Heroes Desechables.

^^^"Los muertos no pueden pedir justicia, así que está en manos de los vivos luchar por ella".^^^

^^^- Lois McMaster Bujold.^^^

Desperté, antes del amanecer, aunque mi cuerpo rechazaba la cama después de pasar la noche en vela. Con cuidado de no despertar a mi esposa, bajé al salón y luego a la cocina, donde comencé a preparar el desayuno distraídamente. El sonido de la cuchara contra la taza mientras removía el café y el aroma del pan tostado recién hecho llenaban la cocina. Por unos pocos minutos, estaba solo, disfrutando del silencio de la mañana hasta que mi invitada más joven apareció de repente, dándome un buen susto. Ella también parecía asustada.

—Buenos días, Charlotte. Lo siento si te asusté —dije con una sonrisa compasiva—. ¿Deseas algo para desayunar?

Ella se sacudió el sueño de encima con un movimiento de cabeza, quizás también el susto por la sorpresa de verme allí.

—No te preocupes —dijo ella tímidamente, bajando la mirada—. Solo vine por un poco de agua. Gracias por ayudarnos.

Le ofrecí un vaso de agua fría de la jarra de la nevera y se lo serví yo mismo. Charlotte lo tomó con ambas manos antes de llevárselo a los labios con agradecimiento.

—Vaya calor que hace hoy —dije mientras cerraba la puerta de la nevera con un golpe seco—. Casi se puede cocinar un huevo en la calle.

Ella sonrió con un gesto tímido y pude ver la gratitud en sus ojos. Parecía agotada y su piel estaba ligeramente enrojecida por el sol implacable de esos días.

—¿Necesitas algo más, Charlotte? —pregunté amablemente.

Ella negó con la cabeza.

—Gracias, con el agua tengo suficiente. Eres muy amable —dijo ella, con una leve sonrisa en su rostro.

—Encantado de ayudar —repliqué.

Luego de un breve momento, se despidió y corrió escaleras arriba. Escuché la tierna voz de mi esposa así que supuse que se había cruzado con ella en el camino, mientras mi mente se perdía en la tranquilidad de la cocina, observando los rayos de sol filtrándose por la ventana. Poco después, mi esposa entró en la cocina, llenando el espacio con su luz natural y aliviando mi existencia confundida.

—Buenos días, nena. ¿Cómo está la chica más hermosa del planeta? —le dije mientras me acercaba a ella para tomarla por la cintura y darle los más dulces besos y caricias.

—Buenos días, mi amor —respondió ella, devolviéndome el beso apasionadamente. Su piel suave se sentía como una caricia en mis labios, su perfume fresco y dulce me transportaba a un lugar feliz.

Cuando nuestros labios se separaron, se acercó a uno de los mostradores y se sentó de un salto.

—Preparé jugo natural de frutas, te serviré un vaso —dije mientras me acercaba a ella con una sonrisa en mi rostro.

El jugo de naranja estaba fresco y recién exprimido, con un sabor dulce y cítrico.

—¿Nada de café? Necesito una buena dosis de cafeína —preguntó mi esposa haciendo un tierno puchero.

—Nada de café, no es la opción más saludable para ti ahora mismo, mi vida —respondí mientras le dejaba el vaso entre sus manos.

—Gracias, mi vida —me dijo, dándome un largo beso. Luego, en un susurro muy cerca de mis labios, añadió—. Aunque no necesito cafeína cuando tengo tus besos para mantenerme despierta.

Suavemente acaricié su mejilla, sonreí ante sus palabras y la abracé con fuerza.

—Eres la mejor parte de mi vida, mi amor. Lo has sido desde el primer momento que nos conocimos y lo serás siempre —le dije mientras la besaba de nuevo con suavidad.

Sentí el latido de su corazón contra mi pecho y su mano suave y delicada acariciando mi espalda. En ese momento, el tiempo se detuvo y el mundo se desvaneció, dejándonos a nosotros dos solos, unidos en un abrazo lleno de amor y pasión. A través de la ventana, el sol brillaba cálido y radiante, pero en ese instante, era su sonrisa, su risa y la luz de sus ojos lo que iluminaba la habitación, convirtiendo cada detalle en una obra de arte.

Tomados de la mano, nos dirigimos hacia el comedor donde nuestras invitadas ya se estaban instalando. Charlie ya estaba en la mesa, distraída con su música a través de los auriculares. Pronto, Grace también se unió al grupo y, después de saludarnos, se ofreció a traer el desayuno a la mesa. Katie y yo nos sentamos cerca de Charlotte, quien permanecía imperturbable con la mirada fija en su nuevo reproductor de MP3.

—¿Has puesto tus canciones favoritas en él? —pregunté con curiosidad.

Ella se retiró los audífonos y con una sonrisa replicó:

—Hay tantas canciones increíbles, que creo que lo dejaré como está. Gracias por el regalo y por ayudarme. Los dos son muy amables.

Katie me dio un largo abrazo y, de repente, su instinto maternal pareció activarse, ya que la dulzura con la que miraba a la chica era indescriptible. Casi inconscientemente, colocó una mano en su vientre y me entregó una fugaz mirada llena de adoración antes de hablar.

—La música es la forma más hermosa de conectarnos con el mundo —aseguró con una sonrisa tierna—. Nos transporta a lugares que nunca imaginamos y nos recuerda momentos que creíamos olvidados.

—Eso es tan hermoso. —manifestó la joven con dulzura—. Es exactamente como me siento.

—Es una experiencia maravillosa ver cómo tu rostro se ilumina cuando escuchas algo que te gusta, Charlie —mencionó Katie—, es bueno verte sonreír, es bueno que la música cause ese efecto en ti.

Observé a Katie mientras hablaba, y su belleza interior se reflejaba en su rostro. Su comentario me hizo reflexionar sobre la forma en que la música tiene la capacidad de unir a las personas de maneras mágicas. La luz del sol entraba por la ventana, creando un halo de luz que resaltaba su cabello y hacía brillar sus ojos del color del mar. En ese momento, no pude evitar sentirme afortunado de tenerla a mi lado, y le dediqué una sonrisa llena de amor.

Esa mañana, todos nos reunimos alrededor de la isla de la cocina en relativo silencio mientras desayunábamos. Después, hice la llamada que estaba esperando, nuevamente hablé con un contacto en una agencia gubernamental. Para mi frustración, no había equivocación alguna en la impresión de nuestros boletos de avión que estaban post-fechados por el lapso de un par de semanas a partir de ese día. Sin alternativas, me vi obligado a aceptar las nuevas condiciones, ya que todo, a pesar de lo que hicimos, parecía que no había arreglado absolutamente nada.

Mientras Katie y nuestras invitadas charlaban distendidamente, disfrutando de un juego de mesa, me acerqué a la ventana que daba al patio delantero para hacer algo de vigilancia. Me estaba volviendo paranoico, temiendo que en cualquier momento, el ejército aparecería para arruinar mi vida de nuevo. Con mi arma oculta en el regazo bajo un libro, para que mi esposa no la viera, observé con impaciencia las calles desiertas. Pero bastaron solo un par de minutos para que la situación cambiara y se volviera caótica. Los tres tipos que había visto la noche anterior se lanzaron a la calle, gritando proclamas en contra del gobierno. Con asombro, descubrí que ya no estaban solos; un grupo extenso se unió a su protesta.

Los gritos de los manifestantes se mezclaron con los de los militares, que enseguida llegaron al lugar y tomaron el control de la situación, tratando de reprimir la rebelión con fuerza. Katie asomó la cabeza por la ventana cuando oyó el ruido afuera.

—Mi amor, vuelve al salón, no pasa nada —le dije, preocupado por las armas antidisturbios que llevaban los militares, lanzadores de granadas de gas, que estaban muy dispuestos a usar.

—¿Cómo no va a pasar nada? Esos son nuestros vecinos —respondió ella, sin perder detalle de la paliza que los soldados le estaban dando a uno de los tipos que logró asestar un duro golpe con un palo de hockey a uno de ellos—. No puedo creer que esto pase en calles de civiles, están siendo vulnerados todos sus derechos.

—Se declaró la ley marcial, mi amor. Lamentablemente, debemos acatar las órdenes y mantenernos en casa —traté de tranquilizarla—. Además, los protestantes fueron los primeros en usar la violencia.

—Luis, si esto continúa así será imposible que dejemos este país —dijo ella, llevándose las manos al vientre—. Tengo miedo.

—Confía en mí, mi amor —le dije, con una sonrisa, mientras la tomaba por la cadera y la acercaba a mí para besar su vientre—. Los mantendré a salvo, a nuestro niño y a ti. Papá va a proteger a mamá y a ti, pequeña o pequeño.

Katie dejó escapar una risa tierna y acarició mi nuca con ternura.

—Claro que confío en ti, mi amor.

Me levanté de la silla y, sin soltar su cintura, le di un beso dulce en los labios.

—En dos semanas estaremos lejos de todo esto. Te lo prometo. Ahora, juguemos al "uno". Recuerdo lo mala que eres en ese juego.

Katie sonrió, sus labios a centímetros de los míos.

—Te amo tanto.

—Te amo más, Katie.

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