¿Que es lo que trae el mañana?

^^^"La civilización no es más que un castillo de naipes. Todo lo que se necesita es un pequeño soplido para que se desmorone."^^^

^^^- Dan Brown, "El símbolo perdido"^^^

El sol apenas comenzaba a asomarse por encima del horizonte cuando mi esposa y yo nos subimos a nuestra camioneta, emocionados por lo que el día nos depararía. Con el sonido atronador de Metallica sonando en el estéreo, conduje al centro de la ciudad en busca de la clínica de especialidades de nuestra querida amiga y doctora.

Una vez allí, mi esposa y yo esperamos ansiosos mientras se realizaban algunos exámenes. La expectativa en el aire era palpable, y las manos de Katie aferradas a mi brazo demostraban su nerviosismo.

Finalmente, la puerta de la oficina, se abrió y ella apareció sosteniendo un sobre en sus manos. Mi corazón latía con fuerza mientras esperábamos ansiosos los resultados. La doctora comenzó a leer el contenido del sobre en voz alta, explicando cada detalle con sumo cuidado. Mientras tanto, mi esposa y yo nos mirábamos con los ojos llenos de esperanza, deseando con todas nuestras fuerzas que todo estuviera bien.

Cuando se mencionó los altos niveles de la hormona gonadotropina coriónica humana (GCH) en las muestras de sangre y orina de mi esposa, comprendimos de inmediato lo que eso significaba. La felicidad invadió nuestros corazones y nos abrazamos con fuerza, incapaces de contener la emoción.

—Felicidades a los dos —dijo Elizabeth, sonriendo—. Tiene un poco más de dos semanas de embarazo.

Las palabras de felicitación de Elizabeth se perdieron en el aire mientras mi esposa y yo nos sumergíamos en un abrazo largo y cálido, sabiendo que nuestro sueño de convertirnos en padres finalmente se hacía realidad. Las lágrimas de felicidad surcaban los rostros de ambos mientras nos aferrábamos el uno al otro, sin poder creer la maravillosa noticia que acabábamos de recibir.

Finalmente, mi esposa me tomó el rostro entre sus manos y me dio un beso largo y apasionado, susurrando con voz entrecortada cerca de mis labios:

—Vamos a ser padres, mi amor.

La felicidad que sentíamos era indescriptible. La doctora nos dio una prescripción de vitaminas prenatales para Katie, pero en ese momento estábamos tan abrumados por la alegría que apenas podíamos concentrarnos en lo que decía. Le agradecimos a Elizabeth por su paciencia y amabilidad durante todo el proceso y le dijimos lo agradecidos que estábamos por haber ayudado a hacer realidad nuestro sueño de tener un hijo.

—Se lo merecen —dijo la doctora quien esbozó una sonrisa que para ese momento lucía incansable—. Se nota lo felices que están juntos. ¡Felicidades de nuevo, chicos!.

Mi esposa y yo nos abrazamos de nuevo, rebosantes de felicidad y emoción por el nuevo capítulo que estábamos a punto de comenzar juntos.

Los ojos de mi esposa brillaban con lágrimas de alegría mientras yo la abrazaba con fuerza, sintiendo su alegría en cada fibra de mi cuerpo.

—Gracias, Doc —dije con una sonrisa sincera—, realmente apreciamos tu paciencia y amabilidad durante todos estos meses.

Elizabeth sonrió y asintió.

—Siempre estoy aquí para ustedes, chicos. Nada que agradecer.

—Lizzy —dijo mi esposa mientras se levantaba de su asiento y caminaba hacia nuestra amiga para darle un abrazo, con los ojos todavía llenos de lágrimas—. No sabes lo feliz que me haces sentir en este momento. Te agradezco profundamente por haberme dado esta noticia. Ser madre es lo que más he deseado en la vida, y no puedo imaginar a nadie más adecuada para llevar adelante mi embarazo que tú, mi amiga. Gracias por estar aquí con nosotros.

—Realmente apreciamos tu amistad y tu ayuda en este momento. Me encantaría invitarte a un almuerzo para agradecerte —dije mientras me ponía en pie. Quería corresponder a su amabilidad—. ¿Te parece que nos encontremos en el restaurante de la esquina al mediodía? Sería un placer para nosotros invitarte.

—Gracias por la invitación, chicos. Créanme que lo aprecio. Pero he estado tan ocupada últimamente, atendiendo a pacientes que vienen a mi clínica porque los hospitales están saturados. Ha sido una carga enorme en mi trabajo, y no me gusta ver a mis pacientes sufriendo —respondió en medio de un suspiro, por primera vez reparé en lo cansada que lucía—. Pero gracias por pensar en mí. Cuando tenga un poco más de tiempo libre, definitivamente aceptaré tu invitación.

Katie, emocionada, regresó hacia mí y me abrazó por la cintura.

—Podemos invitarte a la cena en casa —dijo con una sonrisa—. ¡Hasta prepararemos algo especial para ti!

—Me encanta la paella, por si se lo preguntan —bromeó—. Gracias, Katie, tengo tu número y cuando esté libre, ten por seguro que aceptaré esa invitación.

La doctora recibió una llamada que parecía urgente, así que decidimos despedirnos.

—No te quitamos más tiempo —dije, levantando la mano para despedirme.

—Cuídate, Lizzy —añadió Katie imitando mi gesto.

Elizabeth apenas tuvo tiempo para despedirnos con una débil sonrisa, ya que, sumamente agotada, tomó el teléfono y enseguida atendió el llamado.

Mi esposa y yo, totalmente emocionados y absortos en los problemas de nuestra amiga, nos abrazamos antes de dejar su oficina.

A medida que avanzábamos por el pasillo de la clínica, noté que estaba abarrotado de pacientes. El olor a desinfectante se mezclaba con el constante murmullo de conversaciones entre médicos y pacientes, algunos de los cuales tosían con fuerza y de manera exagerada. Todo ello creaba una atmósfera cargada y ligeramente claustrofóbica, como si el aire se hubiera vuelto más denso y difícil de respirar. Me sentía atrapado, rodeado de una multitud que parecía agolparse a nuestro alrededor, y de pronto sentí cómo una oleada de ansiedad me recorría el cuerpo. Katie, que parecía ajena a esa presión, seguía abrazada a mí y hablando con entusiasmo sobre la comida que prepararía para la doctora. Yo traté de mantener mi mente ocupada con su voz, intentando ignorar el caos que se desplegaba a nuestro alrededor. Extrañamente, cada tos, cada murmullo, parecía resonar en mi cabeza y aumentar mi preocupación.

De pronto, un hombre que parecía tener dificultades respiratorias irrumpió en nuestra ruta a toda prisa, tomando desprevenidos tanto a Katie como a mí. Con su carrera desenfrenada, chocó bruscamente contra otra persona, lo que le hizo perder un poco el equilibrio. Sin embargo, ante la sorpresa del momento, mi instinto protector se activó al ver que el extraño hombre ponía en riesgo la integridad de mi amada esposa. En una fracción de segundo, moví mi cuerpo hacia ella, rodeé sus hombros con mis brazos y la protegí del posible impacto.

El hombre, quien al parecer llevaba algo de prisa, también tropezó conmigo en su carrera, cayó con estrépito al piso, profiriendo maldiciones. Mientras se levantaba rápidamente y se alejaba a toda prisa, pude notar que se trataba de una persona de aspecto descuidado y cansado, como si hubiera corrido mucho tiempo.

A pesar del sobresalto, Katie me sonrió con agradecimiento y emoción, abrazándome con fuerza mientras agradecía mi rápida reacción.

—Ahí, estás de nuevo, instinto de sobreprotección —dijo, parándose de puntillas para darme un rápido beso.

—¿Estás bien, mi amor? —pregunté, acariciando su cabello.

—Lo estoy —respondió, en medio de una sonrisa, volvió a abrazarme. Y seguimos caminando.

Volteé levemente para observar por encima de mi hombro, afortunadamente ese tipo extraño había desaparecido.

—¿Qué te parece si vamos a tu restaurante favorito para almorzar? —pregunté, tratando de desviar la atención de la tensión en el ambiente.

—Digo que ya me muero por comer esas hamburguesas.

Asentí con una sonrisa en el rostro y rodeé mi brazo por su cintura, sintiendo su calor a mi lado mientras continuábamos nuestro recorrido. Fuera de la clínica avanzamos por el jardín. La brisa fresca de la mañana acariciaba nuestro rostro y el sol comenzaba a alcanzar el cenit, dejando un espectáculo de colores cálidos en el cielo. En pocos minutos, dejamos atrás la tranquilidad del jardín y volvimos a la ajetreada calle, avanzando hacia su restaurante favorito, un lugar acogedor y lleno de personalidad, con una decoración vintage y una oferta gastronómica que hacía agua la boca.

Dentro del coche, la música sonaba a todo volumen y ambos cantábamos a pleno pulmón cada canción que salía del estéreo. Teníamos una playlist de grandes éxitos que escuchábamos cada vez que viajábamos, pero nuestra pasión por la música, especialmente el rock y sus derivados, iba más allá de la música que escuchábamos en el coche. En los últimos años, gracias a nuestra pasión compartida, habíamos asistido a numerosos conciertos y festivales por toda California, disfrutando de la emoción y la energía de la música en vivo, viviendo el lado más nómada de nuestro amor. Aún recordábamos con cariño aquella gloriosa noche en que obtuvimos entradas en primera fila para el concierto de Metallica en San Francisco. La emoción de estar en primera fila, sintiendo la estridente energía de esos grandes músicos en vivo y compartiendo ese momento especial juntos, nos hizo sentir que nada podía detenernos. Después de esa experiencia, nos enfocamos en construir un hogar juntos y establecernos en la ciudad de Los Ángeles, pero siempre recordamos aquel momento como un hito en nuestra historia personal. Esa noche fue un momento de cúspide en nuestra relación, y aunque con el tiempo nuestras prioridades cambiaron, todavía amábamos la música en vivo y recordábamos con añoranza ese lado más salvaje de nuestra relación.

Mientras avanzábamos por el estacionamiento del restaurante, Katie desvió la mirada hacia un par de ambulancias que violentamente desgarraron el silencio del lugar con sus poderosas sirenas. La abracé delicadamente por la cintura y volvimos a caminar; noté que estaba un poco más callada de lo normal. Cuando la miré, pude percibir que tenía una expresión de intranquilidad en su rostro.

—¿Estás bien, amor? —pregunté preocupado.

—Sí, solo estaba pensando en lo que dijo la doctora, —respondió, frunciendo ligeramente el ceño mientras dirigía su mirada hacia la calle por donde se habían alejado los vehículos de emergencia—. Parece que los hospitales han estado recibiendo muchos pacientes últimamente.

Me di cuenta de que su mirada estaba llena de preocupación y temor. Me pregunté qué estaba pasando por su mente en ese momento. Sabía que ella no podía evitar sentirse inquieta por las palabras de la doctora y por lo que podría estar sucediendo en los hospitales de la ciudad. Como enfermera, siempre había sido su deber ayudar a los demás, y ahora se encontraba en una situación en la que no podía hacer nada para aliviar el dolor y el sufrimiento que estaba experimentando la gente. Sentí su cuerpo temblar ligeramente y la abracé con fuerza, tratando de transmitirle mi apoyo y mi amor en esos momentos inciertos.

—Sí, es un poco preocupante —dije, tratando de calmarla—, supongo que una enfermera nunca deja de serlo.

Le sonreí y la rodeé con ambos brazos, atrayéndola hacia mí en un abrazo cálido y protector.

—Cierto, un soldado nunca deja de ser un soldado, ¿verdad? —Katie esbozó una débil sonrisa—. Adoraba ser enfermera y ayudar a la gente.

Ella bajó la mirada hacia su mano derecha, acariciando con el dedo las cicatrices que marcaban sus nudillos.

—Mi lesión simplemente me alejó de eso —añadió en medio de un profundo suspiro, dejando en claro la amargura en su voz.

—Pero pronto te recuperarás, mi valiente guerrera —le dije, tomándole ambas manos y besándolas con ternura—. Estarás de vuelta ayudando a salvar vidas en poco tiempo.

—Gracias, mi cielo —me dijo Katie en tono melifluo—. Siempre encuentras las palabras exactas para animarme.

—Además —agregué tratando de hacerle olvidar un poco todo el asunto—. Tenemos algo increíblemente emocionante que esperar. ¡Vamos a ser padres!

Sonrió ampliamente ante mis palabras, y en sus ojos pude ver la mezcla de emociones que sentía. Sentí una ola de felicidad recorrer mi cuerpo, sabiendo que pronto tendríamos a nuestro pequeño bebé en nuestros brazos.

—¡Tienes razón! Hoy deberíamos estar felices —exclamó Katie emocionada, y apretó mi mano con cariño.

Seguimos caminando, con nuestras manos entrelazadas agitándose como dos niños en medio de risas y juegos.

—Si es una niña, me gustaría que se llame Katherine, como tú. Y si es niño, podríamos llamarlo James, pero también podríamos pensar en otros nombres —le dije con una sonrisa.

—Cierto, hay que pensar bien en el nombre —dijo Katie, y se rió suavemente.

No pude evitar imaginarme a nuestro bebé aprendiendo a tocar un instrumento, como lo hacía en mi tiempo libre.

—Podríamos enseñarle música juntos. ¿Qué tal si le enseñas a cantar, y yo le enseño a tocar la guitarra? —le dije emocionado.

—Sí, me encantaría que nuestro hijo o hija aprendiera a tocar un instrumento. Aunque quizás también querrá bailar, pintar o hacer alguna otra cosa —respondió Katie con una sonrisa.

Nos miramos con ternura y seguimos caminando, imaginando todos los momentos especiales que tendríamos como padres. Yo no podía esperar para enseñarle todo lo que sabía a nuestro futuro bebé, pero también sabía que tendría mucho que aprender de él o ella.

—Ya quiero que nazca para que pueda enseñarle todo lo que sé —le dije en tono dulce.

Katie asintió con una sonrisa, y apretó mi mano con más fuerza.

Al llegar al restaurante, nos acomodamos en una mesa junto a la ventana que daba a la calle principal. La ciudad estaba en calma, y los transeúntes iban y venían sin preocupaciones. Pedimos nuestras hamburguesas favoritas y el olor de la comida recién hecha se mezcló con el aroma de café recién preparado. El sonido de las risas y las charlas animadas que surgían de las mesas cercanas, creaba un ambiente cálido y acogedor. Hablamos sobre el futuro, soñando con nuestra vida juntos como padres, mientras el sol de la tarde filtraba suavemente a través de los cristales de la ventana. Todo parecía perfecto, hasta que un fuerte golpe estremeció el cristal de la ventana haciendo que Katie saltara de su asiento y gritara. Miramos hacia afuera, confundidos por lo que acabábamos de presenciar; la mujer desesperada que chocó con la ventana, aterrorizada se puso en pie y se unió a un grupo de personas igual de irritadas quienes estaban fuera del restaurante, y pugnaban por entrar, generando confusión y caos.

La puerta del restaurante se abrió violentamente, y varios de esos hombres y mujeres entraron, empujando y arremetiendo contra la gente que se interponía en su camino. El gerente y el personal de seguridad trataban de detenerlos, pero parecía que la situación estaba fuera de control. Los recién llegados se veían nerviosos y molestos, estaban desesperados por conseguir algo, pero no sabíamos qué era. Los insultos se intensificaron, y de repente, el grupo se tornó aún más

violento. Pronto demostraron el motivo de su protesta, extrañamente pedían refugio a gritos, y empujaban y golpeaban a la gente que se interponía en su camino.

—¿Qué está pasando? —preguntó Katie con angustia en su voz.

—No lo sé —le dije, tomándole la mano con firmeza—. Vamos a irnos a casa, mi amor.

Katie asintió con preocupación, y nos pusimos de pie de inmediato, mientras yo sacaba mi cartera para pagar la cuenta. Traté de justificar la situación, diciéndole que quizás eran los manifestantes que se habían visto por la ciudad en los últimos días, pero noté la confusión en su rostro al ver la actitud exageradamente violenta de esas personas.

A pesar del caos que reinaba en el restaurante, Katie y yo logramos abrirnos paso entre los clientes alterados que se empujaban y gritaban. La tensión era palpable, y los sonidos de los objetos rotos y los golpes que se escuchaban a nuestro alrededor hacían que Katie estuviera constantemente dando respingos. En un momento dado, casi caímos, por un empujón, pero logramos mantenernos en pie y continuar hacia la salida. Al llegar a la puerta, nos detuvimos un instante para echar un último vistazo a la escena. El caos se había intensificado aún más: varias personas se estaban peleando con puñetazos y patadas, y otras corrían hacia la salida en busca de refugio. Afortunadamente, en ese momento aparecieron las primeras patrullas de la policía, y pudimos ver a los oficiales vestidos con trajes antimotines corriendo hacia el interior del local, dispuestos a poner orden.

En ese momento, abracé a Katie con fuerza, intentando protegerla del caos que nos rodeaba. Podía sentir su cuerpo tembloroso contra el mío, y me di cuenta de que estaba aterrorizada.

—Todo va a estar bien —le susurré al oído, intentando tranquilizarla—. Vamos a salir de aquí juntos.

Luego de una breve caminata en el estacionamiento del lugar, llegamos a nuestra camioneta, y a pesar del nuevo caos esta vez vehicular que se desarrolló, logramos alejarnos de allí lo más rápido posible, sin mirar atrás.

Horas antes, todo parecía estar en orden: habíamos recibido las mejores noticias en la consulta de nuestra amiga, algo que había llenado nuestros corazones de alegría. Rodeados de una atmósfera alegre, habíamos ordenado unas papas a la francesa en el restaurante que se había convertido en nuestro favorito. Los deliciosos aromas de la cocina nos hacían salivar, y reíamos mientras compartíamos la comida y disfrutábamos de la conversación en un ambiente agradable. Pero, sin previo aviso, todo cambió, como si el destino hubiera conspirado para llevarnos a ese momento, al día en que todo empezó a cambiar. De repente, como un golpe de viento que cambia la dirección de un barco, todo tomó una trayectoria diferente, un oscuro presentimiento se apoderó de nosotros, haciendo que el aire a nuestro alrededor se espesara y se tornara sombrío. La felicidad y la confianza que habíamos sentido momentos antes se desvanecieron, sustituidas por una extraña sensación de inquietud. Miré a mi alrededor, buscando alguna señal de que todo esto fuera una broma o una equivocación, pero en cambio, lo que vi fue un futuro incierto, lleno de preguntas sin respuesta.

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