Ahí me encontraba en la unidad médica de la base, rodeado de las luces parpadeantes de los monitores y el sonido constante de los equipos médicos. Sentado en una silla fría mientras una de las doctoras suturaba una herida en mi brazo, con el rostro hundido entre mis palmas, rogaba por buenas noticias que nunca llegaron.
La habitación estaba en silencio, solo interrumpido por el sonido suave del ventilador y el ocasional suspiro ahogado que escapaba de mi garganta.
Mis pensamientos estaban nublados, mi mente en blanco. Todo lo que podía hacer era recordar los momentos pasados con mis compañeros. Pero ahí estaba yo, sentado en la oscuridad, enfrentando la realidad.
La puerta se abrió con un chirrido agudo y una enfermera entró en la habitación. No hizo falta decir nada, la mirada en su rostro lo dijo todo. Mi corazón se hundió en el pecho, y un resoplido de ira incontrolable escapó de mis labios.
En medio del dolor, Grand se levantó del asiento con furia contenida. Apenas lo había notado allí, a mi lado todo el tiempo, pero ahora se hacía evidente su presencia.
—¡Maldito hijo de puta! ¡Ese bastardo de Philip tiene la culpa de todo esto! — exclamó Grand, fuera de sí. Su voz retumbó en la sala, haciendo eco en las paredes
.
Una de las enfermeras me guió una rápida mirada para que lo controlara.
—Guarde la compostura, soldado —dije, mientras el personal médico nos pedía abandonar esa sección.
—Tranquilízate, amigo —le aseguré con convicción una vez estuvimos fuera—. Ese individuo pagará por lo que ha hecho.
Trataba de calmar a mi amigo cuando la asistente de Grayson apareció, avisándome que el coronel me había solicitado una audiencia de inmediato. Me levanté del asiento con rapidez y me despedí de mi amigo, quien aún parecía sacudido por la noticia.
En el camino hacia el despacho del coronel, mi mente repasaba lo ocurrido y sentía una mezcla de rabia y frustración. Al llegar, encontré al coronel con semblante hosco, quien arrojó una carpeta sobre su escritorio y me miró fijamente, esperando una explicación.
—Tenemos dos efectivos militares muertos, cuerpos que yacen esparcidos en un barrio residencial sin ser recogidos, y lo peor de todo, una crisis burocrática con la que lidiar debido a lo sucedido. Los altos mandos exigen mi cabeza —afirmó el coronel con una arruga en el ceño. El estrés se reflejaba en su rostro, sus ojeras denotaban la falta de sueño—. ¿Podría explicarme cómo ocurrieron las cosas?
No pude contener mi ira al recordar al culpable.
—¿Por qué no se lo pregunta a su hijo? —repliqué con rabia—. Él es el único responsable de todo lo sucedido, y yo voy a acusarlo ante la corte marcial por desobedecer mis órdenes directas como su oficial superior.
Con esa decisión tomada, relaté al coronel todos los detalles del incidente. Le proporcioné todos los datos que tenía a mi disposición, cada palabra que pronunciaba hacía eco en la sala, como si la verdad pudiera romper algo.
—Tengo la declaración firmada del sargento y de algunos de sus hombres. Su versión de los hechos difiere de la tuya. —comentó el coronel una vez que terminé. La presión en el aire era palpable, como si una tormenta estuviera por desatarse.
—Por supuesto, no le dirá que arruinó toda la operación, causando todo esto —le respondí, incapaz de contener su frustración—. Llame a su hijo y hágale que me enfrente cara a cara y me diga que mi declaración es falsa.
El coronel tomó el teléfono y habló con Philip, quien apareció unos minutos después. Había llegado el momento de enfrentarme al hombre responsable de la catástrofe. Pude ver en su mirada una mezcla de orgullo y desdén, como si supiera que tenía el respaldo de su padre, el coronel, y por lo tanto, podía actuar impunemente.
—Sargento, ¿es consciente de lo que ha provocado? —pregunté con un dejo de malhumor, mientras los recuerdos de la operación volvían a mi mente como un vendaval.
Philip me miró con altivez, como si estuviera disfrutando de mi incomodidad.
—No sé a qué se refiere, señor. Solo cumplí con mi deber —me respondió con un ligero destello de desafío en sus ojos, antes de dirigirse al coronel, su padre—. Había una amenaza y la neutralicé.
Mi rabia se desbordó en ese momento y me puse en pie, interrumpiéndolo. Miré a Phillip con desprecio y luego volví mi atención hacia el coronel.
—Desde luego que no vas a admitir una mierda —le espeté con rabia contenida—. Y tú, coronel, vas a encubrir a este maldito irresponsable, quien provocó esta situación y nos abandonó, llevándose gran parte del equipo de apoyo. Y lo peor, nos privó del único medio que teníamos para escapar de ese infierno.
La imagen de los hombres caídos en el campo de batalla vino a mi mente y sentí un nudo en la garganta. No podía permitir que la muerte de mis compañeros quedara impune.
—¿Eso es cumplir con tu deber, Philip? D'Angelo, Howki, el soldado muerto por un disparo en la cara y el pobre adolescente de esa casa de seguro no piensan lo mismo —dije, en un tono que reflejaba el dolor y la indignación que sentía en ese momento.
El coronel pareció incomodarse ante mi acusación, pero su expresión seguía siendo imperturbable.
—Tranquilo, teniente —repitió con tono de voz autoritario—. No voy a permitir la insubordinación en mi oficina. Además, no puedes hacer acusaciones que son difíciles de probar.
La ira y el dolor se mezclaron en mi interior. Miré a Phillip con intensidad, deseando poder hacerle pagar por su cobardía.
—Basta con saber que su hijo de mierda fue el primero en llegar para ofrecer su puta declaración —dije, sintiendo cómo la ira se apoderaba de mí—. ¿Quieres otra prueba?
Dicho esto, di media vuelta y salí de la oficina del coronel, dando un portazo que resonó por todo el edificio. El sonido de la puerta cerrándose con fuerza fue como un grito de frustración y rabia, que se desvaneció lentamente en el silencio de los pasillos.
Detrás de mí, el coronel siguió mis pasos. Sentí su presencia como una sombra amenazante a mis espaldas, pero seguí caminando con paso firme hacia la puerta de salida. No quería ni verlo ni escucharlo, pero sabía que tendría que enfrentarlo.
—Todo esto, afortunadamente, se solucionó, teniente. El equipo de limpieza se encargó de arreglarlo —susurró él una vez me dio alcance, tratando de calmar los ánimos—. Estamos del mismo lado, Luis. Atacarnos los unos a los otros no va a arreglar nada.
Sentí el impulso de girarme y golpearlo con todas mis fuerzas, pero me contuve. No podía permitir que me provocara y perdiera el control.
—Dígale eso a los familiares de los fallecidos... Y claro al juez de la corte marcial, porque acusaré a su hijo por insubordinación y por asesinar a un civil con problemas mentales —dije con la voz igual de baja.
El coronel me miró con los ojos entrecerrados y habló con un tono despectivo que me hizo hervir la sangre.
—No puede comprobar eso, teniente —dijo con un aire de certeza—. Ninguna corte va a aceptar su caso, esto se hizo bajo las sombras, hijo. Sin ningún registro, nada.
Me detuve en seco y me volví para enfrentarlo.
—¿Esa es una amenaza? —pregunté con ironía, dejando claro que no me iba a amedrentar.
—Es una advertencia, Luis. De lo que puede pasar si recorres ese camino, como te dije... Esos dos soldados murieron bajo tus órdenes, eras el oficial con mayor rango en el campo —me dijo fríamente ese despreciable sujeto, mostrando su verdadera cara.
Sentí una rabia indescriptible recorrerme el cuerpo, pero me obligué a mantener la calma.
—Tengo pruebas a mi favor, coronel. ¿Cree que no me aseguré antes de hacer toda esta mierda? Si así lo deseo, puedo hundir todo este maldito lugar —le dije con la voz llena de confianza y determinación—. Se lo dije al inicio, ir en mi contra es mal negocio.
Con un gesto brusco, arranqué los galones de mi uniforme y los lancé a sus pies.
—Estoy fuera, Grayson. No se atreva a seguirme porque le juro que se arrepentirá —dije antes de dirigirme a la puerta con paso decidido.
El coronel levantó las manos en medio de una breve sonrisa.
—De todos modos, su misión terminó, teniente. Sepa que, a pesar de todo, lo aprecio y que su labor será recompensada. En la salida se le entregará todo lo que se pactó.
No dije más. Solo me alejé de ese sujeto, sintiendo que había ganado una batalla, pero sabiendo que la guerra aún no había terminado.
Mientras manejaba mi camioneta de regreso a casa, sumergido en la música y absorto en la contemplación de mis pensamientos, apenas advertí la presencia de alguien que se asomaba desde su propiedad. Sin embargo, antes de que pudiera procesar la situación, un objeto contundente impactó en la ventana trasera de mi vehículo, estallando en un estruendo. Alerta y agitado, reduje la velocidad y desenfundé mi arma, observando por el retrovisor al grupo de sujetos que sostenía un letrero en el que podía leerse en rojo la palabra "fascistas".
—¡Maldición! —exclamé con indignación, furioso por la afrenta. Descendí del vehículo y, sin pensarlo dos veces, me lancé en persecución de los tres individuos, mis propios vecinos.
Después de una intensa búsqueda, logré alcanzar a uno de ellos en un jardín cercano. Usando mis habilidades en judo, lo derribé con destreza y lo neutralicé al colocar mi rodilla sobre su espalda, dejándolo inmovilizado en el suelo.
—Bob, ¿no te das cuenta de que no deberías estar protestando en pleno toque de queda? —le espeté, tratando de contener mi enojo al reconocer quién era el que había aventado ese objeto.
—¡Eres un maldito! Todos los que son parte de esto... —lloriqueó el hombre, mientras sollozaba desconsolado—. Se llevaron a mi esposa, a mi hijo, y no tengo noticias de ellos desde que esos soldados llegaron al vecindario...
Las palabras de Bob me golpearon como un rayo, haciéndome replantear la situación en la que me encontraba. Me quedé totalmente en blanco, paralizado por el peso de lo que había hecho. ¿Qué estaba haciendo atacando a personas inocentes, a mis propios vecinos y amigos? Por un instante, todo pareció detenerse a mi alrededor, mientras luchaba por asimilar la crudeza de la realidad que se me presentaba. Liberé al hombre y me senté en el pasto, sintiendo la suavidad de las hojas verdes bajo mi piel. Mi cabeza daba vueltas, como si hubiera perdido el sentido, y respiraba pesadamente, como si de pronto hubiera sido alcanzado por una ola de conciencia. Miré a mi alrededor y vi los destrozos que había causado la incursión militar en esa casa que ahora reconocía y era la de Bob: las ventanas rotas, las puertas principales destrozadas, los muebles de jardín volcados. Me llevé las manos a la cabeza y cerré los ojos, tratando de encontrar una respuesta que no llegaba. Mi mente se hallaba en un torbellino de emociones, mientras mi respiración se agitaba como si acabara de tener un momento de claridad.
—Solo quiero ver a mi familia, solo quiero volver a verlos —suplicó el hombre, con lágrimas en los ojos y un aspecto totalmente lastimero, mientras se arrodillaba frente a mí—. Luis, te lo pido por favor... ¿¡Dime, dónde están!?
—Bob, yo lo lamento mucho —negué con la cabeza y me puse en pie, desviando la mirada añadí—. No sé nada de tu familia.
El pobre hombre, casi sin voz, comenzó a llorar a lágrima viva. Incapaz de soportar más esa deprimente escena, me alejé corriendo, sintiendo la brisa fresca en mi rostro y el viento agitando mi cabello. Corrí hacia mi casa, cada paso sintiendo como si estuviera golpeando el suelo con fuerza, como si quisiera alejar de mí todo lo que acababa de suceder.
Llegué a mi puerta, abrí y me desplomé en el sillón, sintiendo la suavidad del cuero bajo mi cuerpo. Katie apareció enseguida, envolviéndome en un cálido abrazo que me hizo sentir su amor y su ternura, mientras sus labios besaban mi cuello abrigando mi piel con su cálida respiración.
—Amor, vengo de fuera, deja que me quite toda la suciedad de encima —dije con voz trémula, notando el olor a tierra fresca que aún llevaba en mi piel y la humedad del sudor en mi ropa.
Ella me abrazó más fuerte, acariciándome la espalda y susurrando a mi oído palabras de consuelo. Me aparté un poco, me incorporé y enseguida salí corriendo hacia el cuarto de baño, sintiendo la agonía y el dolor en mi pecho y en mis piernas al correr.
Encendí la ducha, sintiendo el agua tibia caer sobre mi cuerpo y como si fuera capaz de limpiar el alma. Dejé la ducha media hora después, aliviado de que ese momento a solas me ayudara a liberar un poco de mi culpa. Me vestí con ropa limpia y salí al comedor, donde encontré a mi esposa e invitadas sirviendo la mesa. Las saludé cordialmente a las tres y me dispuse a ayudarlas, pero Grace insistió en que me tomara un descanso y me quitó el tazón de ensalada de las manos.
Mientras observaba a mi esposa, y nuestras invitadas, la casa estaba llena de aromas dulces y deliciosos. El sonido del agua burbujeante en la olla, el siseo de las especias y el corte de los cuchillos llenaban la cocina con un zumbido familiar y acogedor.
Pero a pesar de la calidez del ambiente, me costaba encontrar las palabras adecuadas para expresar mis sentimientos. Fue entonces cuando Kate me sorprendió con un cálido abrazo por la cintura y un dulce beso en el pecho. Sus hermosos ojos azules brillaban con amor y ternura, y el mundo parecía detenerse a nuestro alrededor.
—Te amo tanto, Katie —le dije mientras la abrazaba con fuerza—. No sé qué sería de mí sin ti a mi lado.
Preocupada, Kate tomó mi rostro suavemente entre sus manos y me miró con ternura.
—¿Ha pasado algo malo? —preguntó, como si adivinara mis pensamientos.
—No, amor, todo está bien —le aseguré con una sonrisa tranquilizadora.
Antes de que pudiéramos continuar nuestra conversación, Charlie y su madre llegaron con una bandeja y una sonrisa suave, trayendo el plato especial que habían preparado para la cena.
—¿Pizza de microondas? —pregunté en tono divertido.
—Sí, ¡especialidad de la casa! —respondió Charlotte con una sonrisa.
Katie se sentó a mi lado en la mesa, y mientras comíamos, el sonido de la risa y la charla llenaban la habitación. Tratando de actuar con naturalidad, también me sumé a las risas y la plática. Aunque mi esposa me conocía muy bien, hice un esfuerzo por ocultar mi angustia durante la cena para no preocuparla. No quería que ella ni nuestro hijo sufrieran las consecuencias de la lucha que se libraba en mi mente, entre mis conflictos morales y la necesidad de huir con urgencia de ese lugar.
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