Capítulo 3: Encuentro inesperado

Las nubes surcaban el oscurecido cielo haciendo que el día se opacara, el viento está lo suficiente frío y salvaje para hacer que mi cabello se salga de lugar y que mis mejillas y la punta de la nariz se pongan frías. Todos estaban afuera de la universidad con sus sombrillas listas esperando a que la lluvia se desatara, pero no lo hizo, solo estaba siendo un día oscuro y frío, uno de mis días favoritos.

También podría decir que está muy temprano para que el sol se escondiera detrás de los nubarrones grises. Relámpagos trazaban líneas moradas y azuladas en el cielo, entre las nubes, uno de los mejores espectáculos de la naturaleza y luego para ser acompañados por los estruendos de los truenos, que son tan fuertes que hacen vibrar cada fibra de cada ser vivo, mostrando su fuerza y vitalidad. Ahora mismo encuentro interesante el sonido de los truenos y las luces de colores vibrantes de los relámpagos, una gran melodía para mis oídos.

Cuando llegué al cementerio el cielo se veía igual y la neblina ya estaba empezando a bajar por las montañas para cubrir todo, el cementerio tiene una apariencia más sombría y solitaria de lo normal, más fúnebre y tenebrosa. Suelto un suspiro porque un día así no muchos pueden apreciarlo, yo lo hago porque me gusta y porque lo veo de una manera hermosa y única. Luca no estaba y otro portero lo estaba reemplazando, cuando pregunté por él, me dijo que había salido de vacaciones y que volvería el siguiente mes.

Pase los camposantos que hoy estaban muy solitarios, podría ser porque las aves se habían escondido y que no estuvieran revoloteando el cielo hacía que todo se viera más vacío. Con el clima casi nadie se aventuraba a ir al cementerio en un día así, la excepción claramente era yo. Nunca fallaba un viernes, siempre venía sin importar el clima que estuviera haciendo y la hora que fuera, claramente llegaba antes de las cinco, antes de la hora del cierre.

Cuando llegué a la tumba de mi madre y me senté el lado de ella, acaricié la lápida con las yemas de mis dedos. Miré el manto de césped verde que lo cubría, nunca le traía flores porque a mi madre no le gustaban, solamente arreglaba el césped para que quedara todo del mismo tamaño y que siempre estuviera limpio. De mi mochila saqué mi cámara fotográfica y la prendí, entre mis manos miré las fotos que había sacado los últimos días, en una estaba Miguel, un amigo, mirando su taza de café y en su mano tenía un pedazo de pan. Tengo muchas fotos de él y de diferentes lugares a donde hemos ido. Elevé mis ojos al cielo y enfoqué la cámara para sacar un primer plano de un relámpago, en el quinto clic quedo capturado en una foto.

Levanté mi rostro y miré hacia donde estaba Valeria, estaba sola, al igual que las demás tumbas de los alrededores. Sin saber el porqué, me levanté, apagué la cámara y la guardé en la mochila, caminé hasta llegar al frente de ella y miré la tierra que estaba ya seca, mis ojos se deslizaron hacia el cielo donde las nubes estaban brillando por los silenciosos relámpagos, pronto lloverá y calmará la sed de los muertos.

Iba a irme cuando sentí una presencia a mi lado, dando un paso y alejándome a la vez del muchacho, lo observé con curiosidad. Él tiene el cabello castaño y su rostro estaba mirando la lápida de la muerta, sus manos están metidas en los bolsillos de su pantalón y luego de un rato, gira su rostro y clava sus ojos verdes en los míos.

—¿Quién eres? —Dice con voz profunda, lo observé en silencio mirando de nuevo la tumba. No voy a mentir, su pregunta me tomó por sorpresa y no sé qué decirle—. ¿Qué? ¿No hablas? —Se acerca y yo doy un paso hacia atrás.

—Solo pasaba por aquí y sentí curiosidad —me limité a decir.

—¿No la conoces? —Hizo un ademán con su cabeza hacia la tumba de Valeria.

—No —dije dando un vistazo a la lápida—, y ¿Tú sí?

Se queda en silencio como si estuviera pensando en lo que va a decir y mira la tumba con un gesto apesadumbrado.

—Era mi hermana —susurra.

Y yo me quedo sin aliento, es la primera vez que tengo una charla con algún familiar de los muertos con los que he interactuado, lo peor de todo es que no me puedo quitar las fotos de mi cabeza.

—Lo siento —susurré, sin saber más qué decir, me quedé en silencio.

Él asiente callado, no sé por qué no me voy, pero la curiosidad puede conmigo y termino preguntándole sobre el epitafio escrito sobre el mármol.

—¿Qué quiere decir eso? —Señalé la leyenda escrita en otro idioma, al parecer latín.

Él me mira y su rostro se coloca bastante serio, se queda callado y devuelve su rostro a la lápida y se queda así por unos segundos.

—Fue difícil haberte dejado ir de esa manera —murmura diciéndolo lentamente.

Sus palabras se quedan en el fondo de mi cabeza, y leo el “Atte. Su hermano”, recuerdo el día que la trajeron, el muchacho que lloró y gritó al final cuando el ataúd fue depositado en el hoyo, él es muy diferente al que tengo ahora mismo al lado. Tampoco recuerdo haberlo visto cerca de las tres personas que claramente se veían que eran padre, madre e hijo. —¿Él dónde estaba?— Así que con la desconfianza creciendo en mi interior, pregunté:

—¿Por qué le dedicaste un epitafio así?

Me mira y su rostro tiene una expresión difícil de descifrar, pero tristeza no es.

—No fui yo, fue Jerome, mi otro hermano —dice y veo como traga.

—¿Cómo te llamas? —Mi pregunta parece sorprenderlo y durante unos segundos me queda mirando en silencio para luego responder.

—Joel Bennet Henderson —se cruza de brazos y se acerca dejando su rostro muy cerca del mío recuperando la confianza—, ¿tú cómo te llamas?

—Aelyn —le respondo dando un paso atrás—, emmm… ya me tengo que ir —digo como excusa, su sola presencia me incomoda. Además de eso, lo veo bastante tranquilo después de haber perdido alguien tan importante como lo es una hermana.

Me doy la vuelta y camino entre las tumbas hasta llegar al camino de piedras, me detengo y miro hacia atrás, ahí está él mirándome fijamente. Devuelvo mi vista al frente y sigo mi camino, es la primera vez en mucho tiempo que me voy tan rápido del cementerio. Ese tipo me trae un mal presentimiento, algo esconde y tengo ganas de descubrirlo.

Al salir veo en mi móvil que son las 16:30 y no tengo nada más que hacer, me voy directo a casa. Dejo mi mochila en un sofá de la sala y voy a la cocina, saco un vaso y lo lleno de agua.

Miré a mi alrededor y detengo mi inspección en las ventanas abiertas de la cocina, me acerqué a ellas y miré hacia afuera, nosotros nunca dejamos las ventanas abiertas. Dejando el vaso en el mesón, me inclino y las cierro, unas manos cubren mis hombros y reaccioné de la única manera que sé. Tan rápido como sus manos se colocaron en mis hombros, me giré y lancé un puño hacia la persona.

—¡AY! —un quejido chillón soltó el desconocido y cuando lo miré más de cerca lo reconocí.

—¡Miguel! —reprocho y me acerco mirando su rostro—. ¿Cómo entraste a casa?

Hace una mueca cuando apartó sus manos de su rostro, su nariz está sangrando y con un gesto de dolor me aparta y vuelve a colocar sus manos en la cara.

—Por la ventana —dice entre jadeos.

—¡Pero si todas las ventanas estaban cerradas! —Grité con indignación.

Él levanta su rostro y me mira con fastidio.

—¡Mierda! ¡Eres un animal! —Me grita acercándose al lavaplatos.

—¡Animal! ¡¿Animal YO?! —Me acerco a él y veo como abre el grifo para lavarse la sangre.

—¡Sí! ¡Tú! —Levanta su rostro con fuerza y algunas gotas de agua con sangre caen encima del grisáceo mesón.

—¡Animal serás tú! —Agarré las toallas de papel de la cocina para limpiar la sangre del mesón y luego lo señalo con un dedo—, ¿No podías entrar como las personas normales?

—¡No había nadie! —Dice y luego me señala, intercambiamos miradas con enojo.

Miguel niega no la cabeza y me muestra su mano, la observé en silencio para luego mirarlo con las cejas fruncidas.

—¡¿Qué?! —Bufé y él seguía con la mano extendida.

—Papel, dame papel —dice calmando su voz, arranco tres hojas y se las doy. Él se las coloca en la nariz y se limpia con cuidado—, ¡Diosssss como duele!

Ahí es cuando caigo en cuenta que le he hecho bastante daño, su nariz parece estar rota. Con cuidado hago que incline su cuerpo hacia adelante y le quito el papel de la nariz, me pongo en cuclillas y miro hacia arriba, intento ver si su tabique está fuera de lugar o si su nariz está torcida, pero parece ser que no. Él intenta colocarse derecho, pero lo detengo.

—No, quédate quieto.

Voy al baño y traigo una toalla blanca y se la coloco debajo de la nariz, lo que sí se ve, es que está roja y que tiene hinchazón.

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