Capítulo 4: Fotografía

Intento mantener la compostura, ha sido mi culpa que esta situación haya llegado a este estado, junté mis palmas para luego acercarme a Miguel con mucho cuidado.

—Creo que es mejor ir al hospital —susurré cuando veo que le sigue saliendo sangre, pero esta vez no es mucha, ya está disminuyendo.

—Afuera está mi auto —dice llevando una de sus manos al bolsillo trasero de su pantalón, me entrega unas llaves—, tú conduces.

Obviamente, tengo que conducir yo, pero no se lo digo porque está muy pálido y se ve realmente mal, supongo que es la primera vez que le pasa algo así, también la primera vez que alguien le pega y aunque fue un accidente me siento mal por él. Cuando salimos veo su carro aparcado casi al frente de la casa y me pregunto —¿cómo no lo vi antes?—. Ayudo a subir a Miguel al asiento del copiloto y le coloco el cinturón de seguridad, él sigue con la toalla y esta tiene un poca más de sangre. Me subí y empecé a conducir directo al hospital.

Suelto un bufido cuando los demás autos pasan el semáforo en verde y luego se coloca en rojo, no es que Miguel se esté muriendo como para pasar el semáforo en rojo, así que puede esperar un minuto más. Luego de manejar por casi media hora llegamos al hospital. En todo el camino él ha estado muy callado y cuando me detuve al frente del hospital, fue él, el primero en bajarse y salir corriendo a la entrada de emergencias, yo lo seguí después de cerrar la puerta del auto y colocar la alarma. Adentro una enfermera se acerca y lo atiende, cuando ella le preguntó qué le había pasado, él respondió que se cayó y se golpeó la nariz.

La enfermera da un leve asentimiento antes de llevárselo, me quedó allí de pie observando el lugar, un frío poco conocido e incómodo para mí se hace presente. Ese olor que es un poco desagradable para mí, un olor que es sinónimo de limpieza para cubrir las enfermedades y tal vez el olor a óxido de la sangre.

Entonces lo único que puedo hacer ahora es esperar a que me digan algo de Miguel, me siento en una de las sillas de la sala de espera y miro hacia el reloj de la habitación. Ya son las 18:40, cuando veo a la enfermera que se llevó a Miguel, me acerco a ella.

—Disculpe —toco su hombro y ella se gira—, Miguel, el muchacho de la nariz, ¿cómo está?

—¿Es usted Aelyn? —Dice ella mirando unos papeles en su mano.

—Sí, soy yo —respondo y mirando tras ella le vuelvo a preguntar—: ¿está bien?

—Se podría decir que sí —informa y se acerca a la enfermera que está tomando el turno de atención y le entrega los papeles, la miro con interrogación y ella continúa—, tuvo una leve fractura en la nariz, ahora mismo un doctor va a realinear los huesos y el cartílago que se desplazaron. Tendrá la nariz entablillada por un tiempo.

Luego se da la vuelta y se va, perfecto, ahora una enfermera de mal humor. Vuelvo a mi asiento y me quedo ahí, a esperar a Miguel, pasan unos treinta minutos cuando lo veo, se acerca con la cabeza agachada y con una fórmula médica en la mano. Cuando alza la mirada, suelto una pequeña risa y cuando él está lo suficiente cerca me da un puño.

—No te burles —gruñe y me jala de un brazo haciendo que me levante.

—Lo siento —digo conteniendo la risa—, es que te ves tan gracioso.

Me dedica una mirada iracunda, luego se va hacia las puertas del hospital. Lo sigo y caminamos en silencio hasta llegar a la farmacia que tiene el hospital, Miguel tiene suerte, está vacía. Después de reclamar los medicamentos para controlar la hinchazón y el dolor, decido dejar a Miguel en su casa medio sano y salvo.

—¿A dónde vas? —pregunta mirándome.

—A tu casa —le respondo sin quitar la vista de la carretera, de reojo veo como rueda los ojos.

—Mejor vamos a tu casa y luego yo me voy a la mía conduciendo.

Me río, detengo el auto cuando la luz verde cambia a rojo. Luego miró a Miguel y levanto una ceja en su dirección.

—¿Estás bromeando? —Suelto entre risas—, prefiero dejarte en tu casa, a que te pase algo mientras conduces con esa nariz así.

—¡Qué considerada! —Exclama con irritación—, además, no quiero dejarte ir sola —dice a la vez que hace un puchero.

Arranco el auto cuando la luz verde vuelve y sigo mi camino a su casa.

—Voy a ir en un taxi —le digo para calmar su parte protectora.

Él se deja caer con cuidado contra el asiento, después de unos minutos llegamos a su casa, lo dejo en la entrada con las medicinas en la mano y él me dice que le mande un mensaje cuando llegue, —¿por qué tener un novio, si lo tengo a él?—, camino hasta llegar a la parada de autobuses. Sé que le dije que iba a ir en taxi, pero no lo voy a hacer, fuera de que me va a salir carísimo, prefiero irme en autobús y ahorrarme esa plata en otra cosa.

Bajo los escalones del bus y salto el último tocando el cemento frente de mi casa, tengo suerte que pase por aquí. Veo el auto de policía de papá, ya llegó y las luces de la casa están prendidas. Siento como el móvil vibra dentro del bolsillo del pantalón y al sacarlo veo que es mi padre que está llamando, le cuelgo. Luego me acuerdo de que tengo que mandarle un mensaje a Miguel.

"YA LLEGUÉ"

Me conformo enviándole eso, luego vuelve de nuevo a entrar una llamada de mi padre y yo vuelvo a colgar. Las luces de la casa están encendidas, todas. Me acerco a la puerta y sacando mis llaves la abro, al entrar escucho a mi padre hablar por teléfono y cuando me acerco a la sala de estar lo veo de espalda y como se pasa una mano por su cabello con desespero, no lo estoy viendo de frente, pero se nota que está bastante agitado y su cuerpo está en tensión, se da la vuelta y se queda pasmado con la boca abierta. Baja su mano, luego vuelve a subir el celular para seguir hablando con la otra persona y le dice:

—Ya la encontré.

Después cuelga y guarda su celular en su bolsillo, se acerca a mí y me da un abrazo y luego sus manos sostienen mi cabeza, sus ojos azules me miran con preocupación.

—¿Estás bien? —Murmura con congoja.

—¿Yo? —Dije apartando mi rostro de sus manos—, pues sí, estoy bien, ¿por qué preguntas?

—Hay sangre en la cocina —habla señalando hacia atrás.

—Ahhhh... eso —digo yendo a la cocina—, no es mía, es de Miguel.

—¿De Miguel? ¿Qué le pasó a Miguel? —Ahora su preocupación fue reemplazada por confusión.

—Él entró por una ventana de la casa y como yo no sabía, él intentó asustarme, pero yo le golpee y bueno, ese es el motivo por el que hay sangre en la cocina —le digo señalando la sangre en el suelo, se me olvido limpiarla cuando hice que Miguel inclinará su cuerpo hacia adelante, y encima del mesón está las toallas de papel untado de sangre. Mi padre me mira con las cejas fruncidas, yo para responder a su pregunta no formulada le digo—, le di un puño en la nariz.

—¿Cómo está él? —Habla con curiosidad.

—Le entablillaron la nariz —le digo mientras cogí un pedazo de papel húmedo y me coloco a limpiar el suelo.

Mi padre se ríe y levanto la mirada, lo miro mal y él levanta ambas manos.

—Me alegra que sepas golpear bien —dice como excusa.

—Pues deberías darle las gracias a un tal Elián —me coloqué de pie y tiré los papeles con sangre en la basura.

—Sí, debería —dice moviendo su cabeza de arriba a abajo con entusiasmo.

Entonces se va y voy detrás de él, se detiene en la sala, al frente de un espejo y se mira con dedicada atención.

—Hey, tú —señala al espejo con un dedo—, gracias por enseñarle a mi hija a golpear bien —cuando lo termina de decir, rompe en carcajadas y yo me le uno, su cuerpo se relaja. Se acerca a mí y enrolla sus abrazos alrededor de mi cuerpo y apoya su mentón en mi cabeza. Me da un último apretón antes de soltarme.

—Me alegras tanto el día —se separa un momento y desordena mi cabello con una de sus manos.

—¿Fue un mal día? —pregunté dejándome caer en el sofá.

—Pensé que algo te había pasado —susurra colocando sus manos en su rostro—, y luego cuando te vi aquí yo... —se detiene y da un largo suspiro antes de continuar—, sentí que ya volvía a respirar.

Su pesado cuerpo cae al lado del mío y sus ojos azulados me miran con miedo.

—Por un momento temí por tu vida —vuelve a susurrar.

—Pero estoy bien —digo intentando quitar la tristeza de la voz de mi padre—, el único perjudicado aquí fue Miguel —le recuerdo.

Él asiente con compresión y luego murmura:

—Pobre chico.

Y levantándose me pregunta que si quiero comida china para cenar yo le digo que sí y él se va a llamar para que lo traigan a domicilio. Miro a mi lado la mochila y sacó la cámara, me pongo a ver las fotos, de cinco fotos, solo una tiene el relámpago en todo su esplendor, es tan hermoso que cuando mi padre se acerca a mí lado, suelta un silbido.

—Está buena —dice señalando la foto.

—Lo es —concuerdo con él.

Él se sienta a mi lado y me pide permiso para poder ver las demás fotos, yo lo dejo. Se entretiene un buen rato hasta que se detiene en una foto que le saqué a una persona en la universidad, su rostro no se ve, pero el ángulo de su cuerpo me pareció muy atractivo.

—¿Quién es? —Dice mi padre haciéndole Zoom a la foto.

Me acerqué para verlo con él, pero incluso así su rostro no se veía, solo sus manos sosteniendo su celular y su cabello castaño húmedo por la lluvia.

—No lo sé, solo le tomé una foto —le expliqué lentamente.

La cara que hace mi padre es de horror, deja la cámara a un lado y le señala con un dedo.

—Tengo que recordarte que eso es acoso —dice mi padre con un poco de enojo.

—Sí, ya lo sé —le sonreí y luego agregué—, no estoy haciendo nada malo, solo tomé una foto.

Elián negó con la cabeza, y se levantó del sillón.

—Aunque sea una foto, fue sin consentimiento —indicó él, sujetó la cámara entre sus manos y me la pasó—, bórrala.

—Pero… —intenté darle una mejor explicación, tal vez mentirle un poco.

—Que la borres, Aelyn —replicó con severidad.

Sujeté mi cámara y borré la susodicha foto, me sentí mal a hacerlo, realmente era muy buena, luego de eso él me felicitó y nos fuimos a comer. Le ayudo a acomodar la mesa para comer y tras una larga charla de cosas aleatorias y de tirar los envases sucios y lavar los cubiertos y los vasos nos vamos a dormir. Mañana será otro día, un día más y un día menos.

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