La nada que queda.

^^^"El vacío es el lugar donde comenzamos a construir nuestro futuro, donde podemos dar forma a nuestras vidas a partir de cero."^^^

^^^- Brené Brown, "El poder de la vulnerabilidad"^^^

Nos apresuramos a abordar el helicóptero en un baldío cercano donde se planeó la extracción. Mientras ascendíamos, no pude evitar pensar en aquellas personas que habíamos dejado atrás. Su aspecto era terrorífico: sus ojos, completamente blancos, no parecían humanos, ya no más. Sus movimientos erráticos, sus espantosas expresiones me hacían dudar de esa condición. Esos ojos sin iris, sin pupilas, totalmente escleróticos y vacíos, parecían transmitir el significado de la nada absoluta. Sin embargo, también parecían reflejar una profunda tristeza que contrastaba con los espantosos alaridos que proferían sus pálidos labios. La escena que se presentaba ante mis ojos era surrealista y aterradora, lo que hacía que cada avistamiento fuera aún más pavoroso que el anterior. Me di cuenta de que estaba pensando demasiado en ellos, en su vida hogareña junto a sus familias. Quizá estas personas habían sido queridas por alguien, quizá había alguien que lloraba su desaparición. No podía evitar pensar en las familias que iban a sufrir eternamente la desaparición completa de sus seres queridos. Sabía que no quedarían cuerpos, tumbas ni ningún otro registro que permitiera recordarlos.

Me invadió una sensación de miedo profundo, y los nervios comenzaron a ganar la batalla. A pesar de que intenté aparentar calma, mi compañera, la cabo D'Angelo, no tardó en darse cuenta de mi desasosiego. Casi como en un reflejo, constantemente limpiaba el sudor de la frente, acomodaba el shemagh militar en mi cuello y apretaba y soltaba la empuñadura de estabilización de mi rifle de precisión. Lo que no permitía disfrazar los pensamientos genuinos que transitaban mi mente. Ese sentimiento pronto se convirtió en pavor, un temor que me abrazó con fuerza mientras luchaba por mantener mi compostura. Nunca antes había experimentado tal incomodidad, no de esa manera; solía ser conocido por mi calma y mi profesionalismo en el Cuerpo de Marines. Pero desde que me alejé de ese ambiente y comencé a vivir con mi dulce esposa Katie, algo en mí cambió. Me estaba volviendo más consciente de las consecuencias de mis acciones, de la inmoralidad de lo que estábamos haciendo al tratar a esas personas como una mera amenaza a neutralizar.

Tras recibir informes de inteligencia que situaban a un nuevo objetivo en las afueras de Glendale, abordamos rápidamente el helicóptero en dirección al lugar. Durante el vuelo, las caras tensas de mis compañeros reflejaban la importancia de la misión. Mientras sobrevolábamos la zona, discutimos los detalles del plan de acción y yo mismo me prometí actuar con profesionalismo, recordándome que aquellos individuos debían ser considerados como peligrosos objetivos que requerían ser abatidos, pues habían demostrado ser un riesgo latente.

Después de una búsqueda exhaustiva, finalmente localizamos visualmente al escurridizo sujeto quien se encontraba merodeando los alrededores del parque Verdugo cercano a un área residencial. La idea que tuve fue llevar al objetivo hacia el área más boscosa de la zona para darle de baja y evitar así que la población civil se viera afectada

—Vamos a bajar —le dije al piloto, antes de caminar al fondo para hablar con mis compañeros y darles las nuevas órdenes.

Mientras los efectivos a mi cargo se ocupaban en preparar el equipo y la aeronave empezaba su lento descenso, hablé con la unidad en tierra para hacerle saber la decisión que había tomado. La zona, a pesar de que en ese momento lucía desierta, albergaba hogares familiares los cuales estaban llenos de civiles inocentes. Disparar desde el aire era un riesgo que no podía tomar

Después de cuidadosa reflexión, con la prioridad de evitar daños colaterales, decidí liderar un equipo en tierra con la intención de rodear al blanco y alejarlo de la zona civil. Todos nos enfundamos en trajes especiales, guantes, máscaras y gafas protectoras antes de descender de la aeronave. Inmediatamente nos desplegamos en formación. Nuestra preparación y coordinación meticulosa nos permitieron actuar con destreza además de seguridad, localizando y cortando las rutas de un posible escape para el sospechoso; sin incidentes y en cuestión de minutos. Mientras avanzábamos por el terreno boscoso del parque, la cercanía de los edificios residenciales me hizo reflexionar con cautela sobre el riesgo que implicaba disparar. Decidí mantener la orden de no hacerlo, para evitar poner en peligro a la población inocente que habitaba en el área.

Luego de unos laboriosos minutos de acecho, observamos cómo el sujeto avanzaba arrastrando los pies por el concreto, alejándose de nosotros hacia el parque de patinaje. A diferencia de los individuos que habíamos enfrentado antes, este parecía tener capacidades sensoriales disminuidas y se movía de manera desorientada, emitiendo gruñidos suaves, luciendo incluso demasiado tonto. Pero no podíamos bajar la guardia, lo seguimos de cerca hasta que repentinamente tropezó y cayó hacia delante, desplomándose en el fondo de una de las pistas de patinaje. No habíamos logrado llevarlo a donde queríamos, pero sin duda ese incidente que tuvo nos regaló unos cuantos segundos extra para planear el siguiente movimiento.

—Objetivo en la piscina —informé a la gente en el Black Hawk.

—Entendido, Águila uno. Mantendré posición en espera —respondió el apoyo aéreo.

—Recibido. Continuamos en movimiento hacia el objetivo. Echo uno uno, manténgase en la zona, le informaré de cualquier novedad. Águila uno, fuera —dije antes de desconectar el intercomunicador.

Volteé levemente hacia mis compañeros y con un gesto les ordené seguirme de cerca y estar atentos. Entonces, dividí al equipo de seis en dos grupos, asignando a los hombres de la agente Mansour para cubrir los flancos mientras mi equipo y yo tomábamos el centro. En una caminata sigilosa, avanzamos hasta tener contacto visual; levanté la palma abierta para detener a mis compañeros.

Me acerqué cautelosamente al borde de la piscina y presencié una escena curiosa y escalofriante al mismo tiempo. El pobre hombre que solo emitía gritos desgarradores no notó mi presencia y parecía atrapado en ese lugar, resbalando y rodando constantemente hasta el fondo cada vez que trataba de alcanzar el borde de la piscina. Aunque se mostraba totalmente comprometido con la tarea. Con algo de dificultad, lograba incorporarse y, con un grito desgarrador, intentaba subir de nuevo, solo para resbalar en cada intento. Con las manos en alto y el arma a un lado, me acerqué más para evaluar la situación. Aunque estaba claro que necesitábamos detener al sospechoso, no podía evitar sentir una extraña sensación de intriga y preocupación al verlo en ese estado.

—¿¡Qué está haciendo, teniente!? —gritó la agente, cortando con su aguda voz la calma de la tarde.

Me distraje un poco y giré en su dirección, mi atención fue volcada en la mujer que corría hacia mí. La agente se detuvo a mi lado, jadeando y con el ceño fruncido. El ambiente ya de por sí estaba cargado y podía sentir la electricidad en el aire, lo que me hizo temblar levemente al escuchar uno de esos característicos alaridos un escalofrío recorrió mi columna vertebral cuando giré en redondo con mi arma en alto. El hombre que finalmente emergió de la piscina reaccionó de inmediato a nuestra presencia. Extendió sus manos hacia nosotros y comenzó a correr en nuestra dirección, emitiendo un alarido ensordecedor. Sin pensarlo, levanté mi rifle y le disparé varias ráfagas en el pecho. La criatura retrocedió, rugiendo y furioso, antes de lanzarse de nuevo en nuestra dirección.

Esta vez, apunté a su cabeza y lo abatí con varios disparos. El silencio que siguió fue tan espantoso.

—¿Qué demonios? —pregunté, un tanto aturdido por la intensidad del enfrentamiento— ¿Agente, sabe lo que significa: quédense atrás? ¡Le di una orden!

Sacudiendo la cabeza, me alejé de la escena para dar paso al equipo de limpieza.

—¿Qué significa eso? Usted ha violado varias normas en este lugar —respondió Fátima, alcanzándome—. ¿Qué intentaba hacer? Puso en peligro su vida y la de todo el equipo.

—Quería hablar con él, ¿entendido? — contesté con un grito, observando cómo el equipo de limpieza se afanaba en borrar cualquier rastro del enfrentamiento. Miré mi reloj: casi las siete de la noche—. ¿Cree que es fácil disparar así sin más a alguien desarmado?

—Ellos son el enemigo, Luis. ¿No lo comprende? —preguntó Mansour, con los ojos fijos en mí—, y neutralizar esa amenaza, es nuestra misión.

—No te vi disparando ni una sola maldita bala —contesté, con el ceño fruncido—. Me alejaré por un rato. Estoy aturdido, cansado y sobre todo, no quiero escuchar a nadie.

Respiré hondo, tratando de recuperar la calma después del caótico enfrentamiento. Observé a mi alrededor, asegurándome de que todo estaba bajo control antes de dar la orden de retirada. Sabía que la misión no había terminado aún, pero ese era un problema para otra ocasión.

Después de caminar varias cuadras, mi equipo y yo nos subimos de nuevo al helicóptero para regresar a la base. Allí, la Dra. McLaren me sometió a un sinfín de exámenes para asegurarse de que no había contraído ninguna enfermedad extraña. Después de que todo estuvo en orden, solicité un Jeep para volver a casa. A pesar de que no me gustaba el silencio prolongado, conducir por las calles desiertas me proporcionó una sensación de paz. No había ruido de tráfico, solo los vehículos de emergencia y algunos policías que aseguraban que se cumpliera el toque de queda. Sin embargo, a pesar de conducir un vehículo con matrícula gubernamental, no pude evitar ser detenido por un control de seguridad a un par de cuadras de mi hogar. Uno de los agentes me pidió que me pusiera la máscara de bioseguridad y abriera la ventana. Mostré mi documentación y, luego de una breve revisión, fui autorizado a continuar. Antes de partir, el oficial me advirtió de un posible homicidio cerca de allí y me instó a seguir adelante sin detenerme. Agradecí sus consejos y aceleré para acortar la distancia hasta mi casa. Al llegar, los soldados que protegían a mi esposa abrieron la puerta y, tras asegurarse de que yo estaba dentro, se despidieron haciendo un saludo militar.

Respiré hondo, sintiendo la tensión acumulada en mis músculos mientras cargaba la bolsa de compras que había traído. Me obligué a esbozar una sonrisa al ver a mi esposa escondida detrás de las cortinas, observándome desde una de las ventanas de la sala.

—Luis, mi amor, ¿estás bien? —exclamó eufórica, corriendo hacia mí en cuanto crucé la puerta.

Le di un par de besos y la seguí hasta el sillón principal, donde ambos nos sentamos.

—Claro que sí, mi vida —respondí, mientras ella tomaba mi mano— ¿Y tú? ¿Cómo estás?

Me interrumpió para reprocharme:

—Dijiste que llamarías y no lo hiciste. Estaba tan angustiada, no vuelvas a hacer eso.

—Lo siento, amor —me disculpé—, pero les dije a los soldados de afuera que te comunicaran que estaba bien.

—Lo sé, pero quería escuchar tu voz —me confesó, acercándose para darme un largo abrazo.

—Estoy bien, cariño —dejé la bolsa a un lado y la besé tiernamente—. No te preocupes, pronto estaremos en un vuelo lejos de aquí.

—¿De verdad, cuéntame? —Katie emocionada subió las piernas al sillón y me miró tiernamente.

—Aceptaron todas las condiciones, mi amor. Además, el gobierno me va a dar muchísimo dinero por esto. Te dije que cuidaría de ti y nuestro hijo —dije emocionado y nervioso al mismo tiempo—. Voy a asegurar un futuro prometedor para nosotros. Te trataré como la reina que eres. Tendremos una casa más grande, con un hermoso jardín y hasta una piscina donde podamos jugar con nuestros hijos. Y bueno, sé que te encantan los gatos, tendremos cientos de ellos. Viviremos felices sin preocupaciones económicas de ningún tipo.

—Sabes que el dinero nunca fue un problema —suspiró dulcemente—. Yo te amo, Luis, te amo demasiado y nunca me ha preocupado eso —volvió a abrazarme—. Solo prométeme que estarás bien.

— Te lo juro, mi amor —prometí, besando su cabello—. Ya no te preocupes por eso. Solo un par de días más, solo espérame ese tiempo, ¿sí?

Sonreí, acariciando su rostro con ternura.

—Por cierto, te traje algunos de tus dulces favoritos —añadí, acercándome a la bolsa de compras y sacando un par de barras de chocolate—. ¿Qué te parece?

Katie tomó los dulces con los ojos brillantes y los devoró con ansiedad. Me acerqué a ella y la abracé, recordándole que debía comer despacio. Besé su cabello y ella me correspondió con un beso largo y apasionado. Sabía que Katie tenía antojos y que era importante que comiera regularmente para cuidar de su salud y la del bebé.

—Te amo, deja que te busque la cena,

Luis.

—No, quédate aquí, mi amor —le dije, besando delicadamente su cabello—. ¿Ya comiste?

—Recuerda lo que dijo la doctora. No puedes pasar sin comer, mi vida. Deja que te traiga algo —añadí antes de ponerme en pie.

—No hace falta, cielo. Ya cené hace rato —me dijo mientras me daba un largo beso—. Ve tú, mi amor.

Asentí con una sonrisa y fui corriendo a la cocina. Calenté la cena en el microondas y volví al salón para sentarme junto a mi esposa. Ella sostenía el control remoto y cambiaba canales sin encontrar nada interesante. El gobierno había cerrado la señal televisiva e internet, así que no había mucho que ver.

—¿Nada aún? —le pregunté, sabiendo cuál sería la respuesta.

—Nada —respondió mientras apagaba el televisor.

Entonces me acomodé en el sillón junto a ella. Antes de tomar mi propia cena, le pasé un plato con una ligera porción de frutos secos. Una vez tuve el tenedor a mi alcance, empecé a devorar con desesperación.

—No te atragantes —bromeó Katie en medio de una dulce risa.

Esbocé una débil sonrisa como respuesta, mientras la miraba con adoración.

—Despacio —me recomendó ella, acariciando mi cabello— ¿Me contarás?"

—No hace falta, mi amor —le dije desviando un poco mi atención hasta la pantalla apagada—. Firmé un acuerdo de confidencialidad.

Ella me riñó con la mirada, pero entendió que no podía decir nada por el momento.

—Todo está bien, mi amor —le dije mientras ella se acercaba aún más a mí, y yo aspiraba su aroma delicioso—. Estoy aquí contigo, estamos juntos y eso es lo que cuenta.

—Siempre estaré aquí para ti —comentó ella mirándome tiernamente, mientras me preguntó si lo sabía. Asentí con la cabeza.

Terminé mi cena y saqué un par de latas de cerveza de la bolsa de la compra. La suya no tenía alcohol, por supuesto. Había leído que la malta era buena para ella y nuestro hijo.

—La malta contiene ácido fólico. Te hará bien, mi amor —le dije mientras le daba un rápido beso y cubría su vientre delicadamente con mi mano.

—Esa cerveza negra es mi favorita —dijo ella mientras sonreía.

—La traje por eso —le dije mientras le daba un largo beso y un abrazo—. También me gusta.

—¿Recuerdas San Francisco? —me preguntó ella con una sonrisa en el rostro, mientras miraba su cerveza.

Mientras sostenía la lata de cerveza entre mis manos, un recuerdo me asaltó de repente. Me trasladé a aquellos días en San Francisco, cuando caminábamos juntos por las calles empinadas y pintorescas, mientras nos tomábamos de la mano y bebíamos de la misma lata de cerveza. Aquella cerveza negra era su favorita, y yo la había traído con la intención de evocar aquellos momentos tan especiales. Me perdí por un instante en la nostalgia de aquellos recuerdos, pero volví rápidamente a la realidad.

—Sí, lo recuerdo, mi amor. Fueron días maravillosos —le dije mientras le ofrecía otra barra de chocolate.

Katie sonrió y la aceptó con agradecimiento. Después de darle un mordisco, compartió el dulce conmigo, se recostó en mi hombro mientras yo seguía acariciando su cabello. Los dos permanecimos en silencio por un rato, disfrutando de la tranquilidad del momento. Pero en ese momento, mirando la pantalla de la TV teñida de negro, en el fondo de mi mente, sabía que las cosas no estaban tan tranquilas como parecían. Había algo grande en juego, algo que amenazaba con poner en peligro nuestra vida. Pero por ahora, al menos podíamos disfrutar de unos dulces y una cerveza fría, y apreciar el amor que nos mantenía unidos.

Con una sonrisa en los labios, ella se acurrucó en mi pecho.

—¿Recuerdas cuando teníamos diecisiete? —dijo en medio de una suave risita, y yo asentí, rememorando la imagen de nosotros dos en el estadio Oracle Park, después del concierto de Metallica.

—Aún recuerdo que la tía con quien vivías, por poco me mata, aludiendo que te había secuestrado —comenté con una amplia sonrisa en mi rostro.

—No exageres, sí que nos escapamos para realizar ese largo viaje, pero ella no estaba tan enojada.

—¡Estaba colérica! —exclamé en medio de una carcajada—. Pero sí que valió la pena.

Besé delicadamente su hombro. Katie, quien se acomodó más cerca de mí, se rió con gracia tierna.

—Luego del concierto fuimos a nuestra habitación de hotel —continuó—, bebimos un par de esas cervezas que tanto nos gustaban y nos amamos por primera vez.

Se incorporó y me besó apasionadamente.

—¿Cómo no recordarlo? —susurró muy cerca de mis labios—. Fue el día más feliz de mi vida.

—Y también el mío —dije, besando su hombro mientras la abrazaba con fuerza.

Con un dulce gesto, señaló la guitarra electroacústica que estaba adosada a la pared.

—¿Cuánto ha pasado desde la última vez que la tocamos juntos algo de buena música de cuerdas? —preguntó con un brillo en los ojos—. Toca algo para mí, por favor.

El aire se llenó de un silencio expectante cuando mi esposa me pidió que tocara algo para ella. Miré hacia la guitarra que descansaba en un rincón de la habitación y sentí cómo mi corazón latía con fuerza. La nostalgia y la melancolía me invadieron al recordar los días en que la música había sido la banda sonora de nuestra relación. Con un suspiro, me incorporé y le di un beso a mi esposa antes de acercarme a la guitarra. El olor a madera y cuerdas nuevas me llevó de vuelta a aquellos momentos en los que nos sentábamos juntos frente a la chimenea y dejábamos que las notas fluyeran con naturalidad. Tomé la guitarra con delicadeza y me senté frente a ella. Mientras afinaba el instrumento, recordé todas las veces que habíamos tocado juntos y cómo cada acorde, cada letra, había sido una expresión más de nuestro amor. Sentí que la guitarra vibraba en mis manos como si también ella recordara esos momentos de complicidad.

—¿Qué quieres que toque? —le pregunté a mi esposa, que estaba acostada en el sillón con una expresión sumamente jovial y tierna en el rostro.

Ella se encogió de hombros, todavía con la sonrisa en los labios.

—Lo que quieras, pero empieza con mi canción favorita.

Me miré a los ojos durante un instante, sabiendo que aquella canción significaba tanto para los dos. Y así, entre risas y nerviosismo, empecé a rasguear los acordes de "And I love her" de The Beatles. Cada nota, cada palabra, resonaba con fuerza en la habitación, como si la música hubiera tomado vida propia.

Mi esposa me miraba con ojos llenos de emoción mientras cantaba, y su sonrisa parecía iluminar toda la habitación. La letra cobraba un nuevo significado al escucharla entre los dos, y cada verso era un recuerdo más de nuestra historia de amor.

—'Y yo la amo' —canté con un sentimiento que venía desde lo más profundo de mi ser, mientras mi esposa cerraba los ojos y se dejaba llevar por la música—. 'Ella me da todo con ternura... El beso que mi amada trae, ella me lo da a mí... Y yo la amo'

Continué tocando con pasión y sentimiento, dejando que la música nos envolviera y nos llevara de vuelta a aquellos momentos de felicidad. Mi esposa se acurrucó a mi lado, abrazándome con dulzura mientras yo cantaba, y por un momento sentí que nada más importaba en el mundo que aquel instante de amor y música.

Tocamos un par más de nuestras canciones, y cuando finalmente dejé la guitarra a un lado, mi esposa me miró con una sonrisa pícara y me montó a horcajadas para besarme con pasión mientras yo acariciaba suavemente la piel satinada de su espalda baja que parecía derretirse bajo mis dedos. . Supe entonces que estábamos listos para ir a la alcoba, pero antes de que pudiera cargarla, ella me detuvo con una risa y mordió suavemente mi labio inferior.

—¡Hey, esa mano! —exclamó, haciendo que nos riéramos juntos.

—¿Prefieres que te baje? —pregunté sonriendo muy cerca de sus labios e imitando su tono juguetón.

—Pero ni se te ocurra —dijo ella, dándome otro apasionado beso antes de señalar las escaleras con la cabeza.

Asentí con una sonrisa, y tomándola por las caderas, empecé a caminar hacia el graderío. Estábamos a punto de dar el primer paso cuando ambos dimos un respingo al escuchar un chillido que venía de fuera, seguido por un estruendo de gritos e improperios.

—Luis —me dijo mi esposa al notar que no le estaba prestando atención a los gritos—, necesitan ayuda. Escucha, hay una mujer gritando y una niña pidiendo socorro.

—Lo sé, —respondí con calma—, son los vecinos otra vez. Ese imbécil llega borracho a casa todas las noches y empieza a pelear con su familia. No te preocupes, cariño, no nos meteremos en problemas ajenos. Vamos a seguir adelante.

Volví a besarla, me apartó suavemente. Justo en el momento en que otra serie de gritos llegaron desde fuera, supe que algo no estaba bien. Mi esposa parecía aterrorizada, y yo sabía que tenía que hacer algo.

—Quédate aquí, Katie —le dije suavemente mientras la dejaba sentada sobre uno de los escalones—. No te muevas, ¿de acuerdo? ¿Tienes el arma contigo?

Ella parecía confundida por un momento antes de asentir y señalar hacia arriba.

—Bien, ve a buscarla —le dije con un beso rápido antes de bajar los pocos escalones que habíamos avanzado—. No tardaré.

Corrí desesperado hacia la puerta, abriéndola de un golpe. Atravesé la valla de protección de mi casa con determinación y continué con el mismo paso veloz hacia la calle. Con el corazón latiendo fuertemente en mi pecho, llegué hasta la propiedad de mis vecinos y allí me encontré con la escena más aterradora que jamás hubiera presenciado. Un hombre despiadado sostenía a su esposa por el cabello y la golpeaba sin piedad mientras profería insultos hacia ella y su hija, quien se encontraba temblando de miedo y con el rostro empapado en lágrimas oculta bajo las escaleras del porche. El odio me invadió por completo ante semejante acto de crueldad.

Sin darle oportunidad a reaccionar, me acerqué sigilosamente y con rapidez tomé al agresor por la muñeca, aplicándole un perfecto derribo de judo que lo hizo caer al suelo de manera estrepitosa. Furioso, le di un puñetazo en la cara que lo dejó aturdido.

—¡Suéltala ahora mismo! —rugí con voz potente, mientras lo sujetaba con fuerza.

La mujer, aprovechando la oportunidad, huyó corriendo hacia su hija para abrazarla y protegerla.

El hombre, intentando defenderse, me amenazó con voz ronca y agresiva.

—¡No te metas, cabrón! —bramó con furia—. ¡Ella es mi mujer y la trato como se me da la gana!

La repulsión hacia aquel individuo me inundó y le propiné otra bofetada con la parte trasera de mi mano, lo que lo hizo caer de nuevo al suelo. Pero antes de que mi ira se apoderara de mí y lo terminara matando a golpes, decidí atarlo como la bestia que era. Tomé mi cinturón y lo utilicé para atar sus pies y manos, mientras lo mantenía bajo mi control.

—¿¡Qué haces!? —chilló él, tratando de zafarse de mi control— ¡Conozco mis derechos!

Con un tono de voz más bajo y amenazante, lo miré a los ojos y le dije:

—Eres escoria, un maldito hijo de puta. Si vuelves a ponerle una mano encima a esta mujer o a su hija, te juro que acabaré contigo. ¿Me has entendido?

Dejando al hombre inmovilizado en el suelo, me levanté con cuidado, sintiendo el peso de la situación. Miré a la mujer y a la niña con una expresión compasiva, consciente del miedo que las hacía temblar mientras se aferraban una a la otra, buscando refugio bajo las escaleras. Me acerqué a ellas con pasos suaves y tranquilizadores, sabiendo que mi presencia podía ser intimidante en medio de un suceso tan violento.

—No se preocupen —les dije con voz suave, tratando de transmitirles la calma que yo mismo anhelaba en ese momento—. Todo va a estar bien. Están a salvo ahora.

Pero la joven me interrumpió con su voz trémula, clamando por ayuda para su madre que parecía herida.

—Mi mamá necesita un médico —dijo a pesar de también presentar un golpe en su labio inferior, me conmovió su búsqueda de ayuda para su madre.

Asentí con seriedad, consciente de la gravedad de la situación. Me arrodillé junto a la mujer y la examiné con cuidado, constatando que sus lesiones, para mi alivio y el de su hija, no eran de gravedad. Un gesto de asombro se me escapó al ver que Katie, que había salido de la casa, se acercaba corriendo con un botiquín de primeros auxilios.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó ella al llegar, sin reparar en el riesgo que corría—. ¿Está bien? ¿Puedo ayudar?

Negué con la cabeza, preocupado por la seguridad de mi amada. Pero no podía culparla por su impulso de ayudar, su bondad era parte de lo que me enamoraba de ella. Suspiré profundamente, tratando de controlar mi propia ansiedad mientras observaba cómo Katie aplicaba los conocimientos médicos  que tan bien conocía, para ayudar a la pobre mujer que, con lágrimas en los ojos, relataba lo sucedido.

Permanecí firme, sereno y concentrado en mi tarea de protegerlas a todas. Sabía que no podía permitir que nadie más sufriera en manos de ese hombre. Dejando que mi esposa atendiera a las víctimas, me acerqué de nuevo al hombre maniatado y observé cómo gruñía y revoloteaba en el suelo, lleno de furia, profiriendo nuevos insultos.

—Llamaré a alguien para que se lo lleve —dije, sacando el radio intercomunicador y contactando a alguien que pudiera encargarse de la situación.

A pesar de que el lugar estaba lleno de soldados inútiles que no habían intervenido en favor de las víctimas, mi llamada logró que llegaran unos minutos después en un par de Humvees, cargaran al hombre en uno de ellos y, después de tomar una breve declaración y evaluar la salud de la mujer y la niña, quienes, según dijeron, no presentaban lesiones graves. Una vez que las formalidades terminaron, partieron a la brevedad posible dejándonos con toda la responsabilidad. Era como si su única misión fuera cumplir con un protocolo, sin importarles el dolor y el sufrimiento de las personas involucradas.

Una vez que los Humvees se alejaron, me giré hacia Katie y las víctimas, quienes todavía estaban temblando por el miedo y la adrenalina.

—¿Están bien? —pregunté, con una mezcla de preocupación y alivio.

La mujer asintió con lágrimas en los ojos y me agradeció por ayudarla. La niña, por su parte, se aferraba a su madre, todavía asustada por lo que acababa de vivir. Katie se acercó a mí y me envolvió en un abrazo reconfortante.

—Vamos a llevarlas con nosotros —dijo ella, acariciando mi espalda—. Deberíamos irnos a casa y descansar.

Asentí, consciente de que debíamos cuidar de las víctimas por lo menos mientras su situación mejoraba. Ayudé a la mujer y a su hija a ponerse en pie y les aseguré que estarían a salvo antes de dirigirnos hacia nuestro hogar.

—Mi nombre es, Grace —mencionó de pronto la mujer a quien sostenía por el brazo para ayudarla a avanzar—. Pero la doctora ya me conoce.

Miré brevemente a Katie, le sonreí antes de que pudiéramos continuar.

—Yo... Soy Charlie —dijo la joven con la voz entrecortada—. Bueno, mi nombre en realidad es Charlotte.

—Encantado de conocerlas a ambas. Son bienvenidas en nuestra casa —respondí, tratando de transmitirles un poco de calidez.

Durante el breve trayecto de cruzar la calle hasta nuestro hogar, no pude evitar sentirme abrumado por una sensación de impotencia. A pesar de haber hecho todo lo que estaba en mi poder para ayudar, sabía que había mucho más por hacer. Me juré a mí mismo que continuaría luchando por la justicia y por proteger a las personas más vulnerables.

Después de una noche de intensidad y peligro, por fin llegamos a casa, y luego de atender y acomodar a nuestras invitadas. Katie, con sus manos cálidas, me preparó una taza de té humeante y gentilmente me ayudó a desprenderme de mi ropa ensangrentada. Me dejé caer en el sofá, agotado, pero una ola de alivio inundó mi cuerpo al estar en un lugar seguro.

Mientras saboreaba el té caliente, Katie se sentó a mi lado y me dedicó unas palabras reconfortantes.

—Hoy fuiste un valiente héroe —dijo ella, y en ese momento, me sentí orgulloso de haberla tenido a mi lado en esa oscura noche.

—También fuiste una hermosa heroína, mi vida. Mi Katherine.

En un momento de silencio, me di cuenta de que, a pesar de todo, el amor y el apoyo que compartía con Katie me brindaban la fuerza para seguir adelante. La ternura que sentía por ella se reflejó en mi sonrisa y en un gesto de gratitud, la abracé y la atraje hacia mi pecho. Mientras inhalaba su fragancia, me dije a mí mismo en un suspiro:

—¿Héroe?

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