Recogiendo Nombres.

^^^"La muerte no es la mayor pérdida de la vida. La mayor pérdida es lo que muere dentro de nosotros mientras vivimos"^^^

^^^- Norman Cousins.^^^

Ese día, al igual que el anterior, una atmósfera pesada y sombría parecía envolvernos mientras nos preparábamos para nuestra misión. Sabía que estábamos lidiando con una amenaza seria para la seguridad del país, pero también recordaba que los infectados eran víctimas de una enfermedad devastadora que les había arrebatado su humanidad. A pesar de las órdenes militares de ser implacables en nuestra tarea, no podíamos evitar sentir compasión por aquellos que habían sido transformados por el virus. Sabía que tenía que mantenerme enfocado en la misión, pero no podía evitar pensar en lo que les había pasado a esas personas; parte de la preocupación se debía además a que no sabíamos casi nada acerca de que les hacía actuar así.

Por las dudas que aún seguían en mí y en parte de mi unidad, pronto recibí la llamada de atención de los altos mandos militares, quienes me hicieron sentir como si hubiera cometido un error imperdonable. Me reprendieron por haberme tomado algunas atribuciones al no abatir de inmediato al objetivo. Si bien sabía que había desobedecido algunas órdenes directas, estaba convencido de que había hecho lo correcto al intentar otra táctica no letal. Pero lo que realmente me hizo hervir la sangre fue la segunda razón por la que me reprendieron. Era por aquel infeliz que vivía frente a mi casa y que golpeó brutalmente a su esposa e hija. No pude quedarme de brazos cruzados mientras esas inocentes sufrían en sus despiadadas manos, así que tomé medidas para protegerlas. Sin embargo, esto no fue bien recibido por el general Debante, quien me gritó en la cara que debía concentrarme en la misión que teníamos al frente y no en resolver problemas domésticos. No podía permitir que un malnacido como ese golpeara a personas indefensas, así que, con el mismo tono de voz, le grité al general que no podía quedarme de brazos cruzados ante tal injusticia.

Después de esa confrontación, salí de la oficina hecho una furia, pero sabía que ellos, por lo menos en algo, tenían razón: teníamos una misión frente a nosotros y debía asegurarme de cumplirla lo más pronto posible para poder alejarme de todo eso. Junto a mi equipo, me reuní en la sala de operaciones para planificar nuestra siguiente incursión. Esta vez teníamos la mira puesta en la ciudad de Downey. Inteligencia informó de un par de avistamientos.

—Iremos al primer McDonald's, así que alisten su equipo —dije en tono humorístico—. Talvez nos hagamos con una cajita feliz.

Luego, poniéndome un poco más serio, miré a mis compañeros con determinación y me dirigí a Mansour para asignarle a ella y al sargento Philip nuevamente el mando del equipo de apoyo en tierra.

—D'angelo, Grand —anuncié cargando mi equipo—. Vamos a volar. Ya saben cómo va esto, todos a los hangares ¡Ahora mismo!

Tomé la decisión de eliminar cualquier sentimiento de empatía hacia los infectados y verlos como simples blancos. Sabía que no podía permitir que la culpa y la empatía afectaran mi juicio y capacidad para cumplir la misión. Debía deshacerme de cualquier emoción que pudiera obstaculizar mi trabajo y concentrarme en mi objetivo.

—Es solo otra misión más —me dije a mí mismo—. Diferente día, la misma mierda.

Era imperativo finalizar con todo eso, para volver a mi hogar y olvidarme finalmente de la guerra.

Una vez ingresé a la cabina de la aeronave. Me coloqué los auriculares y ajusté mi rifle de francotirador. Miré a mi equipo y les dije con voz firme:

—Recuerden, no hay amigos ni enemigos, solo objetivos. Mantengan los ojos abiertos y disparen solo si es necesario.

El ruido de los rotores del helicóptero hacía difícil la comunicación, pero sabía que entendían el mensaje. No había espacio para la duda en esta

misión.

A medida que nos acercábamos a Downey, mis ojos se fijaron en la cámara térmica del helicóptero mientras no dejaba de escanear con mi mira telescópica el área en busca de cualquier señal de actividad. A pesar de que los edificios y las calles parecían desolados, pero sabía que eso podía cambiar en cualquier momento.

De repente, las cámaras del "Black Hawk" captaron un movimiento en una de las calles y rápidamente señalé a D'angelo y Grand para que se prepararan. Los satélites de inteligencia de igual manera habían situado al objetivo en las inmediaciones del lugar, por lo que necesitábamos una identificación positiva del blanco de forma personal. El equipo aterrizó en una zona segura un estacionamiento cercano a la ubicación salimos corriendo de la aeronave, listos para enfrentar cualquier cosa que se interpusiera en el camino. La unidad de apoyo en tierra se separó para asegurar la zona mientras D'Angelo, Grand y yo avanzábamos hacia el lugar del contacto visual. La misión era clara: encontrar al objetivo,  neutralizarlo y abandonar la zona a la brevedad posible.

"No había lugar para la duda o la empatía. Solo debíamos cumplir con nuestro deber". Estas palabras resuenan en mi mente mientras avanzamos como un redoble de tambor, como una sentencia fría y decidida. Las circunstancias no permiten la indulgencia de la reflexión, ni el lujo de la compasión. Hay vidas en juego, y la responsabilidad de tomar decisiones difíciles recae sobre nuestros hombros. La presión es abrumadora, pero también es una llamada a la acción. Consiente de que no puedo permitirme el lujo de la indecisión o el titubeo. Cada segundo cuenta, cada decisión tiene consecuencias. Es un momento de claridad forzada, una prueba de coraje y fuerza de voluntad.

Avanzamos con cautela, en formación y siguiendo las pistas que teníamos hasta ese momento. El silencio opresivo nos envolvía como, un recordatorio constante de los peligros que teníamos por delante. Sabíamos que estábamos cerca, y eso significaba que cualquier error podía ser fatal. Fue entonces cuando escuchamos un estruendo metálico, seguido de un tintineo en el concreto. Inmediatamente, nos pusimos en alerta, con nuestras armas en alto y listos para disparar. Nos acercamos al lugar con precaución, pero antes de que pudiéramos hacer algo más, una delgada y sombría figura, jorobada, con una mirada esclerótica, y con las manos como garras de lado y lado de sus muslos, emergió de uno de los callejones abandonados que acumulaba la basura de varios días. Profiriendo un alarido espantoso en nuestra dirección, casi como impulsada por un resorte por la inmediatez con la que actuó, la infectada de piel macilenta corrió hacia nosotros a toda velocidad.

—¿Es ella, el objetivo? —preguntó D'angelo quien retrocedió unos pasos al igual que Grand y yo lo hicimos.

—¡Al demonio! —se estaba acercando demasiado, así que no vacilé, apunté y presioné el gatillo.

La infectada se paró en seco con la ráfaga de fuego que impactó su cabeza, enviándola al pavimento con un golpe seco. Con cautela, nos alejamos unos pasos. La orden era clara: no acercarse a ellos por ningún motivo.

—Objetivo abatido —dije a la central de la misión Estigia a través de mi intercomunicador—. A la espera de extracción.

—Entendido, Águila uno. Buen trabajo. Espere extracción en cinco menos cuarto.

—Copiado. Echo. Estamos en movimiento. Águila uno. Fuera — respondí mientras mi equipo y yo nos alejamos del lugar en retirada.

De reojo pude ver que el equipo de limpieza ya había tomado el control de la zona. No presté demasiada atención a eso, ya que mi mente estaba llena de las imágenes de la confrontación con la infectada y la sensación de alivio por haber cumplido con nuestra tarea. En el fondo sabía que habíamos hecho lo correcto.

En unas calles cercanas nos reunimos con el equipo de apoyo en tierra, quienes reportaron la novedad de que en el mismo Downey había otro objetivo. Luego de hacer una breve planificación en un restaurante abandonado que escogimos como base de operación provisional, abordamos los Humvees para buscar esa nueva ubicación. Por fortuna porque corríamos a contrarreloj el nuevo destino no estaba lejos de nuestra posición, así que no nos llevó demasiado tiempo llegar a ese edificio de apartamentos abandonados. Por segunda vez el equipo de tierra se desplegó por los flancos para asegurar la zona mientras que, el mío tenía la tarea más difícil de limpiar la zona, por fortuna contamos con la ayuda de un par de soldados más. Una vez cruzamos la puerta tapiada del viejo lugar recidencial avanzamos con precaución, manteniendo nuestra posición alerta, con la mira en todo momento en el área que teníamos que inspeccionar.

—Solo disparen de ser necesario, ¿entendido? —volteé a mirar a mis compañeros para señalar los escalones—. Grand, D'Angelo conmigo.

Luego me dirigí al resto de mi equipo, los dos soldados que se nos habían unido.

—Ustedes tienen la tarea de realizar una limpieza y aseguramiento de la planta baja de la estructura —ordené con voz firme mientras mantenía mi posición de mando—. Es vital que aseguremos y mantengamos esta posición para evitar cualquier tipo de amenaza o intrusión, ¿Entendido?

Ambos movieron la cabeza en un gesto de asentimiento.

Me dirigí al soldado de mayor rango, dándole instrucciones adicionales:

—Cabo, asegúrate de que se cubra cada uno de los puntos ciegos en la zona y que se sigan los protocolos de seguridad en todo momento. La tarea debe ser llevada  con eficacia y rapidez para evitar retrasos en la operacion.

Concluí mi mandato con una mirada severa y una voz contundente:

—Asegúrense de que se cumpla esta orden al pie de la letra, soldados. El éxito de nuestra misión depende de la disciplina y la diligencia en nuestras tareas.

Todos acataron mis órdenes con un leve asentimiento antes de ponerse en movimiento. Con cautela empezamos la incursión, al borde de los escalones, el equipo se separó y rápidamente nos adentramos el interior de esos solitarios pasillos. El edificio daba toda la impresión de estar en planes para ser demolido. Con sigilo y profesionalismo, nos adentramos en aquel laberinto de concreto y metal oxidado. El sonido de nuestros pasos resonaba en los pasillos vacíos, interrumpido de vez en cuando por el crujir de las tablas podrida o el aullido del viento que se colaba por alguna ventana rota. Las paredes y techos desgastados por el tiempo parecían estar a punto de desmoronarse sobre nosotros en cualquier momento, lo que nos obligaba a avanzar con precaución, pero sin demora. Mientras nos adentrábamos, el aire se volvía más pesado y opresivo, como si estuviera cargado con la maldad y el abandono que habían permeado ese lugar. La oscuridad nos envolvió, y el silencio era abrumador. Solo se escuchaba el sonido de nuestras pisadas y la respiración agitada. Nos movíamos con cuidado, cada paso era medido y cauteloso. La construcción estaba en ruinas, y el ambiente era desolador, los pasillos estaban llenos de escombros, y el polvo se levantaba con cada paso. Era difícil ver más allá de unos metros, pero las linternas en las armas nos permitía ver con mucha más claridad. Con sigilo, caminamos por los pasillos, registrando cada habitación y cada esquina, en cada puerta cerrada o rincón oscuro, nuestras armas se levantaban en posición de combate, listos para enfrentar cualquier amenaza que pudiera aparecer... De repente luego de que despejamos completamente una de las plantas, escuchamos un sonido. Un ruido leve, pero que nos hizo detenernos en seco. Miré a mis compañeros, y ellos estaban tan alerta como yo. Pronto fuimos concientes de que rovenía del último piso. Nos preparamos para lo peor, y avanzamos hacia el origen. Hasta que llegamos a una entrada cerrada con llave. Sabía que debía proceder con cautela y ordené al equipo que se cubrieran mientras abría la puerta de una fortísima patada.

D'Angelo y Grand en seguida ingresaron con mi señal y empezaron a desplegarse en esa sala en ruinas; por último asegurándome que no había amenaza detrás de nosotros, ingresé en la estancia y en seguida dirigí la mirilla de punto rojo a una mesa, o mejor dicho a lo que había sobre ella; un grupo de ratas que no hacían más que roer los restos sobre los platos. Cuando me acerqué los animales saltaron chirriando; pero ellos no eran los que habían llamado mi atención; la comida sí, parecía muy fresca para un lugar abandonado. Con mi dedo índice y medio señalé mis ojos, para que mis compañeros estuvieran atentos, finalmente luego de analizar la pequeña cocina hice otro gesto está vez uno que indicaba abrirse paso por el apartamento para asegurarlo.

Con mi arma en alto, avancé con cautela hacia una de las habitaciones y empujé la puerta. Miré a través de la mirilla y examiné el área con detenimiento, antes de darme cuenta de que no había nadie allí, solo una cama desordenada con sábanas sucias.

—Despejado —susurré antes de avanzar hacia la última—Hay alguien viviendo aquí —añadí con voz baja—. Estén atentos, es probable que sea quien buscamos.

Con mis compañeros cubriéndome las espaldas, forcé la última puerta y un chirrido agudo la hizo ceder. Las sombras dieron paso a la figura de una delgada silueta humana arrodillada junto a la ventana; por su extrema palidez por un instante, no me quedaba duda de que se trataba de un infectado, pero algo en su postura me hizo dudar. Él volteó levemente su cabeza hacia nosotros, las lágrimas resbalaron por sus mejillas antes de que con voz cansina pudiera decir:

—Déjenme... solo, por favor.

Al decir esto, devolvió la atención a la ventana. Lo extraño es que no podía mirar hacia fuera ya que había una lona negra que la cubría.

—¿Eres Nathan Ericson? —gritó D'Angelo, con una voz temblorosa que apenas lograba disimular su miedo.

El hombre no contestó, solo sollozó.

—¡Voltea ahora mismo! —rugí, apuntándole con mi arma—. Hazlo lentamente y muestra tus manos.

El tipo bajó la cabeza, denotando su aflicción. De reojo, miré hacia el saco de dormir del hombre, junto a él estaban un par de botellas de cerveza, el marco de una fotografía y lo que parecía ser una jeringa.

—No voy a repetirlo —dije con convicción—. Levanta las manos y voltea lentamente.

—¡Váyanse! —gruñó él. Con dificultad, se puso en pie blandiendo un cuchillo de cocina.

—¡Suelta el arma ahora mismo! —grité—. Deja el cuchillo y ponte de rodillas.

—¡Jódete! —dijo él como grito de guerra antes de abalanzarse hacia nosotros.

El tiempo pareció ralentizarse mientras apuntábamos nuestras armas y disparábamos ante la latente amenaza. El hombre cayó al suelo, herido de muerte. Fui el primero en aproximarme ya que mis compañeros parecían aún incrédulos de lo que acababa de suceder. Habíamos vaciado por lo menos medio cargador en su frágil humanidad. Me aseguré de que el hombre estuviera neutralizado antes de continuar. Con mi pie, empujé su cuerpo hasta que se volteó. Con el mismo gesto y sin dejar de apuntarle, aparté el arma de filo de su mano. Luego de echarle una rápida mirada a las heridas, observé su rostro. Afortunadamente, era el hombre que buscábamos.

Cansado de todo eso, respiré profundamente antes de decir:

—Grand habla con el equipo de limpieza.

Él en seguida obedeció mientras mi mirada se desviaba nuevamente al pobre hombre, con solo ver las venas de sus brazos surcadas de pinchazos, supe que era un adicto. A punto de alejarme de él, algo captó mi atención: una pequeña funda plástica apareciendo de entre sus dientes ensangrentados; me arrodillé junto al cuerpo y retiré el objeto de su boca, confirmando mis sospechas.

—Fentanilo —aseguré observando la pequeña cápsula o globo que contenía la sustancia.

—Luis, no deberías acercarte  —sugirió D'Angelo.

—Tranquila Melisa; estamos protegidos—respondí con seguridad.

Me alejé del cuerpo para acercarme al saco de dormir. Empujé las botellas de cerveza y entre ellas había más pruebas de la adición del sujeto. Pero eso no fue lo que llamó mi atención, como sí lo hizo la fotografía enmarcada. La levanté, limpié el polvo que la cubría con el dorso de mi guante. Era una imagen de Anna, la mujer que habíamos abatido solo unas calles atrás. Se veía feliz y enamorada junto al hombre que estaba muerto a mis pies.

—Mira esto y dime qué piensas —dije, acercándole la foto a mi compañera.

—¡Cielo santo! Ellos eran... —Melissa, con algo de tristeza, bajó la mirada para observar mejor la foto—. ¿Por qué no teníamos información acerca de esto?

—Al parecer, a la agencia se le olvidó mencionar algunos detalles —dije, cubriendo la cámara en mi pecho antes de avanzar por la habitación.

Necesitaba encontrar alguna pista que nos ayudara a averiguar cómo se contagiaron los amantes. A mi parecer, esa era la mejor pista que teníamos hasta ese momento.

—Puede ser por el fentanilo. ¿Notaste que la mayoría de estos sujetos tienen características similares? —mencioné mientras buscaba entre las pertenencias de la pareja—. Piel pálida, esos ojos vacíos, esa extraña dificultad para hablar...

Sumergido en mi labor investigativa, mi concentración fue abruptamente interrumpida por una llamada urgente a través del intercomunicador. El tono de la voz del coronel, quien instó a que me alejara del lugar, sonaba tensa y preocupada. Pese a su advertencia, mi instinto de detective no me permitió abandonar mi tarea y decidí ignorar la llamada. Me retiré el auricular del oído para continuar con mi búsqueda.

No obstante, D'Angelo también había recibido la misma llamada y, a mi orden, estaba a punto de cortar la comunicación. Fue entonces cuando, como un vendaval, irrumpieron los hombres del equipo de limpieza. Traté de persuadirles para que me permitieran continuar, pero sus amenazas veladas me dejaron claro que no estaba en posición de negociar.

—Debes marcharte de aquí. Es peligroso. —dijo uno de los tipos, su voz firme mientras su mano reposaba sobre el subfusil MP5 que llevaba colgado al hombro.

Observé detenidamente al hombre. A pesar de la amenaza implícita en su voz, no perdí la compostura y le hablé con seguridad.

—Entiendo que hay peligro, pero necesito continuar aquí. ¿Puedes permitir que me quede? —pregunté con voz calmada, pero firme.

El hombre me miró fijamente durante unos segundos antes de responder.

—No puedo decirte mucho. Lo único que puedo decirte es que es peligroso y que necesitas marcharte. No queremos que te pase nada malo.

Sonreí ante esa nueva amenaza. Antes de que pudiera contestar, D'Angelo puso una mano en mi hombro y con la barbilla señaló la salida. Para ese punto, ya teníamos muchos problemas, así que opté por no generarnos nuevos.

Unos minutos después, ya en el exterior, al reunirnos con el equipo en tierra, sentí el peso de la preocupación de todos en el aire mientras abordábamos los Humvees. Lo que sucedió en el edificio iba a afectarnos demasiado. Sin embargo, en términos generales, estábamos listos para continuar con la operación.

La nueva dirección en el condado había sido señalada como el lugar donde uno de los sujetos fue avistado. Los datos satelitales que recibimos eran claros: el objetivo se encontraba en la ciudad de Norwalk, a escasos 10 kilómetros de Downey. Con la información en mano, no nos costó mucho tiempo llegar allí por carretera.

Mientras el equipo en el aire rastreaba la zona en busca del infectado, D'Angelo y yo establecimos un puesto de vigilancia en la azotea de uno de los edificios cercanos al perímetro. El sol comenzaba a ponerse, y la luz tenue del atardecer bañaba la ciudad en tonos rojizos y anaranjados. A pesar de que la temperatura había bajado un poco, el calor de la tarde aún se hacía sentir. Era imprescindible estar preparados para cualquier eventualidad, por lo que D'Angelo se encargó del montaje del nido de francotirador. Con habilidad, armó el trípode del rifle y ajustó la mira telescópica. Yo, por mi parte, seleccioné el rifle McMillan Tac-50 y le coloqué una mira telescópica Schmidt & Bender 5-25x56 PMII para tener una mejor visión de la zona.

Con el telémetro y el barómetro en la mano, empecé a hacer anotaciones en mi cuaderno de datos, verificando la distancia y la presión atmosférica, debíamos estar preparados, más sin embargo habían pasado algunos minutos sin recibir más información. Al mismo tiempo en el que escudriñaba el perímetro a través de la mira, noté que D'Angelo estaba un poco relajada y había olvidado su papel de observadora. Para mi sorpresa, sacó una bolsa de golosinas y comenzó a comer maní. Me ofreció un poco, pero negué con la cabeza y le agradecí. Continué mi tarea, concentrándome en la retícula de la mira, sabiendo que cualquier distracción podría ser fatal.

D'Angelo abrió otra bolsa y comenzó a devorar su contenido de manera frenética.

—Sí que te gusta el maní —dije desviando brevemente la mirada hacia ella.

—Es mi comida reconfortante. Me ayuda a relajarme cuando las cosas se ponen tensas —respondió, con una sonrisa.

A lo lejos, pude sentir una brisa suave soplando desde el este. Tomé nota de la dirección y la velocidad del viento en mi cuaderno, sabiendo que podría afectar el tiro.

—A mí también me gusta el maní, pero prefiero las almendras. ¿Has probado las almendras ahumadas? —nuevamente me dirigí a mi compañera, las cosas parecían tranquilas como para permitirnos una charla amigable.

—No, nunca las he probado —replicó D'Angelo con curiosidad.

—Deberías probarlas alguna vez. Son deliciosas —comenté sin olvidar mi tarea de registrar la zona con la mira telescópica.

—Definitivamente lo haré —dijo ella, guardando la bolsa de maní— ¿Y tú? ¿Tienes alguna comida reconfortante?

—No realmente —dije encogiéndome de hombros—. Pero cuando era niño, mamá solía hacer galletas de pasas que eran increíblemente buenas.

—¿Bromeas? ¡Adoro las pasas!  —exclamó D'Angelo emocionada—. Deberías pedirle la receta a tu mamá y hacérmelas probar alguna vez.

—Lo haré —dije con una sonrisa—. Y tú me tendrás que traer algunas de esas almendras ahumadas.

—Trato hecho —dijo D'Angelo, extendiendo su mano para sellar el acuerdo.

Nos miramos por un momento y reímos.

—Ahora que ya hablamos de frutos secos, vuelva al trabajo cabo —dije en tono humorístico.

Ella asintió y devolvió la atención a sus prismáticos y el resto del equipo de observación.

El sol se ocultaba lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de un intenso color rojo. La ciudad de Norwalk parecía estar sumida en la oscuridad, lo que hacía aún más difícil detectar cualquier movimiento. El silencio era ensordecedor, solo roto por el sonido del viento y el crujir de las bolsas de golosinas que D'Angelo guardaba en sus bolsillos. Mi mente estaba en alerta máxima, esperando cualquier señal del objetivo.

De repente, escuché un sonido a lo lejos. Miré rápidamente a D'Angelo, quien también parecía haberlo oído. Nos quedamos en silencio, escuchando atentamente. La cadencia se hizo cada vez más fuerte, y pude ver a través de la mira telescópica a un hombre corriendo por una calle cercana. Su aspecto era desaliñado y parecía tener síntomas de la infección. Era nuestro objetivo.

—Tengo confirmación visual; está atravesando la intersección entre la avenida Jersey y Foster —dije enseguida al intercomunicador—. Echo uno uno, necesito que marques el objetivo como un blanco certero. Águila uno. A la espera. Fuera.

—Confirmación positiva, es él. Procedan —respondió el equipo de apoyo aéreo.

Preparé mi rifle, apuntando con precisión a la cabeza del hombre. Sabía que no podía fallar, que debía acabar con él antes de que fuera demasiado tarde. Respiré profundamente, manteniendo la calma, mientras apretaba suavemente el gatillo.

Un disparo resonó en el aire, y el hombre cayó al suelo sin vida. Habíamos cumplido nuestra misión. D'Angelo sacó las golosinas y me miró con una sonrisa de satisfacción en su rostro. Yo, por mi parte, me alejé de mi rifle y respiré aliviado. Había sido un día largo, pero habíamos logrado detener a un infectado más.

—Ahora sí, quiero algo de ese maní —dije de manera divertida.

Ambos reímos, y luego de unos minutos dejamos la azotea para buscar el Black Hawk que nos esperaba en un sitio seguro para la extracción.

Antes de que pudiera subir, me encontré con la exagerada muestra de felicitaciones por parte de Philip.

—Un disparo inmejorable, ¿cuánto había, 1500 metros? —me dijo, a pesar del sonido de los rotores del helicóptero pude escucharlo claramente—. Ahora son 149 bajas confirmadas, ¿verdad?

Guardé silencio y solo subí al helicóptero para sentarme junto a mis compañeros de equipo. Empecé a sentir una rara opresión en el pecho, que solo se agravó cuando el sargento Grayson se acomodó a mi lado. Al mismo tiempo que el helicóptero ascendía, con desparpajo casi burlón frente a todo el equipo, Philip destacó nuevamente mi frialdad para abatir a esos infectados, y lo bien que él había coordinado al equipo en tierra para que todas las incursiones tanto del día anterior como de ese fueran efectivas. En un punto, sus risas insolentes incomodaron a más de uno. No entendía cómo era capaz de vanagloriarse con algo como eso, que era un deber que hacíamos por un bien mayor. Algo que terminó con acabar con mi paciencia fue cuando sacó de su bolsillo una libreta y volvió al tema de las bajas que se me acreditaron en mis años de servicio; el tipo, con una sonrisa en el rostro, anotó en el papel el número exacto diciendo que incluiría esa misión exitosa en su diario de guerra.

—Buen tiro, teniente. ¿Quién sabe? Tal vez puedas superar tus propios récords algún día —dijo con una sonrisa burlona.

—Prefiero salvar vidas que sumar bajas —dije en tono confiado. Me costó, pero no cedí ante sus veladas provocaciones.

—No estoy interesado en establecer récords, sargento —añadí—. Estoy aquí para proteger a mi equipo, y cumplir con mi trabajo, algo que deberías hacer tú también en lugar de perder el tiempo anotando números en un papel.

Philip palideció, y se apartó en silencio. Sabía que mi respuesta lo había dejado en ridículo, pero no podía evitar sentirme molesto por su actitud egocéntrica. El resto del viaje transcurrió en silencio incómodo, mientras el helicóptero volaba hacia la base. A mi lado, el sargento Grayson no dijo una sola palabra, y los demás miembros del equipo evitaban hacer contacto visual con él.

Cuando llegamos a la base, recibí la reprimenda del comandante en jefe de la misión. Aunque quería expresar mi punto de vista acerca de que se podía investigar más acerca del modo de contagio si se analizaban los cuerpos de la pareja, ellos no escucharon razones. Esa mañana, categóricamente me gritaron que me limitara a obedecer las órdenes y cumplir con la misión.

Por la noche, tras haber sido sometido a una serie de exámenes médicos para descartar cualquier contagio, me dirigí a la cantina de oficiales en el campamento cercano a la fábrica para encontrarme con mi equipo. Al tomar asiento en la mesa, saqué mi teléfono satelital y llamé a Katie para informarle que mi estancia en la base se prolongaría debido a la observación médica. Intenté aliviar la tensión con una broma acerca del uniforme nuevo que me habían entregado, uno enteramente blanco.

Mientras recogía mi bandeja y me unía a la fila para seleccionar mi cena, el ambiente dentro de la cantina se intensificaba. La cacofonía de risas y juegos entre los oficiales llenaba el espacio, creando un auténtico jolgorio que desbordaba los sentidos.

Finalmente, con mi comida en mano, regresé a la mesa que había elegido para disfrutar de la cena. Por suerte, no estaría solo, pues Grand y Melissa se unieron a mí para compartir la velada. Las bromas y risas continuaban mientras nos deleitábamos con la comida. Sin embargo, nuestra atención se desvió repentinamente hacia un grupo de soldados que acababan de llegar a la cantina. Parecían estar en una unidad recién formada y su presencia en la escena generó un aire de inquietud en el ambiente.

—¿Quienes son esos? —preguntó Grand.

—Son los "chicos manta rayas" —respondió D'Angelo.

Grand y yo la miramos con curiosidad.

—Son parte de la unidad que se encarga de la limpieza de Marina del Rey —dijo Melissa disimulando una carcajada al cubrir su boca con la palma.

Levanté las cejas de manera juguetona, sorprendido por la risa contagiosa de mi compañera. Sus carcajadas me intrigaron y la miré con curiosidad, tratando de entender qué era lo que la hacía reír de esa manera. Sin embargo, sus explicaciones solo me confundieron aún más y terminé encogiéndome de hombros en señal de desconcierto. Con un gesto negativo y un suspiro resignado, aparté mi plato a medio comer y me preparé para escuchar sus divertidas anécdotas una vez más, esperando encontrar finalmente el punto humorístico que parecía escaparse de mi comprensión.

—¿Como estás tan segura que son ellos? —preguntó Xavier, quien a la expectativa de lo que iba a responder nuestra amiga, se cruzó de brazos para escucharla atentamente.

Mientras Melissa explicaba sus observaciones a Grand, mi atención fue repentinamente capturada por el movimiento de un par de soldados que pasaron frente a nuestra mesa. En un instante, reconocí a uno de ellos: Matheus, el hermano de Petrovic. A pesar de que ambos nos reconocimos de inmediato. Nuestros ojos se encontraron solo por un instante antes de que desviáramos la mirada, tratando de ocultar cualquier rastro de conexión.

Había conocido a Matheus en Somalia, durante una misión donde ambos experimentamos lo peor de la guerra juntos. No éramos simples conocidos, éramos amigos que habían compartido vivencias horribles. A medida que la multitud del comedor disminuía, mi necesidad de hablar con él se volvió más fuerte, necesitaba obtener información acerca de su hermano, para empezar a trazar mi plan de contingencia. Lo vi cerca de los depósitos de basura, y sabía que tenía que acercarme.

—Ha pasado un tiempo, hermano —dije en voz baja tratando de disimular—. Pensé que seguías en Oriente Medio.

—Y yo pensé que estabas retirado, hermano—replicó él.

—Eso pensé también —dije.

—¿Solo pasaste a saludar? —preguntó en tono irónico.

—Intenté hablar con Petrovic, ¿Aún está con vida? —dije, un tanto molesto, eso estaba demorando más de lo que quería.

Matheus sonrió.

—Ese viejo perro, es como la mala hierba —respondió.

Él miró alrededor, hasta ese momento no habíamos llamado la atención.

—No pensé encontrarte en un lugar como este Luis. Siempre fuiste el tipo más ético de la unidad. Parece que me equivoqué —dijo él antes de dejar la bandeja en el depósito—. Te seré franco, no quiero problemas hermano.

Dicho esto él avanzó unos pasos. Fui tras él, dispuesto a hacer lo que fuera necesario para conseguir lo que necesitaba

—Tengo dinero —susurré.

—De seguro es demasiado para que hayas vuelto —soltó Matheus emocionado al escuchar su palabra clave—. Pero estoy interesado, ¿qué es lo que quieres?

—Un viaje en helicóptero, quiero cruzar la frontera —respondí—. México el destino.

—¡Demonios! —él soltó un resoplido—. ¿Qué fue lo que hiciste está vez, teniente?

—Basta de rodeos —dije frunciendo el ceño—. Tu hermano y tú tienen una deuda conmigo.

Él hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Te debo mucho, eso es real. Pero estos son negocios y eso que quieres de ser medianamente posible te costará mucho —Matheus avanzó unos cuantos pasos.

Fui detrás de él.

—Ni todo el dinero que te dé el gobierno podría subsanar un viaje como este —musitó antes de sacar un cigarrillo de su bolsillo—. Las fronteras están cerradas y hay la orden de derribar cualquier ave no autorizada.

Tenía que encontrar una manera de persuadirlo.

—Tengo unos veinte mil en efectivo, y unos cinco más en el banco —mencioné.

Matheus se volteó hacia mí y soltó una risa burlona.

—¿Escuchaste lo que te dije? Perdóname, pero con ese dinero no llegarías ni a la puta Texas, teniente.

—Ya sabía que eras un ambicioso de mierda, pero no conocía esos alcances  —dije con una sonrisa irónica

—¿Has visto cómo es ahora? Todos por su cuenta —susurró Matheus—. No es ambición, es supervivencia.

—Solo busca a Petrovic. Te pagaré por ello, no te preocupes, ambicioso pedazo de mierda —dije antes de alejarme de él.

Mientras dejaba el comedor, en compañía de mis compañeros aún pensando en la conversación con Matheus. Sabía que no sería fácil cruzar la frontera, pero tenía que hacerlo. Pensé en todas las opciones que tenía, pero ninguna parecía viable. De pronto en uno de los pasillos nos cruzamos con el soldado imbécil con el apodo Nervi acreditado por mi mismo. El tipo aún con la nariz vendada bajó la mirada al verme, y estaba a punto de pasar de largo, pero lo detuve.

—Soldado, tiene que saludar el rango y no al hombre —dije en tono burlón.

Asintió, antes de cuadrarse en un saludo militar.

—Buenas noches, teniente —dijo, en tono sumamente alto el cual retumbó en el pasillo.

—Descanse, soldado —respondí con firmeza, correspondiendo a su saludo antes de continuar mi camino junto a mis compañeros hacia la sala de operaciones.

Al llegar, D'Angelo se dirigió hacia la pizarra de corcho y retiró con cuidado las fotografías de los objetivos que habíamos abatido hasta ese momento. Cada imagen parecía retratar la vida de una persona que ahora había sido reducida a un simple trofeo en nuestra misión. Con un gesto de cansancio y resignación, en medio de un suspiro que parecía decir más de lo que sus palabras dejaban ver, colocó las fotografías y los informes de esas personas dentro de un sobre amarillo.

La habitación parecía más silenciosa de repente, como si la tristeza y la angustia hubieran invadido cada rincón. La única voz que se escuchó fue la de ella, que con un gesto de la cabeza indicó que el coronel nos esperaba de vuelta. Debíamos planear la próxima operación.

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