^^^"Nada acecha tanto como la conciencia."^^^
^^^- Philip Roth, "El teatro de Sabbath"^^^
Los días pasaban y la situación empeoraba; el caos se extendía por la ciudad sin piedad. Las calles, que solían estar repletas de gente, ahora estaban vacías y silenciosas, solo interrumpidas por los sonidos lejanos de las sirenas de las ambulancias y los helicópteros que sobrevolaban la zona. Las tiendas y supermercados parecían haber sido víctimas de una invasión, sus estantes vacíos y las puertas cerradas.
La enfermedad desconocida que se propagaba sin control había llevado a los hospitales al límite, convirtiéndolos en lugares sobrepasados por pacientes enfermos y médicos desesperados. A pesar de sus mejores esfuerzos, parecían luchar contra algo que no podían comprender. La falta de suministros médicos y el colapso del sistema de salud eran evidentes, lo que generaba un sentimiento de impotencia y frustración en la población.
Las protestas y disturbios en las calles aumentaban a medida que los ciudadanos exigían respuestas del gobierno. A pesar de los esfuerzos de la policía y los militares por controlar la situación, algunos manifestantes seguían en las calles, desafiando las órdenes de cuarentena y exigiendo soluciones. El miedo y la incertidumbre se habían apoderado de la ciudad. En medio de este escenario, la rutina diaria había cambiado drásticamente. Ir al supermercado, antes una tarea trivial, se había convertido en una misión peligrosa y angustiosa.
Las filas interminables, las estanterías vacías y la escasez de productos básicos se habían convertido en la norma reinante. Las personas se apresuraban por las calles con máscaras improvisadas, evitando el contacto cercano con los demás. El silencio se había convertido en la banda sonora de la ciudad, solo interrumpido por el sonido de los pasos apresurados y los murmullos temerosos.
Al llegar a casa luego de un breve viaje hacia una gasolinera cercana, encontré a Katie, quien aún en pijama, trataba de encontrar un canal en la televisión que transmitiera algo más que la propaganda oficial del gobierno.
—¿Cómo estás, cariño? —pregunté mientras colgaba las llaves en el perchero y me quitaba la mascarilla y el abrigo que llevaba encima.
—Estoy bien. ¿Y tú? —respondió ella con una sonrisa radiante, contenta de verme.
Tanto que quiso acercarse a mí para darme un largo beso de bienvenida como solía hacerlo, siempre, pero la detuve en seco levantando mi palma.
—Un momento, señorita —dije sonriendo antes de levantar la palma—. No puedes acercarte cuando vengo de la calle.
Seguí quitándome el resto de la ropa.
—En la gasolinera había alguien que tosía con fuerza —añadí—. Y aún... No sabemos cómo se propaga esta enfermedad de la que tanto hablan.
—Pero si puedo verte desnudo en medio del salón de nuestra casa, ¿verdad? — preguntó cruzándose de brazos y esbozando una amplia sonrisa—. ¿Está permitido eso?
—Si mantienes tu distancia, —contesté en tono humorístico, antes de quitarme el resto de la ropa—, puedes mirar todo lo que quieras.
—¡Eso suena tentador! —exclamó Katie con una sonrisa pícara—. Pero, por ahora, me conformaré con ver la televisión.
Mi bella esposa soltó una dulce risa que, como siempre, terminó contagiándome de su jovialidad natural, mientras me dirigía hacia el baño para darme una ducha.
Sentía la necesidad de limpiarme de todo lo que pudiera estar en mi ropa y en mi cuerpo. Mientras me bañaba, podía sentir cómo la tensión en cada músculo de mi cuerpo se liberaba. A pesar de que había intentado mantener una actitud positiva en los últimos días, estaba empezando a sentir la desesperanza que se había apoderado de la ciudad. Una que debíamos abandonar con urgencia.
Cuando salí de la ducha, encontré a Katie sentada en el sofá, con la mirada fija en la televisión. En la pantalla, un presentador de noticias hablaba sobre la propagación de la enfermedad y las medidas que estaban tomando las autoridades. Como estratega militar con experiencia en situaciones de crisis, enseguida noté que, algo no cuadraba. Las "medidas" que se estaban tomando parecían ineficaces y demasiado vagas, como si no quisieran compartir información importante con la población. Además, las noticias se emitían únicamente en horas muy específicas del día, como si estuvieran siendo cuidadosamente seleccionadas. Era aún más extraño que tuviéramos señal limitada de telefonía móvil ni acceso a internet, lo que dificultaba aún más la obtención de información. Todo esto me hizo sospechar que algo mucho más grande estaba sucediendo, algo que las autoridades no querían que supiéramos.
—Parece que todo está empeorando —dijo Katie con un tono de voz apenas audible.
—Sí, lo sé —respondí mientras me sentaba a su lado—. Pero tenemos que mantener la calma mi vida.
Katie asintió con la cabeza, pero no parecía muy convencida. Miré a mi alrededor, tratando de encontrar algo que pudiéramos hacer para mejorar la situación. Fue entonces cuando se me ocurrió algo.
—¿Qué tal si tocamos el piano? —pregunté con entusiasmo.
—¿Piano? —Katie juntó sus cejas y me miró con curiosidad.
Asintiendo con la cabeza le sonreí, antes de apagar la televisión. Tomé sus manos con delicadeza, obligándola a levantarse de su asiento. Katie se rió, al igual que yo, cuando la tomé por la cintura y la hice dar vueltas en un divertido baile.
—¡Vamos, mi amor! ¡Toquemos algo como antes! —exclamé emocionado.
Tomé su mano derecha y caminamos juntos hacia la esquina donde descansaba nuestro viejo amigo de teclas blancas y negras. Nos sentamos en el banquillo y la miré con alegría antes de levantar la tapa del piano, de soslayo pude ver que sonrió por lo bajo, más sin embargo miró fijamente su mano derecha mientras la cerraba constantemente en un puño.
—Esta bien, mi amor —aseguré tomando su mano para darle un rápido beso—. Esta sana.
—Aún tiembla —Katie asintió con una sonrisa y su voz sonó suave cuando dijo—. Toca tú, Luis .
Delicadamente llevé sus dos manos hacia el piano.
—Cierra los ojos —dije en tono muy dulce.
Katie esbozó media sonrisa y me miró con incredulidad.
—Vamos, solo cierra los ojos.
Ella finalmente accedió y en medio de un suave pestañeo y una dulce risa cerró los párpados.
—¿Recuerdas nuestro viaje a Dundee? — pregunté acariciando el dorso de su mano.
—El hogar de mis padres. El lugar donde nací —contestó con una sonrisa soñadora.
—¿Recuerdas la colina?
Ella asintió y su sonrisa se magnificó.
—¡Dundee Law! Me propusiste matrimonio en ese lugar —exclamó en medio de un profundo suspiro—. Como no recordarlo si fue uno de mis días más felices.
—El mío también, ese día pude ver el HMS UNICORN afincado en el río Tay —dije en tono humorístico, antes de ganarme un juguetón y suave golpe de codo en las costillas por parte de mi hermosa esposa quién se rió por lo bajo, pero no abrió los ojos.
Sonriendo la rodeé con mis brazos y besé los rizos de cabello que caían sobre su mejilla derecha.
—Aun lo recuerdo, cada detalle de aquel día —suspiré, cerrando los ojos para revivir aquellos recuerdos—. Las refulgentes aguas del río Tay, el sol brillando en el horizonte, y, sobre todo, el brillo de tus hermosos ojos azules.
Katie sonrió con ternura ante mis palabras, y yo continué con un tono apasionado:
—Ese día, antes de pedirte matrimonio, te prometí que siempre te protegería y amaría. Y, aunque han pasado varios años desde entonces, esa promesa sigue siendo tan verdadera y fuerte como aquel día en Dundee Law.
Katie asintió, dejando escapar un suspiro emocionado.
—Siempre —interrumpió con suavidad, tomando mi mano con cariño—. Y yo también te prometí que estaría a tu lado pase lo que pase.
—¡Exacto! Después que coloqué la sortija en tu anular, mencionaste que deseabas que en nuestra boda sonara, la canción de Yann Tiersen: Comptine d'un autre été : L'Après-midi
—Tú lo hiciste real —Katie suspiró totalmente conmovida.
—Puedes hacerlo realidad, para mí, ahora. Por favor. —le pedí mientras le guiaba los dedos por las teclas. Sus ojos seguían cerrados, y su rostro estaba relajado mientras tocaba la melodía con fluidez y sin ningún temblor en las manos.
Katie asintió, cerrando los ojos con una sonrisa en el rostro. Juntos, comenzamos a tocar la melodía de "Comptine d'un autre été: L'après-midi" en el piano, y en ese momento, todo lo demás se desvaneció: solo estábamos nosotros dos, juntos, en ese pequeño rincón del mundo que habíamos creado para nosotros mismos.
Finalmente, cuando la canción llegó a su fin, abrió los ojos y me miró con una sonrisa.
—Gracias, Luis. —dijo con ternura antes de besarme suavemente en los labios—. Siempre sabes que decir y hacer para verme feliz.
—Digo lo mismo de ti —susurré sonriendo muy cerca de sus labios.
...***...
Después de unos minutos, decidimos organizar las provisiones que teníamos a bordo: agua, comida enlatada, encurtidos y alimentos congelados. Nos dedicamos a hacer un minucioso inventario de todo lo que teníamos a nuestra disposición.
Exploramos el sótano en busca de objetos útiles, y fue allí donde Katie hizo un descubrimiento emocionante: encontró un par de cuadros que habíamos pintado juntos años atrás. Llena de entusiasmo, desenvolvió las pinturas y tomó los marcos para encontrarles un lugar adecuado en la casa. Corrió escaleras arriba, diciendo que iba a buscar el lugar perfecto para colgar el bonito paisaje al óleo sobre lienzo.
Mientras tanto, yo me dediqué a acondicionar una de las habitaciones vacías para guardar mis artículos de primera necesidad. Observé a Katie ir y venir, buscando el lugar ideal para colgar los cuadros. Después de unos minutos, la vi volver con una gran sonrisa, satisfecha con el lugar que había elegido en la sala y en el pasillo de la galería. Cuando volvió hacia mí, me encontró inmerso en una novela de Gabriel García Márquez, sentado cómodamente en el sillón. La traje hacia mí y nos besamos apasionadamente. Después de unos minutos, cuando nuestros labios se separaron, nos recostamos juntos en el sofá, abrazándonos con ternura. Leía un párrafo de la novela en español y le preguntaba si había comprendido el significado de las palabras del autor. Katie volteó a verme con una sonrisa y negó con la cabeza, y yo le expliqué con paciencia lo que el autor quería transmitir.
—Un hombre solo puede mirar a otro hacia abajo cuando su intención es ayudarlo a levantarse —expliqué con suavidad antes de depositar un beso en su coronilla.
La sonrisa de mi esposa iluminó su rostro mientras volvía a sumergirse en las páginas del libro que teníamos delante.
—Qué pensamiento tan hermoso —susurró, dejando escapar un suspiro—. Recuerdo cuando me hablaste de la antropóloga Margaret Mead...
Inmediatamente recordé la historia que había compartido con ella hacía un tiempo, y que ella ahora recordaba con tanta ternura.
"Una estudiante había preguntado a Margaret Mead cuál era la primera señal de civilización en una cultura, y la respuesta había sorprendido a todos. No se trataba de objetos materiales como anzuelos o cuencos, sino de algo mucho más profundo: la evidencia de un fémur roto y curado. Mead había explicado que en el mundo animal, una lesión así significaba la muerte segura, pues el animal herido no podía huir, buscar agua o alimento, y se convertía en presa fácil para los depredadores. Pero en las sociedades humanas, alguien se había tomado el tiempo de quedarse con el herido, de cuidarlo y curarlo, de asegurarse de que sobreviviera. Esa atención y ayuda mutua era, para Mead, la verdadera señal de civilización"
Al recordar estas palabras, sentí una profunda emoción al saber cómo Katie siempre, no solo me escuchaba, sino que también recordaba con cariño cada cosa que compartíamos. Por una vez, no era yo el que estaba al otro lado de la conversación, sino el que hablaba y era escuchado con verdadera atención.
Le dediqué una cálida sonrisa antes de tocar con ternura su naricita. Ella inclinó su bello rostro hacia mí, y su mirada avispada no me sorprendió en lo absoluto: mi esposa, una joven increíblemente inteligente, con una capacidad de aprendizaje sin límites.
—Así es, mi amor —murmuré, sellando mis labios con un suave beso en los suyos—. ¿Crees que eso es lo que Márquez quiso transmitir? ¿La empatía entre los seres humanos?
Ella asintió dulcemente, antes de dirigir de nuevo su atención al libro que estaba en mis manos.
—Sigamos leyendo un poco más, este libro es realmente cautivador —suspiró, dejando claro lo mucho que estaba disfrutando nuestra sesión de lectura juntos—. Y, además, me encanta escuchar tu voz mientras lo haces.
Lleno de devoción, besé su cabello mientras me acercaba a ella, disminuyendo aún más la pequeña distancia entre nuestros cuerpos.
—Quizá debí elegir la edición en inglés — musité antes de pegar mis labios a su piel y respirar su dulce aroma.
Pero ella me detuvo con una sonrisa tierna y me explicó que prefería escucharme leer en español mientras ella seguía el texto en inglés, porque estaba aprendiendo mucho. Me enamoraba cada día mucho más de su inteligencia y dulzura.
De pronto, tomó mi rostro entre sus manos y me besó larga y suavemente.
—¿Me amas? —preguntó en un susurro.
—Te he amado cada minuto desde que te conocí —respondí con sinceridad.
—Te amo, Luis —dijo ella. Y yo la miré a los ojos, agradecido y totalmente encantado de tenerla a mi lado.
—Dímelo otra vez —le pedí, deseando oír la cadencia de su dulce voz que tanto alivio me daba.
—Te amo —dijo ella, abrazándome con ternura—. Te quiero, mi adorable grandullón —añadió con una sonrisa.
Un momento de silencio se extendió entre nosotros mientras nos mirábamos amorosamente, con una sonrisa leve en nuestros rostros. Nos acariciábamos dulcemente, entregados a la pasión del momento, sin percatarnos de que el libro había desaparecido junto con nuestras ropas. Nos amamos una y dos veces, pero incluso después de la tercera, Katie seguía hambrienta de un placer aún más exquisito y fogoso.
—Dios, no pares, por favor —gritó ella.
—No voy a parar —le respondí antes de detenerme por un momento—. Pero, quiero oírte gemir de nuevo, mi amor, lo deseo más que nada en la vida. Quiero que supliques por más, que esos preciosos labios tuyos se abran para mí.
—Por favor —susurró Katie, apretando los muslos contra los míos mientras rodeaba mi cuello con sus manos.
—Sí, Luis , sí —respondió ella, cerrando los ojos—. Te lo suplico, no pares. Estoy cerca, amor de mi vida.
Volví a entrar y salir lentamente, profundamente. Cada vez más rápido provocando más dulces jadeos por parte de mi amada.
—Katie —susurré acariciando suavemente mis labios con los suyos—. No imaginas cuánto te adoro.
Ella solo asintió en medio de jadeos, incapaz de hablar por la dulce pasión que recorría su cuerpo.
—¿Cómo te sientes, amor mío? —casi sin aliento susurré muy cerca de su piel.
—Es tan delicioso. Tan placentero —respondió ella en medio de una dulce sonrisa.
—¿Cómo lo quieres? —la tomé con las dos manos por la cadera mientras besaba el valle en medio de sus pechos.
—De cualquier manera, hermoso —jadeó, sujetándome con todas sus fuerzas.
—Gime por mí, Katie —susurré con un cambio de ritmo y velocidad—. Adelante, déjame escuchar tu placer.
No hizo falta pedírselo dos veces.
—No pares... —suplicó, encantada.
—No pararé, mi dulce Katherine — acaricié dulcemente la curvatura de su espalda sintiendo su suave piel mientras me llevaba uno de sus pechos a la boca, arrancándole un nuevo grito de placer.
Seguí amándola con profundo y tierno amor, entregándome a ella sin reservas hasta que finalmente llegó el momento. Sentí cómo su cuerpo se tensaba, cómo sus gemidos se hacían más intensos, hasta que todo estalló en un éxtasis convulsivo y un torrente de sensaciones que la hicieron temblar.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó ella, apretando sus piernas alrededor de mi cintura, pegando su mejilla contra mi clavícula y en el proceso mordiendo suavemente mi hombro—. Qué bien se siente, mi amor. Sigue así, por favor, sigue... quiero sentirte muy dentro de mí.
—Tu piel es tan suave, amor, ¿Esto se siente bien? —dije dibujando con mi índice el perfil de su sinuosa cadera.
Ella asintió mientras me rozaba el cuello con los labios, con su dulce aliento que salía en forma de suaves jadeos.
Totalmente encantado, me dejé llevar por el suave movimiento de sus caderas, sus dulces besos, jadeos y caricias, entregado por completo a la pasión que nos unía. Katie volvió a tomar mi rostro entre sus suaves manos y sus ojos brillaron con intensidad mientras sonreía, iluminada por el arrebol que teñía su rostro.
—No dejes de mirarme mientras lo haces —susurró entre jadeos, y yo asentí con vehemencia, incapaz de apartar la vista de su rostro angelical.
En un impulso, la tomé en mis brazos y la levanté del sillón, sintiendo el calor de su cuerpo pegado al mío mientras me montaba a horcajadas.
—Sostén mi cuello, mi amor —le pedí con voz ronca, y ella obedeció con gracia seductora envolviéndome con sus piernas.
Pude sentir su corazón latiendo acelerado mientras nos movíamos al compás de nuestra pasión, y su risa nerviosa me hizo sonreír con ternura.
—¿Te gusta? —pregunté entre besos, y ella respondió con un suspiro de placer.
—Más que nada en el mundo —confesó, y yo no pude resistirme a dedicarle los más tiernos besos a su piel suave y perfumada.
—Mírame, mírame —pidió en un susurro mientras nuestros labios se unían de nuevo, y yo la obedecí, perdiéndome en sus ojos profundos y llenos de amor.
Acepté encantado con una sonrisa en los labios, anhelando el momento de unir mi boca a la suya y saborear su dulce aliento. Nuestros labios se encontraron en un beso intenso y apasionado, y mi lengua se entrelazó con la suya en un baile erótico y seductor. Sus labios parecían estar hechos de caramelo, y yo no podía tener suficiente de su sabor.
Mientras alcanzábamos el clímax juntos, nuestros ojos se conectaron en un instante mágico de pura lujuria. Katie me abrazó con fuerza, aferrándose a mi cuerpo mientras sus gemidos se perdían con exquisita cadencia sobre mis labios.
Finalmente la cargué en mis brazos, el éxtasis nos dejó sin aliento, y nos dirigimos juntos al dormitorio. Después de un baño relajante, nos recostamos en la cama, y ella se acurrucó en mi pecho mientras yo la rodeaba con mis brazos.
...***...
Desperté de golpe, alertado por mi experiencia militar que seguía presente en mi cuerpo y mente. Me incorporé rápidamente, pero con cuidado para no perturbar el sueño de Katie, quien seguía plácidamente dormida sobre mi pecho. Con la mano del brazo libre, froté mis ojos por encima de los párpados y eché un vistazo al reloj del librero: eran las tres de la mañana. En ese momento, un sonido inconfundible resonó en mis oídos: descargas de artillería y gritos. ¿Acaso estaba volviéndome loco? Me pregunté a mí mismo. Me aparté suavemente de Katie, quien con su sueño profundo solo lanzó un suspiro.
Sin pensarlo dos veces, me aparté con suavidad de mi esposa y me levanté de la cama, tomé mi arma y me asomé a la ventana corriendo las persianas, contemplé el paisaje nocturno. A pesar de la contaminación lumínica, pude percibir una columna de fuego levantándose a lo lejos. ¿Qué carajos estaba sucediendo? ¿Esa gigantesca bola de fuego no parece la de unos simples disturbios? Sacudí mi cabeza para intentar aclarar mis ideas, pero era inútil.
Una pulsión irrefrenable me llevó a buscar los prismáticos en uno de los armarios cercanos. Al regresar a la ventana, los ajusté con precisión, con las lentes enfocadas hacia mi objetivo, pude observar con más detalle el haz de luz amarilla-naranja que se elevaba desde el corazón de la ciudad. La vista me dejó sin aliento. No podía ser verdad, ¿o sí? La guerra había llegado a nuestra ciudad, y yo estaba en el epicentro del caos.
—¿¡Qué demonios!? —murmuré, entre dientes incapaz de encontrar una explicación lógica para lo que estaba viendo.
Volteé lentamente para mirar a Katie, quien dormía plácidamente sobre nuestra cama con la sábana arrugada hasta la cintura. A pesar del caos que se estaba desatando en la ciudad, su respiración era suave y regular, y su rostro tranquilo parecía ajeno a cualquier peligro. Con cuidado, dejé nuestra habitación, tratando de no perturbarla, y me di cuenta de que la habitación estaba fría, como si la calefacción hubiera fallado.
Dejé nuestro pasillo con igual sigilo, tratando de no hacer ruido al bajar las escaleras de madera. Abajo, todo estaba en silencio, excepto por el zumbido del refrigerador y el crujido del piso bajo mis pies. Al llegar a la sala, me apoyé contra la pared y cerré los ojos, tratando de concentrarme en lo que estaba sucediendo afuera. Pero no podía sacudirme de esa sensación. No quería que mi familia viviera los horrores de la guerra.
Debía actuar rápido, después de asegurarme de que todas las posibles vías de entrada estuvieran bloqueadas, me deslicé silenciosamente por la casa mientras mi mente se llenaba metódicamente de nuevas preguntas sin respuesta. ¿Qué estaba sucediendo allí afuera? ¿Un ataque terrorista? ¿Un ataque de los países enemigos?
—El hijo de puta del presidente —susurré llevando mis dos manos a la cabeza—. Ese cabrón se atrevió a retar a los Coreanos.
Respiré profundamente, echando mi cabeza hacia atrás buscando aclarar mis ideas.
Sabía que la información limitada que se estaba compartiendo solo servía para mantener a la población en la ignorancia y el control. Como estratega militar, había visto situaciones similares antes, donde la verdad se ocultaba por temor a provocar el caos. Sin embargo, en este caso, la verdad era precisamente lo que la gente necesitaba para sobrevivir. Al limitar el acceso a la información, el gobierno estaba dejando a los ciudadanos vulnerables y desinformados, lo que solo aumentaría el peligro en el que ya se encontraban. Como ex teniente de los marines, sabía que la clave para sobrevivir era estar preparado y tener información precisa y oportuna. La situación en la que se encontraba la ciudad era grave, pero la falta de información solo empeoraba las cosas.
Desconcertado, empecé a dar vueltas, como un león enjaulado. El desconocimiento de los hechos me hizo sentir impotente y frustrado, algo insoportable para un efectivo militar, aún más para un estratega. En la cocina, bebí agua apresuradamente, mientras trataba de ordenar mis pensamientos. Decidí buscar respuestas en la sala, donde tomé la laptop de Katie y encendí la TV, pero solo se veía estática en la pantalla. Al abrir la tapa de la computadora, comprobé que la red de internet también había caído. La paranoia comenzaba a tomar el control de mi mente, haciéndome sentir en alerta constante. La incertidumbre, por su parte, cumplía su trabajo; me estaba desgastando rápidamente.
Mi mirada volvió a caer en el sótano, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda. Irónicamente, al posar mis ojos en ese lugar, no buscaba la fuerza para librar una nueva batalla que esta vez no se libraba al otro lado del mundo. No, lo que realmente anhelaba era huir. Huir lejos de todo aquello.
—Tenemos algo de efectivo. Eso es positivo. Mañana iré al banco para retirar nuestros ahorros y luego nos iremos en un vuelo hacia algún lugar muy lejano, alejados de las ambiciones de los bloques económicos, lejos de los líderes corruptos que gobiernan este país. —suspiré profundamente—. Eso es lo que haremos. Ya no quiero esto, una nueva guerra acabaría conmigo.
Totalmente pensativo, con una mirada puesta sin querer en el pasado, observé mis pies descalzos sobre el linóleo. Mi esposa y mi hijo debían estar lejos de todo aquello. Debía mantener a mi familia a salvo, lejos de la violencia que amenazaba con estallar en cualquier momento.
Con el corazón latiendo a un ritmo frenético, regresé a nuestro dormitorio. La casa estaba en un extraño silencio, se había sumido en un silencio perturbador que me hizo sentir incómodo. Mis sentidos estaban en alerta máxima, escuchando atentamente cualquier ruido o movimiento fuera de lugar. Miré por la ventana y vi las calles desiertas, como si el mundo se hubiera detenido por completo incluso el fuego parecía haber sido sofocado. Pero algo en el aire me parecía fuera de lugar, una inquietud casi tangible que me hizo sentir como si estuviera al borde de un abismo.
Estaba a punto de acostarme cuando un chirrido aterrador de neumáticos sobre el asfalto me sobresaltó. Seguido de un ruido ensordecedor de metal colisionando contra algo, los pelos de mi nuca se erizaron. Un grito desgarrador resonó en la distancia, seguido por un sonido de disparos que hizo eco en mi cabeza. El olor a humo y combustible llenó mis fosas nasales y supe que algo estaba ardiendo cerca. Las explosiones que resonaron a los pocos segundos me dejaron claro que la guerra había llegado a mí. Escuché el sonido de cristales rotos, puertas derribadas y gritos de dolor. Era como si todo a mi alrededor estuviera siendo arrasado por una fuerza invisible, una fuerza que venía a destruir todo lo que amaba. Me había seguido, sabía que no podía correr lo suficientemente rápido, que no podía esconderme lo suficientemente profundo. Terminaría encontrando mi puerta para echarla abajo, y con ella, también mi vida entera: la vida que, por primera vez, la vida que por primera vez empezaba a amar.
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