Capítulo 10: Suplente

Hace dos semanas que dejé de ir al cementerio, en teoría rompí mi costumbre de ir todos los viernes a visitar a mi madre. Internamente tengo miedo de encontrarme con Joel por ahí, puede que no me haya hecho nada, pero eso no justifica su extraño comportamiento la vez pasada. Durante ese tiempo he organizado y adelantado trabajos de la universidad, ahora me encuentro haciendo uno, es una pintura para el profesor Phillips, busco entre mis útiles, pero no veo la cinta transparente que necesito.

Me levanto y miro en el interior de los cajones de mi armario, pero no está. Me pongo a pensar mirando hacia mi escritorio si lo he dejado en otro lado, pero nada llega. Salgo de mi habitación y voy al primer piso, hoy es sábado y Elián ha decidido quedarse en casa, así que voy a buscarlo. Está afuera sacando una caja con archivos de su auto.

—Papá —lo llamé.

Él hace un sonido desde dentro del carro afirmando que me ha escuchado.

—¿Has agarrado mi cinta? —Dije mirando tras el parabrisas del auto.

Él sale y hace un gesto pensativo.

—Creo que está en el escritorio de mi despacho —cuando lo dice vuelve a meter medio cuerpo dentro del auto.

Voy a su despacho y me quedo en la puerta, la última vez que entre, estaba muy diferente, ahora tiene un cartel pegado en la pared con varias pistas del caso de Valeria. Me acerqué y observé con atención cada cosa colocada, hay una que dice que el sospechoso podría ser un jardinero o que tenga conocimientos sobre el tema, en otra hay una foto de una flor rosada, leo el nombre que tiene escrito arriba, dice flor de tabaco.

Entonces recuerdo el video de la autopsia donde encontraron una flor en la boca de Valeria, la misma flor, también recuerdo las flores que Frédéric había colocado en su supuesto ritual. Hay otro dato que dice que al asesino le hace falta experiencia, luego mis ojos captan una foto, una foto familiar.

Observé a los integrantes y me sorprendí cuando no vi a Joel entre ellos, están los dos padres que claramente se ven que son ellos por lo mayores que lucen y en cada lado tienen a un hijo. El padre está a la derecha con un muchacho de cabello castaño y en la izquierda está la madre con Valeria, leo los nombres que se unen mediante una línea negra, el muchacho se llama Jerome. Escucho a mi padre entrar y el sonido cuando deja la caja en la mesa, se acerca por detrás y me pasa la cinta.

—¿Esto es lo que buscabas? —Dice mi padre.

Asiento y me guardo la cinta en el bolsillo de mi pantalón de algodón, luego señalo la foto y le digo:

—¿Dónde está el otro hermano?

Mi padre me mira desconcertado y vuelve a mirar la foto.

—Valeria no tiene más hermanos —dice él, yo quedo perpleja y después intento guardar mi asombro para que no lo note—, ¿de dónde sacaste que tenía otro hermano?

Miro la foto y hago lo que a veces se me da muy bien, mentir.

—No lo sé —lo miro y luego agrego quitando el interés al asunto—, solo lo supuse.

Me mira poco convencido, pero lo deja pasar, salgo de su despacho y me dirijo a mi habitación, —¿Cómo es posible esto?—, estoy totalmente confundida, recuerdo que el primer día que vi a Joel, él me dijo que su hermano se llamaba Jerome —¿Cómo lo sabía?—. Probablemente, él no se llame Joel —¿Cuál será su nombre real? ¿Quién es? ¿Por qué se hizo pasar por el hermano de Valeria?—, todas esas preguntas se arremolinan en mi cabeza, y sobre todas ellas sobresalta una por encima de las demás —¿qué está pasando?—.

Cuando llego a mi habitación dejo la cinta al lado de la pintura y me siento en mi cama, esto es completamente extraño, confuso a más no poder. Intento conectar los acontecimientos, pero ninguno encaja, una duda empieza a crecer desde mi interior, desde muy adentro, un escalofrío cubre todo mi cuerpo —¿Podría ser el asesino de Valeria?—.

Cierro los ojos y la frustración embriaga todo mi ser, siento como el miedo se tuerce en mi interior, esto es peligroso, lo es, estuve con un inminente peligro sin saberlo. Al abrir mis ojos me dejo caer en la cama, miro el techo e intento calmarme, podría contarle a mi padre, pero qué le diría. Sin saber qué hago me cambio de ropa a una más cómoda, me coloco unas botas y agarro mi mochila, en ella está mi cámara y el móvil.

Bajo con cuidado y arranco una hoja de la libreta de emergencias, en ella escribo que voy a ver a Miguel y la dejo en la mesita de cristal, luego me voy a una dirección contraria de la casa de Miguel, al cementerio.

Cuando llego el viento golpea mi rostro y envía mis cabellos hacia atrás, hoy encuentro el cementerio más escalofriante, el nerviosismo me impide pensar con claridad, me dirijo hacia la entrada y me detengo a medio camino cuando veo a Joel entrar en él. No se ha dado cuenta de mi presencia, pero no tiento a mi suerte y espero un rato antes de ir tras él.

Sé que va a ir a visitar la tumba de su supuesta “hermana” y yo probablemente a la de mi madre, pero no pienso acercarme más de lo necesario, claro que necesito saber la verdad, quiero saber quién es en realidad y por qué mintió. Camino tras los árboles ocultando mi presencia y a lo lejos lo veo apoyado en un árbol muy cerca de la tumba de Valeria, está fumando.

Saqué mi cámara y con cuidado de que no me vea le desactivo el flash y el sonido, luego le empiezo a tomar fotos, de su rostro y de cuerpo completo, le saco como unas veinte fotos antes de guardar la cámara en su lugar. Caminé a paso decido hasta él, gira su rostro cuando escucha el crujir de las hojas secas contra mis botas y observé como una pequeña sonrisa se desliza por sus labios. Me acerqué lo suficiente para verlo de cerca y lo suficiente lejos para salir corriendo si llegará a ocurrir algo.

—Pensé que no volverías —dice él dándole una última calada al cigarrillo y luego lo arroja al piso, su zapatilla negra apaga el cigarrillo con una pisada.

Me aguanto internamente las ganas que tengo de decirle que lo recoja. Como no hablo y lo quedo mirando fijamente, él hace un sonido de incomodidad.

—Estaba ocupada —respondí intentando calmar mi repentino impulso de soltarle lo que sé.

El silencio inunda el lugar y él se entretiene con las uñas de sus manos, luego soltando un suspiro, me pregunta mirando el suelo.

—¿Por qué vienes aquí?

Me rio, él me mira estupefacto por mi reacción, es completamente ridículo preguntar eso. ¿Por qué más vendría a un cementerio si no es para visitar a algún familiar muerto?

—Me gustan los cementerios —camuflé la verdad con una mentira.

—Ya lo suponía —Dice él sin mucho interés.

No sé si sentirme ofendida por eso, sé que mi forma de vestir da mucho qué pensar, pero eso no significa que sea la fan número uno de los cementerios. El hecho de que mi madre esté aquí hace que un lazo me tenga aquí siempre, si mi madre no hubiera muerto, nunca hubiera pisado un cementerio como lo hago ahora. Pero me lo guardo para mí misma y no le digo nada.

Él mira mis pies y luego cuando sus ojos verdes se deslizan por mi cuerpo pregunta:

—¿Por qué no habías vuelto?

Voy a contestarle de la peor manera posible, pero el sonido de mi móvil distrae parcialmente mi objetivo. Cuando lo saco de mi bolso, leí el nombre de Miguel en la pantalla. Lo tomo con una oportunidad de irme y le contesto en el último timbre.

—Pensé que nunca ibas a contestarme —dice con preocupación, ignoré lo que dice.

—¡¿Cómo así?! —Sigo alterando mi voz.

—¿Por qué me gritas? —Repone desorientado.

—¡Dios mío! —Ahogo un chillido de confusión, Miguel, tras la otra línea, también grita—, ya voy para allá.

“Joel” me mira confundido cuando cuelgo y guardo mi celular en mi bolso.

—¿Pasó algo? —Habla interesado y un poco de angustia tiñe su voz.

—Mi padre me necesita —le digo siguiendo con mi pequeña mentira, no tuve que haber venido, caigo en cuenta tarde, aunque solo hayan pasado unos minutos.

—¿Puedo llevarte? —Se ofrece.

Lo niego a la primera.

—No, no. Me voy a otro lado —mi negación hace que él junte las cejas, luego agregué suavizando mi voz—, queda muy cerca de aquí.

—Entonces puedo acompañarte —me dice.

Mi boca se abre un poco, pero no sale respuesta de ella, él lo toma con un sí y se va caminando hacia la salida. Miro el suelo y maldigo internamente, por qué tengo que ser tan impulsiva. Doy largas zancadas hasta alcanzarlo.

—No hay necesidad —le digo sujetando su brazo, él se detiene y mira mi mano, yo la suelto de forma brusca e instintiva, él no lo pasa desapercibido.

—Aun así, insisto, quiero acompañarte —dice con lentitud como si estuviera dando una orden.

Luego da media vuelta y sigue caminando, cada vez la salida del cementerio está más cerca. Froté mis manos, frustrada. Me hago a su lado.

—No puedo llevar a nadie —le digo y él se detiene.

Al parecer eso lo hace pensar otra vez.

—¿Por qué? —Indaga él con una nula curiosidad, es la primera persona que ha hecho que mi mesura pase límites inalcanzables. Me contengo y sigo con mi mentira.

—Porque a mi padre no le gustaría.

—Ahh —dice mirando al cielo, luego asiente como si hasta ahora lo hubiera entendido—, bueno, entonces adiós, nos vemos luego.

Sigue caminando sin esperar a que le responda algo, se monta en su auto y se va, eso fue raro. Ahora todo me está resultando raro. Por ahora no quiero llegar a casa, entonces le vuelvo a marcar a Miguel. Y espero que me perdone por la manera en la que le hablé.

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