^^^"La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad; solo la luz puede hacer eso"^^^
^^^- Martin Luther King Jr.^^^
Durante la larga noche, la base permaneció en un estado de alerta constante ya que habíamos recibido horas previas un aviso de no abandonar las instalaciones hasta que llegaran a un consenso acerca de cómo deberíamos llevar a cabo esa nueva misión.
Después de hablar con Katie acerca de las nuevas medidas que habían tomado los comandantes a cargo de la misión, me despedí de ella con la promesa de que volvería temprano en la mañana.
Todos sabíamos que la operación que se avecinaba era de un riesgo sin precedentes. Nos habíamos enfrentado a misiones peligrosas en días recientes, pero esta vez la situación era diferente. La reunión acorde a la importancia estaba llena de altos mandos militares, agentes de la CIA y delegados de seguridad nacional. Todos habíamos sido convocados para planificar la incursión en varias ubicaciones de Los Ángeles, una tarea conjunta que requería la máxima precisión y cuidado para evitar daños colaterales en la población civil, o por lo menos esa era mi apreciación, estaba equivocado. Mientras observaba a mi alrededor metódicamente, me di cuenta de que mis prioridades diferían de las del resto. Para mí, proteger a los ciudadanos inocentes era de suma importancia, y me angustiaba pensar en los posibles daños que podríamos causar. Pero para los encargados de la misión Estigia, la meta era clara: abatir a los objetivos y cumplir con la misión, sin importar las consecuencias de invadir una ciudad, llena de millones de vidas. Ya no estábamos hablando de zonas remotas, hablábamos de espacios concéntricos donde el mínimo error podía ser fatal.
Antes de ponerme en pie, me aclaré la garganta y pedí la palabra al general Debante, quien presidía la reunión. Mi voz sonó firme y decidida al dirigirme a los presentes.
—Señores, entiendo la importancia de cumplir con nuestra misión, pero no podemos pasar por alto la vida de los civiles que habitan en la ciudad. No podemos permitirnos poner en riesgo a personas inocentes —dije con énfasis—. Debemos minimizar estos riesgos, y las estrategias que proponen son sumamente invasivas para usarlas en este caso.
Los altos mandos militares se miraron entre sí, aparentemente sorprendidos por mi postura. El coronel Grayson frunció el ceño y dijo:
—Teniente, comprendemos su preocupación, pero no podemos darnos el lujo de fracasar en esta misión. Los objetivos que debemos abatir son una amenaza para la seguridad nacional y no podemos permitirnos fallar.
—Estoy seguro de que podemos cumplir nuestra misión sin poner en riesgo la vida de los civiles. Necesitamos planificar cuidadosamente cada paso y llevar a cabo la operación con precisión —insistí—. Podemos tomar medidas para evacuar a las personas que se encuentren en las zonas de la operación y asegurarnos de que no haya daños colaterales...
Pero mi propuesta fue interrumpida abruptamente por uno de los hombres de traje de Seguridad Nacional.
—Eso es imposible —dijo con tono amenazante—. ¿Es que es nuevo en esto, Teniente? Si no lo es así quizá no sepa la seriedad de esto. No podemos permitir que la información de lo que estamos haciendo se filtre a los ciudadanos. Eso desataría un caos sin precedentes, sería el fin de nuestro país.
Clavé mi mirada en el hombre de Seguridad Nacional, mi ceño fruncido de incredulidad. ¿Cómo podía alguien poner por encima de todo la necesidad de mantener en secreto esta misión, incluso si eso significaba poner en riesgo la vida de civiles inocentes? En esa ocasión era diferente, ya que los últimos objetivos se refugiaban en hogares residenciales. Estaba por decir esto, pero guié mi mirada furiosa al Sargento Grayson, quien con notada ironía susurró:
—Ya lo vimos precautelar la seguridad, dentro de ese edificio en Downey.
—¿Dijiste algo? —pregunté perdiendo la paciencia.
Philip respondió con una estúpida sonrisa, y se encogió de hombros.
—Vamos, repite lo que dijiste, te reto a hacerlo —le dije, mirándolo directamente a los ojos.
El coronel Grayson intervino con una voz severa que dejó en claro que no se tolerarían más interrupciones.
—¡Basta, Teniente! —exclamó—. Toma asiento y cállate. En caso contrario, voy a acusarlo de desacato. Todos estamos en el mismo equipo.
Sentí un nudo en mi garganta y me senté en silencio, furioso y frustrado. Sabía que teníamos que trabajar juntos, pero era difícil mantener la compostura ante tanta desconsideración y desprecio por la vida humana.
La reunión continuó durante varias horas, mientras yo exponía algunas ideas y los altos mandos debatían la mejor forma de llevar a cabo la operación. Finalmente, se llegó a un acuerdo en el que se tomarían medidas adicionales para precautelar la vida de los civiles, mientras se cumplía con la misión.
Luego de todo ese altercado, me sentí aliviado al ver que mis ideas habían sido escuchadas y que se habían tomado en cuenta. Sabía que aún había un largo camino por recorrer, pero estaba dispuesto a hacer lo necesario para cumplir con mi deber y precautelar el bienestar de los civiles, tal y como lo veníamos haciendo.
Con un intenso dolor de cabeza, abandoné la oscura sala sin pronunciar una sola palabra más. Afortunadamente, la reunión había llegado a su fin, y por fin pude liberarme del agobiante ambiente. La luz del amanecer me sorprendió al salir de la habitación, y sentí un atisbo de esperanza en mi interior. Los primeros rayos de sol se colaban entre las persianas, iluminando mi camino y llenando el ambiente de una suave calidez. Al comprobar mi reloj de pulsera, me di cuenta de que eran algo más de las seis de la mañana.
—¡Maldición! —exclamé para mí mismo, sonriendo con ironía—. Esto sí que me ha llevado demasiado tiempo.
Caminé por los pasillos de la fábrica, ahora abarrotados de efectivos militares, y finalmente salí al exterior, donde me reuní con mis compañeros. Todos esperaban pacientemente en las carpas junto al bloqueo de la carretera. Después de que me ofrecieran un café y me pidieran que tomara asiento, les expliqué todo lo que se había discutido en la reunión y les di las órdenes finales para la misión que teníamos por delante. Una vez terminado, les aconsejé que regresaran a sus hogares para descansar y prepararse adecuadamente.
Decidí hacer lo mismo, y mientras me dirigía hacia el estacionamiento, me topé con la agente Mansour junto a su coche. Tras un breve intercambio de miradas, quise saludarla.
—Realmente fue un alivio no verte en esa reunión —empecé a decir—. Pensé que estarías ahí para desacreditar mi trabajo aún más.
Ella rió suavemente y se acercó.
—Desafortunadamente, tengo que dejarte —dijo con un suspiro, apoyando su cuerpo en la puerta de mi camioneta. Su mirada de vivaces ojos cafés se clavó en mí, por un par de segundos—. Me asignaron una nueva misión en San Diego.
—¡Cielos, qué mala fortuna! —dije irónicamente
Ella asintió antes de decir:
—San Diego, ahora parece un buen lugar, después de todo.
—Conozco a algunos tipos de allí, ahora que sé que irás, siento algo de lástima por ellos —bromeé.
Fátima sonrió a pesar de su descontento, mientras sacudía su cabeza los rizos de su cabello se alborotaron aún más.
—Siento pena por los que se quedan aquí y tendrán que soportarte —dijo en tono de broma.
—Tú y tus malos chistes. Definitivamente no voy a extrañar eso —respondí, desviando la mirada, aunque no pude evitar reír levemente.
Mansour palmeó mi hombro.
—¿Blanco, eh? ¿Es por lo de Downey?
Miré hacia abajo y me di cuenta con cansancio de que aún llevaba puesto el uniforme del hospital de la base militar. Un sentimiento de incomodidad se apoderó de mí al darme cuenta de mi descuido.
—Fátima, olvidé cambiarme —le dije mientras me rascaba la nuca, sintiendo la humedad del sudor acumulado en mi uniforme.
—Tranquilo, te queda bien —respondió Fátima con una sonrisa amistosa, extendiéndome su mano—. Fue un placer trabajar contigo de nuevo. Eres un buen hombre. Un poco testarudo, pero bueno al fin y al cabo.
Estreché su mano firmemente y la miré a los ojos antes de decir:
—¿Quién eres realmente? ¿Dónde está la verdadera Mansour? ¿La llevaron al área 51?
—No hables de asuntos clasificados — respondió siguiendo mi broma.
—Sabía que era real, tenía razón, y todos me llamaron conspiranoico —dije en tono humorístico.
Ella negó con la cabeza y rió suavemente antes de alejarse.
—También fue bueno trabajar contigo. No eres tan mala como pensé —le dije antes de subir a mi camioneta.
Encendí el motor y me dirigí hacia el primer puesto de vigilancia. Matheus se acercó a mí de forma disimulada.
—Tengo información sobre Petrovic. Me debes cinco mil —me informó—. En la tarde te la entrego, luego de que pagues por la inmediatez de mi servicio.
Asentí con la cabeza, y él lanzó un pequeño papel dentro de la cabina para alejarse tan rápido como había llegado, entonces puse un pie en el acelerador, preguntándome qué habíamos hecho mal para llegar a esas circunstancias en las que parecía que la libertad en nuestro país se había acabado dando paso a la corrupción y a la vigilancia únicamente de los intereses propios. Pero en el fondo, después de un día tan largo y agotador, me alegró al menos tener una buena noticia. Como buen estratega, me era altamente grato tener un plan de respaldo.
Conducía por la tranquila calle de mi barrio cuando de repente, algo capturó mi atención. En la casa de mis Grace y su hija, se habían congregado un par de soldados que custodiaban la entrada. La preocupación y la curiosidad me invadieron mientras me detenía justo al frente. Sin embargo, lo que vi al bajar la ventanilla me hizo estallar de rabia: el agresor que había lastimado a la familia estaba siendo escoltado hacia el interior de la casa.
—¡Esto tiene que ser una puta broma! — exclamé totalmente irritado ante la idea de que ese individuo estuviera allí. Decidido a tomar medidas, salí del coche sin importarme que lo había dejado en medio de la calle. Me acerqué a los soldados con el dedo índice apuntando hacia el agresor.
—¿Qué hace ese infeliz aquí? Se supone que debería estar detenido —grité.
—Hola, vecino —me dijo ese idiota con una sonrisa en su rostro.
Una que estaba dispuesto a borrar a golpes. Los soldados de inmediato se hicieron cargo bloqueando mi paso.
—Teniente, tranquilo —me dijo uno de ellos—. Lo tenemos cubierto.
Incrédulo, fruncí el ceño y me aparté un par de pasos hacia atrás. Uno de los custodios puso en mis manos un radio comunicador, antes de decirme que debía hablar con el coronel.
—Ese bastardo es un abusivo que golpeó a su mujer e hija, ¿qué demonios hace aquí y no en una maldita prisión? —grité en el radio una vez que el coronel contestó.
—Cálmate y escúchame —empezó a decir Grayson—. El tipo es cirujano y estamos cortos de personal médico en la base...
Inmediatamente interrumpí.
—¡Si lo veo rondando por mi casa, le meteré una bala en la cabeza, ¿me oíste?
—No te dará problemas, te lo prometo,
Luis —aseguró el coronel—. Ahora mismo los soldados tienen la orden de traerlo a la base. Aquí lo tendremos vigilado...
—¡Vete al demonio Grayson!
Corté la comunicación para devolver el radio y volver a mi camioneta. Por la ventanilla y antes de poner un pie en el acelerador, observé cómo se llevaban nuevamente esposado a ese tipo. Al parecer, tener unos pocos minutos de calma era un lujo para ese entonces.
Al llegar a la valla frente a mi casa, me encontré con los soldados que vigilaban mi hogar con amabilidad. Les pregunté por el vecino y me tranquilizó saber que no había habido ningún altercado. Con un suspiro de alivio, entré en mi casa. En la sala, Charlie estaba cerca de nuestra colección de vinilos, intentando poner uno de los LP en el tocadiscos. Al verme, se alejó corriendo hacia el sillón con una respiración agitada, como si hubiera sido sorprendida en algo indebido.
—No hice nada malo, te lo prometo —balbuceó con evidente nerviosismo—. No lo rompí.
—Hola. Tranquila —susurré algo confundido, pero con una sonrisa tranquilizadora—. Puedes poner música si quieres, eres nuestra invitada, estás en tu casa.
—Gracias, pero en realidad no sé cómo funciona —respondió ella tímidamente—. Es diferente a lo que conozco como un reproductor de música.
Cuando atravesé la sala, observé a Charlie todavía de pie junto a nuestra colección de vinilos. Se encontraba muy cerca del sofá con un toque de duda en todo su lenguaje corporal. Era una chica muy joven, con el cabello oscuro y lacio que caía en cascada sobre sus hombros. Tenía unos ojos grandes y brillantes que parecían expresar una mezcla de inocencia y nerviosismo. En ese momento, vestía una camiseta holgada y unos pantalones cortos desgastados. Tenía una expresión tímida en su rostro cuando me vio acercarme.
Le sonreí de manera que intentaba transmitir que todo estaba bien, mientras desviaba la mirada hacia las escaleras que llevaban a la planta superior, donde oía las risas alegres de Katie y Grace.
—¿Te gusta la música? —pregunté al acercarme al mueble con los discos, descubriendo que Charlotte aún se mostraba un poco avergonzada.
Tal vez era el miedo lo que la hacía retraída. Vivir con un monstruo en su casa, su padre borracho que la golpeaba a ella y a su madre, me hizo comprender su desconfianza. Finalmente, con un poco de interés, se acercó a echar un vistazo al LP que tenía en las manos.
—Aquí está el botón de encendido —le expliqué señalando los controles.
—Voy a mostrarte cómo funciona, ¿bien? —añadí con una sonrisa tranquilizadora—. Es muy fácil. Deja que te muestre.
Con delicadeza, tomé el vinilo que Charlotte había elegido y lo coloqué sobre la plataforma.
—Ahora, fíjate en el brazo —le dije, señalando la pieza móvil que sostenía la aguja—. Lo único que tienes que hacer es moverlo con cuidado hasta que quede justo encima del inicio del disco. Mira, así.
Asintió con emoción, se notaba que estaba muy atenta a mi explicación.
—Y listo, ya puedes escuchar la música —dije, sonriendo. Quería que Charlotte se sintiera cómoda y segura en mi casa, así que le hablé con amabilidad y tranquilidad—. ¿Te animas a intentarlo?"
Ella respondió con más confianza:
—Está bien, espero no dañarlo.
—No lo harás —aseguré
Con curiosidad, tomó uno de los LP y reprodujo el procedimiento con precisión. Pronto, la melodiosa estructura de la música de Kate Bush se extendió por la sala. Charlotte esbozó una leve sonrisa y cerró los ojos por unos segundos, disfrutando de la música. Miró la imagen de la portada del álbum, con increíble admiración y susurró:
—Esto es muy bonito, como nada que haya visto antes. ¿La mujer, es una cantante de tu época?
Levanté las cejas simulando estar sorprendido.
—Voy a fingir que nunca dijiste eso — dije a modo de broma.
—De verás no lo sé. Perdona por preguntar —ella bajó un poco la mirada y acarició suavemente la portada del álbum.
—Nunca digas: perdona por preguntar. Es normal sentir curiosidad —empecé a decir en medio de una sonrisa—. Hay que aclarar que yo no soy lo suficientemente viejo como para que esa sea música de mi época.
Se rió suavemente cuando le enseñé el año en el que fue lanzado el álbum.

—Y tú no eres lo suficientemente joven como para no conocer a Kate Bush — añadí, riendo—. Bueno, ella es una cantante y compositora británica muy influyente. Tiene un estilo muy único.
—Ella canta muy hermoso —dijo con una sonrisa de admiración mientras escuchaba la interpretación y observaba atentamente la portada del álbum.
—Tienes razón, tiene una voz muy bonita y armoniosa —respondí.
—Me gusta mucho la música —comentó ella con un suspiro—. Escucho de todo tipo, pero nunca había oído algo como esto. La melodía es una invitación a la tranquilidad.
Noté que su mirada se desviaba hacia el suelo, así que traté de mantener la conversación amigable:
—Solía verte afuera de tu casa con unos auriculares, de seguro tienes mucha música en tu móvil.
Ella disolvió su sonrisa y su voz sonó un poco triste cuando contestó:
—Ese no era un teléfono como tal, era un iPod.
—¿Qué es un iPod? —bromée, tratando de hacerla sonreír de nuevo.
Charlie se rió por lo bajo y explicó:
—Es un aparato para reproducir música.
—Ah, ya sé lo que es. Solo quería hacerte reír un poco. ¿Por qué ya no lo veo contigo? —pregunté con la misma alegría.
Ella volvió a bajar la mirada y supe que había tocado un tema sensible.
—Él lo aplastó con su pie —dijo en medio de un sollozo.
Me arrepentí de haber preguntado y traté de consolarla:
—Lo siento mucho. De verdad lamento que hayas tenido que pasar por eso.
Quise hacer algo para ayudarla, así que saqué mi iPod del bolsillo:
—Toma, puedes quedarte con el mío. No es de última generación, pero tiene mucha capacidad para que puedas almacenar tu música.
Charlie levantó un poco la mirada, sorprendida:
—¿En serio?
—Claro que sí. Mientras buscamos cómo comprarte otro, puedes usar este.
Llevé la mano a la cabeza, intentando pensar en la mejor manera de ayudarla.
—Además, tengo unos auriculares extras por aquí, y puedes usar cualquiera de las laptops de la casa para almacenar en él tu música favorita —añadí con una sonrisa.
Charlie asintió emocionada y tomó el dispositivo que le ofrecía.
—El mío era solo la versión nano, pero este es mucho mejor. Gracias.
—No hay problema. Si necesitas algo más, no dudes en pedírmelo —le aseguré.
—Si tienes alguna pregunta o necesitas ayuda, no dudes en preguntarme —añadí con amabilidad—. Katie y yo estamos para ayudarte en lo que necesites.
—Gracias —dijo Charlotte con una sonrisa agradecida.
—No hay problema —susurré—. Disfruta de la música.
Katie, al verme como todos los días, se lanzó a mis brazos para llenarme de besos. A pesar de todo, escuchar la música, sentir ese momento de tranquilidad, llenó de paz mi alma que estaba sobrecargada con la pesadez de esos días que parecían interminables.
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