En mi motocicleta y a toda velocidad avancé entre las calles evadiendo las barricadas que los militares habían levantado en las principales arterias. La noche caía sobre la ciudad y el sonido de los motores de los vehículos de emergencia se mezclaba con el zumbido de las luces de neón de algunos de los edificios que mantenían su funcionamiento con el mismo propósito. Mientras conducía por las calles, me di cuenta de que nunca había estado tan concentrado en mi vida. Sabía que el tiempo era crucial y que no podía permitirme ningún error.
Finalmente llegué al lugar acordado un viejo depósito de carga donde esperé pacientemente a que mi contacto apareciera. Mientras tanto, aproveché para repasar mentalmente todos los detalles de mi plan de apoyo. Luego de unos minutos más, alguien apareció de entre las sombras, para con voz muy seria decir:
—¿No te siguieron verdad?
Sonreí, al reconocer su voz, era Petrovic. Ese tipo si que era un conspiranoico ya que venía vestido totalmente de negro y hasta traía un pasamontañas.
—Vistiendo así, no llamas para nada la atención, hermano —repliqué sarcásticamente.
—Muy gracioso, Teniente. Pero no respondiste mi pregunta.
—Estoy solo, fui muy cauto, ¿qué quieres que te diga? Solo idiotas ambiciosos como tu hermano o tú cuidan esta ciudad —respondí, apartándome del asiento de mi motocicleta.
—Hablando de ello, alguien me dijo que tienes algo de dinero para mí —dijo Petrovic, quien se mantuvo estático y comenzó a mirar en todas las direcciones.
—Pensé que ibas a saludarme primero, qué decepción —hice un gesto negativo con la cabeza y saqué el sobre con los cinco mil del bolsillo de mi cazadora.
Lo levanté en el aire, y él inmediatamente se acercó para tomarlo. Pero en seguida aparté mi mano.
—No tengo tiempo para estupideces, Petrovic. ¿Vas a ayudarme o no? —dije tajantemente.
—Voy a hacerlo.
Él asintió y me pidió que lo siguiera. Con desconfianza, fui detrás de él asegurándome de que mi arma estuviera en mi espalda, asegurada a mi cinturón.
Petrovic se apresuró hacia la entrada del depósito y giró la llave para abrir la puerta. Me mantuve a su lado, con los sentidos alerta ante cualquier posible amenaza. El interior del lugar estaba envuelto en una oscuridad total y el silencio solo era interrumpido por nuestros pasos. Pero en cuanto Petrovic encendió las luces, pude distinguir la gran cantidad de cajas y objetos cubiertos por lonas que llenaban el espacio.
—¿Qué es todo esto? —inquirí con curiosidad.
—Armas y suministros que conseguí para lo que se viene —respondió Petrovic, acercándose a una de las cajas. La abrió y me mostró una gran cantidad de municiones y explosivos.
—Impresionante —observé, inspeccionando los objetos con detenimiento—. Entonces los rumores acerca de que ahora eras contrabandista eran ciertos.
Petrovic me dirigió una mirada severa.
—Sí, pero esto es solo el comienzo. Si queremos enfrentar la amenaza que se avecina, necesitamos mucho más. —dijo, sonando un tanto desequilibrado—. Esto es obra de los Coreanos, estoy seguro. Y estoy listo para acabar con unos cuantos amarillos.
Sin previo aviso, Petrovic avanzó hacia el fondo del depósito y con una palanca abrió una caja de madera. Me asomé con curiosidad para ver qué más guardaba. Con una sonrisa en el rostro, sacó una botella de whisky escocés, la destapó y dio un sorbo para ofrecerme la botella.
—Me alegro de verte, hermano —le dije antes de beber un trago ligero.
—Entonces dame un abrazo —replicó él, en medio de una carcajada bajó el pasamontañas que cubría su cara y se lanzó a mis brazos.
—Escucha sargento —dije correspondiendo a su efusivo saludo, pero inmediatamente me aparté un par de pasos hacia atrás para continuar—. ¿Matheus te habló de mis planes? En realidad quiero cruzar la frontera hacia México.
Asintió antes de tomar un largo trago.
—Tengo una deuda de honor contigo, me salvaste la vida muchas veces. Teniente pero —el negó con la cabeza—, aunque quiero ayudarte me es imposible, ya no tengo el helicóptero.
Fruncí el ceño con incredulidad, había perdido mi tiempo.
—Bien —observé a mi alrededor—. Entonces creo que me iré, no te metas en problemas Petrovic.
—Fue bueno verte —añadí antes de caminar hacia la salida.
Él me dió alcance unos cuantos pasos adelante.
—Puedo ayudarte a cruzar las barricadas militares. Tengo contactos, ¿cómo crees que traje todo esto aquí? —me preguntó con una sonrisa enigmática—. Puedes quedarte con algunas armas por un bajo precio, no nececito todas de cualquier modo.
—Gracias por la oferta, pero no estoy interesado, hermano —le dí una palmada en el hombro—. No te metas en problemas.
Al decir eso me despedí y dando media vuelta, continué con mi camino.
—Algo está pasando, teniente. Una guerra se desatará y estaré preparado. Deberías también estarlo —gritó él en medio de una carcajada mientras yo caminaba hacia la salida—. Presiento que no será la última vez que nos vamos a ver. Sabes dónde encontrarme.
Volteé lentamente, y negué con la cabeza antes de alejarme definitivamente de ese lugar. Petrovic parecía estar loco, y era un tanto ambicioso, pero desafortunadamente tenía razón, algo se estaba acercando.
...****************...
Al despertar temprano en la mañana, conduje hasta la base de operaciones y, como antes, asumí el control de la última operación para la misión Estigia, abordando el helicóptero.
Después de eliminar a un par de objetivos con relativa facilidad neutralizado la amenaza a distancia, nos encontramos enredados en un laberinto urbano del sur de la ciudad, donde, al parecer, algunos familiares de uno de los enfermos se habían atrincherado. No fue hasta horas más tarde, cuando nos dedicamos a hacer un investigación de campo desde el último piso de un edificio cercano, que descubrimos su extraño comportamiento. En general, estábamos vigilando a la familia, que extrañamente visitaba constantemente la azotea, desde donde surgían algunos ruidos extraños. Además, parecían estar alimentando a algo o alguien, ya que siempre llevaban bolsas en las manos.
—Hay un total de cinco, dos mujeres y tres hombres, incluyendo a un adolescente —comentó D'Angelo, que estaba a mi lado, observando con unos prismáticos.
Desvié mi mirada de la mira telescópica y la poso en D'Angelo. La tensión se palpaba en el aire mientras formulaba mi pregunta con voz firme y controlada:
—¿Puedes obtener imágenes infrarrojas del interior de la casa?
D'Angelo afirmó con la mandíbula tensa y la vista clavada en su dispositivo táctico, como si estuviera concentrado en descifrar un enigma.
—Según los datos satelitales recientes, —dijo con un tono grave—, hay dos individuos en la azotea. Ambos presentan una baja temperatura corporal, lo que indica que están infectados.
El impacto de sus palabras fue devastador. Sentí un puñetazo en el estómago. Con el ceño fruncido y la mirada fija en la casa. Traté de comprender lo que estaba sucediendo, pero era demasiado para mi mente.
—¿Dos? ¿Cómo es posible? —estallé en un arrebato mientras ajustaba mi propia mira de infrarrojos sobre la azotea—. ¿No debería haber solo uno, el último? ¡Maldita sea!
Aunque mi visión no era clara, pude identificar a ambas figuras irradiando una leve cantidad de calor. Inmediatamente intenté ponerme en contacto con el general y el resto de los individuos que observaban la operación detrás de sus cómodas sillas de terciopelo. Con un suspiro de frustración, tomé mi dispositivo para contactar a los comandantes que se encontraban cómodamente sentados detrás de sus escritorios. No podía permitir que mi ira y decepción quedaran sin ser escuchadas. Debía hacerles saber que necesitaba información precisa para llevar a cabo la misión de manera efectiva y segura, mucho más una tan delicada como esa. Mientras esperaba a que respondieran, no pude evitar sentir un profundo desprecio por aquellos que se sentían tan distantes de la situación en el campo de batalla. Ellos nunca comprenderían lo que era arriesgar la vida en una misión que podía ser sabotear por la falta de información. Al fin y al cabo, eran ellos quienes tomaban las decisiones desde una posición segura y no los soldados que poníamos en riesgo nuestra vida en la línea del frente.
Cuando finalmente recibí la respuesta, mi frustración se desbordó. Me dijeron que sí en ese momento había dos objetivos, los planes no cambiaban para nada; categóricamente expresaron que era mi obligación como oficial de mayor rango en el campo era dirigir a la unidad para neutralizar esa nueva amenaza.
El ambiente estaba tenso y cargado de adrenalina. Desde mi posición estratégica, podía distinguir vagamente la silueta de dos personas detrás de la pared, pero no lo suficiente para tomar una decisión apresurada. El cabo Grand, con su tono seguro, me ofreció la opción de disparar con el rifle anti material, pero sabía que esa no era una opción viable. No podía poner en peligro la vida de los niños que se encontraban dentro de la casa. Además, esa era una zona de pandillas, y cualquier acción imprudente podía tener consecuencias graves. Los altos mandos no parecían entenderlo, pero yo sí.
—¿Tenemos contacto con el equipo de apoyo en tierra? —pregunté.
Mis dos cabos a cargo intercambiaron una breve mirada y asintieron.
Suspiré con pesadez y me alejé del nido de francotirador. Sabía que tenía que actuar de manera diferente a la estrategia inicial. No podía permitir que la situación se agravara. Tenía que hablar con esas personas y encontrar una solución menos invasiva para desarrollar la operación. Miré a mis cabos a cargo y les dije:
—De acuerdo, utilizamos el plan de apoyo. Hablaré con esas personas y les mentiré diciendo que sus familiares estarán mejor al resguardo de médicos profesionales. D'Angelo, dile eso al coronel.
La cabo D'Angelo parecía preocupada por la estrategia, pero no había otra opción.
—No sé si sea conveniente, señor —me dijo ella, claramente inquieta.
—Haz lo que te dije. Hablaré con el equipo en tierra. Vamos a necesitar hacer esto con cautela —le ordené, determinado a llevar a cabo la operación sin poner en peligro a nadie.
Observé de nuevo la casa objetivo, inspiré profundamente y sentí que la tensión se acumulaba en mi cuerpo. Era evidente que ese lugar era un refugio de pandillas, pero tenía que actuar con precaución y serenidad.
—Vamos a hacer esto a mi manera — añadí con determinación.
Tomé una profunda respiración y me centré en la tarea que tenía por delante. Dos infectados en la azotea eran un problema importante, pero no era algo que no se pudiera manejar. Habíamos trazado una estrategia de apoyo para situaciones como esa, y estaba seguro de que sería suficiente. Revisé mi equipo, asegurándome de que todo estuviera en orden antes de avanzar con la incursión.
Una vez en la calle al reunirnos con la unidad de apoyo en tierra. Observé detenidamente la situación y les hablé a mis hombres a cargo con un tono sereno y decidido:
—Escuchen, tenemos que ser inteligentes y pensar fuera de la caja. Si intentamos asaltar la casa directamente, ponemos en riesgo la vida de los niños y la nuestra también —empecé a decir—. Pero si usamos su debilidad en nuestro favor, podemos salir victoriosos sin derramar una gota de sangre.
Señalé con mi índice la casa objetivo, que no estaba lejos.
—Sabemos que las pandillas valoran su territorio y su reputación, así que haremos que piensen que los estamos subestimando —añadí—. Para lograr eso, Grand, D'Angelo. ¿Soldado?
Me dirigí a otro de los efectivos, un chico muy amable y callado, del que me sentí apenado por no recordar el nombre. A pesar de que ya llevábamos varios días trabajando juntos, aún no había logrado recordar todos los nombres.
—Mi nombre es Howki —replicó él.
—Ah, disculpa, Howki. Tú también vienes con nosotros. Vamos a simular ser médicos epidemiólogos —dije finalmente, dándole paso a D'Angelo, quien me dirigió una rápida mirada con sus brillantes ojos aguamarina antes de repartir las identidades falsas que habíamos creado específicamente para esa misión.
Mientras mis compañeros revisaban con entusiasmo la documentación que nos acreditaba como médicos, decidí avanzar con la planificación.
—Entonces, entramos hablamos con los familiares. Les hacemos saber que sus seres queridos estarán mejor con nosotros —puntualicé, haciendo contacto visual con cada uno de mis compañeros —. Una vez que tengamos la situación bajo control, explicamos la importancia de poner la casa en cuarentena. Después de la evacuación, procederemos a neutralizar los objetivos. ¿Está claro?
Todos asintieron solemnemente, excepto el sargento Grayson, que parecía escéptico.
—Una vez que estemos dentro si las cosas se ponen feas -cosa que espero no suceda-, neutralizaremos a los ocupantes con gases no letales y procederemos con la operación o en caso de que la situación se nos escape de las manos vamos a retirarnos —continué—. No abran fuego, ¿de acuerdo? Es importante no hacerlo, hay niños dentro, uno de ellos según los expedientes tiene una enfermedad mental.
El sargento finalmente resopló sonoramente antes de decir:
—Esto es una pérdida de tiempo. Teniente. Además de ser riesgoso, ¿por qué tomarse tantas molestias?
No me molesté en responder a su comentario. En cambio, le recordé cortésmente que debía acatar mis órdenes como el oficial de mayor
—Sargento Grayson, su equipo prestará apoyo y se ubicará en este punto —saqué un mapa del vecindario y señalé la posición que él y sus hombres debían ocupar—. Su tarea es cubrir nuestra vía de escape en caso de que algo salga mal. ¿Entendido?
—¿Qué? ¿Me relegas a un equipo de apoyo? ¿Sabes quién soy? —exclamó exageradamente molesto.
—Ya lo he hecho, Philip. Y es mejor que cumplas con las órdenes que se te han dado —anuncié firmemente, sin intención de discutir más—. Ahora, retírese, sargento, y haga su trabajo.
Él negó enérgicamente con la cabeza, me clavó la mirada por un par de segundos, antes de dar media vuelta y dirigirse a sus hombres con las nuevas órdenes. Me volví hacia mi equipo y les di una última advertencia para que se protegieran como hermanos, durante todo momento.
—Vamos a necesitar toda la paciencia y el sigilo que tengamos. La prioridad es la seguridad de los civiles, no podemos arriesgar sus vidas —aseguré finalmente antes de chocar puños con ellos.
—Nuestro objetivo es entrar y salir de allí sin levantar sospechas, para eso tenemos que comportarnos como expertos en nuestro campo ¿Entendido? —añadí.
Ellos como no podía ser de otra manera respondieron con un leve asentimiento, pero se notaba a leguas el nerviosismo y preocupación plasmado en sus rostros. No era para menos con lo que estábamos a punto de hacer.
—No se preocupen, no estamos solos. La unidad de apoyo estará afuera, monitoreando todo lo que suceda. Si algo sale mal, serán nuestro respaldo inmediato —dije con convicción.
Me aseguré de que todos entendieran lo que tenían que hacer y de que estuvieran preparados para cualquier eventualidad. Después de unos minutos, partimos hacia la casa objetivo, dispuestos a poner en marcha nuestro plan.
Después de hablar con el equipo en tierra, que mostró inicialmente su incredulidad pero finalmente aceptó la misión una vez que el coronel dio su aprobación, nos preparamos para avanzar hacia la casa objetivo. D'Angelo, el cabo Grand, Howki y yo nos pusimos nuestra indumentaria de seguridad, tanto para el riesgo biológico como la protección corporal en caso de problemas. Caminamos con naturalidad, como habíamos planeado, aunque más de uno observaba los techos aledaños en busca de hostiles. Nos acercamos sigilosamente a la casa, manteniendo una distancia segura para evitar la exposición a cualquier peligro que pudiera haber en el interior. Mi equipo se movía como un reloj suizo, sincronizados y coordinados, sin emitir un solo sonido que pudiera alertar a los ocupantes.
Una vez, llegamos a la entrada principal, el equipo de apoyo aseguró el perímetro, y yo toqué suavemente el timbre. Después de unos minutos, una mujer abrió, claramente inquieta.
—Buenas tardes, señora Danielson —le dije con cordialidad—. ¿Cómo está?
—Buenas tardes —respondió ella atropelladamente, desviando la mirada hacia mis compañeros a mi espalda— Mi hijo ya pagó por todos sus crímenes... No entiendo qué hace la policía aquí. Estamos acatando el toque de queda que recomendó el gobierno.
—Señora Danielson —dije en tono suave en un intento de calmar a la pobre mujer—. No somos de la policía, estamos aquí para ayudar. Sabemos que su hijo menor: Peter. Está enfermo y tuvo un incidente en el hospital Memorial hace un par de días. ¿Sabe algo de él?
—¿Peter? No lo he visto desde hace una semana —respondió la mujer con voz temblorosa, y brevemente miró hacia el interior de la casa, lo que me hizo suponer que alguien más se estaba acercando—. La policía quedó en buscarlo, pero no han encontrado nada. Todos estamos muy preocupados por lo que le pueda suceder.
En ese momento, otro sujeto apareció detrás de ella, según los datos que teníamos era su hijo mayor. Él me miró de pies a cabeza.
—¿Qué quieres, cerdo? —añadió con desdén antes de escupir al suelo.
—Mi equipo y yo no pertenecemos a ninguna instancia policial, lo aseguro —dije levantando la mano derecha y colocando mi fusil de asalto en la espalda— Somos médicos especializados en epidemiología, estamos tratando de ayudar a los pacientes que sospechamos están infectados con este nuevo virus. Quizá escucharon de él, en la televisión.
La mujer frunció el ceño, pero luego pareció relajarse un poco.
—Disculpe, doctor, es solo que estamos todos muy asustados por esta situación.
—Lo entendemos perfectamente, señora Danielson. Estamos aquí para ayudar en todo lo que podamos —asentí sonriendo con amabilidad.
Con desconfianza, el mayor de los hijos Danielson miró por encima de mis hombros.
—Ustedes no parecen médicos —me señaló con el dedo índice—. No me lo creo, no te creo en nada.
—Tranquilo —le susurró su madre, haciendo que bajase su brazo que seguía apuntando en mi dirección.
—Permíteme que te enseñe mis credenciales —dije mientras simulaba estar nervioso y sacaba una identificación falsa. Para ponerla en sus manos.
El hombre la miró brevemente, luego me devolvió la mirada para escudriñar mi rostro, lleno de desconfianza.
—Tú no tienes la cara de Alphonse Jones. Además, no entiendo la mitad de esto —dijo mientras volteaba brevemente—. ¡Marie! ¡Ven aquí! Esperen un poco, no hagan nada estúpido.
Él se retiró dentro de la casa dejándome solo con su madre.
—Le aseguro que el tiempo para Peter es esencial en este momento —dije a la señora Danielson, quien mantenía la cabeza gacha—. Si sabe algo de él. Nosotros podemos ayudarlo.
—¿Pueden? —ella levantó su mirada llena de llanto, más sin embargo en esos ojos pude ver la esperanza.
Estaba por decir algo, pero su hijo regresó y nuevamente se dirigió a mí.
—Marie dice que esto es legal, Jones —me devolvió la identificación—. Pero no sabemos nada de mi hermanito. Si lo encuentras, dile que estamos muy preocupados. Ahora si no tienen una orden firmada por un juez, dejen mi propiedad ahora mismo —añadió, escupiendo al piso antes de caminar hacia adentro.
—También tengo un hermano menor — repliqué—. Sé lo importante que es la familia... Si sabes algo o tienes alguna noticia de Peter, le dejaré nuestro número a tu mamá.
Me acerqué de nuevo a la señora Danielson y le pasé un teléfono satelital.
—Señora, le agradecemos su atención. Esperamos que Peter regrese a casa pronto y si lo hace, por favor, no dude en contactarnos. Estaremos disponibles para ayudarlos a cualquier hora. Sabemos cómo tratar los síntomas del virus, como la fiebre, la ira; incluso estamos trabajando en una posible vacuna.
Murmuré una despedida, y dando media vuelta lancé una señal a mis compañeros a modo de retirada. No podíamos hacer eso, yo no podía hacerlo. Empecé a caminar hacia la valla de entrada de la propiedad, sintiéndome miserable por mentir tan hipócritamente
—¡Doctor, espere! —gritó la madre entre lágrimas.
Al escuchar los sollozos de la pobre mujer, me sentí totalmente miserable. Pero en el fondo quería eso sucediera; que ella accediera a entregar a su hijo. Y así acabar con esa misión de una vez por todas.
El hijo mayor nuevamente apareció en el portal justo en el momento en el cual volteé. Y trataba de llevar de vuelta.
—¡Mamá! —le riñó él—. ¿Qué está haciendo?
—No dejaré que mi Pete y... —empezó a decir, pero fue nuevamente interrumpida por su hijo que la abrazó e intentó llevarla de vuelta a la casa.
Sin embargo, la mujer se deshizo de sus brazos y corrió hasta mí para tomarme la mano. En medio de un profundo llanto, intentó arrodillarse. Pero como ya me sentía como una completa basura, no le permití hacerlo, verla haciendo ese gesto de súplica me había calado profundamente, no sabía siquiera como era capaz de seguir manteniendo esa farsa
—Por favor, ayúdenos —musitó desesperada.
—Lo haremos, señora. ¿Sabe dónde está su hijo? —pregunté. La mujer, a pesar de la advertencia que le hizo su hijo, tomó mi mano y me llevó de vuelta al ingreso de su hogar.
En el momento en el que nos acercamos a la propiedad, hice una señal a mi equipo para que me siguiera de cerca.
—Mamá, estos cerdos no dicen la verdad —ese tipo nuevamente apareció en la puerta y furioso bloqueó nuestro paso.
—¡Hugo! ¡Ya basta! —le gritó su mamá desesperada y en medio de lágrimas le dió un fuerte empujón— Son médicos, ¿no entiendes que pueden ayudar a Peter y mi niña Karin?
A pesar de los constantes rechazos por parte de Hugo, la madre logró llevar al equipo hasta su sala, donde vimos a otro hombre que no dijo una palabra y a la joven que supuse era Marie, pero el otro chico no estaba por ningún lugar.
—¿Solo son ustedes cuatro? —pregunté, mientras revisaba rápidamente la sala de estar. Todo parecía en tranquilidad salvo por el último miembro de la familia que hacía falta
La madre miró hacia arriba de las escaleras y luego a su hija antes de decir:
—Nos hace falta el pequeño Timmy. ¿Marie, dónde está Timothy?
—No tengo idea —respondió la adolescente invadida por los nervios—. Probablemente esté en su habitación.
—¿Podrías decirle que baje, por favor?—pedí amablemente.
Marie asintió con la cabeza y se apresuró a subir las escaleras.
—Entonces, señora Danielson, ¿sabe dónde puede estar su hijo, Peter? pregunté mientras hacía algunas anotaciones, pero en realidad me mantenía pendiente de los movimientos de Hugo y su amigo quienes ahora parecían aún más nerviosos.
—Me habló acerca de una niña pequeña, ¿también tiene los síntomas? —añadí levantando la mirada hacia los ojos llorosos de Danielson.
—Mi sobrina, Karin —replicó ella.
—¡Mamá, por favor! —interrumpió Hugo, intercambiando rápidas miradas con el hombre en la esquina, quien me hacía sentir desconfianza y estaba seguro de que estaba ocultando un arma, hice una señal discreta a mis compañeros para que estuvieran alerta.
La señora Danielson, clavó una mirada furtiva a su hijo antes de devolverme la atención, en medio de sollozos que parecían interminables. Estaba a punto de decir algo, cuando observé a Timothy bajar por las escaleras con el ceño fruncido, mientras traía un rifle de juguete en la mano, y su hermana pequeña le suplicaba que lo soltara.
—¡Deja el arma en el suelo! —gritó Philipp a mi espalda provocándome un escalofrío. En ese momento, todo se desmoronó en cuestión de segundos. El sargento no debía estar allí; había desobedecido mis órdenes. Me di la vuelta solo para ver que ya estaba apuntando al joven y antes de que pudiera decir o hacer algo, abrió fuego.
El sonido ensordecedor de las detonaciones llenó la habitación, pude sentir cómo el terror y la impotencia se apoderaban de mí. El adolescente cayó abatido por los disparos y su cuerpo rodó escaleras abajo. Los gritos de la madre y su hermana llenos de pavor retumbaron la estancia cargados con la inquietante e insoportable cadencia de la desesperación.
—¡No! —grité con la voz entrecortada, sintiendo una ola de furia y horror recorrer mi cuerpo.
Todo se quedó en silencio por milisegundos como si el tiempo se hubiera filtrado, junto con el control que se había escapado de mis manos, todo lo que podía hacer era mirar con incredulidad y dolor mientras todo se desvanecía en el caos.
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