Capítulo Primero: Katie

^^^"La vida es una serie de colisiones con el futuro; no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser"^^^

^^^- José Ortega y Gasset^^^

Después de servir como oficial en el Cuerpo de Marines, me di cuenta de que la transición a la vida civil no era fácil. Como dicen, "los humanos somos animales de costumbres", estaba luchando por adaptarme a la vida hogareña. Decidí entonces establecer una nueva rutina y comenzar mi día temprano en la mañana, viviendo en nuestro hogar en el norte de Los Ángeles junto a mi amada esposa Katie, una mujer de belleza radiante y mirada penetrante que siempre estaba allí para apoyarme. A menudo, realizaba largas rutinas de ejercicios en un gimnasio cercano antes de empezar el día. Aquella mañana de verano, el sol brillaba con fuerza en el cielo, y el aire estaba cargado del aroma dulce y fresco de las flores que florecían en los jardines cercanos. Mientras corría de regreso a casa tras mi sesión de entrenamiento, noté que algunos de mis vecinos estaban cargando sus vehículos y empacando sus pertenencias. Aunque en esa época del año es común que las familias salgan de vacaciones, me pareció extraño que tantos estuvieran partiendo al mismo tiempo, lo más extraño era la manera precipitada en la que lo hacían. Sin embargo, no le di demasiada importancia y seguí corriendo para no perder mi ritmo. Al llegar a casa, el olor a café recién hecho y el sonido de la música suave que Katie había puesto en la sala me dieron la bienvenida. Recogí un par de flores del jardín y las deposité en el jarrón favorito de mi esposa mientras la buscaba con la mirada.

—Katie, mi amor, la factura de los servicios públicos nos va a salir muy costosa —comenté en voz alta al darme cuenta de que la televisión estaba encendida y nadie la estaba mirando, ya que mi esposa no estaba por ninguna parte.

Mientras observaba las imágenes en la pantalla, me di cuenta de que era la misma noticia del día anterior: "China decide cerrar sus fronteras y declarar una emergencia sanitaria". Sacudí mi cabeza en señal de desaprobación, sin considerar las posibles implicaciones de la noticia, y apagué la televisión.

—Katie, cariño —llamé mientras la buscaba en las diferentes habitaciones de la casa.

Después de una breve búsqueda, la encontré en el baño del piso superior.

—¿Estás bien, mi vida? —le pregunté al verla inclinada sobre el lavabo.

Mi esposa se volteó hacia mí con una sonrisa en su rostro, parecía profundamente conmovida. Sus ojos azules lo confirmaron. De repente, sin previo aviso, corrió hasta mí, me abrazó y me montó a horcajadas.

—Te amo, te amo mucho —susurró, dándome besos dulces e interminables.

—También te amo —dije sonriendo entre besos—. Alguien parece estar muy feliz hoy.

Aparté suavemente unos mechones de cabello que caían sobre el rostro de mi esposa, mientras ella escondía su sonrisa detrás de las manos. Me encantaba hacer eso, observar cómo su cabello se deslizaba entre mis dedos y revelaba su rostro radiante. Entonces, sin poder resistirme, acaricié su mejilla, deslizando mis dedos sobre su sedosa piel. Mis dedos avanzaron hacia su barbilla, la levanté y miré hacia sus preciosos ojos azules, como un cielo despejado. Allí encontré la emoción más hermosa que he visto en mi vida, la mirada iluminada de la mujer que amo. En ese momento, supe que ella era mi hogar, mi lugar seguro en este mundo lleno de incertidumbre. Me sumergí en su mirada, sintiendo la paz y la felicidad que me inundaban. Con un gesto suave, bajé mi mano para enlazarla con la de ella, como si quisiera sellar el momento y asegurarme de que no acabara nunca.

De repente, su expresión cambió, y su sonrisa se hizo más amplia, si es que eso era posible.

—Estoy embarazada, Luis. Vamos a ser padres —dijo con una voz emocionada y temblorosa.

La noticia me tomó por sorpresa y me dejó sin palabras, pero rápidamente la abracé tiernamente mientras mi corazón latía con fuerza y emoción. Era lo que habíamos estado esperando desde que dejé el ejército,  ahora finalmente se estaba haciendo realidad. Era como si ese momento fuera el comienzo de una nueva etapa en nuestra relación, una en la que podríamos construir un hogar y una familia. Después de todo lo que habíamos pasado para estar juntos.

—¿Lo dices en serio? ¿Estás segura, oh, mi amor? Te amo —le dije mientras la estrechaba en mis brazos y le daba un largo beso.

—Estoy segura al cien por cien

—respondió, con absoluta convicción. Se apartó un poco para acomodar sus hermosos rizos de cabello rojo que caían como cascadas de lava sobre sus hombros de piel blanca como la nieve—. Una mujer siempre sabe eso.

Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro, iluminando sus ojos que brillaron aún más intensamente, como si fueran dos joyas incandescentes, mientras sus mejillas se sonrojaban de emoción como si quisieran ocultar las preciosas pecas que las adornaban. Era evidente que la felicidad la invadía por completo, cuando sacó del bolsillo se sus pantalones cortos, una prueba de embarazo casera para mostrarme las dos líneas rojas.

—Mi amor, me haces tan feliz —le dije emocionado y conmovido hasta las lágrimas—. Te amo y prometo amar a nuestro hijo.

—Sé que así será —respondió ella antes de darme un suave beso en los labios.

Sonreí muy cerca de su piel antes de colocar delicadamente mi palma sobre su vientre.

—Seré el mejor padre que pueda ser. Sé que he cargado con muchas cosas que pueden volver loca a cualquier persona, pero te aseguro que no les afectará a ti, a nuestro hijo o hija —dije mientras me salían lágrimas de emoción—. Te amo, Kate, prometo cuidarlos y amarlos con todo mi ser.

Nuestro matrimonio estaba en peligro debido a mi compromiso con el cuerpo de marines, que me mantenía alejado de mi esposa durante largos períodos de tiempo. La vida militar puede ser abrumadora y, aunque regrese al hogar, nunca puedes dejar atrás la sensación de estar en una guerra constante, en un conflicto entre el pasado y el presente. La noticia era una de las más felices de mi vida, un sentimiento de inquietud me invadió. Sabía que mi pasado militar empezó a volverse una carga para nuestro matrimonio y no podía evitar preguntarme si estaría a la altura de las circunstancias como padre. Kate pareció darse cuenta de mi preocupación y, en lugar de decir algo, me acarició el rostro con ternura y besó mis labios. Fue un beso largo y profundo que me hizo sentir amado y apoyado en todo momento.

—Katie, yo.

—Lo sé, cariño, lo sé. No tienes que explicarlo —dijo ella sonriendo y acariciando mis labios con los suyos—. Lo importante es que estás aquí conmigo y tomaste la decisión correcta, mi amor.

Su dulzura me conmovió y no pude evitar soltar algunas lágrimas.

—Eres un ángel y no merezco tenerte, Katie. He visto lo peor de la humanidad y he sido parte de ello —le dije, avergonzado de mi pasado—. Gracias por seguir a mi lado a pesar de saber lo que soy.

—Mi amor, no te preocupes, —dijo ella con dulzura—, estás aquí conmigo y eso es lo que importa. Sé que eres un hombre tierno y amoroso que se entregó a su labor. Ahora lo más importante es que estás aquí conmigo y vamos a formar una familia juntos.

Katie notó mi preocupación y apretó su mano suavemente en la mía, transmitiéndome seguridad. Pero a pesar de su apoyo, no podía sacudir la preocupación que me embargaba. Mi pasado en la guerra, con todas las cosas terribles que tuve que hacer en nombre de la libertad, seguía acechándome. ¿Y si eso volvía a perseguirme? ¿Y si yo no era capaz de dejar atrás todo ese dolor y violencia?

Katie leyó mis pensamientos y me miró fijamente a los ojos.

—Escucha, mi amor. Entiendo que te preocupes por tu pasado en la guerra, pero no dejes que te consuma. Eres un hombre valiente y honorable, y estoy segura de que serás un gran padre. No tienes que ser perfecto, solo tienes que amar a nuestro hijo y estar presente para él.

Sus palabras me llenaron de aliento y emoción. Katie siempre había sido mi roca, la que me sostenía en los momentos más difíciles. Y ahora, con la noticia del bebé en camino, era más importante que nunca que pudiera superar mis miedos y ser el mejor padre posible.

Asentí, mientras ayudaba suavemente a Katie a volver al piso.

—Tienes razón, mi amor —dije, sonriendo y secándome las lágrimas con energía—. Deberíamos llevarte a ver a tu ginecóloga. No sé demasiado del tema, quizá ella pueda responder algunas de mis preguntas -agregué, poniendo con delicadeza mi palma en su vientre.

Me agaché y esta vez puse mi mejilla sobre su piel, mientras Katie acariciaba dulcemente mi cabello.

—No puedo creer que seré papá, tengo que contárselo a mis padres ¡y a todo el mundo! —grité emocionado.

Katie suspiró dulcemente y dijo:

—Lo haremos pronto, mi amor. Y en cuanto al asunto de la doctora, podemos ir mañana. Voy a hacer una cita con ella hoy mismo. Tienen que hacerme una nueva prueba para asegurarme de que realmente estoy embarazada.

—¿Es posible que la prueba haya fallado? —pregunté sintiendo algo de tristeza, ya que sabía la respuesta.

Levanté el rostro hacia ella para mirarla con adoración

—Sí, Luis, hay una probabilidad.

—respondió ella, sonriendo—. Pero te juro que en el fondo de mi corazón sé que tengo a nuestro bebé gestando en mi vientre.

Escuchar esas palabras fue todo lo que necesitaba. Tomando su delgada cintura entre mis manos, le di un par de besos en el vientre.

—Te amo más que a mi vida misma, Katie —le dije una vez me incorporé para dedicarle a su rostro las más dulces caricias.

—Eres lo mejor que me ha pasado, Luis

—respondió ella—. Vamos a desayunar.

En medio de las tiernas risas y miradas cómplices de ambos, la levanté suavemente entre mis brazos para salir del baño.

—¿Es esto necesario? —preguntó ella de manera divertida.

Me incliné hacia ella con adoración, dejando caer un par de besos en sus preciosos labios sonrosados.

—Desde luego que es necesario, no querría que te esfuerces innecesariamente en tu estado —reí muy cerca de sus labios, disfrutando de su cálida cercanía.

—Aún no soy un globo, sigo insistiendo que esto no es necesario todavía

—bromeó ella mientras acariciaba mis mejillas y levantaba el rostro para mirarme tiernamente.

—Tienes razón, pero como futuro padre, es mi obligación ser sobreprotector con la madre de mi hijo —sonreí y volví a besarla.

Katie me devolvió la sonrisa y, con ella aún en mis brazos, empecé a bajar las escaleras. En pocos minutos, estábamos cruzando el salón en dirección al comedor. Mientras caminábamos hacia la cocina, sentí una oleada de emociones abrumadoras: la alegría de convertirme en padre, la preocupación por mi esposa y nuestro futuro hijo, y el temor de no estar a la altura de la tarea que se me presentaba. Pero mirando a Katie, su rostro lleno de amor y felicidad, supe que juntos podríamos superar cualquier obstáculo; criaríamos llenos de felicidad a nuestro hijo con amor y dedicación, y juntos crearíamos un futuro.

Llegamos a la cocina y comencé a preparar el desayuno mientras Katie se sentaba en la mesa. A medida que cocinaba, mi mente divagaba, imaginando cómo sería la vida como padre. Me preguntaba cómo me cambiaría el ser responsable de otra vida, cómo afectaría mi carrera y cómo podría equilibrar el trabajo y la familia. Pero a pesar de mis preocupaciones, me sentía más vivo que nunca. Estaba ansioso por abrazar mi nuevo papel como padre y todo lo que eso implicaba. Y sabía que, con Katie a mi lado, todo sería posible.

Junto a ella, mi preocupación se disolvió, tal y como siempre lo hacía. Me transmitió esa paz con solo sonreír.

—Debería haber preparado esos muffins que tanto te gustan —dije sonriendo mientras servía unos cuantos pancakes en su plato.

—No te preocupes, mi vida. Ya tendrás tiempo de cumplir mis antojos —ella tomó la botella de miel y dejó caer una larga porción en sus tortitas.

—Estoy tan feliz, aún no lo creo —le di un largo beso en el cabello y rodeé la mesa para tomar mi asiento—. Come bien, mi amor. Ahora lo haces por dos  —sonreí y le pasé un gran platón de ensalada de fruta.

—Gracias, mi vida. Eres tan amable —dijo ella quien en medio de una sonrisa empezó a servir algo de fruta en su plato.

—¿Quieres más pancakes? —pregunté.

Ella negó con la cabeza y sonrió mientras señalaba la pila de unos cuatro que ya tenía en su plato.

—Lo siento, amor. Si estoy actuando un poco exasperante —sonreí y la miré con adoración—. Esto es completamente nuevo para mí y creo que se activó mi instinto sobreprotector.

—No hay problema, mi amor. Siempre eres muy tierno y hemos compartido momentos así antes —respondió Kate con una sonrisa—. No es muy diferente a lo que hemos tenido todos los días desde que nos casamos hace cinco años.

—Sé que por mucho tiempo no estuve presente para tener momentos como estos a tu lado, Kate. Incluso me negué a tener hijos contigo a pesar de saber que siempre habías deseado ser madre. Todo por el trabajo —confesé, bajando la mirada en señal de arrepentimiento—. Fui un auténtico imbécil, pero te juro que he cambiado. Quiero esto, mi amor. Quiero que seamos felices juntos con nuestro pequeño o pequeña.

—Por favor, Luis, no hablemos más de eso —pidió Kate—. Dejemos el pasado atrás y enfoquémonos en el presente. Hagamos planes para nuestro futuro juntos".

—Tienes toda la razón, mi amor. Lo siento, no hay razón para preocuparme —dije, sonriendo mientras le servía un poco de crema para sus frutas—. Tenemos esta casa, la hipoteca está pagada. Creo que nos esperan grandes cosas juntos.

Entonces Kate bajó la mirada y mencionó la intención de una compañía militar privada de contratarme. Sabía que ahora más que nunca me sentiría tentado a aceptar, ya que me ofrecían mucho más dinero del que ganaba en mi trabajo actual como consultor militar. Pero Kate me rogó que no lo hiciera, recordando lo difícil que fue la última vez que me embarqué en una misión de ese tipo y cómo casi me destruyó.

Suspiré profundamente y tomé la mano de Kate.

—Lo sé, mi amor. Pero ¿cómo puedo darles la vida que mereces si no puedo proveer lo suficiente? Esta compañía me ofrece una estabilidad económica que nunca hemos tenido antes. Podríamos comprar todo lo que necesitamos y más, una casa más grande. Podríamos viajar por todo el mundo, hacer realidad todos nuestros sueños. ¿No es eso lo que quieres?.

Kate me miró con tristeza en sus ojos.

—Sí, claro que lo quiero, mi amor. Pero no a cualquier costo. El dinero no puede comprar la felicidad, y mucho menos la vida. Ya perdimos demasiado en tu última misión, no quiero arriesgarnos de nuevo. Además, ¿qué pasa si te envían a un lugar peligroso? ¿Cómo me sentiría si algo te sucediera?

Mi esposa bajó la mirada intentando ocultar su visual incertidumbre.

—Me prometiste que se había acabado, Luis. Me dijiste que dejaste la guerra atrás.

—Lo entiendo, mi amor. No quiero perderte a ti, ni a nuestro futuro hijo. Te prometo que tomaré la decisión correcta. No importa cuál sea, siempre estaremos juntos, ¿de acuerdo? —me acerqué a ella para rodearla con los brazos y besar delicadamente su frente.

Kate asintió y se acurrucó en mi pecho.

—Siempre juntos, mi amor. Lejos de la guerra —susurró alegremente mientras se llevaba algo de fruta a la boca.

Bajé la mirada y suspiré, sintiéndome abrumado por los recuerdos que seguían acechándome. Katie tenía razón: aquella última misión en Kismayo, Somalia, había sido un verdadero infierno. A pesar de que había sido entrenado para lidiar con situaciones extremas, las atrocidades de la guerra eran inolvidables. Había visto la muerte de cerca y había sido testigo de actos de violencia que me habían sacudido hasta la médula. Sin embargo, había un momento en particular que no podía borrar de la mente: el momento en que tuve que disparar a un muchacho de quince años que estaba armado y que había apuntado su AK-47 en mi dirección. Aunque sabía que era un acto de defensa propia, no podía sacarme de la cabeza la imagen del chico con el cráneo destrozado por mi bala. Era un combatiente más, pero mi vida y la apreciación por la misma cambió desde ese día.

—No volveré a tocar un arma en mi vida —dije con firmeza, tratando de convencerme a mí mismo más que a Katie—. Te lo prometo, cariño.

Mi amada esposa me ofreció una sonrisa cálida y extendió su brazo hacia mí. Agradecido, tomé su mano y juntos disfrutamos del desayuno, sintiendo cómo el calor de nuestra unión se esparcía por todo nuestro cuerpo. Saboreamos cada bocado y cada sorbo con intensidad, conscientes de que era un momento único y especial. Después de terminar, nos dedicamos a lavar los platos en silencio, pero nuestros ojos se encontraban de vez en cuando y nos regalábamos sonrisas cómplices que llenaban nuestros corazones de amor. Ella; mi ancla en la realidad, mi compañera de vida en las buenas y en las malas. Sentía una profunda gratitud por tenerla a mi lado, por cada momento que compartíamos y por su presencia reconfortante en mi vida.

Mientras la ayudaba a secar sus manos con un mantel, le pregunté con cariño:

—¿Quieres algo más para comer, mi amor? No has terminado tus pancakes.

Katie reflexionó por un momento y luego me miró con una sonrisa traviesa.

—En realidad, ahora que lo mencionas, sí. Quiero comer algo más.

Ella se acercó aún más a mí con una mirada coqueta, poniéndose en puntas de pie para rozar sus labios húmedos contra los míos. Luego, de un salto, se montó a horcajadas sobre mí, sosteniendo mi cuello con ambas manos y rodeando mi cintura con sus piernas.

—Katie, ¿estás segura? No quiero hacerte daño a ti o al bebé —le pregunté preocupado.

—Recuerda que fui enfermera, mi amor. Sabemos que podemos tener relaciones sexuales con normalidad durante todo el embarazo —respondió acentuando aún más su coquetería.

—Lo sé, pero aún así... —comencé a decir antes de que ella me interrumpiera con otro beso apasionado.

Ella asintió con un breve jadeo, que se desvaneció sobre la piel de mis labios.

—Lo sé, nuestro bebé en desarrollo está protegido por el líquido amniótico, así como también por los músculos fuertes del útero mismo —proseguí—. ¿Que si somos muy bruscos o algo así?

—Somos amantes apasionados, pero ya no tan salvajes como a los diecisiete. —bromeó ella mientras acariciaba el bermellón de mis labios con su pulgar—. Seremos cuidadosos, mi amor. Buscaremos una posición cómoda y segura para los tres. Por favor, Luis, lo deseo tanto.

Finalmente, cedí a sus deseos y nos entregamos a la pasión, con ella guiándonos hacia la sala de estar mientras la sostenía en mis brazos. El roce de su piel contra la mía me hizo temblar de placer. Nos tomamos nuestro tiempo, disfrutando de cada instante juntos, sabiendo que nuestro amor y cuidado mutuo eran la prioridad. Nos dejamos llevar por el amor que sentíamos el uno por el otro, moviéndonos con la misma armonía que un baile sincronizado. Mis brazos la sostenían con delicadeza mientras ella me deleitaba con sus tiernas caricias.

Ella volvió a besarme apasionadamente, deslizando sus labios hasta mi barbilla. Yo correspondí con un beso húmedo y profundo, dejando que mis manos se deslizaran suavemente por su espalda. Sentí cómo su cuerpo se estremecía al contacto de mis dedos, lo que me impulsó a continuar acariciándola. Cada caricia era un acto de amor, cada beso un juramento de fidelidad eterna.

—Aquí mismo, —gimió ella con dulzura pegada a mis labios—, no puedo esperar más para estar contigo.

Con suavidad, la dejé sobre el sillón, y nuestros labios volvieron a encontrarse en un beso apasionado. Sin prisas, nos fuimos desnudando mutuamente, descubriendo poco a poco cada centímetro de piel que nos unía. Yo acariciaba suavemente su cuerpo mientras ella gemía con el tono dulce almizcle, deseando que aquel momento no acabara nunca. Pronto nos despojamos de nuestras prendas y mi bella esposa, quedó desnuda tendida de espaldas, me incliné y empecé a besar el contorno de sus pechos, disfrutando del sabor de su piel suave y sedosa bajo mis labios.

Ella rió nerviosamente, antes de rodear  mi cabeza con sus manos aferrándome con cariño y pasión, obligándome a no apartar mis labios de su piel. Pronto sus risas se transformaron en gemidos largos y placenteros cuando llegué a sus pezones. Los acaricié con mi lengua y mis manos que nunca tenían suficiente de su calidez sintiendo cómo se endurecían bajo mi tacto y desatando un placer indescriptible. Sentía cómo el calor se apoderaba de mi cuerpo, y supe que ella estaba sintiendo lo mismo. Continué bajando, trazando círculos con mi lengua sobre su piel, disfrutando de cada jadeo y suspiro que emitía.

—Te amo, te amo —dijo con una voz entrecortada por el placer cuando empecé a hacer un camino de besos mucho más abajo.

Mi preciosa esposa, arqueó su espalda con anticipación cuando mis labios alcanzaron la delicada piel de su pelvis. Me respondió gimiendo a la espera de ese soñado beso que no tardó en llegar, de ese derroche de amor y pasión que tampoco se hizo esperar.

Luego de hacer el amor, nos tomamos un tiempo para acurrucarnos sentados en el sillón. Estaba cómodamente sentada entre mis piernas, sonriendo, con la cabeza acostada en mi pecho, mientras, le prodigaba caricias tiernas en la espalda y hombros con mis labios. En ese momento, no existía nada más que nosotros dos, y el amor que nos unía.

—Te amo, Luis —susurró, casi sin aliento.

—Te amo también, mi amor —le dije, mientras la besaba con dulzura en la delicada y sedosa piel de su cuello.

En medio de un suspiro, volteó y nuestros ojos se encontraron en un momento que parecía detener el tiempo. Esbozó una sonrisa dulce y tierna que me hizo sentir amado, seguro e igual de feliz en lo más profundo de mi ser. En ese instante, supe que nada en este mundo podría separarnos, que nuestro amor era indestructible y eterno. Katie se acercó a mí y con suavidad dejó caer sus labios sobre los míos en un beso que irradiaba dulzura y complicidad. Nos abrazamos fuertemente, nuestros cuerpos pegados y corazones latiendo al unísono, en un abrazo que sellaba el infinito amor que sentíamos. Entonces, se acostó sobre mi pecho y pude sentir sus latidos, vibrando en mi piel y resonando delicadamente en mis oídos con una cadencia celestial. Cerré los ojos y respiré profundo, inundando mi ser del aroma de su cabello y de la sensación de su piel contra la mía. En ese momento, supe que nuestro amor era verdadero y duradero, capaz de superar cualquier obstáculo que la vida nos pusiera en frente.

La miré a los ojos y vi en ellos un brillo especial, un reflejo de todo el amor y la pasión que sentíamos el uno por el otro. Así nos quedamos, en ese abrazo eterno, disfrutando de cada momento juntos, sabiendo que nuestro amor era la razón de ser de nuestras vidas y que juntos podríamos enfrentar cualquier desafío que se presentara en el camino.

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