tecnología de punta en cuanto a protección biológica se refiere. Mi mente estaba llena de dudas e inquietudes mientras ponía un pie en ese lugar. Los soldados que la custodiaban nos sometieron a una exhaustiva revisión antes de permitirnos entrar, y luego nos hicieron vestir trajes integrales de bioseguridad para protegernos de lo que estaba por venir.
Pero al parecer el viaje no había culminado. Seguí al coronel Grayson como un Dante moderno, mientras avanzaba a través de ese helado infierno. Parecía que cada paso que daba me acercaba más a una pesadilla, y el aire helado que respiraba parecía ser un presagio del horror que estaba por venir. De pronto, al escuchar sus pasos resonar en los desolados pasillos, me encontré rogando que esa maldita fábrica no estuviera compuesta por los nueve círculos.
Sentí que el tiempo se ralentizaba, y cada uno de mis sentidos estaba en alerta máxima. Los soldados que nos acompañaban permanecían en silencio, fielmente detrás de nuestra espalda y con sus armas preparadas por si llegara a suceder algo.
Finalmente, llegamos a una puerta sellada herméticamente, y el coronel se detuvo frente a ella, mirándome fijamente antes de proceder a abrirla. Con un gesto, me pidió un último asentimiento para proceder. A lo cual respondí que estaba listo para conocer esa verdad que, al parecer, ellos conocían.
La puerta se abrió con un silbido sordo, y pudimos ver la sala que estaba detrás. Era una habitación enorme, llena de maquinarias extrañas y pantallas de monitores. En el centro de la sala había una estructura, una cámara de vidrio, con una extraña estructura de metal en el centro. Enseguida, noté que era una mesa de cirugía. Tragué algo de saliva al darme cuenta de que un total de tres médicos entraron a esa sala, todos ellos igual de protegidos que nosotros. El último de ellos transportaba una camilla. Al coronel se le unió otro tipo que apareció de entre las sombras, que no se molestó en presentarse y, tal como estaban las cosas, también me importó muy poco conocer. El tipo empezó a dictar directrices médicas a los cirujanos dentro de la cabina. Por las palabras del extraño sujeto, antes de que pudieran destapar el cuerpo que descansaba en la camilla, noté que se preparaban para una necropsia.
El coronel me pidió acercarme a lo que parecía un lugar para la observación privilegiada de esa escena. Mientras veía el trabajo de los médicos, me relató algo de lo que sabía acerca de la enfermedad y el modo en el que se estaba propagando con rapidez, sin que el personal de salud pudiera hacer nada, sin que los científicos, como los que estaban dentro de la cabina, pudieran descifrar la causa del brote.
Luego de unos minutos de trabajo por parte de los galenos, el cadáver yacía inerte en la camilla de operaciones, con sus órganos expuestos y listos para su análisis histológico. El tipo extraño mencionó que se prepararan para extraer el cerebro, ya que, aparte de una lesión en el hígado de la mujer, los médicos forenses no encontraron más novedades.
Dentro de la cabina, todos asintieron y empezaron con el nuevo procedimiento, encendiendo la sierra oscilante. Sin embargo, tanto en el quirófano como en el sitio de observación, nuestros rostros reflejaron un estupor sin límite. De repente, y contradiciendo toda ley de la posibilidad, la mujer comenzó a sacudirse violentamente, como si estuviera volviendo a la vida.
—Dios tenga misericordia de nosotros —exclamó el coronel, con su voz temblando de miedo. Tanto que se había quedado totalmente paralizado, y era incapaz de presionar el botón que trataba de alcanzar.
Los médicos dentro, igual de incrédulos empezaron a retroceder, mientras la mujer sacudida por violentos espasmos cayó al suelo.
—¡Abran las puertas, ahora mismo! —exclamé al ver la desesperación de los tipos de dentro que se pusieron a gritar por ayuda cuando el cuerpo de la mujer se levantaba del suelo de baldosa, sus ojos inyectados en sangre y su boca abierta en un rictus de dolor.
—Si queremos vivir, no podemos hacer eso —comentó el otro sujeto que, por primera vez, había abandonado su fachada de tipo inexpresivo, ya que estaba temblando de pavor.
Esa criatura guió sus ojos vacíos hacia el grupo y, enseguida, abrió sus fauces.
—¿Pero de qué estás hablando? Son personas las que están atrapadas ahí, con quién sabe qué cosa sea eso —grité, viendo cómo la criatura se lanzó a atacar a uno de los médicos, haciéndole caer de espaldas sobre el suelo. El pobre hombre que intentaba contenerla gritaba pidiendo ayuda, pero todos parecían paralizados.
—¡Alerta de emergencia! —gritó el coronel, su rostro pálido y tembloroso. Finalmente alcanzó, a presionar uno de los botones en la consola.
—¡Abre la maldita puerta! —grité.
Grayson negó enérgicamente con la cabeza. Entonces, perdiendo la paciencia, tomé al tipo por el cuello para obligarle a obedecer mis órdenes. Una vez que la puerta de la cabina de cristal se abrió, a apresurada carrera me adentré en ese ambiente hostil. Sin dar crédito a lo que estaba sucediendo al frente de mis ojos, decidí actuar por puro impulso. Esa cosa que estaba sobre uno de los médicos, que apenas podía mantenerla alejada, la tomé por los hombros y, dándole un fuerte jalón, terminé por lanzarla al suelo. Y antes de que pudiera levantarse, le lancé un violento pisotón, esperando que eso la detuviera.
El médico, afortunadamente, logró ponerse en pie para salir corriendo del lugar.
—¿¡Maldita sea!? —fue lo único que atiné a decir cuando la criatura empezó a incorporarse. Fue ahí cuando vi con más claridad el enorme surco en la cavidad torácica y abdominal—. Esto no puede ser cierto. ¿Cómo sigue moviéndose??
Antes de poder levantarse, de su garganta escapó un estertor de ultratumba.
—¿Qué demonios está pasando? — exclamé, aturdido por la escena que tenía delante. La criatura seguía moviéndose, con sus fauces abiertas y sus dientes afilados listos para atacar de nuevo.
Con una ráfaga de adrenalina, lancé una fuerte patada directo a la cabeza de la criatura, provocando un sonoro choque metálico cuando esta se estrelló contra la mesa de operaciones, derribando todo lo que encontró a su paso. Pero la bestia no se detuvo, no importó cuántos golpes le propiné, su rabia era incontenible y su resistencia asombrosa. Su rostro se desfiguró en una mueca de tristeza y odio mientras me miraba con sus ojos inyectados en sangre y se abalanzó hacia mí con ferocidad. Fue entonces cuando cogí uno de los instrumentos de disección más pesados y lo estrellé contra su rostro con toda mi fuerza. El cráneo de la criatura se partió en mil pedazos, esparciendo trozos de hueso y un chorro de sangre por toda la habitación. El cuerpo sin vida de la bestia cayó pesadamente al suelo, dejando un rastro macabro en su camino.
Jadeando por la emoción y la impresión, di un paso atrás para tomar un momento y contemplar la escena con incredulidad.
—¡Maldita sea! —levanté la vista y vi a un grupo de personas, curiosas y temblorosas, que me observaban a través del cristal, asombrados por lo que acababan de presenciar.
—¿Qué? —añadí en un grito furioso antes de lanzar el pesado objeto al suelo.
Les dediqué un gesto, levantando el dedo medio y luego me volví hacia los dos médicos que se habían acurrucado en un rincón de la habitación, entre ellos la doctora McLaren. Estaba a punto de abordarlos cuando sonó la alarma de riesgo biológico, llenando el ambiente de una luz roja y haciéndome sentir el golpe de las gotas de agua a presión mientras me limpiaban. Con los brazos abiertos, dejé que la desinfección me cubriera por completo, y después de unos minutos, nos trasladaron a otra sección donde nos sometieron a otro examen exhaustivo. Después de unos cuarenta y cinco minutos, nos dejaron en paz y me aislaron en una de esas extrañas cabinas. Finalmente, permitieron mi salida y fui en busca del coronel Grayson, que me esperaba fuera del área de cuarentena.
—¿¡Qué fue todo eso!? ¿¡Qué demonios era esa cosa!? —totalmente furioso, estaba por golpear a Grayson.
El coronel, que no dejaba de temblar, me dijo que tampoco sabía lo que había ocurrido dentro de esa sala. Entonces, comprendí que él y todos los demás estaban igual de sorprendidos y asustados. Traté de calmarme respirando profundamente.
—¿Dónde está mi esposa? Ya ni siquiera sé si es seguro acercarme a ella —dirigí mi atención a la doctora, que parecía tener más preguntas que respuestas—. Díganme todo lo que saben ahora mismo.
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