Despertando a la oscuridad.

^^^"La oscuridad no puede existir sin la luz, y la luz no puede existir sin la oscuridad."^^^

^^^- Ransom Riggs, "El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares"^^^

Junto a la doctora, acudí a su oficina, al parecer necesitaba sentarme para escuchar lo que la desesperada mujer tenía para decir.

—¿Qué diablos fue todo eso? ¿Qué era esa cosa? —cerré los puños y estuve a punto de golpear al pobre Grayson, quien seguía temblando. Me di cuenta de que él, al igual que los demás, estaba tan sorprendido como yo.

Traté de calmarme y respiré profundamente antes de dirigir mi atención a la doctora, quien parecía tener más preguntas que respuestas.

—¿Dónde está mi esposa? ¿Es seguro acercarme a ella? —dije perdiendo aún más la paciencia.

—Ella está bien, también lo estás — contestó Mclaren—. Los exámenes que nos hicieron descartaron cualquier indicio de contagio.

La doctora trató de calmarme, pero era imposible dadas las circunstancias. Hundí mi rostro entre mis manos, sintiéndome completamente abrumado.

—Quiero saber todo lo que saben, ¡Ahora mismo! —levanté la mirada observándola.

—Una variante de Lyssavirus Rhabdoviridae. Es lo único que tenemos como sospecha hasta ahora, Luis. No sabemos mucho más aparte de rumores sobre un caso importado de Asia, el llamado "paciente cero"—respondió la doctora con tono sombrío—. La enfermedad se ha estado propagando en nuestro país y aunque hasta ahora solo son casos aislados, esto tiene un potencial virulento enorme. En todos mis años como médico jamás llegué a observar algo tan agresivo.

Pensé enterarme de algo más acerca de lo que estaba pasando al bajar ahí pero lo único que hice al parecer fue tener mi primer enfrentamiento con una de esas cosas, ya que las hipótesis de la doctora no eran más que golpes de ahogados. Su equipo y ella no tenían nada, y sabían mucho menos.

—¡Por todos los cielos! La rabia nunca ha hecho que un cuerpo sin vida se levante así. ¡Esa mujer estaba muerta! — continué mientras levantaba los brazos en el aire, sintiéndome completamente abrumado—. No me tomes por tonto, sé lo que vi. Esto es mucho más. ¡Es una maldita locura!

Maclaren bajó la mirada, y me confirmó lo que ya sabía: ese nuevo virus era tan peligroso que apenas y habían podido hacer unas pocas pruebas, para llegar a esa primera impresión acerca de la enfermedad.

—Estos infectados son extremadamente violentos y todavía no entendemos bien cómo se contagian. —La doctora me llevó hacia su computadora, tal vez quería mostrarme algo importante, así que la seguí—. Asia y casi toda Europa están cerrando sus fronteras porque nadie sabe lo que está sucediendo.

—Esto suena mucho más grave de lo que esperaba.

La doctora asintió con desazón. Encendió su laptop y me mostró algunos segundos de un video que mostraba a uno de estos sujetos violentos atacando a unos transeúntes en un parque en China, así como otros videos que, de no haber sido testigo de lo que vi, hubiera pensado que eran malas actuaciones. Personas furiosas y fuera de sí; atacando a otras sin razón alguna.

—No tenemos ningún punto de partida —McLaren desvió la mirada hacia el laboratorio—. Solo experiencias extrañas de médicos con estos pacientes.

Aún no había terminado de ver todos los videos cuando me dejé caer en uno de los sillones y enterré mi rostro entre mis manos, intentando procesar, sin dar crédito a todo lo que acababa de ver.

—¿Qué hay de la temperatura alta? ¿Es un síntoma? —pregunté con la voz temblorosa.

—Sí, es una constante —replicó la doctora, con la voz entrecortada por su creciente nerviosismo.

—¿Por eso tienes a Katie aquí? —miré fijamente a McLaren, la desesperación e ira crecían en mí.

Ella desvió la mirada y asintió levemente con la cabeza antes de decir:

—Lo siento.

—¿Lo sientes? ¿Solo eso dirás? ¡La trajiste aquí para que se contagie de sabe el demonio qué cosa! —miré a ambos con escepticismo y enfado, frunciendo el ceño con fuerza.

—¿Eso es lo que harán? ¿Secuestrar personas que creen son portadoras? — agregué sintiendo la ira crecer en mí—. No soy un experto en virología, pero si unen poblaciones sanas con enfermas, solo aumentarán el contagio. ¡Maldita sea!

Mclaren respondió con un suspiro; sabía que en el fondo solo seguía órdenes. No podía atribuirle toda la culpa, a pesar de su negligencia.

—¿Mi esposa, ella? —hundí el rostro entre mis palmas, incapaz de saber qué decir, cómo reaccionar o qué hacer.

Lleno de furia, esta vez dirigí la mirada al coronel, que se mantenía quieto cerca de una de las amplias ventanas, mirando a través del cristal.

—La mano de tu esposa, se movía involuntariamente, ¿de acuerdo? —gritó Maclaren que estaba al borde de las lágrimas—. Ese también es un síntoma, presente en esta enfermedad, esos espasmos musculares...

—¡Es por una lesión que tiene en su mano! —grité finalmente estallando, sus excusas y disculpas no hacían más que agravar el asunto—. Si me hubieran dado tiempo para explicarles...

Respiré profundamente y bajé la mirada.

—Ella sufrió un accidente de tránsito, hace un par de años —añadí con la voz ronca—. Eso le dejó secuelas, más emocionales que físicas. Le diagnosticaron trastorno de estrés postraumático. Apenas se liberó de ello hace unos meses.

La doctora estaba por decir algo, pero en el fondo sabía que yo tenía razón; su grupo y ella estaban tomando decisiones equivocadas.

—Ella, ¿está bien, verdad? —repetí totalmente abrumado, ni siquiera era consciente del número de veces que había hecho la misma pregunta.

—Ya te lo dije, Luis. Mis médicos y yo analizamos sus resultados. Katie está totalmente sana, y su embarazo transcurre de la mejor manera posible — contestó McLaren, quien evitó mirarme mientras hablábamos.

—Espero por el bien de todos que así sea —repliqué, casi inconscientemente miré a ambos de manera amenazante.

La doctora de pronto con la cabeza gacha se aclaró la garganta, y colocó las palmas sobre la mesa que tenía en frente.

—Según las investigaciones que hemos hecho y recibido de otros médicos que han atendido a estos pacientes, todo indica que han alcanzado una temperatura superior a los 41°C —explicó luego de unos segundos, quitándose los lentes con gesto cansado—. Estos pacientes presentan una marcada paranoia y huyen de los hospitales antes de terminar su tratamiento, lo que dificulta aún más la investigación y el control de la situación.

—La hiperpirexia, o aumento excesivo de la temperatura corporal, puede ser letal si se prolonga en el tiempo. Estos pacientes están cerca de la máxima que puede ser tolerada por el cuerpo humano, lo que puede provocar la desnaturalización de las proteínas del sistema nervioso. Es normal que huyan así —comenté, lleno de preocupación. A pesar de todo quería saber mucho más para estar preparado—. ¿Sucedió algo como lo de esa cabina? ¿Murió algún paciente en el hospital? ¿Atacaron a algún médico? ¿O todos simplemente huyeron?

La doctora volvió a mostrar su asentimiento con un gesto cansino con la cabeza.

—Los cuerpos estaban siendo incinerados por el peligro que genera el manejo de estos sin siquiera conocer de qué se trata esta nueva infección viral. La paciente en la cabina, fue uno de los primeros casos, y también fue la primera en la que se practicó una necropsia.

—Muchos de esos pacientes están ahora sueltos en nuestras calles —intervino el coronel, rompiendo su silencio—. Eres confiable y te diré. Estamos aquí por eso.

—Tenemos los datos de todos los que huyeron —aseguró la doctora en tono bajo—. Estos pacientes son peligrosos y representan una amenaza para la salud pública.

El coronel me dirigió una fugaz mirada. Sabía exactamente lo que quería decir ese gesto.

—No soy un cazador de personas, si es eso lo que están sugiriendo — interrumpí, levantando las cejas con escepticismo—. ¿No lo están sugiriendo, ¿Verdad?

Fruncí el ceño lleno de incredulidad.

—Necesitamos neutralizar esa amenaza antes de que se propague aún más. Ahora que sabes todo esto, te estamos pidiendo ayuda, Luis —insistió el coronel, visiblemente tenso—. Fue una inmensa casualidad que nuestros caminos se cruzaron nuevamente...

—¿Eso hacían en la I 80? ¿Verdad? Porque vi a uno de sus 'pacientes' corriendo por una arteria totalmente llena de civiles aterrorizados —dije, sacudiendo mi cabeza, sobrepasado por todo lo que escuchaba—. También fui testigo de cómo 'sus efectivos militares' abrieron fuego en ese mismo lugar, y déjeme decirle coronel que esos tipos parecían más peligrosos para ellos mismos que para los demás.

—Como te dije, carecemos de un buen y sólido equipo. Nos hace falta personas comprometidas con el bien del prójimo. Personas como tú—Grayson se aclaró la garganta de forma sonora—.  Pero eres libre de marcharte si no quieres involucrarte.

—Está bien, indíquenme el camino. No voy a matar a nadie si eso es lo que esperan —dije con firmeza al incorporarme, antes de caminar hacia el pasillo donde estaba el ascensor.

—Ya escuché suficiente. Pero no tanto como para que envíen asesinos a mi casa —añadí, volteando levemente—. Así que le ruego, coronel, que no lo haga.

Grayson corrió detrás de mí, como si quisiera explicarse.

—Lo siento, Luis. No quería presionarte de esa manera. Pero necesitamos detener a estas 'personas' antes de que sea demasiado tarde —se rascó la nuca y bajó la mirada.

—Lo sé, no se preocupe —contesté en tono condescendiente e igual de sarcástico—. Sé que, a pesar de parecer novatos recién graduados de West Point, usted y su equipo lograrán contener esto.

Juntos entramos en el ascensor, y el silencio incómodo entre nosotros se hizo evidente. Las luces rojas señalizaban el recorrido del elevador, y me sentí atrapado en un mundo que se desmoronaba a mi alrededor. Me pregunté cómo habíamos llegado a este punto, cómo habíamos perdido el control. Suspiré profundamente y me apoyé en la pared de metal del ascensor. Grayson miraba la punta de sus zapatos en silencio, como si esperara encontrar allí las respuestas a sus preguntas. Luego sacó una caja de cigarrillos de su bolsillo y se encendió uno antes de hablar.

—No debí haberte traído aquí, muchacho. Debí respetar tu decisión de retirarte.

—Estoy de acuerdo —respondí, cansado de toda esa situación.

Grayson se apoyó en la pared del ascensor y exhaló el humo del cigarrillo.

—Voy a conseguir que te lleven de vuelta a casa —dijo, sonriendo irónicamente—. La vida es una perra, ¿no crees?

—Si tú lo dices —respondí, tratando de contener mi impaciencia por encontrar a mi esposa y salir de allí.

—Tengo casi cincuenta años. El próximo mes se suponía que iba a jubilarme, y ahora sucede esto —suspiró profundamente mientras daba una calada al cigarrillo—. Quizás tengas razón, Luis. Somos lo que hacemos. No somos nada bueno... y en el fondo sé que merecemos esto.

El ascensor llegó a su destino y Grayson lanzó la colilla al piso para aplastarla con su bota.

—Que tengas una buena vida, Luis. Espero que puedas dormir tranquilo después de ver lo que sucedió allí abajo —dijo mientras me abrazaba—. Ve y busca a tu esposa. Tendré listo un Humvee para que te lleve de vuelta.

Sabía exactamente lo que trataba de hacer ese viejo perro, pero nada me iba a hacer cambiar de opinión.

—Nos vemos, coronel —dije, alejándome de él.

—No tires en saco roto la oferta que te hice. Podemos arreglar esto. Podemos arreglarlo para muchas personas, incluso para tu esposa, tus vecinos y, quién sabe cómo están las cosas, quizás para todo el mundo. Tal vez esta sea nuestra oportunidad de redimirnos, de hacer algo bueno —dijo Grayson—. Sabes que tengo algo de razón.

Me detuve por un momento, considerando sus palabras.

—Lo pensaré —dije, antes de continuar mi camino. Algo bueno debía salir de todo esto.

En cierto modo, era cierto que estar del lado de los que tienen las armas era una ventaja en tiempos de guerra. Históricamente, los civiles son los más afectados en estos conflictos.

Además, a pesar de mí mismo, no sabía hacer nada más, o al menos eso creía.

                                 ***

A pesar de estar de vuelta en la calidez de mi hogar junto a mi esposa, esa noche no pude conciliar el sueño. En la madrugada, me levanté y miré por el agujero que había hecho en la lona negra para ver hacia fuera. Observé las calles aledañas, donde los efectivos militares estaban adueñándose del vecindario, colocando barricadas poco a poco. Por una parte, era tranquilizador tenerlos cerca, pero por otra, la preocupación se apoderaba de mí al pensar en lo que podrían hacer mientras patrullaban armados por esas calles familiares, el miedo que podían generar en los vecinos. Y de acuerdo a mi experiencia, el miedo no es muy buen consejero.

Aunque habían impuesto un toque de queda, las familias apenas se asomaban a los patios de sus propiedades. La presencia de la armada estaba generando incertidumbre en muchos de ellos que aún permanecían sin conocer noticias de sus seres queridos. No había información nueva y en la radio repetían una y otra vez el mismo mensaje: "Se declaró el estado de emergencia, se ruega mantenerse en casa, todas las actividades están momentáneamente suspendidas". Esta era una estrategia del gobierno para mantener la calma en la ciudadanía, pero sabía que no iba a funcionar. El aislamiento y la falta de información estaban disgustando a más de uno y no duraría mucho hasta que decidieran volver a las calles en modo de protesta hacia un gobierno que no daba, y al parecer, ni tenía las respuestas.

—Tengo que hacer algo —susurré mientras rasgaba aún más la lona—. Por mi familia, debo ayudar a que esto termine.

Cerca de una farola de la calle, vi detenerse a un par de soldados que, en medio de la charla, se encendieron unos cigarrillos. Miré de vuelta a nuestra cama, Katie parecía no haber percibido mi ausencia, así que, inmediatamente, me vestí y bajé a la planta baja para salir de casa. Me acerqué a los soldados, que al reconocerme, bajaron sus armas.

—Quiero hablar con el coronel —dije con firmeza.

Uno de ellos me lanzó un radio comunicador.

—Canal 4,7,5; línea segura —me dijo. Asentí y le agradecí antes de alejarme para hablar con Grayson.

Cuando contestó, acerqué el dispositivo a mí para expresar con determinación:

—Lo haré, estoy de vuelta. Pero esta vez será bajo mis condiciones.

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